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Filosofía desde la trinchera

 

                        18 de noviembre de 2009

 

            Leo en el número 197 de la revista Claves un interesante artículo titulado La evidencia de los derechos humanos de la historiadora Linn Hunt, se trata de una extracción de su última obra La invención de los derechos humanos. Aquí mantiene la autora una tesis muy interesante sobre el origen de los derechos humanos, pero que yo no comparto del todo. Se trata de explicar por qué en un momento determinado de la historia y en una cultura determinada, la occidental y la época de la ilustración, el siglo XVIII, tanto en América, como en Europa, surgen los derechos humanos y hay una sensación en los promotores de estos y en la población en general de evidencia. Es decir, se proclaman los derechos humanos, como algo natural, algo que concierne a la humanidad por el hecho de ser tal, algo, en fin, evidente. La autora nos viene a decir que esto es el resultado de una evolución cultural que afecta directamente a la estructura neuronal o cerebral, de tal forma que hace aparecer la empatía, sin la cual es imposible la comprensión de los derechos humanos, porque es imposible ver al otro como otro yo. Bien, el mecanismo es cierto, pero no del todo. Lo que la autora señala es que la evolución de las costumbres que hicieron al hombre más refinado, aumentaron el recato, el recogimiento, la individualidad, la limpieza, etc, unido al hecho de que la cultura se va progresivamente extendiendo cada vez a más ciudadanos que tiene posibilidad de leer noveleas, ir al teatro, escuchar música, etc, les lleva a tener un contacto con los otros de igual a igual. A través de la lectura de novelas se empieza a contemplar al otro como otro yo. Las vicisitudes que se cuentan en las novelas nos hacen semejantes a todos, de tal manera que de aquí surge la empatía e identidad que son necesarias para ser capaz de percibir al otro como un semejante. Esto es bien cierto, no lo dudamos. Pero tengo que hacer varias matizaciones. En primer lugar la cultura no estaba en el sigo XVIII tan extendida como para que los derechos humanos fuesen percibidos por la inmensa mayoría de la sociedad como naturales y evidentes. Los derechos humanos son un invento y una construcción histórica que se podría encuadrar dentro de una búsqueda de la dignidad humana. En segundo lugar, es cierto que en el cerebro, a título individual, se produce una transformación que nos hace percibir los derechos humanos. Evidentemente, esto es lo que sucede tras el proceso de socialización que es vehiculado por la adquisición del lenguaje. Ahora bien, en el cerebro está la capacidad innata de la empatía, sino no seríamos animales sociales, igual que está también la agresividad que explica nuestra cualidad en tanto que cazadores y el orden jerárquico de la sociedad así como la existencia de la violencia. Es decir, que en el cerebro está la condición de posibilidad de desarrollar los derechos humanos teniendo como base la empatía natural, en tanto que instinto. Pero ya no hay nada más. Los derechos humanos son una conquista ética que emergen como algo nuevo paulatinamente de la historia. Ahora bien, una vez que van apareciendo y se inscriben en el proceso de socialización, entonces modifican el cerebro, concretamente las áreas frontales que son las del pensamiento y la conciencia, lo cultural, digamos; y esa transformación nos predispone a captar los derechos humanos como naturales y evidentes, pero porque, en última instancia, en nuestro sistema límbico, que se encarga de las emociones, se encuentran las neuronas espejo que hacen posible el surgimiento de la empatía y ser capaz de ponerse en el lugar del otro. Pero, en si mismo, los derechos humanos son construcciones laboriosas que tienen su historia. En la época de los judíos era impensable que alguien ayudase a un samaritano, el pueblo judío ha sido siempre excluyente –véase, sino el antiguo testamento. Sin embargo Jesús de Nazaret, a partir de la parábola del buen samaritano funda la fraternidad, el amor al prójimo, base fundamental, aunque religiosa, de los derechos del hombre. Probablemente hay aquí una influencia del budismo y su concepto de compasión, y del induísmo que pone en pié de igualdad a todos los seres de la naturaleza, como también el taoísmo. Esto constituye una conquista ética de la humanidad. Lo mismo se puede decir del cosmopolitismo de los estoicos, del que ya hemos hablado en estas reflexiones. El cosmopolitismo es la consideración de que todos los hombres son hombres, iguales. También es necesario entender la teoría del derecho natural de la filosofía cristiana, el concepto de creación a imagen y semejanza de dios que otorga a todos los hombres la misma dignidad. El debate en España sobre la naturaleza humana o no de los indios. Y toda esta historia culmina con la revolución americana y la francesa que realizan sus particulares declaraciones de los derechos humanos. Nos enfrentamos a una historia de conquistas que van transformando la sociedad de tal forma que progresivamente los derechos humanos se van haciendo evidentes, aunque no lo son, en tanto que no son ni siquiera naturales, son construcciones éticas que, además, necesitan el respaldo de la legalidad. Mientras no estén legitimados por la ley, son papel mojado; o, a lo sumo, un ideal ético de la humanidad.

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