Efectivamente, Lucas, coincido contigo en tu análisis. Me parece un poco exagerada la identificación de los alumnos como “garrapatas capitalistas”. Además, esto realmente, no es un argumento. Maria Jesús, creo que te pierde un poco tu ortodoxia marxista. El capitalismo está muy transformado, por mucha razón que tuviese Marx. Ya digo que, después de haberlo criticado duramente, sigo quedándome con su fuerza ética, que nunca rechacé, y con buena parte de su “ciencia” económica, con muchos matices. Pero el problema es la educación. Y Lucas encuentra la clave. No es el sistema capitalista, es el poder. Por supuesto, esto es lucidez. No podemos perdernos en los árboles y no ver el bosque. Todo poder quiere el control. Es más, el poder es control. Socialmente, una de las mejores formas de control es la educación. Hoy en día, desde luego, tiene grandes rivales: los medios de comunicación-desinformación-domesticación de masas. Pero la cosa la vieron ya muy clara los griegos, precisamente en la época de la democracia. Los sofistas defendían que no existía la verdad absoluta. Y esto es un pilar importante de la democracia. Entonces la verdad era la de la palabra, la persuasión por la retórica. El objetivo era sano, lo que sucedía es que esa retórica (convencer de lo más útil o conveniente para la polis) se transforma rápidamente en demagogia (el arte de convencer con un objetivo privado enmascarado, en fin, engañar al demos.) Sócrates ve ese peligro y opta por el diálogo. Considera que sí existe la verdad, pero que no la conocemos y la debemos buscar en común mediante el diálogo. Ésta sería la esencia de la democracia. Pero Platón, el padre de todos los totalitarismos, va más lejos. La verdad absoluta, así como el bien, la belleza y la justicia existen y unos cuantos, los elegidos, la pueden conocer. Estos elegidos son los filósofos-gobernantes y –aquí viene lo importante y la relación del poder con el control por medio de la educación- y los educadores del pueblo. Los gobernantes diseñan desde la “filosofía verdadera” cuál y en qué debe consistir la educación del pueblo. Y ésta es la base del totalitarismo, da igual de qué color sea. Y luego ya, con los contemporáneos, se nos dijo con más claridad. Nietzsche es el primero que denuncia la educación como el vehículo de propaganda del poder. Los profesores jugamos el papel de rueda de transmisión de la ideología del poder (sea éste cual sea.) Y Foucoult, siguiendo a Nietzsche, en lo que se llamó la filosofía de la sospecha, consideró que la educación es un sistema de control y represión, como cualquier forma de poder, que él llamó biopoder. Lo mismo ocurre con la medicina, léase El nacimiento de la clínica de este autor. Lo que sucede es que aquí (ante el médico) nos damos menos cuenta. Aceptamos el principio de paternidad más fácilmente porque, cuando estamos “enfermos” estamos en una clara situación de debilidad; por dos razones: de salud y de ignorancia. La salud que defiende el estado no es porque le interese tu salud particular, eso al estado no le importa, le interesa que tú seas productivo y causes poco gasto al sistema sanitario. En fin, la cuestión es que es al poder al que le interesa perpetuarse. El sistema capitalista desbocado en el que estamos transmite sus valores por la educación y esa es una de las maneras de su forma de control. Ahora bien, el problema aquí reside en otro lugar. ¿Cómo es posible que una democracia se perpetúe en forma de totalitarismo?, o, para ser más claros, ¿es posible una enseñanza en la libertad? La enseñanza que tenemos defiende esos valores de la democracia, pero, es evidente, que no es así.
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Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Esta sentencia clásica me parece de una vital importancia para el fundamento de una ética cosmopolita que debería ser la base de una política internacional. El origen de la sentencia de Terencio, aunque su autoría es discutible, es la filosofía estoica. Los estoicos descubren o inventan, mejor, el concepto de humanidad. Cuando se dice que soy hombre y nada de lo humano me es ajeno lo que queremos decir es que existe una igualdad entre todos los hombres. Y esta igualdad es, precisamente, la humanidad. Si nada me es ajeno es que yo participo de los vicios y las virtudes del hombre, porque soy tal, independientemente de la nacionalidad, la religión, el estatus social… En fin, que todos los vicios que la humanidad pueda tener los puedo tener yo, igual que las virtudes. Esto es un punto importante de encuentro. Por otro lado, si soy capaz de reconocer en mí los vicios y virtudes de la humanidad, entonces puedo verme en el otro. Es el otro el fundamento de la ética, tanto por sus virtudes como por sus vicios, que son los mismos que los míos. El comportamiento ético se basa, precisamente, en saber que el otro es otro yo, un alter ego. Y, por tanto, un sujeto. Lo que consiguen los estoicos y después extenderán los cristianos es fundar el concepto de humanidad en el sentido de fraternidad y éste sería el fundamento de una ética universal que después recogerían los derechos humanos. El cristianismo traía el mensaje de hacer el bien al prójimo (la parábola del samaritano.) como, según el cristianismo todos somos hijos de dios y semejantes a él, todos somos iguales. Por tanto, el mensaje del evangelio debe transmitirse a toda la humanidad, es universal, eso es lo que significa católico. Y por eso el cristianismo, al extenderse por Roma, se hace y se funde con el estoicismo. Y el desarrollo de todo esto, después de la institucionalización de la iglesia y la oscuridad de la edad media, el fanatismo y la intolerancia, es la ilustración, con su proclamación de los derechos del hombre y el ciudadano. No olvidar el papel de fray Bartolomé de las Casas con su “Derecho de gentes” en la defensa del indio como persona. Éste fraile representó la transmisión jurídica del fundamento ético de los derechos humanos en cuya realización y consecución aún andamos.
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Si no actúas como piensas vas a terminar pensando como actúas. Esta sentencia de Pascal es tremenda. Nada más y nada menos que trata de la coherencia y consistencia de la acción humana. Y, de paso, también de la libertad. Hay que perseguir como ideal ético de la acción la primera parte de la sentencia. Aunque, previamente, hay que conseguir pensar por uno mismo y saber que nuestro pensamiento está siempre sujeto a revisión. La segunda parte tiene que ver con la libertad. A mi me gusta decir que cuando sólo tenemos opiniones somos esclavos de ellas. Cuando exigimos, como el pensamiento políticamente correcto nos dice, el respeto de las opiniones, entonces caemos en la tiranía de las mismas. En definitiva, nuestras opiniones obedecen a las pasiones. Son prejuicios e ideologías, e, incluso, justificaciones racionales de nuestro hacer. Por eso es necesario el autoanálisis. Saber de dónde vienen nuestras opiniones, dudar de ellas, trascenderlas, que decía Ortega y transformarlas en paradoxa, conocimiento racional bien fundado. Por eso esto tiene que ver con la libertad. La pasión del conocer es la pasión de la libertad. Hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de nuestras opiniones y creencias no nos pertenecen, vienen de fuera y tienen el objetivo de hacernos siervos.
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