Siempre me ha preocupado el tema del relativismo, tanto desde la perspectiva epistemológica, como, por supuesto, ético-política. A mi modo de ver los sofistas fueron unos filósofos muy importantes para establecer la democracia. Si seguimos el relativismo radical caeremos en un modo de absolutismo contradictorio en el que se puede afirmar que todo vale, esto es malo en política. En ciencia nos ha llevado a absurdos que intentan hacer equivaler la astrología con la relatividad de Einstein, sería, el posmodernismo científico del que el caso Sokal dio buena cuenta. Pero hay un matiz muy importante desde el punto de vista político del relativismo de los sofistas. La premisa básica de éste es que no existe la verdad absoluta, el bien o la justicia absoluta. Nadie está en posesión del bien, la verdad y la justicia. Todo esto es cuestión de palabras y son relativos a las circunstancias. La democracia parte de la tesis de que no existe la verdad absoluta. Es el dialogo, cuando el logos, la razón es lo común, lo que está a la base de la democracia. Los sofistas aciertan en su relativismo. Por eso la democracia florece con ellos. Pero pronto se pervierte en la medida en que el arte de la retórica que inventan se transforma en demagogia. Si radicalizamos el relativismo lo que sucede es que la verdad reside en el poder más fuerte. Desaparece el concepto de ciudadano, porque éste es instrumentalizado por el poder para ponerlo a su servicio. De ahí que la discusión de Sócrates sea la de intentar refutar a los sofistas porque los considera un cáncer de la democracia que defienden el todo vale. Por su parte él no habla de verdades absolutas, pretende la objetividad y utiliza, en lugar de la retórica, el diálogo. Éste último exige que cada cual sea ciudadano, libre, que se ejercite en el conocimiento de sí mismo. Y éste es el núcleo de la tensión entre Sócrates y los sofistas. Platón resolverá este conflicto, eterno en la democracia, negando la misma y estableciendo el gobierno de los sabios. Pero, claro, ¿quiénes son los sabios? Hoy en día, además de afirmar -como ya lo hemos hecho en este diario- que vivimos en una partitocracia oligárquica, también podemos decir que vivimos en un gobierno de los sabios en la medida en la que la tecnocracia lo inunda todo.
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