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Filosofía desde la trinchera

            19 de noviembre de 2009

 

            El asunto del secuestro del barco pesquero Alakrana y su feliz liberación plantea, independientemente de la cuestión ética, un debate sobre filosofía política de hondura. Se trata del tema de la razón de estado. ¿Un estado puede aceptar el chantaje de los que están fuera de la ley? ¿Se puede permitir que las víctimas mueran sin el apoyo del estado? Las dos posturas se enfrentan, pero a mi modo de ver, es una forma de mezclar los sentimientos con la razón. Evidentemente que todo gobernante tiene el deber de proteger a sus ciudadanos en tanto que esa es su misión. Pero creo que hay una cosa clara, la protección de los ciudadanos no puede minar las bases del estado de derecho, en tal caso éste se derrumba y las consecuencias últimas las pagaran los ciudadanos. La cosa es compleja. La razón de estado nos dice que el estado, por cuestiones de interés general, considerando que hay un bien común a largo plazo, puede saltarse la ley y la moralidad. La cuestión es saber, hasta qué punto es esto permisible sin socavar el propio estado de derecho. Por mucho que nos cueste afectivamente un estado no puede aceptar el chantaje de los delincuentes. Si ése es el caso entonces se presagian males futuros. La lucha contra el que está fuera de la ley tiene que ser desde dentro de la ley; y el estado es el garante de la legalidad. Es cierto que el gobernante tiene que tener la suficiente empatía como para ponerse en el lugar de las víctimas inocentes, pero esto no debe servir para que pierda su racionalidad, sino para animarle a introducir los instrumentos legales y materiales para que estas tremendas situaciones no se produzcan. Y esto no es una razón de estado despiadada. Es el triunfo de la ley sobre la barbarie. Otra cosa, también, sería analizar porqué se dan estos casos tan abundantes de piratería. Estamos en una sociedad global, pero sólo económicamente. Tenemos que dar el paso a un gobierno global que pueda regular todo este entramado. Pero para eso tenemos que dar el paso ético hacia una sociedad cosmopolita.

 

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            Otro asunto que creo que es urgente tratar es el carácter que van teniendo las reivindicaciones feministas. Éstas se han pasado a lo que se llama el feminismo de la diferencia, que es discutible, aunque una posibilidad teórica y práctica. Yo prefiero defender el feminismo de la igualdad que habría que encuadrarlo dentro del concepto de igualdad ilustrado. Pero el feminismo de la diferencia ha engendrado un sentimiento malsano que procede del resentimiento de la víctima. La mujer ha sido, a lo largo de toda la historia desde el neolítico, la víctima de la ideología machista defendida por las tradiciones religiosas, políticas y filosóficas. Estas ideologías y creencias han justificado el abuso de la mujer relegándola a simple objeto de posesión del hombre. Y esto ha engendrado un tremendo sufrimiento, pero no menor que el que han tenido razas consideradas inferiores a las que se las ha maltratado, torturado y esclavizado. Todo ello es producto de la tradición. Como de la tradición es producto el concepto de igualdad y dignidad en el que coincidimos todos los hombres. Pero como decía, la situación de víctima de la mujer ha producido un sentimiento vicioso y peligroso, que es el del resentimiento, y lo que está sucediendo en algunas reivindicaciones feministas es que se está dando largas a este sentimiento. De este modo las reivindicaciones de la mujer pasan de la igualdad a la venganza y la revancha. Curiosamente, y de forma contradictoria, asumen los valores machistas de la fuerza y la violencia, cosa que el feminismo debe superar. Éste, a ni modo de ver, no es el mejor camino a seguir. La tarea es la conquista de la igualdad de derecho desde la diferencia ontológica, que la hay, que es inevitable y enriquecedora. La igualdad entre hombres y mujeres debe ser de orden legal y en todos los ámbitos de la sociedad. Pero la diferencia es de orden ético y ontológico. Los valores femeninos –por supuesto, no exentos en el hombre, todos somos duales- del cuidado, la afectividad, la comunicabilidad,… deben ser incorporados a nuestra tradición y ello produciría un gran enriquecimiento ético. Por el contrario, si se lucha por la igualdad de las mujeres y los hombres desde el resentimiento y la venganza esto no hará más que aumentar la violencia de los hombres bárbaros y machistas que abundan más de lo deseado. La venganza engendra venganza. Las víctimas deben abandonar la conciencia de víctimas, independientemente de la recuperación de la memoria histórica que nos permita luchar contra futuras injusticias semejantes, y luchar desde su diferencia y particularidad ontológica y ética por una sociedad más justa e igualitaria.

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