Quiero sacar algunas conclusiones sobre esto que viene llamándose la gripe A. la verdad es que es un fenómeno que, a parte de su dimensión estrictamente biológica, es de naturaleza sociopolítica y filosófica de gran envergadura.
En primer lugar pienso que lo que se ha hecho durante todo este verano ha sido una campaña de desinformación por parte del poder político y, quizás, en connivencia, con el poder económico, en este caso las industrias farmacéuticas encargadas de fabricar la vacuna. Digo que se ha realizado una campaña de desinformación porque se ha pretendido distraer al ciudadano de las cuestiones verdaderamente importantes. Siguiendo a Emilio LLedó en su artículo en El País “La gripe A y otras plagas”, podemos establecer una comparación entre lo que es la salud física personal y la salud social. Pues bien, la propaganda de desinformación que se ha seguido con la gripe A lo que ha producido es una merma de la salud pública; esto es, de la democracia. La preocupación de los ciudadanos ha sido la de saber si se cuenta o no con una vacuna para protegerles del mal que se les avecina. Pero, claro, a un pueblo perfectamente domesticado, que vive en la insolidaridad y en el placer hedonista y consumista, es fácil de amedrentar y distraer de otras cosas más importantes, la salud de la democracia. Somos ciudadanos, los pueblos occidentales “desarrollados”, que vivimos en una situación privilegiada, que no hemos conocido las guerras, las hambrunas, las epidemias, que vivimos instalados en la seguridad absoluta, en la creencia, de que siempre ha sido todo igual, de que ningún mal puede afectarnos. El desarrollo de las democracias liberales ha producido, por su parte, un tipo de ciudadano que sólo está comprometido consigo mismo, que ha olvidado la polis. Un ciudadano individualista, y valga el oximorun. El ciudadanos es el habitante de la polis y, por ello, y sobre todo en democracia tiene que participar de la vida pública, debe interesarse por la justicia, no sólo por sus garbanzos y sus lujos. Pues bien, a este ciudadano es fácil llevarlo a un estado de miedo y de angustia, lo cual significa que es fácilmente manipulable. Y en esto ha consistido la campaña de la famosa gripe. Dominar por el miedo. Esto es una forma de totalitarismo desarrollada en la democracia y desde las instituciones democrática, lo cual pervierte la esencia misma de la democracia. En la situación de angustia y miedo el ciudadano sólo mira por su propia seguridad, no se preocupa de lo que existe alrededor. Y hay dos clases de plagas que ha olvidado y nos quieren hacer olvidar. La primera es la existencia de terribles injusticias en este mundo que son fruto del desorden de una sociedad globalizada neoliberalmente. A esto hay que sumarle la circunstancia de crisis económica generalizada, que precisamente se ha producido por la quiebra de ese modelo de producción neoliberal. Pero el miedo nos hace mirar para otro lado, el miedo nos hace ignorantes e inconscientes, y, por ello, domesticables. Las injusticias en el mundo existen y tienen sus causas y las diversas formas de poder tienen sus culpas y responsabilidades. Por su parte la crisis no se ha resuelto, se ha parcheado. El modelo de producción sigue siendo el mismo. Los ciudadanos hemos pagado la deuda y los ricos siguen siendo igual de ricos, pero hay más pobres y la clase media está cada vez más esclavizada a sus créditos e hipotecas. Mientras tanto, los límites del crecimiento se acercan, no hay vuelta atrás. Los problemas si no cambiamos hacia el decrecimiento pueden ser irresolubles, finales. La crisis es terminal; pero se nos ha distraído. Se nos ha distraído también de la salud de nuestra democracia. Los políticos no se ocupan de la polis, la justicia, se ocupan de su propio bien. Los partidos están totalmente anquilosados, no tienen pensamiento. Son máquinas de poder, y nada más. Pero se nos distrae de esto. En fin, que la salud social y política de la que todos dependemos y la que garantiza nuestra dignidad no es objeto de conocimiento por parte del pueblo, permanece oculta. Pero resulta que la corrupción política es el cáncer de la democracia. Si nuestros propios representantes son corruptos y son los modelos, el pueblo no tiene donde aprender. El pueblo vive en la ignorancia y la ignorancia es esclavitud.
Por otro lado se ha producido un fenómeno curioso. Las nuevas tecnologías de la información han hecho posible que se transmitan mensajes muy distintos, me refiero a la gripe A, a los que el poder despacha. Y estos mensajes han producido dos efectos. A mi modo de ver, uno positivo y otro negativo. En primer lugar, han hecho posible que la opinión pública tome conciencia de una situación más realista, lo cual la hace salir de su ignorancia y esclavitud, fomenta el diálogo y la crítica. Se nos ofrece un conocimiento, nos hacemos más libres, fuertes, y abandonamos la angustia. Este efecto es tremendamente positivo y es una inyección de salud para la democracia. Pero, por otro lado, se ha producido un efecto que roza con la superstición. Me estoy refiriendo a la defensa que se hace desde algunos lugares de que existe un complot, una conspiración con dos objetivos fundamentales: el enriquecimiento de las multinacionales farmacéuticas, por un lado, y la posibilidad de salir de la crisis –y esta supuesta conspiración es muy seria y roza el cinismo y la inhumanidad- por medio de la eliminación de algunos miles de millones de ciudadanos. La primera no la considero una conspiración, sino un negocio, un oportunismo empresarial. Aparece un mal y las empresas se encargan de amplificar el peligro, crear la conciencia de miedo, engañar a los políticos, en algunos casos no hace falta porque tienen intereses en esa industria, y como consecuencia se venden más vacunas. La segunda sí entra dentro de las teorías conspirativas de la historia. Y es aquí donde no coincido en absoluto.
Es cierto que no existe una racionalidad de la historia, que no hay leyes universales que la rijan. Es cierto también que cambios históricos se producen al azar o por decisiones de personajes con gran poder. Todo eso es cierto, también que hay pequeñas conspiraciones. Es cierto que no hay un sentido de la historia, ni de la vida, salvo el estrictamente biológico. Pero también es cierto que el hombre se ha dado a sí mismo las leyes, que ha construido la sociedad, que todo ello es provisional y no definitivo, que la lucha por la justicia tiene que estar guiada por la razón, que en la historia hay tendencias positivas o negativas, que el hombre es el artífice de la misma y que utilizando la razón ha conquistado cierto progreso ético-político. Pues bien, si aceptamos una teoría conspirativa de la historia, renunciamos a la racionalidad y a la libertad. Renunciamos a las conquistas morales de la historia y esto es lo último a lo que la humanidad se puede agarrar. Además acarrearía un sentimiento apocalíptico o escatológico. La historia está dirigida por alguien y nosotros somos los títeres. No, prefiero la libertad, la igualdad y la justicia, aunque siempre sean provisionales y estén al borde del precipicio.
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