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Filosofía desde la trinchera

Educación humanística y democracia.

 

            Leo la última obra de Martha Nussbaum Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, y me adhiero a su tesis principal, no así a otras que aparecen en el texto. Lo que en líneas generales viene a defender Nussbaum es que la educación se ha dirigido hacia la técnica y la utilidad mercantil. Esto es un error porque a la larga no habrá tanta rentabilidad porque en definitiva lo que se producirá será un déficit democrático. El cambio en la educación ha obedecido a una serie de valores que son los de la sociedad capitalista neoliberal. Una sociedad que ha supuesto que el valor principal es el productivo y que la educación, en ese sentido, tiene que ir dirigida a la productividad. Eso ha hecho que se eliminen las humanidades y las artes de los currículos, tanto de secundaria, como universitarios. Así como esto se ha hecho coincidir con el hecho de que la educación ha sido considerada como una actividad en la que el alumno es pasivo y la actividad fundamental es la de la memorización sin sentido. Es en esto último en lo que estoy en desacuerdo, pero de esto he hablado ya en muchos otros escritos. Nussbaum se adhiere, a mi modo de ver, de forma acrítica a los nuevos modelos de innovación pedagógica confundiendo sus raíces socráticas, que yo comparto, con la psicopedagogía actual. Su modelo es fundamentalmente el socrático, Rousseau, la escuela de Dywe y Tagore. Comparto estas tres fuentes, y he defendido la recuperación del espíritu socrático en la educación. Así como defiendo que, precisamente, debido a la inspiración de Sócrates la enseñanza es un proceso dinámico en la que el alumno no puede permanecer pasivo. La actividad socrática es la de indagación en tu propio interior el conócete a ti mismo como modo de conocer a los demás y así mejorarte y participar en la construcción de la polis. Pero también considero que la memoria es importante. Y que la memoria no es una cuestión pasiva, la memoria es intencional y está cargada de afectividad. Igual que la razón. El problema es confundir la razón, con la razón lógico-matemática. Así como la inteligencia, con la inteligencia lógica. Tanto la razón como la inteligencia tienen una carga afectiva importante. El hecho de  no haber entendido esto, nos ha llevado a graves problemas. La separación de la inteligencia de las emociones y afectos, por un lado, y, por otro, la confusión de que la inteligencia es la inteligencia lógico matemática han construido un mundo instrumental. Y esto unido a la ideología neoliberal, la productividad como valor máximo de la sociedad, nos ha llevado a un tipo de sociedad desproporcional, injusta y desigual.

 

            Todo ello está reflejado en la educación. La educación es, como sabemos, el medio que utiliza el poder para transmitir sus valores. Los valores científico-técnicos desde el Renacimiento, ligados a la dominación de la naturaleza y a la producción fueron los que prevalecieron desde la Ilustración, inspirados ya en Baçon hasta nuestros días. El objetivo del saber era el de dominar a la naturaleza, el del poder. La razón matemática había mostrado ser un instrumento fabuloso para conseguir el conocimiento de la naturaleza que nos otorgaría poder y dominio. La Ilustración defendió la razón como forma de emancipación. Pero hubo una forma perversa de entender esta razón, la instrumentalizada, aquella que la alejaba de los afectos y de la ética. Éste es el camino que siguió la educación. Lo que al poder, cada vez más capitalizado y economicista desde la revolución industrial, le interesaba era este tipo de razón e inteligencia. Y el modo de transmitirla era por la educación.

 

            Por eso en la educación empezó a primar el aspecto científico-técnico sobre el humanístico y restringió la razón y la inteligencia al ámbito cientificotécnico. Esto es un tremendo error. Error que, hoy en día, se ha hecho mucho más profundo al haber triunfado la ideología neoliberal productivista. Lo único que tiene valor y que interesa, se piensa, o, mejor, se cree, es lo que es productivo, lo que crea riqueza material. Bien, pues si eso es así, sumado a que la inteligencia, hablando popularmente, es de ciencias y no de letras, entonces las disciplinas interesantes son aquellas que van encaminadas a la productividad.

 

            Esta ideología es un mal irreversible para la sociedad. El papel de la educación no es la productividad, si bien ésta sea necesaria. Sino que el objetivo de la educación es formar ciudadanos. Cuando el objetivo de la educación es el de la productividad, los alumnos y futuros ciudadanos se convierten en mercancía. Por eso se habla tanto hoy en día de que el fin de la educación y lo que debe conseguir el alumno es adaptarse al sistema globalizado y cambiante en el que vivimos. Se instrumentaliza al ciudadano convirtiéndolo en una pieza más del engranaje dirigido meramente a la producción. Además, como para conseguir esto lo que se hace en la educación es eliminar las humanidades y las artes, pues entonces lo que sucede es que el futuro ciudadano pierde la conciencia de sí mismo como un ser social, construido históricamente y en interrelación con los demás. Y nuestras relaciones no son sólo las relaciones productivas, ni vivimos en un eterno presente. La democracia es una conquista histórica que hoy en día corre un grave peligro porque el poder político, que se asienta en el poder de los ciudadanos ha caído en manos del poder económico. Los ciudadanos, poco a poco, dejan de ser tales y en pro de la productividad se convierten en mercancía perfectamente reemplazable. De ahí lo de la flexibilidad del mercado laboral y la adaptabilidad del trabajador, como lo del mito de la formación continua. Eso sí, a cargo, o del estado, o del propio trabajador, siendo siempre el beneficiario el gran empresario. La economía capitalista ultramoderna los convierte en individuos consumistas y nihilistas; y el sistema de educación contribuye a ello.

 

            Las humanidades, las artes, así como una verdadera enseñanza de la ciencia, son absolutamente necesarias para la formación de ciudadanos. Y hay una cosa importante, no hay democracia si no hay ciudadanos. Y los ciudadanos se forman por medio del sistema educativo, entre otras cosas. La educación es un vehiculo de transmisión de valores, y si los valores que se transmiten son los de la productividad, pronto nos quedaremos sin ciudadanos; es decir, sin democracia. Y es necesario tener en cuenta y saber que esto es lo que le interesa al poder económico, de esa forma podrá absorber totalmente al poder político. Las humanidades, como una sólida educación científica que muestre el valor del saber por el mero hecho de saber, no por producir y sojuzgar a la naturaleza, son absolutamente necesarias para la educación del futuro ciudadano. Las humanidades nos ayudan a conocer nuestro pasado en su nivel histórico y artístico, así como a conocer la historia de las ideas filosóficas, religiosas y políticas que están detrás de los acontecimientos que narra la historia. En la educación humanística encontramos el sentido de la construcción de nuestra sociedad. Nos damos cuenta de que el presente no es algo eterno, que es una conquista. Además, el arte y las humanidades hacen uso de la inteligencia cordial o afectiva. Es decir aquella que potencia una cualidad biológica innata que es la empatía. Por medio de la educación humanística y artística aprendemos a ponernos en lugar del otro. Es curioso que  una de las tesis sobre el origen de los derechos humanos en la Ilustración tenga que ver precisamente con el desarrollo de la novela y el retrato. Ambas cosas hicieron posible la amplificación de ese comportamiento, con base etológica y genética, que es la empatía. Muy interesante esta tesis. Los derechos universales del hombre tienen una raíz biológica, la empatía, y una raíz cultural, que no es ni más ni menos que la historia de la civilización occidental, en todas sus dimensiones. Si no aprendemos esto olvidamos los valores importantes y cambiamos la jerarquía de los valores, en la que la primacía la van a tener la productividad y la materialidad. Las humanidades tienen que tener una amplia presencia en los planes de estudio de secundaria, pero también en la universidad, que el alumno tome conciencia de que con su trabajo va a formar parte activa de la polis, no sólo de la cadena de producción. Y un apunte más que me gustaría hacer sobre la enseñanza de la ciencia y la tecnociencia. Fundamentalmente la enseñanza de ésta va dirigida a la productividad, al para qué sirve y cuánto voy a ganar. La enseñanza de la ciencia habría que incardinarla en su propia historia y en la historia universal. Por dos razones fundamentales. Si enseñamos la ciencia desde su dimensión histórica se nos desvelarán los valores heroicos de la ciencia: el saber por el saber, la dedicación plena a la resolución de los misterios del universo, el placer intelectual y estético del conocimiento del universo. La disciplina y el esfuerzo que esto requiere. Por otro lado, la historia de la ciencia nos enseña que la ciencia es una actividad más en la sociedad que está inmersa en el acaecer dinámico de la misma, que los valores imperantes en un tipo de sociedad afectan al desarrollo científico, así como los descubrimientos científico-técnicos transforman la sociedad y al propio individuo produciendo nuevas formas de ser y pensar. Formas de pensar y de valorar que puede ser que nos interesen o que no. El caso es que la ciencia y la tecnociencia son mucho más que la mera productividad económica que de ella se desprenden. Existe algo que va mucho más allá de la riqueza y la productividad y es la dignidad del individuo y la justicia de la polis. Y la enseñanza de la dignidad, la libertad y la justicia no tienen ánimo de lucro, no son instrumentales, son la raíz de la formación del verdadero ciudadano.

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