Creo que uno de los inventos intelectuales, sino el que más importancia tiene y así se lo intento transmitir a mis alumnos, es el descubrimiento de que todo lo que hay es un cosmos, esto es, un orden legal. Precisamente, el gran invento griego es que todo lo que hay responde a un orden, las cosas no ocurren porque si. La palabra cosmos en griego significa precisamente orden. Es magnífico cómo los grandes pensadores iban creando el lenguaje y los conceptos para entender el mundo. De alguna manera el lenguaje da sentido al mundo. Al nombrar lo que hay como cosmos le damos un sentido al mundo. Pero no quiero caer, con estas palabras, en un idealismo. Ya no se puede mantener ni el idealismo ni el realismo a secas, la realidad y el conocimiento son mucho más complejos. Pero no son de estas disquisiciones ontológicas y epistemológicas de las que quiero hablar ahora aquí, ya encontrarán su lugar en este diario.
Cuando los griegos descubren que todo lo que hay es un cosmos lo que nos están diciendo es que nada existe sin razón, sin un “logos”. Por eso llegan a la conclusión de que el cambio de todo lo que hay que se nos presenta a nuestros sentidos tiene una razón de ser íntima. Es decir, que están descubriendo la legalidad de la naturaleza. En esto consiste el salto del pensamiento mítico al racional científico-filosófico. Pero esta legalidad implica que la explicación del mundo procede del mismo mundo, ya no acudimos ni a los dioses ni a las fuerzas sobrenaturales para que puedan explicarnos lo que se nos presenta como inexplicable. Y esto es tremendamente importante porque resulta que lo que hemos descubierto es que el mundo es autónomo, que no responde al capricho arbitrario de los dioses. La ley, el logos lo rige todo.
Estos fueron los primeros momentos del pensamiento occidental y hoy vivimos de ellos, son los fundamentos de nuestra tradición occidental de la que somos herederos, la tradición racional y crítica. Pero hubo un segundo paso muy importante de maduración del pensamiento racional. Este segundo momento es el de la aparición de la democracia. La conquista de la democracia por el hombre la pdemos entender en el mismo sentido que hemos visto con la aparición del concepto de cosmos. La democracia es, ni más ni menos, en su esencia, el descubrimiento de que las leyes que rigen al hombre, en tanto que ciudadano, proceden de él mismo. La democracia viene a ser una forma de entender el gobierno según la cual la ley procede del mismo pueblo, de los ciudadanos. Y además esta ley está por encima de todos los ciudadanos. Se establece así un imperio de la ley, es lo se lama la isonomía, igualdad de todos ante la ley. También descubren los griegos la isegoría, igualdad y libertad de usar la palabra, el discurso, el logos. Tenemos que darnos cuenta de la importancia de estos conceptos y de su trascendencia histórica. Éstas son las fuentes de la democracia y, por tanto, la raíz de nuestra sociedad moderna. La isonomía y la isegoría garantizan respectivamente la igualdad y la libertad. Igual que ocurría con la naturaleza, si la ley procede del pueblo, entonces el pueblo no está sujeto al capricho o voluntad de los dioses (poder religioso), ni al de los ricos (oligarquía), ni al de los fuertes (tiranía), el pueblo conoce que la ley procede de sí mismo y esa es su fuerza. Así, como vemos, la conquista de concepto de cosmos, fundamento de las ciencias y de la democracia, fundamento de un orden social justo, siguen la misma línea trazada por la salida del mito al logos.
Pero resulta que toda conquista histórica siempre es provisional, puede desaparecer, nada garantiza su persistencia. La historia no tiene un sentido progresivo, sino que es fruto de la construcción de los hombres. Por eso dos peligros acechan, respectivamente, a la idea de cosmos y a la de democracia. A la de cosmos afecta la de la superstición y a la democracia la de totalitarismo. Ambos peligros proceden de la debilidad de la razón o de la renuncia a ésta por cansancio o miedo u olvido de lo conquistado. Se nos definió desde Aristóteles como animales racionales y sociales, ambas definiciones son un poco estrechas, aunque en términos generales, ciertas. No somos del todo racionales, la racionalidad es nuestro fin, somos pasionales, incluso lo que mueve a la razón es la pasión por el saber y la justicia y la confianza de que la razón nos guía hacia ella. Tampoco somos sólo sociales. Aquí soy más kantiano, somos sociablemente insociables, el fuste torcido de la humanidad que decía kant, y con su definición quería sintetizar a Hobbes y a Rousseau. Pero esto es otra historia que también tendrá su lugar en este diario de pensamientos.
Pues bien, al no ser, ni plenamente racionales ni sociales, caemos en los peligros de abandonar la idea de cosmos y la de democracia. Cuando no podemos explicar los fenómenos, por ignorancia y pereza, claro, lo declaramos misterioso, en ese momento caemos en el ámbito de la superstición y el mito. La naturaleza no tiene ni misterios ni enigmas, es asombrosa y su realidad nos fascina y nos debe impulsar a conocerla racional y empíricamente, o a expresarla ético-artísticamente, pero nunca dar cabida al misterio. Si renunciamos a la razón, al logos, caemos en la pereza, en la comodidad. Nos hacemos esclavos, renunciamos a nuestra capacidad de ser libres y de conocer el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. En el ámbito de la polis, si renunciamos a la democracia, renunciamos igualmente a la razón y a nuestra libertad y ponemos nuestras vidas en manos de las diferentes formas de poder, todas ellas, irracionales y, por tanto, opresoras. Como digo, somos herederos de esta tradición, que se unió después al cristianismo (religión que aportó conceptos importantísimos), resurge en el renacimiento y florece, de nuevo, en la ilustración. Hoy en día estamos en una sociedad postilustrada, postmoderna, en una sociedad que ha renunciado a la razón, de ahí que tanto el conocimiento, como la democracia estén en auténtico peligro. El conocimiento se ha transformado en el complejo técnico-industrial-militar. La tecnología, por incomprensible, se nos presenta como magia, no interesa el conocimiento del fundamento de la misma, ni el conocer por el conocer, sólo el conocer para dominar y crear juguetes y artefactos que entretengan a la ciudadanía. Por el otro lado, la democracia está siendo socavada desde dos lados, al desaparecer la razón como guía, se establece –y valga la contradicción- la universalidad del relativismo, el todo vale. Y, por otro lado, como todo vale el poder es el del más fuerte; por tanto el triunfo es el de la economía neoliberal que está llevando a la humanidad y a la nave tierra en la que viaja a sus fronteras. Esto sin olvidar los miles de muertos que esta creencia neoliberal (creencia en el crecimiento ilimitado) ha acarreado ya. No podemos renunciar a la razón, por muy limitada y frágil que sea, es el único asidero que nos queda. La única tabla de náufrago.
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