“Me parece cada vez más que el filósofo, que necesariamente es un hombre del mañana y del pasado-mañana, se ha encontrado y debía encontrarse siempre en contradicción con el presente: su enemigo ha sido siempre el ideal de moda. Hasta aquí todos estos extraordinarios pioneros de la humanidad a los que llamamos filósofos y que rara vez han tenido el sentimiento de ser enemigos de la sabiduría, que se han considerado más bien locos desagradables y enigmas peligrosos, se han asignado una tarea dura, involuntaria, ineluctable, pero grandiosa: ser la mala conciencia de su época.” Nietzsche. Más allá del bien y del mal.
Con esta magnífica cita del malinterpretado Nietzsche terminamos estas reflexiones del francotirador. Al leer este pensamiento de Nietzsche, citado por otro filósofo radical, no hay otra forma de ser filósofo o pensador, M. Onfray, me he dado cuenta de que la dimensión fundamental de estos escritos es la de ser la mala conciencia de la sociedad. Pensar es siempre, pensar contra… Toda sociedad es un conjunto de engaños, creencias, mitos e ideologías que deben ser desenmascarados. Y éste es el papel que juega el pensamiento. Por eso el pensador es siempre del mañana. Su tarea es siempre la de la denuncia. Se filosofa con el martillo, que decía también Nietzsche. Por eso el filósofo (intelectual, pensador, no hablo del filósofo profesional ni académico, éste es un remedo o caricatura, que diría Unamuno) está condenado a la soledad y la incomprensión. Pero el pensamiento es absolutamente necesario como contrapunto de las conciencias dormidas. De los escombros derivados de su acción surge la sociedad del mañana. El pensamiento debe estar siempre vigilante, aunque emprenda su vuelo al caer el ocaso, la lechuza de Minerva hegeliana, que representa al filósofo.
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