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Filosofía desde la trinchera

Agustín de Hipona

 

 

AGUSTÍN DE HIPONA. ALMA Y DIOS.

 

 

Vida.

 

Nace en el 354 en Tagasta (África romana.) Influencia cristiana de su madre. Vida impetuosa y desordenada. Se acusa en su obra “Confesiones”. No obstante se dedicaba al estudio de los clásicos latinos. A los 19 años la lectura de Cicerón le conduce a la filosofía. Pasa entonces del estudio de los problemas formales y gramaticales de los clásicos al estudio del pensamiento y de la filosofía. A los 19 años comienza a dar clases de retórica en Cartago, allí permanece hasta los 29 años. Vive entre amoríos y amigos de los que se arrepentirá (las confesiones). A los 27 años escribe su primera obra: “Sobre lo bello y lo conveniente.”. A los 29 años se dirige a Roma, en busca de éxito y dinero probablemente; pero fue allí precisamente donde cae en una crisis espiritual de la que saldrá convencido de la verdad del cristianismo. Influyen las lecturas del neoplatónico y místico Plotino.. Posteriormente abandona las enseñanzas y se retira a una villa cerca de Milán. La vida de Agustín de Hipona comienza a caracterizarse por una intensa búsqueda de la verdad y una huida del error. En el 394 lo consagran Obispo de Hipona. Se dedica a la defensa de la fe contra el ataque de otras religiones (maniqueismo). Muere en el 430.

 

Problemática general del pensamiento agustiniano.

 

Lo que se propone Agustín, según él mismo dice, es conocer a Dios y al alma. No hay que realizar una investigación paralela. Dios está en el alma y se revela en ella. Buscar a Dios es buscar el alma es confesar o rendirse ante la verdad de Dios. “Las confesiones”. Nunca le interesó otra cosa que no fuera la verdad; se da cuenta de que la verdad es Dios y que éste se encuentra en su alma.

 

“No salgas de ti mismo, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad; y si encuentras que tu naturaleza es mudable levántate por encima de ti mismo.” De vera Rei.

 

En esta búsqueda de la verdad que lo transciende todo nos encontramos con una certeza fundamental que nos elimina toda posibilidad de duda. Agustín no puede quedarse en la duda que mantenían los escépticos. No podemos dudar de todo. Quien duda de la verdad está cierto de que duda; esto es, de que vive y piensa, tiene en la misma duda una certeza que le sustrae de la misma duda y le lleva a la verdad. La verdad será para el hombre, a la vez, interior y transcendente. La verdad se le muestra al hombre como trascendente; pero la búsqueda debe realizarse en el interior de la conciencia. La verdad, por otro lado, no será el alma, sino la luz que guía el alma (reconocimiento de Dios, humildad y confesión)

 

El problema de Dios.

 



La filosofía agustiniana parte del hecho o la aceptación de que Dios es la verdad. La búsqueda de la verdad es la búsqueda de Dios. Pero, Dios es verdad por sí mismo, la verdad con mayúsculas. La verdad se le revela al hombre, se hace accesible a la investigación. La revelación de Dios se hace por el Verbo (logos), por el Hijo. Esta será la segunda persona de la trinidad. La tercera será cognoscible puesto que resulta del amor entre el Padre y el Hijo. Dios es Amor.. A Dios se le conoce, pues, a partir del amor. Pero no se puede amar al Amor; pues sería algo abstracto. Sólo podrá amarse al Amor a partir del amor a los hombres (pérdida del egoísmo. Mandamiento nuevo. Caridad cristiana.) Concepto de fraternidad. Este será el centro de la investigación agustiniana. Es el tema de la relación entre Dios y el alma; entre la búsqueda del hombre (investigación humana) y su fin o término que es la trascendencia de Dios. Este tema es su vida misma.

 

Hay que tener en cuenta que esta tarea aparece en Agustín como religiosa y no filosófica. Se acepta la presencia de Dios, no se discute su accesibilidad. La presencia de Dios en el hombre y la búsqueda de este último son posibles en la medida que Dios lo quiere. Esto es la Gracia.

 

El hombre.

 

Por otro lado, en la propia estructura del hombre también está la posibilidad de la búsqueda de Dios. No somos animales y, por tanto, no amamos sólo lo carnal; sino que estamos creados a imagen y semejanza de Dios. Por ello podemos volver a Él. Agustín distingue tres facultades del alma que constituyen la vida misma: memoria, inteligencia y voluntad. Así dice:

 

“Yo soy, yo conozco, yo quiero. Soy en cuanto se y quiero, se que soy y quiero, quiero ser y saber...”

 

Tal y como nos lo explica Agustín de Hipona estas tres facultades se expresan en la unidad de la vida y hacen posible el acceso o la búsqueda de Dios. Es posible la búsqueda porque el hombre está hecho a imagen de Dios. Pero la relación entre hombre y Dios no es necesaria. El hombre no necesariamente tiene que estar en relación con el Ser (la verdad, Dios), sino que puede estar separado. Aquí Agustín establece la distinción entre hombre nuevo y hombre viejo. El hombre viejo es el estado en el que se encuentra el hombre originariamente (pecado original). Consiste en vivir según la carne. El hombre nuevo es el que renace con la vida del espíritu. Es el que busca al Dios mostrado por los evangelios. Este mensaje de los evangelios es el que establecerá la ciudad de Dios en la tierra que sustituirá a la ciudad física de los hombres. Esto último sería la teoría de la historia de San Agustín.

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