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Filosofía desde la trinchera

La relación entre el relativismo y la democracia nos es isomórfica. Además habría que matizar lo que se entiende por democracia y lo que se entiende por relativismo. Incluso, podrían ser excluyentes. El relativismo moral y epistemológico entendido estos como la ausencia de criterio moral objetivo y de una verdad objetiva excluye la democracia y nos adentran en la demagogia y la tiranía. Si nos acercamos a los orígenes de la democracia en Grecia, veremos que ésta surge de la mano de la filosofía, es decir, del logos. Esto quiere decir algo importante. El pensamiento racional griego que hemos heredado la tradición occidental nace con la intención de explicar el mundo por medio de la razón. Es decir, que considera que el mundo es un cosmos un orden que se rige por la ley, el logos. La tarea de la ciencia es la de descubrir estas leyes. Lo que se desprende de est es que la physis, la naturaleza obedece a leyes intrínsecas, necesarias. Por ello, la naturaleza no es arbitraria ni obedece a la voluntad de los dioses. De esa manera nos vemos libres del mito y la superstición. Cuando surge la democracia en Atenas, ocurre algo parecido. De lo que se trata es que el poder emerge del ciudadano, el hobre libre. El hombre es e que se da a sí mismo la ley, no los dioses, ni el dinero, ni la fuerza. Así, el poder deja de ser arbitrario y alcanza su legitimidad en el pueblo. Bien es cierto que las leyes de la polis son “nomos”, normas producto del acuerdo, la convención; pero, en última instancia, objetivas. Lo del relativismo legó con los sofistas que sobre esta base montaron la retórica y su teoría del relativismo moral y epistemológico, en el que la verdad y el bien se convierten en algo subjetivo. De esta manera, el bien, la verdad y la justicia dependen del discurso. En última instancia, el poder reside en la palabra y ello es lo mismo que decir que en el más fuerte. Por eso la democracia ateniense degenera en demagogia. Y de ahí las denuncias y críticas de Sócrates y Platón. A democracia es el poder del pueblo, que es lo mismo que el poder de los ignorantes. Algo similar ocurre hoy en día. El pensamiento posmoderno defiende el relativismo y la irracionalidad. Y este discurso ha calado hondo en la sociedad. Porque se ha confundido el hecho de que las normas, los derechos, las leyes, son conquistas del hombre, con un fundamento histórico-pragmático, nunca absoluto, pero sí objetivo, con la subjetividad de que todo vale o la equivalencia de opiniones y culturas. Esto es un tremendo error porque supone el fin de la democracia en manos de la demagogia y el poder del más fuerte. Si toda opinión es respetable y todas son equivalentes, todo es subjetivo. Ahora bien, alguna triunfará. Y la que triunfa es siempre la del más fuerte, ya sea militar o económicamente hablando. La democracia no puede admitir de ninguna de las maneras el relativismo. Éste, por el contrario, es su fin, su sepultura y la coartada del poderoso. Otra cosa es que la democracia parta del supuesto, necesario, de que nadie tiene la razón. Por eso la base de la democracia no es el relativismo, sino el diálogo, palabra que en griego nos viene a decir que la razón, el Logos, está entre ambos. O, dicho de otra manera, que la razón, el lenguaje es el vehículo que nos lleva y nos une para alcanzar la verdad. Verdad que nunca será definitiva, ni absoluta, pero sí objetiva. El relativismo se convierte en dogmatismo, lo mismo que el absolutismo. Y frente a ello se enfrenta la ironía socrática, el sólo se que no sé nada. O la más actual, de Nicolás de Cusa, Docta Ignorancia. Por eso no se puede defender que la democracia participa del relativismo, ni de un sano relativismo. La democracia defiende la objetividad de las normas y el derecho, así como la universalidad de los valores humanos. Sin universalidad, que es lo contrario de relativismo, no hay posibilidad de democracia. Si no existe un marco general de referencia, no es posible el diálogo. Otra cosa es que a los poderes hegemónicos actuales le interese identificar democracia y relativismo, aunque se diga sano relativismo, porque ésta es la manera de contentar a todo el mundo. De hacer todas las opiniones equivalentes. Dicho de otra forma, es la manera sutil de dominar, de convertir al ciudadano en vasallo. Porque en última instancia el relativismo es la imposibilidad del dialogo, la eliminación del conocimiento y la sabiduría, el triunfo de la mediocracia y la barbarie. La crítica no es nueva, es lo que sucedió con la decadencia de Atenas y lo que Sócrates denunció en su polémica con los sofistas que, salvando las distancias, serían los posmodernos de ahora. *** "No hace falta un gobierno perfecto; se necesita uno que sea práctico." "La democracia ha surgido de la idea de que si los hombres son iguales en cualquier respecto, lo son en todos." "Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella." Aristóteles. Estas sentencias aristotélicas nos pueden hacer pensar sobre la democracia y la política. Para empezar es importante la imposibilidad de alcanzar la verdad total. Quien se cree poseer la verdad absoluta cae en el dogmatismo y éste genera totalitarismos políticos. La creencia en la verdad absoluta es el inicio de la perversión del poder. Hay que tener cuidado porque esto ocurre también en la democracia. Los mecanismos democráticos hacen caer en estos absolutismos, y aquí, ni siquiera porque se crea poseer la verdad, el cinismo político va más allá, sino por conveniencia de partido y de poder. Ahora bien, la verdad, desde la razón crítica es conquistable, es algo objetivo, no subjetivo. No podemos renunciar a la consecución del bien, la verdad y la justicia, aunque son inalcanzables, pero objetivos. Nuestras verdades y valores se van haciendo más universales a medida que nos alejamos del error. Por eso no hay gobierno perfecto. El gobierno perfecto es el que se cree en posesión de la verdad, es siempre una forma de totalitarismo. Ya hemos asistido a esto en el siglo XX, y lo estamos haciendo ahora con el neoliberalismo. Hay que aplicarse el cuento y recordar la sociedad abierta de Popper en la que algunos neoliberales se inspiran, pero porque no la han leído. Por eso la democracia es el mejor de los gobiernos, porque es el único perfectible. Y una de sus ventajas es la proclamación de la libertad. Pero esta libertad tienen su base en la igualdad. La igualdad es convencional, no ontológica o por naturaleza. La democracia es una forma de gobierno que trata a todos los ciudadanos como iguales a pesar de sus diferencias de partida. Es decir, igualdad de derechos, deberes y oportunidades. Pero, ¡cuidado! No caer ahora aquí en el igualitarismo ramplón que se nos vende en nuestras democracias caducas. Éstas confunden igualdad en la libertad, con mediocracia. Todos somos igualmente libres, pero no iguales. Ahora bien, la democracia debe impedir la lucha de todos contra todos, de ahí que la democracia sea un estado de derecho en el que el imperio reside en la ley. Pero, y esto no debe olvidarse, la democracia debe favorecer la excelencia, por medio de la participación, la ejemplaridad de la clase política y la educación. ¿A que las democracias actuales no tienen nada que ver con esto? Todavía nos enseñan los clásicos desde su tumba. Con lo modernos que nos creemos. *** Es un artículo excelente en el que se une la reflexión con los datos empíricos y con la demostración. Quisiera, porque estoy de acuerdo en lo esencial con todo el artículo, hacer unas apreciaciones sobre la cuestión ético-filosófica. El problema del derecho de los animales es una cuestión compleja porque la ética que tenemos hunde sus raíces en el pensamiento clásico según el cual sólo es un sujeto ético el que es un sujeto de deberes, es más, el ser moral es el ser libre que tiene capacidad de discernir, porque eso es un don divino. Así se explica el pecado original y nuestro sufrimiento, así como la moralidad en el hombre desde nuestra tradición religiosa. La tradición filosófica hace a la moral autónoma, pero el sujeto moral es el que tiene responsabilidad y libertad. Éste, digamos, es el paradigma clásico que necesita ser trascendido. Para empezar hay que saber que los derechos y valores no son absolutos, sino objetivos, pero conquistados por el hombre. Es decir, que no existen derechos naturales, ni son dones divinos. Son conquistas humanas. La ilustración, teniendo su base en la universalidad del hombre de los estoicos y en la fraternidad de la ética cristiana, universaliza los valores éticos y los derechos. Es decir, se comienza a vislumbrar que todos los hombres son iguales, que tienen sentimientos, sensibilidad y raciocinio, sean negros, blancos o amarillos. Es decir, que se empieza a contemplar todo esto como una realidad que se le otorga al hombre. Luego viene la caída del antiguo régimen que dió paso a la democracia o repúblicas que son las que pueden garantizar estos derechos universales conquistados. Y, desde entonces, estamos en ello. Y, como no son naturales, y el hombre es un ser tribal, antidemocrático, pues son muy difíciles de materializar. Después de dos siglos estamos en el comienzo. Con los derechos de los grandes simios ocurre lo mismo, después de la pruebas que tenemos de su capacidad de raciocinio, su empatía, su sensibilidad, su protocultura, pues es necesario señalar que sí son sujetos de derechos. Aunque no tengan responsabilidad de sus actos, relativamente, porque una mala acción en su grupo, no con el hombre u otros animales, es castigado. Pero lo mismo ocurre con las tribus humanas desde el principio. Se castiga el asesinato de uno del clan, pero se premia el exterminio de otro clan. Somos homínidos. Y en nuestro comportamiento sólo hay una diferencia de grado. Además nosotros, como se dice en el artículo, hemos profundizado tanto en la universalización de los derechos que protegemos a aquellos que no pueden ser responsables de sus actos, simplemente por ser hombres; en este caso, por ser sujetos de sensibilidad. Es la empatía la que nos permite llegar a esto, más la cultura adquirida durante siglos. Por eso es necesario trascender el viejo paradigma ético de la responsabilidad y el deber, a la sensibilidad y la empatía. Y, por otro lado, considerar que la universalidad de los derechos reside en una conquista histórica objetiva. Por eso decía Riechmann, en su primer volumen de la ética de la autocontención “Planeta vulnerable” que es necesario una segunda ilustración en la que los derechos se universalicen a la ecosfera. Y con esto paso a mi última reflexión. Una de las características de la acción ética es la responsabilidad. Pero el viejo paradigma nos dice que sólo somos responsables de los actos que tienen una repercusión en otro yo presente. Además el derecho se funda sobre este principio moral, no hay penas sobre los males que se pueden ocasionar en el futuro. Pues ésta es la línea de argumentación que Hans Jonas abre con su principio de responsabilidad. La ética tiene que abrir la responsabilidad hacia el futuro y así entraríamos de lleno en la ética ecológica. Somos responsables de nuestro entorno natural y de las generaciones futuras porque nuestras acciones repercuten sobre ellos a la larga, en el futuro. La legislación mundial y cosmopolita debe basarse sobre este nuevo principio universalista y ecocéntrico.

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