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Filosofía desde la trinchera

La identidad cristiana de Europa.

 

Vuelve el debate sobre la identidad cristiana de Europa. Creo que es una polémica política que ignora la historia de las ideas. Y creo que es una polémica ideológica cargada de xenofobia, racismo y exclusión. Y, por supuesto, pienso que es una polémica que hunde sus raíces en los mitos del nacionalismo y de la identidad. No existen identidades nacionales ni culturales. Toda cultura, civilización es un proceso histórico que se encentra en devenir, en continuo cambio. Las culturas, y más las civilizaciones, se construyen a través del sincretismo de ideas, religiones, creencias, mitos…Por tanto, eso de la identidad lo que genera es un modo de sociedad cerrada e inmovilista, que desprecia al otro, al distinto, al forastero. La identidad es un discurso totalitario y separatista, es un mito y una ilusión que mantiene a la ciudadanía en estado de alienación. Como toda creencia acrítica es una deformación de la realidad. Pero una deformación excluyente que pretende ser la verdad. Por eso los discursos de la identidad y los nacionalistas, que participan de ellos, son totalitarismos dogmáticos y fanáticos.

 

            Si bien Europa no tiene una identidad cristiana, eso no quiere decir que no existan unos orígenes cristianos de Europa. Pero claro, lo que esto significa es que el cristianismo ha contribuido a la formación de Europa, pero no es su identidad. La civilización europea hunde sus raíces en la Grecia clásica, con el origen del pensamiento racional y la democracia, después en Roma con su teoría del derecho y la noción de ciudadano. El cristianismo participa en la fundación de Europa en la medida en la que se convierte en una religión sincrética que auna la filosofía griega, la política y el derecho romano y las religiones del misterio. El propio cristianismo se entiende porque se hace europeo, es decir, griego y romano. El cristianismo no hubiese pasado de ser una secta judía sin los principios filosóficos que hereda de los griegos, como es el de providencia y razón universal y el de hombre universal: el cosmopolitismo de los estoicos. Hay que hacer notar aquí, que, precisamente, si hay una filosofía que caracteriza al imperio romano es la estoica. No hay cristianismo sin estoicismo. Como tampoco lo hay sin el platonismo y Aristótoles. Bien es verdad, también, que con la desaparición de Roma, en la que algo tiene que ver el cristianismo, pues éste perseguía el reino de los cielos en la tierra, la universalidad de la iglesia, la ciudad de dios de Agustín de Hipona, pues lo que queda es la cristiandad. En la cristiandad reside la unidad de Europa en la Edad Media. Pero ésta no es ninguna época envidiable. Lo que se forja es un pensamiento único, intolerante y dogmático. Pensamiento que excluye la ciencia, la filosofía y el resto de las religiones, tanto las paganas, como las del libro. Europa no se recuperaría de esta oscuridad hasta el Renacimiento y la Ilustración.

 

            Pero es justo señalar también, que existen unas raíces islámicas de Europa. Mientras que ésta estaba sumida en la oscuridad del medievo, se produce un esplendor en la cultura de Al-Andalus, una Ilustración en el siglo XI, de la cual Europa es heredera y, más aún, sin la cual no hubiese sido posible el Renacimiento ni el surgimiento de la ciencia moderna. La cultura musulmana de Al-Andalus trajo la sabiduría griega al continente. Tradujo las obras clásicas de la filosofía y la ciencia griega, cuando en Europa nadie sabía griego. Y la tarea no sólo fue la de meros transmisores, sino la de creadores, tanto científicos, como filosóficos. También conquistaron el ideal de la tolerancia religiosa y lo practicaron, así como la supremacía de la razón sobre la fe, como la teoría de la doble verdad de Averroes, filósofo musulmán cordobés, demuestra.

 

            Pero si Europa tiene alguna identidad es precisamente la de la ilustración. Discurso que, de suyo, niega la identidad. La ilustración hace posible la crítica de la religión, en especial del cristianismo, que estaba aliado al poder y proclama el laicismo, concepto inseparable de la democracia. La ilustración produce el concepto de persona, eso sí, inspirándose en el cristianismo, que será la base tanto de la democracia como de los derechos del hombre y del ciudadano. Será precisamente en este pensamiento, sanamente racionalista, crítico con las diferentes formas de poder, defensor de la dignidad del hombre en tanto que un fin en sí mismo, germen del laicismo y de la democracia, por ello, de la libertad de conciencia y de expresión, lo que nos identifica como europeos. Es este el discurso, no identitario, que nos identifica. Y, desde mi opinión, es el proyecto inacabado que es necesario recuperar en esta nueva época de oscuridad, subjetivismo y relativismo.

 

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Vargas Llosa. El sueño del celta.

 

            De nuevo Vargas Llosa me deleita con una de sus magistrales novelas. Y de nuevo su tratamiento de las ideas y su reflexión sobre las mismas es más complejo, con más aristas y matices, que lo que suele ser en sus ensayos. Discrepo profundamente con el neoliberalismo que el flamante Nobel defiende que, a mi modo de ver, procede de una mala lectura de Popper y Hayek. Creo que su postura es simplista y poco matizada, a la par que llena de prejuicios. Pero en sus novelas, cuando aborda cuestiones políticas, el tratamiento es mucho más complejo. Eso es lo que ocurre en esta novela, como también sucede en La fiesta del chivo, con la que, a mi manera de ver, guarda cierto parecido, si bien esta última es más vital, ligera y con un ritmo más asequible a la lectura. La reflexión en La fiesta del chivo emana de los propios acontecimientos. El tema aquí es el totalitarismo y la arbitrariedad del poder tiránico. Son las diferentes peripecias que se nos narran en esta magistral novela las que nos llevan a la reflexión sobre la arbitrariedad del poder absoluto, la ausencia de moral del poderoso, el miedo y la cobardía del tirano, cuando, curiosamente, ostenta un poder absoluto. En cambio, en El sueño del celta hay un tratamiento más reflexivo, no hay una trama llena de peripecias y acontecimientos. Hay más reflexión, más investigación interior. Es una reflexión política, filosófica y psicológica del protagonista Roger Clissement en la celda que es la antesala de su muerte. Una reflexión sobre el sentido de su vida incardinado al sentido de sus luchas políticas contra la opresión. Una reflexión también sobre la creencia, la muerte, el miedo, el dolor y la enfermedad.

 

            El protagonista de la obra, inspirado en un personaje histórico, es un aventurero irlandés que se convierte en diplomático del reino y eso le hace ir hasta el Congo donde permanece quince años y después a la Amazonia, donde permanecerá dos años más. Tras estas peripecias, que comentaremos seguidamente, se hace defensor de la causa independentista irlandesa. Roger Clissement se dirige al Congo en busca de aventuras, descubrimientos, exotismo. Pero lo que descubre es el poder destructor del colonialismo. Descubre la opresión. Pero la maestría de Vargas Llosa nos muestra a un personaje confundido. Un ciudadano británico, diplomático, embajador del reino, que se siente traicionado. Es aquí donde, al encarnarse el pensamiento, en la complejidad de la vida real, los pensamientos y las ideas ya no resultan ser tan simples. Por eso Vargas Llosa, en mi opinión, aborda mejor estos temas desde la literatura que desde el ensayo. En la literatura vemos personas con ideas, ideas que les confunden, ideas de las que dudan, conversiones, escepticismo, desesperanza, es decir, la vida misma. Roger Clissement se desengaña y se desencanta. Se cree un enviado del progreso y la civilización. Cree en la justicia de su causa, en el carácter benefactor de la corona británica. Pero lo que encuentra es la opresión, en este caso del reino de Bélgica en el Congo. Descubre el genocidio y el etnocidio, que se estaban dando lugar –y el lector avisado tiene que ser capaz de extrapolar esta situación a nuestras nuevas formas de colonialismos y esclavitud, también en nombre del progreso- con la connivencia del imperio británico. No hay progreso que exportemos, ni civilización superior. Lo que hay es una explotación brutal de los indígenas, una destrucción de sus culturas, sus medios de vida y su propia existencia, sólo con el fin de explotar sus riquezas para el mantenimiento de la metrópolis. El discurso de la colonización como civilización del bárbaro, como exportación del progreso científico y el avance moral y político, resulta no ser más que una ideología bajo la que se esconde, pura y simplemente, el etnocidio y el genocidio. El mismo desengaño tendrá cuando viaja a la Amazonia. Lo que se encuentra es un mercado en que las multinacionales dominan y engañan a los políticos. El mercado crea sus reglas, la máxima producción y la máxima riqueza, a costa del aborigen. El mercado promete el bienestar por medio del trabajo, pero lo que hace es destruir la selva, el hogar del aborigen y convertirlo en esclavo, una mano de obra bien barata. Toda la vida de Roger se dirige a la denuncia de estas explotaciones, tanto en el Congo, como en la Amazonia. Y obtiene sus éxitos. Su inteligencia y su corazón están con el débil. Para eso ha tenido que sufrir una profunda transformación interior. Ha tenido que descubrir que el pensamiento hegemónico no era más que engaño, ideología. Se ha tenido que rebelar contra los poderes establecidos. Su lucha interior no es menor que los problemas que su actitud valiente le irán ocasionando con respecto al poder.

 

            Pero, poco a poco, nuestro personaje, se va sensibilizando con la causa independentista irlandesa, a la par que se enfrenta a la corona británica de la que reniega al hacerse y autoproclamarse irlandés. Es éste el sueño del celta. Roger reivindica la identidad irlandesa en la cultura celta e idioma gaélico. Pero, es curioso, como Vargas llosa, enemigo del nacionalismo, tesis que comparto, se muestra tremendamente comprensivo con el protagonista. No se ve una crítica al falso concepto de identidad, sí al fanatismo con el que algunos lo defienden y si realmente merece la pena matar y morir por estas ideologías. Pero hay una línea de unión importante, que yo comparto, en la lucha del protagonista contra el colonialismo y en la defensa del nacionalismo. Podemos pensar que el nacionalismo es una idea equivocada, que la identidad es un mito. Pero el Nobel no sitúa aquí la lucha de su protagonista en la defensa de la independencia irlandesa de la corona británica. La lucha se sitúa en la idea de explotación. Lo que une la maldad moral del colonialismo y la lucha independentista es lo mismo: la explotación y dominación del fuerte por el débil. Podemos participar o no del nacionalismo y la teoría de la identidad. Pero lo que sí queda claro es que donde hay oprimidos hay injusticia, donde el ser humano es tratado como objeto, hay injusticia, donde la dignidad no cuenta, hay injusticia y la lucha debe dirigirse contra el poder que hace posible esta injusticia. Por eso la lucha es la lucha por la dignidad de las personas. En suma una excelente obra literaria y una profunda reflexión politico-filosófica.

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