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Filosofía desde la trinchera

 

                        04 de junio de 2010

 

            El significado de la historia. Sociedad cerrada y actualidad.

 

            La historia no tiene ningún significado como hemos mantenido a lo largo de estos escritos. Intentar dar un sentido a la historia entra dentro de lo mítico. Y es, precisamente, a partir de los mitos como se intentan forjar ideas generales de la historia que al pasarlas a la práctica se convierten en fascismos: sociedades cerradas. Las sociedades cerradas intentan eliminar al individuo y, con él, la libertad. Se sostienen en ideologías, creencias. Necesitan de la obediencia y la sumisión. Los ciudadano quedan instrumentalizados en pos de unas ideas utópicas de justicia, bien y felicidad. Pero en la consecución de estas ideas se arrastra al hombre. Toda sociedad cerrada tiene a la base el mito del progreso y del hombre nuevo. Podemos llegar a la regeneración del hombre y con él de la sociedad. El progreso es inevitable, lo que hay que saber es cuál es el sentido, la dirección y el significado de la historia. Todo lo demás vendrá dado. Pero como no existe ni un sentido, ni un significado de la historia, como no existen leyes históricas, lo que ocurre es que las inventamos. Por eso la teoría del significado de la historia no es ciencia, sino ideología y creencia.

 

            El problema en la actualidad es que hemos creído que vivíamos en sociedades abiertas. Las llamadas sociedades liberales y democráticas. Craso error. Las sociedades liberales democráticas han sido la coartada de una visión tecnocrática y capitalista de la historia y que tiene a la base la idea de progreso, para engañar a la ciudadanía haciéndoles creer que viven en libertad, cuando, realmente, son instrumentos del poder. Las sociedades liberales se han encargado, por el bien del poder económico (acumulación progresiva de riqueza), de engañar a la ciudadanía haciéndoles pensar que vivían en libertad. Su única libertad ha sido la libertad de endeudarse. Se les ha imbuido un mundo de valores en el que el centro es el consumo, el tener. Es el hambre, que dice Santiago Alba Rico en Nihilismo y capitalismo. El hombre de las sociedades de consumo es un hombre que necesita consumir para existir. Es esclavo de su propia hambre. Consume y desecha compulsivamente. No tiene capacidad de pensar en nada más. Y ésa es su libertad, consumir una marca u otra. Su conciencia ha sido vaciada de contenido moral y político y así es fácilmente manipulable desde el poder. La educación ha sido un instrumento en manos de este poder. La educación no ha producido la libertad del ciudadano, sino que lo ha adoctrinado en el sumo bien de la sociedad de consumo. De ahí que las reformas educativas están dirigidas a la eliminación progresiva de los conocimientos en pos de las competencias, habilidades para adaptarse a la sociedad creada por el poder del capital. Y se nos ha engañado también desde la idea de que esta sociedad archidesarrollada nos lleva a un mundo mejor; que además, ese proceso es imparable. Lo que se ha llamado el imperativo tecnológico. Pero, como hemos dicho, no hay leyes de la historia. El imperativo tecnológico no es más que tecnobarbarie. El que piensa de otra manera es considerado un hereje, un disidente, un antisistema radical y violento, que se suele decir ahora. Pero el violento, el radical, el dogmático es el neoliberal que aplicando sus creencias deja en la cuneta millones de muertos. La ideología del progreso mata, hemos dicho más de una vez. Por eso, podemos concluir que nuestra sociedad no es una sociedad abierta, sino cerrada. Se ha anulado la libertad del individuo, incluso se ha eliminado al sujeto. Se alimenta del mito del progreso: en nuestro caso el progreso técnico-científico y económico. La estructura del poder es el fascismo económico que arrastra tras de sí millones de muertos y de miseria. El progreso y la libertad de las sociedades liberales democráticas es un espejismo, es Matrix. Vivimos en el mundo de las apariencias, somos controlados, peones. Pocas posibilidades nos quedan porque generalmente hemos elegido las apariencias a la realidad. Otra vez volvemos a la paradoja de la libertad. Preferimos la obediencia a la libertad, aunque valoremos la libertad como el máximo bien. La libertad es tarea y creación, sólo está al alcance de unos pocos. Necesitaríamos mucho ocio para fomentar la libertad. Aún así, la propia estructura tribal del hombre nos llevaría a la sumisión, necesitamos líderes, mitos, creencias. Nuestra racionalidad, que se vincula a la libertad, es tremendamente limitada.

 

            En fin, creo que la tesis popperiana sobre la sociedad liberal como sociedad abierta se viene abajo desde sus propios argumentos, como hemos demostrado aquí.

 

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