Exacto, comparto la tesis de la servidumbre humana voluntaria de La Boêtie. Pero el problema es el de la democracia. No hay democracia sin ciudadanos libres, o, en su defecto, una democracia muy mermada. Cuando hablo de ciudadanos libres lo digo en el sentido de ilustración kantiana. La pereza y la cobardía nos impiden la libertad y esto lo aprovechan los poderosos para dominar. Por otro lado, nuestra propia naturaleza biológica es la de un animal social y tribal. Además, cazador, carroñero y recolector. En su propia estructura social, a nivel biológico, está la jerarquía. Es decir, que por naturaleza muchos desean la sumisión y otros desean el poder. Por eso la democracia es un gran invento político y la igualdad, la libertad y la fraternidad, son los valores éticos universales que el hombre ha inventado para construir esa democracia. Pero lo curioso es que todo este montaje cultural es contra nuestra propia biología. Lo de la comodidad, la cobardía y la pereza, no es más que la forma cultural que toma nuestra biología. En el fondo lo que hacemos todos es intentar sobrevivir, y la comodidad y la tranquilidad nos ayudan. Si, por el contrario, nuestra pasión es el poder, que por otro lado es común a todos, en mayor o menor grado, pues lo intentamos ejercer con la mayor amplitud posible. Y esto, a mi manera de ver, explica la tensión que se produce entre naturaleza y cultura y, por otro lado, la imperfección, siempre de la democracia. Cosa, que, por otro lado, en la línea popperiana, es bueno. La democracia, según el autor de la sociedad abierta, es el único gobierno perfectible, lo cual evita el totalitarismo, porque es una forma de gobierno que siempre se está construyendo. Y ésta construcción debe ser a partir de los errores. Por eso hay que entender también la democracia como una forma de vida, como una exigencia ética. Eso implica que está sujeta a un aprendizaje y a una praxis, que si es abandonada, el individuo cae placenteramente en la esclavitud. Por otro lado, sugiero también, que la democracia, en lenguaje kantiano, puede ser una idea regulativa de la razón ética y política. No será nunca, pues, un hecho, sino una tendencia. Por eso la democracia y los derechos del hombre y del ciudadano deben estar enmarcados en el gran proyecto ético de la humanidad que intenta, paradójicamente, sobreponerse a su propia naturaleza biológica.
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