27 de enero de 2010
La lectura en los institutos.
No sé qué manía les ha dado ahora a los que ocupan el poder por hacer que los estudiantes lean. Por fomentar, dicen, el hábito de la lectura. ¿Qué se les habrá pedido? Parto del principio de que al poder no les interesa para nada la lectura. Entiendo, por su puesto, la lectura como vehículo del conocimiento, ya sea desde la literatura hasta el tratado científico. No entiendo para nada eso de la lectura como entretenimiento. Por su puesto que la actividad de la lectura es placentera, pero porque estimula nuestras facultades del conocimiento, desde la sensibilidad a la imaginación y la razón. Y el que pone en ejecución estas actividades cerebrales obtiene placer. Un placer gratificante que no es más que el del funcionamiento de nuestras facultades del conocimiento. Placer que, curiosamente nos lleva a la liberación. Porque la lectura, al relacionarla con el vehículo del conocimiento –adviértase que existen múltiples soportes de lectura- es una forma de autoliberación en la medida en la que tomamos conciencia del mudo en el que vivimos y de quiénes somos. Por tanto nos vemos obligados a tomar las riendas de nuestra existencia; es decir, a enfrentarnos a la carga de nuestra libertad. Y esto es lo que conlleva el atreverse a pensar libremente. Todo esto, y mucho más, conlleva la lectura. No entiendo, pues, cuando seguimos la tesis que he expuesto más arriba, el interés del poder en el fomento de la lectura. Para empezar el poder entiende la lectura como mero entretenimiento, lo cual no es más que pan y circo. Por eso lo que se ofrece es la lectura infantil y juvenil cercana a la vida actual de los adolescentes. Pura bazofia literaria. Y cando se habla de lectura, sólo se habla de literatura y, encima, de la mala. No se contempla que leer es también, leer un artículo de opinión, un reportaje, un ensayo históroico o filosófico, un tratado de ciencia o de historia de la ciencia, en fin. Que la lectura va más allá de lo que estos progres y pedagogos entienden. Pero no son tontos del todo. Ellos lo saben. Su fomento de la lectura no es más que opio. Pretenden mantener adormecidas a las conciencias. Pero la cuestión política viene de más lejos.
Me explico, lo que ha ocurrido es que en los informes de evaluación internacional hemos obtenido una calificación por debajo de la media en capacidad lectora y matemáticas. Ambos conocimientos son instrumentales para el resto de las disciplinas. Si fallamos en los instrumentos no podremos acceder al saber del resto de las disciplinas. Tras este fracaso en nuestros niveles de conocimiento a nivel internacional las distintas consejerías de educación se han puesto manos a la obra y han elaborado un plan de evaluación de centros. En el caso de Extremadura se ha evaluado en 2º de la ESO, la competencia lingüística y matemática. Entiéndase bien, competencia básica, es decir, hablando en plata, lo mínimo que se despacha en conocimientos. En fin, pues la inmensa mayoría de los institutos están por debajo de la media de lo básico. Cualquiera habla aquí de excelencia. Y como esta autoevaluación del sistema educativo nos da un suspenso, pues ni cortos ni perezosos, nuestros políticos e ideólogos pedagogos de turno nos vienen a decir que hay que hacer un plan de refuerzo de las competencias lectoras y matemáticas. Toma ya. Otra vez la culpa y las tareas burocráticas para el profesor. Como si no tuviésemos que padecer ya, de por sí, esa incomprensión lectora del alumnado, entre otras cosas, en nuestras disciplinas. Pero, yo me pregunto, ¿cómo es que estos genios de la pedagogía, estos nuevos salvadores que han reformado lo irreformable en la educación, de tal forma que ya no la reconoce ni la madre que la parió, ni nadie se entera ya de la terminología críptica que utilizan para recubrir de pseudociencia su ignorancia, no se han dado cuenta de que lo que realmente ha suspendido es la ley? La autoevaluación lo que nos ha demostrado es que la ley de enseñanza falla. Es decir, que los alumnos en primaria no aprenden a leer correctamente. Y el motivo es muy claro, la promoción automática. Si el alumno promociona desde la primaria sin saber leer, pues qué vamos a hacer ya en la secundaria. ¿Por qué estos políticos y demagogos, estos mesías pedagógicos, no son de una puñetera vez sinceros y reconocen su culpabilidad? La ley de enseñanza LOGSE-LOE es un entero fracaso. Nos lo dicen en el extranjero y nuestros planes de evaluación nos lo demuestran, por si no nos lo creíamos. Pues no, ellos no se bajan de la burra. Que el alumno no sabe leer, a leer diez minutos todos los días en clase, venga ya. ¿Qué asignatura no utiliza los textos como forma de acceso a los conocimientos, o como mínimo la lectura del libro de texto? Estos planes de autoevaluación no nos han venido a descubrir nada. Lo sabíamos por nuestra práctica docente. El alumno ni lee, ni sabe leer, ni le interesa. Pero el fallo está en la ley. Si no se contemplase la promoción automática la inmensa mayoría aprendería a leer. Lo del hábito de lectura ya es otra cosa.
Leer es un hábito. Y el hábito, como costumbre, se adquiere con un ejercicio, una rutina que se repite y que primero se ha observado en los demás, fundamentalmente en la familia y después el profesorado. Y pocos son los que en la vida adulta seguirán con este hábito, incluidos los profesores, también los universitarios. Advierto que no entiendo por leer, la lectura de la basura de los best sellers apilados como tambores de detergentes en las librerías. Me refiero a lo que dije al principio. En la vida adulta empiezan otras prioridades y obligaciones que dejan poco tiempo para la lectura como formación en tu propia disciplina. Los centros de enseñanza están plagados de profesores que no han leído un libro en torno a su disciplina, ni ensayos, ni literatura clásica, ni un simple artículo de opinión de un periódico serio. No pidamos peras al olmo. La lectura, hoy en día tremendamente amplificada, aunque transformada en una lectura fragmentaria y poco profunda, por ese medio divino y diabólico a la par, que es Internet, es cosa de pocos. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Ahora bien, que la actividad intelectual sea de pocos, eso no quiere decir que el sistema de enseñanza olvide la enseñanza de la lectura y el fomento de la misma. Es su obligación, pero lo que yo he querido decir aquí es que la evaluación de las competencias básicas lo que ha puesto en cuestión es el sistema legal de la enseñanza y que no se pueden hacer parches cuando la cosa ya casi no tiene remedio. Lo que sí sería de interés es el fomentar la lectura en todas las disciplinas. El saber está en los libros (ampliable a Internet, pero esto no es más que otro soporte para la lectura, viene a ser lo mismo potenciando, casi al infinito, la accesibilidad a la información) no en el libro de texto. Éste último no es más que un esquema, un resumen, una serie de ejercicios, un saber normalizado y de contenidos mínimos fijados por el ministerio. En los libros trascendemos este saber y encontramos el sentido a la disciplina que divulgamos en nuestras clases. Cada departamento debe fomentar la lectura como vía de acceso a un conocimiento superior y más general de su disciplina. Pero para ello el alumno debe de haber alcanzado los rudimentos básicos de la lectura: debe ser capaz de comprender lo leído y hacer una exposición oral y por escrito del contenido. Pero esto debe ser algo obtenido en la primaria, si no, ¿cómo pueden haber accedido al conocimiento de los cursos superiores? En la secundaria la competencia lectora ha de presuponerse. Ahora bien, otra cosa es que la acumulación de los conocimientos por parte del alumnado le puedan abrir el camino hacia lecturas más complejas y enriquecedoras y ésta es la labor de los departamentos. No quiero ni admito parches. Y que cada palo aguante su vela. Ya está bien de que el fracaso de los políticos lo paguemos los ciudadanos y, en este caso, los profesores.
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