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Filosofía desde la trinchera

De nuevo la iglesia se despacha con una de sus insensateces. Esta institución ha perdido el norte. Su crítica al laicismo y la modernidad, si bien acertada en lo que se refiere al relativismo y la ausencia de espiritualidad y valores éticos de la posmodernidad, no es más que una apuesta por el oscurantismo. La iglesia no pretende mayor pluralidad, ni tolerancia, ni compasión, ni justicia social. Quiere, poder. Y eso se lo dan los números. La cantidad de “afiliados” a la secta, toda religión es una secta, sólo que cuando son mayoritarias sus sistemas de control son más laxos. La iglesia arremete contra el laicismo y le acusa de todos los males. Y pretende sustituir este logro de la humanidad, base de la democracia, la pluralidad y la tolerancia, por el fanatismo de la verdad única, de la exclusión, del conflicto de civilizaciones.

 

            Como digo, ahora se despachan con adelantar la edad de la comunión en torno a los siete años. Se nota que más allá empiezan a perder clientes. Y encima le echan la culpa a la sociedad moderna en la que vivimos, que desde luego no es ningún jardín de rosas, y la educación de los padres. Vamos, que la ausencia de fe es culpa de la educación familiar y de los valores modernos.  Algo de verdad hay en esto. Las sociedades posmodernas en las que vivimos lo que alimentan es el hedonismo egoísta. El hombre ha perdido los valores fundamentales y se ciñe a su propio bienestar ensalzando el bien del cuerpo e identificando éste con la felicidad. Cierto, pero estos no son los valores de la modernidad, ni de la ilustración. Los valores modernos son la libertad, la igualdad y la fraternidad, que sólo se pueden desarrollar en sociedades democráticas y plurales basadas en la tolerancia y en la ilustración, la mayoría de edad, de los ciudadanos. Este proyecto de la ilustración es un proyecto vigente. Confundir esto con la posmodernidad, que es la negación de la ilustración y de cualquier gran relato de la humanidad, es intentar introducir la intolerancia, el oscurantismo, la superstición y olvidarse de la ética cristiana, para ceñirse al poder y las formas. Típica hipocresía de la iglesia a la que, por lo demás, ya estamos acostumbrados. Se dice, siguiendo a Pio XI que a los siete años el niño ya tiene uso de razón. Mentira cochina. Lo que se persiguen son clientes para ostentar más poder. Ni a los siete, ni, muchos, a los ochenta, tienen uso de razón. A los siete, como a los cuarenta, son perfectamente engañados. La religión, como las ideologías y la política, son sistemas de control de las consciencias. Es necesario el conocimiento y la ilustración para aceptar una religión. Ni a los siete, ni a los diez, esto se tiene. La iglesia debe realizar su labor de catequesis, pero eliminando el fanatismo de la verdad única para poder convivir en una sociedad plural. Por su parte, el sistema educativo debe formar la enseñanza de la religión, en sus dimensiones socio-históricas y filosóficas, sobre todo la cristiana por formar parte de nuestra raíz cultural, aunque no la única. La participación en la religión debe ser un acto de libertad. Y, por mi parte, pienso, siempre hay que anteponer en la práctica religiosa, la ética a la dogmática teológica.

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