Conferencia de inauguración VIII Jornadas de ciencia, tecnología y sociedad.
Hacia una ética cosmopolita. Desde los estoicos a Martha Nussbaum.
El artículo de Nussbaum levantó, cuando se escribió, muchas polémicas. La autora defiende la idea del cosmopolitismo enraizada en sus orígenes griego, los estoicos. Y además reclama una educación en el cosmopolitismo como un bien para la ciudadanía. Las críticas se le vinieron encima porque se consideró que eso era un ataque al patriotismo. Que los sentimientos cosmopolitas eran artifícales. Que uno se identifica con su patria, su familia, la nación. Nussbaum, por su parte, mantiene las ideas clásicas del cosmopolitismo que analizaremos después y considera que el sentimiento cosmopolita sería de ayuda para entender la condición humana. Además, siguiendo a Tagore, en su obra “La casa y el mundo” sugiere que el sentimiento de hermandad universal es prioritario al de familia, tribu, nación, etc. y, algo muy importante, no lo elimina.
Yo soy partidario del cosmopolitismo, como lo es Martha Nussbaum y quiero analizar sus raíces y su actualidad. Además considero que su mayor actualidad reside, precisamente en que ese sentimiento tiene que ser la base de una ética universal cosmopolita y de un derecho internacional. Pero además trasciendo lo que sostiene Nussbaum, aunque ella ha polemizado con Rawls sobre este asunto intentando aumentar el concepto de justicia de éste último. Yo voy a llegar a la conclusión de que la ética cosmopolita es necesaria, pero no suficiente. Hay que dar un paso más. Y ese paso es la ética ecológica de origen naturalista, en el sentido de Javier Echeverría en su obra “La ciencia del bien”. De lo que se trata es de que toda ética es todavía antropomórfica y, si queremos salir de la situación de quiebra del capitalismo global, de la crisis Terminal que ello conlleva porque está enlazada con la crisis ecológica, agotamiento de los recursos y calentamiento global, necesitamos de una ética ecocéntrica. Esta es la base del principio de responsabilidad de Hans Jonas y una profundización en la ética cosmológica que defiende el carácter universal y natural del hombre. Es reconocer que somos habitantes de la tierra, no parásitos ni custodios, sino que convivimos con ella irrenunciablemente. En palabras de Riechmann podríamos decir que esto sería una segunda Ilustración.
Pero, empecemos por el principio antes de adelantar acontecimientos. El surgimiento de la filosofía representó el surgimiento del logos, la razón, lo universal. La filosofía, el pensamiento, como también defiende en su último libro Pedro Fernández Liria, surge como el descubrimiento de lo universal frente a lo particular. Y esto es muy importante porque el llamado milagro griego es el reconocimiento de que en el hombre hay algo universal que lo pone en comunicación con los demás y con la naturaleza. El logos, la razón es lo común, decía Heráclito. Es lo que nos permite abandonar nuestra particularidad y unirnos en lo universal. Por eso, se produce un fenómeno de extrañeza al filosofar, porque se abstrae lo que tenemos de particular y dejamos hablar al logos. Cuando hablo de filosofía podemos decir igualmente, ciencia. Son lo mismo en sus orígenes y en la actualidad, al menos en lo que se refiere a su impronta, a su quehacer y a su origen. Si el origen de nuestra civilización es el descubrimiento de lo universal tiene en su seno el espíritu de lo universal. Es decir, tiende a la universalización. Lo que descubren los griegos es que el mundo se describe desde lo universal. Ése es el concepto de cosmos. El cosmos es el orden frente al caos y lo arbitrario. Aquello que tiene un orden inmanente regido por la razón. Aquello que se desvela por la razón, el lenguaje, que nos hace universal. El comportamiento del universo, el teorema de Pitágoras es igual para mí que para un analfabeto, un esquimal, un chino. Una vez que se accede a su demostración se hace universal lo que los griegos han descubierto es esa universalidad del cosmos, esa unidad. El discurso sobre el mundo es universal. Y eso nos sacó de los particularismos, de la superstición…
Pero la mente griega aplica el logos a la polis. Y así surge la democracia. La razón que rige la ciudad es fruto del acuerdo de los hombres. No procede del capricho y la voluntad de los dioses, ni de la fuerza de un tirano. Y en esas leyes que proceden del hombre éstos se convierten en ciudadanos. Los habitantes de la polis son ciudadanos, hombres libres. Aquellos que se dan a sí mismo la ley. En eso reside su igualdad y su libertad. Todos son iguales ante la ley y son los forjadores de la ley. Pero la democracia entra en crisis por la sofística, que viene a defender lo contrario al ideal filosófico, el relativismo, de ahí la semejanza con la actualidad. Y son Sócrates y Platón los que intentan enmendarles la plana. El conocimiento, si sigue al logos, es universal, no particular y relativo. Eso es demagogia. Por eso ligan el conocimiento con la virtud. Sócrates y Platón son los verdaderos fundadores de la filosofía. Y todo el pensamiento como decían Withead y Popper no son más que notas a pie de página de las obras platónicas. Platón persigue que la ciudad se gobierne por la razón, es decir por lo universal. Por eso su ciudad es la ciudad ideal, la que todo el mundo asumiría porque obedece a la razón. La idea es buena, otra cosa es que haya caído en totalitarismos. Pero eso en estos momentos no nos interesa.
Y es de estas raíces de las que surge el cosmopolitismo, precisamente de otros herederos de Sócrates, los cínicos y los estoicos. Tanto unos como otros atacan a las costumbres y a las tradiciones. Anteponen la humanidad a la nación. Y de ahí surge el ideal cosmopolita. Este ideal es una universalización ética de la razón. El cosmopolita es aquel que reconoce la humanidad en cualquier otro. Todo hombre es un ser humano. Los hombres somos particulares, la humanidad es universal. La humanidad participa de todos los hombres. Por eso decía Terencio, hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Si soy capaz de reconocerme en el otro, entonces puedo reconocer mis vicios y mis virtudes. La identidad, lo que me constituye como hombre no es la tribu, ni la familia, ni la nación, sino la propia humanidad. Tanto la familia, como la nación, son particularizaciones, que no tienen porqué ser contradictorias de nuestra universalidad. Si aceptamos que el hombre es común por su propia naturaleza y que el ansia de universalidad es lo que ha construido la civilización de occidente, tendremos la base ética del cosmopolitismo. Es posible un dialogo entre civilizaciones, porque el fondo es común. El hombre es lo común a las civilizaciones. Aunque seamos animales tribales por nuestra propia naturaleza biológica. Al ser nuestra biología abierta y de la que emerge la cultura hemos inventado las formas sociales de vivir más allá de la tribu. La posibilidad de una sociedad cosmopolita es una posibilidad que entra dentro de la naturaleza humana. Esta hermandad universal de los cínicos y los estoicos es una hermandad natural. Lo que estos filósofos reconocen es la razón universal, que es la razón de la naturaleza. El hombre, como ser natural, por eso este cosmopolitismo es un ecologismo avant la lettre, está inmerso en esta razón universal. El hombre no va más allá de la naturaleza y si quiere actuar bien tiene que actuar conforme a la ley natural. No podemos trascender la naturaleza. Por su puesto que para vivir necesitamos de las relaciones de empatía que nos permiten identificarnos, como son la familia, el pueblo, la nación, pero éstas son particularidades que nos elevan hacia la humanidad. El sentimiento cosmopolita no se enfrenta a los particularismos. Ahora bien, estos si pueden ser fanáticos y excluyentes eliminando lo universal que hay en lo particular.
Así, en el estoicismo encontramos todas las bases de la ética cosmopolita y ecológica que habría que desarrollar. Pero resulta también que el estoicismo fue una filosofía, que en algunos aspectos, casó muy bien con el cristianismo. El concepto de razón universal queda identificado con la Providencia. Pero hay dos cosas importantes que aporta el cristianismo como base de una ética universal o cosmopolita. En primer lugar el concepto de persona y, por ende, dignidad, que encontrará su pleno desarrollo en Kant, como veremos. El cristianismo dice que todos somos hijos de dios, en ese sentido todos somos iguales en tanto que somos hermanos y nuestra dignidad reside en que hemos sido creados a imagen y semejanza de dios, en nuestro aspecto divino. De ahí la polémica de Valladolid de Bartolomé de las Casas con respecto a la matanza, etnocidio y genocidio de indios en América. Él defendía, que todos, aún sin ser bautizados, eran hijos de dios, por ello no se les podía ni torturar, ni asesinar. En este concepto de dignidad encontramos la base de los derechos humanos. El otro pilar de la universalización de la ética es la parábola del buen samaritano. El ayudar al prójimo consiste en la identificación con el dolor ajeno, no en la identificación con el del mismo pueblo, o tribu o nación. La acción ética se dirige al otro, porque el otro es otro como yo y en su rostro puedo ver dibujado su dolor del cual me compadezco. Ese prójimo es proximus, cercano. Pero el pensamiento ético racional, mediante conceptos, ha sido capaz de elevar a universal el sentimiento particular. Esa será la gran tarea de Kant. Una cosa más hay que decir del cristianismo. Mientras que los estoicos eran naturalistas, el cristianismo ensalza al hombre y lo hace dueño y señor de la naturaleza. Este mito fundante que anima también el surgimiento de la ciencia y la técnica en el Renacimiento y sumado a la idea de progreso ha dado lugar al imperialismo y a la eliminación de la naturaleza y nos ha llevado al callejón del gato en el que nos encontramos del que una ética cosmopolita y ecocéntrica nos pueda salvar.
Pero retomamos ahora el discurso con Kant. Este autor es la base fundamental para la creación de una ética universal que no es más que una ética cosmopolita y de la idea de una sociedad cosmopolita de repúblicas libres. Ideal aún no realizado, pero posible. Al que habría que añadirle la ética ecológica. Kant intenta construir una ética universal. Es decir una ética que se base en un principio que todo hombre considere aceptable. Encuentra ese principio en el imperativo categórico. La formulación de éste más adecuada que nos dirige a donde nosotros queremos es aquella que dice que “obra siempre de tal manera que consideres al otro como un fin en sí mismo, no como un medio”. Y éste es el concepto máximo de deber y de dignidad humana. Siempre que se actúe con respecto al otro considerándolo como otro yo, estaremos actuando bien éticamente. Y siempre que instrumentalicemos al otro lo estaremos vejando. La dignidad consiste en que soy un sujeto. Es decir, alguien autónomo y libre y así debo ser tratado. Es necesario notar aquí, que todo poder lo que hace es instrumentalizar al individuo. Por tanto el poder legítimo será el que permite el desarrollo libre y autónomo de las persona. Éste poder sería el de la república. Pero si tenemos la base de una ética universal es porque tenemos una concepción universal del hombre. Por eso esta ética trasciende a los pueblos y las naciones sin anularlos. De lo que se trata es de que hay algo universal en el hombre, y es su dignidad, autonomía y libertad, que es común a todas las naciones. De ahí surge el ideal político kantiano. Cuando Kant se pregunta si hay un quiliasmo (como en el modo cristiano) de la historia, responde que no lo hay de forma a priori. No hay un fin natural de la historia del hombre. Kant no cree en el progreso automático de la humanidad. La historia es contingente. Ahora bien, si puede haber una idea regulativa de la política. Y esa idea regulativa pone como fin la consecución de una sociedad cosmopolita de repúblicas libres. Por un lado tenemos el cosmopolitismo, la universalidad del hombre, pero, por otro lado, tenemos la particularidad de las repúblicas. Kant ha sabido sintetizar esta tensión entre lo universal y lo particular. Y de esta manera en Kant encontramos la respuesta a las críticas que se le hacen a Nussbaum. Por eso es interesante esta autora que recupera el viejo ideal cosmopolita sin eliminar lo particular, porque es necesario, pero no debe ser excluyente. Y por eso esta autora amplia el concepto de justicia de Rawls que sale de su velo de ignorancia en el que sólo cuentan los sujetos racionales, autónomos y libres. Ella lo amplia a los que no tienen todavía uso de razón o los que la han perdido o los enfermos. En este sentido habría que unir su propuesta con la ética comunicativa de Habermas y Adela Cortina en su versión española.
Pero yo aquí, como sugerí en un principio quería dar un paso más. En la situación Terminal en la que nos encontramos la ética cosmopolita es necesaria pero no suficiente. La ética cosmopolita aún sigue siendo antropocéntrica. Heredera de ese mito cristiano de que el hombre es dueño y señor de la naturaleza y que ha animado a la técnica de forma prometéica. Y es este antropocentrismo el que nos ha llevado hacia la situación Terminal en la que nos encontramos, que no es una mera crisis económica, ni mucho menos financiera, sino global y Terminal. Y esto es así porque a la crisis económica se le une la crisis medioambiental en sus dos focos, agotamiento de recursos y calentamiento global. Esto plantea la quiebra de nuestro modelo de producción que es el capitalismo global. Y esta quiebra nos llevará a la catástrofe. Y por eso digo que la ética cosmopolita, como la hemos ido exponiendo aquí es necesaria, pero no suficiente. Es necesaria una ética universal que sea la base de un derecho internacional que esté por encima de los estados, sin anular las identidades, la idea kantiana. Pero es necesario seguir el principio de Jonas que nos adentra en la ética ecológica. El principio de responsabilidad. Tenemos que asumir ética y jurídicamente que somos responsables de nuestros actos, no solo ante nosotros mismos y el cercano, sino frente al que ni conocemos, o bien porque habita muy lejos, o bien porque no ha nacido. Esto último hace referencia a las generaciones futuras. Somos responsables de su herencia, es decir, de su bienestar. Aunque no existan, no podemos instrumentalizarlos que es precisamente lo que hace el poder y el modo de organización capitalista que tenemos. Y lo que nos queda por añadir es que la base de esta ética no puede ser antropocéntrica, sino ecocéntrica. Nuestras acciones no sólo son responsables ante los demás, sino ante la naturaleza, porque todos somos naturaleza, vivimos en y de la naturaleza. Lo que le hacemos a la naturaleza nos lo hacemos a nosotros mismos. Y ésta sería la segunda Ilustración que plantea y desarrolla Riechman en su Trilogía de la autocontención: ensayos sobre ética y ecologia.
Juan Pedro Viñuela.
Abril 2011.
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