La imagen determinista y mecanicista del mundo hizo posible el surgimiento de la ciencia y su gran apoteosis. Sin esa simplificación la ciencia hubiese sido imposible. Pero, como sabemos, el mundo es más complejo. Lo material no se puede reducir a la razón mecánica que se explica por la causalidad eficiente. Ni siquiera la misma física clásica es del todo determinista. En el fondo está el tema de la libertad, pero no lo voy a abordar aquí. La misma física clásica bajo sus ecuaciones lineales llega al problema de la probabilidad con la teoría de los gases. Y aquí está ya planteado el problema. Esa probabilidad es objetiva o subjetiva. Si es lo último sería incertidumbre. Es decir, falta de conocimiento. Esa fue la opción de muchos. Sin embargo algunos pensaron que la probabilidad era objetiva. En dos sentidos, en tanto que la podemos tratar matemáticamente, ley de los grandes números. Y, en segundo lugar, es un aspecto de la naturaleza. Es decir, en la naturaleza ocurren cosas estocásticamente. Esto es importante porque abre el camino a la ciencia del siglo XX. La física cuántica plantea el problema en su forma más profunda a partir de los principios de indeterminación de Heisenberg y el experimento de la doble rendija. Todo ello nos hace pensar que la realidad material es distinta a la imagen que nos ofrece el mecanicismo clásico. Ya no podemos hablar de corpúsculos, sino de amplitud de probabilidad que se representan en el espacio de Hilbert. El experimento de la doble rendija exige otro concepto de materia que se adapta al de amplitud de probabilidades. Ahora bien, esto no elimina la posibilidad de predicción. La física cuántica está a la base de gran parte de nuestra tecnología, es decir, los fenómenos cuánticos son perfectamente predecibles. Es más, la teoría cuántica ha sido, epistémicamente, de las más exitosas. Otra cosa es que haya, como lo llamaba Popper, un gran embrollo cuántico, en el que hay planteado problemas filosófico-científico de trascendencia. Pero, en su dimensión pragmática, la mecánica cuántica es una de las teorías más exitosas de toda la ciencia.
Lo bueno es que, sin renunciar a la objetividad, al realismo crítico y a la racionalidad crítica, todo esto nos exige una nueva concepción de la materia en la que el azar es importantísimo y de ahí se deriva la emergencia. De estados básicos surgen estados más complejos. Por otro lado, ese nuevo concepto de materia se ha alimentado también de otros desarrollos científicos procedentes del ámbito de la matemática y el estudio de fenómenos complejos como el clima. Estas teorías son fundamentalmente tres, la teoría de los fractales, la teoría de la complejidad y la teoría del caos. A ello hay que sumarle la teoría general de sistemas, procedente de la biología. Este conjunto de teoría no violan, ni la objetividad, ni el realismo, ni la posibilidad de predicción. Pero sí nos ofrecen una nueva forma de ver la materia que es más profunda y menos simple. Y de esta nueva visión de la materia surge la idea del materialismo emergentista. Todo es materia, pero en la propia estructura de la materia (no entender aquí corpuscular, porque esto es una traición de nuestra imaginación) está la capacidad de organización que genera, por sí misma, estructuras sistémicas superiores. Es la idea de estructuras disipativas del Nobel y bioquímico Prigogine. Estas estructuras sistémicas superiores son cada vez más complejas y se producen relaciones causales de retroalimentación. Entender desde la complejidad, el emergentismo, las relaciones sistémicas,… las relaciones entre hombre y naturaleza, sería la base de un nuevo paradigma, que sustituye al mecanicista, que beneficiaría al propio hombre. Pero, un aviso, detrás de todo esto hay ciencia, no magia ni misticismo. Lo que sucede es que la ciencia cada vez se parece más a una visión mística del mundo. No debemos salir del panteísmo de Spinoza. Dios o naturaleza, naturaleza o dios.
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