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Filosofía desde la trinchera

Cada vez me certifico más en el diagnóstico de que vivimos en una sociedad que ha dado lugar al nihilismo y que éste genera el fascismo. Considero, como he señalado en múltiples ocasiones, que nuestra sociedad está encaminada hacia el fascismo, el económico es ya un hecho, gobiernan los gestores de las grandes multinacionales. Es curioso que los políticos de primera línea mundial tengan intereses muy concretos y lucrativos en estas empresas, ello dice bastante del sentido del orden mundial. Pero este fascismo económico nos llevará de la mano hacia el fascismo político. El gran engaño de occidente ha sido perpetrado. La sociedad orwelliana es una realidad. Hay una inmensa ideología que, promulgando una libertad aparente, lo que fomenta es la obediencia y la sumisión, pero desde la más absoluta ignorancia e inconsciencia. El desarrollo de las fuerzas productivas, la base material de la historia, ha generado un tipo de “individuo” instalado en el mayor de los nihilismos. Primero se ha fomentado el relativismo, la apariencia de la libertad de expresión, de ideas y de consciencia, cuando realmente sólo existe una única consciencia que lo abarca todo: el pensamiento hegemónico, las discrepancias son epidérmicas. Y el relativismo anula el pensamiento porque defiende el todo vale. El ciudadano, individualizado, escindido de lo público y su sentido, se retrotrae a sus opiniones y sólo busca su placer inmediato. Su bienestar, que no es más que el suyo y el de sus miembros más cercanos. La cosa pública no le interesa. La propia actividad política ha hecho méritos, interesadamente, para que no le interese. A los políticos les ha interesado convertirse en una clase que lucha por obtener una mayor cota de poder. Para ello necesita de un ciudadano, en primer lugar, sumiso, que no ejerza la crítica, por un lado, que cuando vote realice el llamado voto útil, es decir, un engaño y un intento de terminar con la pluralidad de ideas. Pero también necesita del ciudadano nihilista y desencantado que vive desde una ética pragmática y egoísta. Este ciudadano, que no participa en la cosa pública ni siquiera para votar, que piensa que la política es corrupción, que da lo mismo a quien votes, está participando, inconscientemente, de la treta del poder para anular el pensamiento y producir un mayor número de esclavos. Quizás el fondo, como venimos diciendo, sea la condición humana. Aquello que la Boête definía en el título de su más conocida obra “La servidumbre humana voluntaria”, renunciamos, por naturaleza a nuestra voluntad y libertad a cambio del bienestar y la seguridad, sin ser capaz de ver más allá de nuestra propia cercanía. Se nos obnubila con el pan y el circo del bienestar y la seguridad. Pero la inmensa mayoría lo aceptamos. Esto, sospecho, procede del hecho de que somos animales gregarios que nos organizamos a partir de principios jerárquicos.

 

            Pero aquí subyace, además de un problema político, uno moral importante. La organización político-económico-social en la que vivimos genera la actitud nihilista que hemos descrito y que deja las manos libres al poder. El ciudadano occidental sólo es capaz de verse a sí mismo y su propio bienestar. Es un caso clásico de alienación, falsa consciencia, o consciencia engañosa. El mundo es un caos organizado por la razón instrumental. Tiene su racionalidad, pero es inhumana. Todos somos partícipes, desde nuestra inacción -no hace falta ser un héroe, sólo votar y cambiar los partidos- y nuestro nihilismo, de la tremenda miseria de la humanidad, como de los problemas globales de justicia social que asolan el planeta, por no hablar de los problemas ecosociales (porque ya no se puede entender el problema ecológico o medioambiental desvinculado de los social: económico, político, moral…) Así, el nihilismo del ciudadano occidental satisfecho y egoísta, sin una ética universal, favorece el fascismo económico y político en el que nos estamos instalando. La pérdida de los valores universales, conquistados por las religiones y la filosofía, a manos del relativismo y el triunfo de la tecnobarbarie, no sólo ha desencantado el mundo, como sostenía Weber, sino que ha dado lugar a un individuo sin valores, salvo los particulares. Por eso estoy hablando de individuos, no de ciudadanos. Somos ciudadanos formalmente, pero el poder, y nuestra inconsciencia, nos ha convertido en individuos. Objetos e instrumentos manipulables desde el poder (que tiene nombres y apellidos, no es algo totalmente abstracto) para mantener la maquinaria del sistema. La base material de la sociedad ha creado un tipo de persona con una tremenda incapacidad para ver más allá de sí mismo porque ha perdido la experiencia y el aprendizaje de los valores morales universales, como la justicia, la igualdad, la libertad, la fraternidad. Y su consciencia ha sido llenada con la ideología neoliberal. Un ciudadano que ha claudicado de su deber con la cosa pública, en fin, lo que los griegos llamaban, un idiota: aquel que sólo vive para sí mismo desinteresándose de la cuestión pública. Por su parte, el poder político, participando de la razón instrumental, esa perversión de la razón ilustrada, quiere presentarse a la ciudadanía como gestión. La política renuncia a las ideologías y, peor aún, a las ideas, y se transforma en mera gestión de la cosa pública. Al presentar la política como gestión la estamos intentando neutralizar y separar de las ideologías. La estamos considerando como una ciencia supuestamente neutral de la que deben encargarse una serie de expertos, los que se dedican a la política profesional. Sin embargo, lo que subyace a esta postura de la clase política, es precisamente una inmensa ideología, el “pensamiento” neoliberal. Y es esta ideología, con sus valores, los que se transmiten a la ciudadanía produciendo el nihilismo y dejando las manos libres al poder.

 

            De todo esto, a mi modo de ver, hay que sacar una conclusión importante. La política es demasiado importante como para que esté en manos de los políticos, los partidos y el poder económico. La política es la que genera y produce nuestro espacio vital a partir de las leyes que genera. Las diversas formas sociales emergen de estas legislaciones. Es necesario la intervención política, como mínimo votar. Afiliarse masivamente a partidos y sindicatos para intentar cambiarlos desde dentro. O cambiamos la forma política refundando y profundizando en la democracia o vamos abocados a un tremendo fascismo en el siglo XXI, que se retroalimentará con las crisis económicas, los problemas ambientales, la ausencia de recursos alimenticios, de agua y energéticos. En fin, todo un caldo de cultivo para la aparición del fascismo y de ideologías que alimenten la guerra, como es aquella del choque de civilizaciones de la que sólo hemos empezado a contemplar sus consecuencias…

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