Reflexiones al hilo de las palabras del Papa.
…el Pontífice se refirió a los que "creyéndose dioses" desearían "decidir por sí solos qué es verdad o no, lo que es bueno o es malo, lo justo o lo injusto (...), quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias". Después animó a los asistentes a no sucumbir a esas "tentaciones". Porque conducen "a una existencia sin horizontes", a "una libertad sin Dios".
Muy desafortunadas las palabras de bienvenida del Papa. Este señor ha estado siempre contra la Ilustración. Ha considerado que ésta y su laicismo asociado son el origen de los males actuales, es más de todos los males. En cierto modo tiene razón, si nos referimos a la perversión de la razón ilustrada a la que he dedicado un ensayo entero y la he relacionado con los males de la educación. (Esbozos, nº 13) Pero aquí voy sólo a ceñirme a las palabras del pontífice. Es muy desafortunado decir aquellos que se creen como dioses. A quién se refiere. Los que se han creído como dioses y herederos de su palabra verdadera son la iglesia católica. No olvidemos que católica significa universal. Es decir, que ellos son los que se creen poseedores de la verdad absoluta. El monoteísmo, para tener sentido, tiene que asociarse con el concepto y creencia de la verdad absoluta y del bien absoluto, revelados además por dios mismo al hombre siendo el pontífice el intérprete directo de esta verdad. Cómo se puede caer en el cinismo de acusar a los no creyentes de creerse dioses y poseedores de la verdad. Si se refiere a los neoliberales económicos, pues sí, ellos participan de la religión de la economía y del capitalismo, así como del fundamentalismo democrático. Pero los agnósticos, ateos y laicos, nada tenemos que ver con esto. Califica a aquel que es capaz de poner la existencia en duda, las grandes verdades de los grandes hipócritas y poderosos en duda también de llevar una existencia sin horizonte. Pues, si señor, no hay horizonte absoluto en la existencia, ni biográfica, ni histórica. Pensar lo contrario es caer en un totalitarismo antropocéntrico, sea dios quien sea. O el católico, o el del mercado y la tecnociencia, sin ir más lejos. La existencia y la historia es un breve fragmento en la inmensidad cósmica que se debe al azar y la necesidad. Nuestra vida y nuestra historia es fruto de una construcción. No arbitraria, por supuesto, sino en busca del bien y la justicia, pero no de forma absoluta, sino objetiva. Tampoco nos lleva esto al tan temido relativismo, pero sí hay que reconocer en éste que es una vacuna contra el fanatismo. El relativismo cae a su vez en contradicción, por eso el sentido de la vida y de la historia es ser capaz de cultivar lo universal desde la diferencia. Y la admisión de la diferencia es la tolerancia; la posibilidad del diálogo racional entre todas las posturas que respeten las reglas del juego. Y estas son las de la libertad. Y esto nos lleva a la última perla del pontífice. Alude a que nos atrevemos a vivir una libertad sin dios. Pero, hombre, si es precisamente lo contrario. Dios anula la libertad. Si dios existe el hombre no es libre. Dios no existe, pero la iglesia sí, y ha poseído y posee mucho poder. Poder que ha utilizado para amedrentar al hombre, para sojuzgarlo, para tomarse la justicia por su mano, para robar, saquear, matar… Y todo en nombre de la verdad y de un supuesto evangelio que es la palabra de dios y la revelación directa de dios al hombre. Además de su redención. No, señor. La libertad es la capacidad de construirse un futuro por encima de la intervención de los diversos poderes. Me refiero a los del estado, al económico, al religioso… la libertad exige la no existencia de ningún dios, de ninguna verdad absoluta establecida a priori. Y, sobre todo, que esa supuesta verdad no esté en posesión de nadie. Porque en tal caso nos intentará convertir en siervos y, nunca mejor dicho, comulgar con ruedas de molino. La libertad es disidencia desde la razón. Y la disidencia procede de la herejía, que en su origen griego viene a decir, el que piensa de otra forma. Lo común la razón es lo que nos une. La verdad nos separa y nos lleva a la guerra.
…"No pocos jóvenes, por causa de su fe en Cristo, sufren en sí mismos la discriminación que lleva al desprecio y a la persecución abierta o larvada (...). Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos de los signos de su presencia en la vida pública", afirmó Benedicto XVI antes de volver su mirada hacia los 2.000 peregrinos que habían acudido a Barajas a recibirle: "Que nada ni nadie os quite la paz, no os avergoncéis del Señor".
Desde luego que uno no debe avergonzarse de ser cristiano, ni musulmán, ni budista, ni ateo. Faltaría más. Hoy en día está mal visto ser cristiano, pero también está mal visto ser laico, ateo, o ilustrado. Es la posmodernidad y el relativismo y el nihilismo al que nos ha llevado. Pero lo que sí debe dar vergüenza es defender a una institución criminal, en su historia y en su intención. Su moral, no la evangélica, de la que dista mucho, es un crimen contra la humanidad. Su negación de la eutanasia es una tortura legalizada por los diferentes poderes legislativos y ejecutivos, una herencia de la tradición cristiana. Las pretensiones de la iglesia son bochornosas, persiguen al justo y se alían con el criminal. Niegan la libertad. Lo mejor que se ha escrito sobre la iglesia como institución, y, quizás, sobre la condición humana, es el capítulo cinco de los hermanos Karamazov, cuando Jesús se presenta en Sevilla en plena semana santa. El gran inquisidor lo acusa y quiere matarlo si no se va. Jesús representa la libertad. La iglesia la seguridad. Y los hombres prefieren la seguridad. Seguro que volvería a ser condenado a muerte. Me quedo con la actitud de san Manuel, bueno, mártir. A pesar de haber dejado de creer sigue practicando la piedad y la caridad cristiana. El evangelio es un buen modelo ético de justicia social. Los verdaderos cristianaos deberían de indignarse con la institución de la iglesia. Ya sé que quizás no sea posible una religión sin institución, pero sí es posible reinventar estas instituciones. Por ejemplo en la línea del concilio Vaticano II, o de la teología de la liberación, o de la teología y la ética de Hans Kung o de Miret Magdalena, o Juan José Tamayo y los teólogos que se aúnan bajo el nombre Juan XXIII.
…Animó a los fieles imitar la conducta de Cristo, a ser "pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos de corazón, amantes de la paz". Saludó en varias lenguas y advirtió contra la tentación de "edificar sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, pero que se desmorona ante el primer azote de los vientos".
Los laicos, los ilustrados, también perseguimos la justicia, la libertad, la fraternidad. Y en este camino cabemos todos, creyentes y no creyentes. Pero no los fanáticos. Y, por el contrario, no somos pobres de espíritu, sino ricos, muy ricos. Porque esto es la libertad, el ansia de perfeccionarse moralmente, de alcanzar mayores cotas de justicia. Esta es la riqueza del espíritu. Pero cuando el Papa habla de pobreza de espíritu se refiere a que el hombre debe resignarse a la voluntad de dios. Curiosamente voluntad que él y la iglesia representan. No, señor. Eso es resentimiento, el origen de toda la degeneración moral. Aquí Nietzsche, y después Freud, tendrían mucho que decir. El origen de la moral es el resentimiento; propio, precisamente, de espíritus débiles. Y eso es lo que le interesa a toda forma de poder. Y la iglesia es maestra en esto, lleva veinte siglos. Es ya una vieja zorra, con perdón.
…"sin Dios" sería arduo afrontar los muchos desafíos que les plantea el mundo actual. "Ven la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben que sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices", dijo.
La negación del placer es la forma de domesticar por el miedo, el sufrimiento y la resignación. Vieja artimaña. Si no sintiésemos miedo ni ansiedad no hubiésemos inventado a los dioses ni le hubiésemos otorgado poder absoluto a ciertos hombres. Es nuestro miedo. Nuestra incapacidad de ser autónomos la que nos lleva a delegar nuestra vida en manos de otros. El placer es pasajero y evita el dolor. El cultivo del placer, la prudencia, el cálculo de los placeres hace llevadera la vida, que en sí misma es dolor, sufrimiento, frustración y desengaño. Hace falta una buena dosis de placer para sobrellevarla. Pero el placer de los epicúreos, algo frugal, ascético y, sobre todo, placer contemplativo, los que proceden del espíritu y el intelecto. Los que nos llevan al conocimiento y nos hacen libres, fuertes y valientes. Es cierto que la sociedad en la que vivimos es superficial, hedonista en el sentido peyorativo del término, pero ningún dios nos salvará de ello. Por el contrario nos querrá esclavizar. Precisamente esta sociedad que vivimos es fruto de la religión del capitalismo en el que todos, cada vez que consumimos, comulgamos. El consumo de lo superfluo nos hace esclavos. El poder se diluye en el económico. El ámbito de lo político, la ciudadanía, está siendo reemplazada por el mercado absoluto. Esta nueva religión es sutil, nos esclaviza sin utilizar la fuerza, por el contrario, nos encandila. Éste es el enemigo a batir. Ni las jeremiadas del Papa ni la ñoñería de esa juventud que “consume” el espectáculo. La iglesia ha caído en las zarpas del la sociedad del espectáculo.
…recalcó que la actual crisis económica "también tiene una vertiente ética". El Papa recomendó lo siguiente: "La economía solo funciona bien si lo hace en un modo humano y en el respeto de los otros. Sin una dimensión ética la economía no funciona".
Gran verdad ésta. La economía tiene una dimensión ética. Y, sin la ética, la economía no funciona. Efectivamente, sin ética, sin política y humanización de la economía no hay justicia social. Pero esa ética es la de la vida democrática y la de los derechos universales del hombre, no la católica, apostólica y romana. Eso es cambiar un dios por otro, o realizar la alianza de dos dioses perversos, el del capital y el de la iglesia. Lo que padecemos ahora es el fruto, ya lo he dicho, de la religión del capitalismo. Esta religión lo impregna todo, los valores que emergen de ella nos llegan por los omnipresentes medios de comunicación y formación de las conciencias de las masas. Insisto, esa religión, si queremos nuestra supervivencia como civilización y nuestra dignidad y libertad como personas es la que debemos combatir.
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