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Filosofía desde la trinchera

El derrumbe de la democracia y de la libertad.

 

Quien deja que el mundo –o el país donde vive-escoja por él su plan de vida no necesita de otra facultad que la de la imitación simiesca. En cambio, quien elige su propio plan pone en juego todas sus facultades. Stuart MIll

 

            La libertad es nuestro mayor bien. El más deseado, pero pesado y difícil de realizar. La libertad es fruto del ejercicio, siempre que exista la posibilidad de que se dé la libertad. La única forma de gobierno que garantiza la libertad es la democracia o la república. Eso no quiere decir que la democracia en la que vivimos realice la libertad, por eso la democracia realmente existente no es tal, o no es plena. Es más vivimos un momento de repliegue de la democracia en diversas formas de totalitarismo. La libertad se conquista, es fruto de la virtud, siempre que existan las fuerzas políticas que la hagan posible. Es decir, siempre que haya voluntad política. Así, entendemos que la libertad es algo que depende del estado y del individuo. El individuo aspira a la libertad, pero su comodidad, el miedo y la cobardía le hacen relegar su máximo ser en otro. Es lo de la paradoja de Hume o la servidumbre humana voluntaria de La Boétie. El estado, por su parte, debe garantizar, desde las instituciones políticas, la posibilidad de que el individuo realice la libertad. Es un deber institucional. Toda política y toda forma de poder que viole este principio viola el principio máximo de la democracia que es vivir desde la libertad y el ejercicio mismo de la política. Pero como la libertad es de difícil acceso y, por el contrario, fácil de perder, necesita de toda la fuerza del estado. Necesita de una educación en la ciudadanía, en la virtud o en la política. No se trata sólo de dejar margen de libertad, o el libre ejercicio de la libertad. Se trata de educar en la libertad. Ésta, hemos dicho, se conquista por el ejercicio, es como la virtud, algo que requiere esfuerzo. La libertad es una liberación, pero, también, una pesada carga: la de la responsabilidad y la de decidir tú por ti mismo qué quieres hacer de tu vida. Por eso es fácil renunciar y dejar que otro, el poder, elija por mí. De ahí la necesidad de la educación. El objetivo máximo de la educación en democracia es la consecución de ciudadanos. Un ciudadano, desde los griegos, es un hombre libre. Y un hombre libre es el que no necesita de otro para vivir. La democracia tiene el deber de formar ciudadanos, no súbditos. El individuo, en democracia, tiene el deber de ejercer la libertad, de pensar por sí mismo, de no ser una marioneta o un títere. El comportamiento humano para alcanzar su autonomía debe abandonar el mimetismo que es como empezamos a conocer; pero luego llegamos a la razón, al pensar por uno mismo. Pero la educación en la libertad, como toda la ética, no es una cuestión teórica, no es algo que se aprenda en teoría y ya lo hagamos. Es una praxis, depende de la acción y el ejercicio. Por su parte el deber del estado es hacer posible ese ejercicio.

 

            Pues bien, lo que sucede en la actualidad es que, tanto la democracia como la libertad, el fundamento ético individual de la misma, están siendo derrumbados por el poder, tanto político como económico. Eso por un lado, por otro, el individuo está cayendo en el miedo lo que le hace perder definitivamente su libertad. Y la cosa irá a peor con los tiempos que vienen. El cambio climático producirá un estado de emergencia porque se irá produciendo progresivamente una guerra de todos contra todos, o mejor llamarlas guerras climáticas, que ya existen, en busca de recursos energéticos, y de supervivencia, agua y alimentos. Entonces aparecerá el miedo al otro –porque las migraciones serán masivas- y surgirán leyes xenófobas que iremos asumiendo con toda naturalidad y que pueden terminar en soluciones finales, como fue el Holocausto. Por eso siempre digo que la crisis económica, que es una crisis Terminal, es la antesala del fascismo. La democracia irá siendo sustituida por el fascismo. El miedo de los individuos, por su pereza y cobardía, nos hará aceptar, como lo más natural, el exterminio del otro por de nuestra supervivencia. Esto ha ocurrido muchas veces, en el siglo XX demasiadas, siendo la más conocida la solución final. Pero hay todo un camino “democrático” que nos lleva hasta ella. Lo mismo está ocurriendo ahora mismo con las leyes contra la inmigración. Es el problema de la globalización del capital y la localización de la riqueza y la pobreza. La división se irá haciendo más profunda y se nos irá convenciendo del exterminio y de su necesidad. Además, la situación que nos espera vivir dentro de unas cuanta de décadas nos llevará a vivir desde la resistencia. Es decir, que el caldo de cultivo para los fascismos, desde la crisis económica y el cambio climático, todo ligado porque son partes de una misma crisis global ecosocial, está ya echado. Si queremos escapar de este fascismo que ya existe debemos recuperar la democracia y la libertad.

 

            Las estructuras de nuestras sociedades “democráticas” son antidemocráticas. El capitalismo supone una lucha de clases. La lucha entre el que tiene y el que no tiene. Eso tiene que ver con la libertad, porque el que no tiene no es libre. En la Grecia clásica, el hombre libre es el que era libre materialmente, el que tenía propiedades para vivir y entonces podía poseerse a sí mismo. Es la libertad material y económica la que nos permite la libertad moral. Y el encargado de garantizar la libertad económica es el estado. Por eso, los griegos asignaron un dinero (una renta básica) a aquellos hombres libres que dependían de su trabajo para vivir, aunque no de otro hombre, como comerciantes y artesanos. Es decir que la diferencia de clases es la diferencia entre ricos y pobres. Lo que pretendía esa renta básica –que sería hoy en día algo absolutamente necesario para conquistar la libertad material- es que estos hombres libres, pero pobres, pudiesen participar en la política. Nuestra situación es la misma. Existen los ricos, que son pocos y la mayoría que somos pobres, que no tenemos propiedades para vivir. Por eso la necesidad de una renta básica que permita vivir a cualquiera sin trabajar. Esto equilibraría la balanza entre empresarios y obreros. El obrero no tendría que aceptar a la fuerza las condiciones del empresario para poder vivir. Y también equilibraría la diferencia entre hombres y mujeres, que es igual y se suma a la diferencia entre ricos y pobres. Por eso decía que nuestra estructura social es antidemocrática. Se basa en un capitalismo sin brida que ha absorbido al poder político y éste, a su vez, agrupándose en partidos, ha absorbido al ciudadano. Éste tiene libertad de expresión, que, por lo demás, no le sirve para nada, porque no tiene libertad política. La política la hacen los partidos políticos, no los ciudadanos. Visto de esta manera llegamos a la conclusión de que vivimos en sociedades capitalistas oligárquicas y partitocráticas que eliminan la libertad y la democracia. Ni a los ricos, ni a los partidos políticos les interesa el pueblo, y menos su poder latente. Por eso urge recuperar la libertad. Pero por eso los diversos poderes se afanan en domesticar al hombre. La educación tiene como objetivo la adaptación al mercado de trabajo, donde el trabajador es sólo mercancía y no puede negociar porque no tiene propiedad, por tanto, no es libre. En lugar de ello la educación debe ir dirigida a la ilustración: el saber y la libertad. Que esto no es así es un hecho constatable, por tanto se deduce con meridiana claridad que no vivimos en democracia porque se nos prepara para la esclavitud. No somos libres. Vivimos una apariencia de libertad. De ahí esa frase de la película Matrix, utilizada por el filósofo Zizek como título de una de sus obras: Bienvenido al desierto de lo real. Es necesario poder escapar a este totalitarismo encubierto si queremos conquistar la república. Es necesario la indignación que haga posible la reacción suficiente para que algo pueda cambiar. Lo que hemos dicho aquí de la estructura social, sumado a la propia condición humana dan poco ánimo. Pero si no hay una reacción que produzca un cambio asistiremos a lo largo de este siglo al largo declive de nuestra civilización. Asistiremos a una larga agonía de la humanidad. A un colapso civilizatorio, pero en este caso, como nunca ha ocurrido antes en la historia, global. No quiero ejercer de profeta, esto en un filósofo es patético. Me limito a un análisis y a una descripción. Y, lo que me gustaría es que las premisas de las que parto estuviesen equivocadas. Pero la historia es maestra y se han dado infinidad de colapsos civilizatorios y en pocos momentos se ha dado libertad y ha habido dignidad.

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