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Filosofía desde la trinchera

Intelectualismo diletante.

 

Siento discrepar profundamente con mi querido amigo José Miguel López. Me refiero a su artículo, indignantes e indignados publicado en el  número 11 de la Gaceta Independiente. Está dedicado al movimiento 15M y a los así llamados indignados. Coincido en que es un movimiento simbólico, que le da un tirón de orejas al poder político. Pero sólo hasta ahí. Y si fuese esto sólo, pues no sería poco, pero es mucho más. Y no las cosas que José Miguel afirma.

 

            Para empezar, por supuesto no es una revolución, con lo cuál su análisis se viene abajo desde el principio. Ha confundido el nombre que en inglés se le ha dado con el contenido del propio movimiento. Esto muestra su desconocimiento. Los así llamados indignados no muestran ningún carácter revolucionario en su, por así decirlo ideario, mejor conjunto de reivindicaciones hay un contiuismo con el sistema democrático.. Las reivindicaciones de las que se habla son absolutamente continuistas, nada de revolucionarias. Persiguen una democracia más real, menos partidista y una intervención de la política sobre lo económico; es decir, reivindican el poder político sobre el económico. Estos son los dos pilares que más adelante comentaré. Por eso los indignados son absolutamente kantianos. Lo que plantean es una reforma, haciendo un uso público de la razón, de las psudodemocracias actuales. Para eso se han manifestado y concentrado. En una sociedad mediática esto es fundamental. Lo es, cuando no hay sociedad mediática, en la nuestra es imprescindible. En definitiva, no hablan de revolución. No tienen un carácter ni de izquierda ni de derechas, son un movimiento que va más a la propia estructura de la organización social que, según ellos, está corrupta y es menester recuperarla.

 

            Las revoluciones, como bien dice José Miguel siguiendo a Kant, sustituyen a unos amos por otros. Lo que es necesario es la ilustración, el uso público de la razón por medio de la cual se educa. Y eso es lo que este movimiento ha hecho. Un proceso de educación, porque ha puesto sobre la plaza pública un conjunto de deficiencias de nuestra estructura e instituciones, ha educado y, a partir de ahí, se ha abierto un debate sano para todos que no sabemos a dónde nos va a llevar. Lo que sí está claro es que no se puede ser un simple espectador cuando nuestra forma social de existencia mata. Ese es uno de nuestros males, el mal consentido y más cuando viene de los intelectuales que han obedecido sumisos a los poderes. Por cierto, al final del artículo, y para que no se me olvide, el autor dice que conoce a poca gente del mundo de la cultura o de la vida intelectual que se hayan pronunciado. Mira, yo distingo entre el mundo de la cultura: actores, cantantes o músicos conocidos y populares e intelectuales, los que se mueven con las ideas. Los primeros son unos oportunistas y en este país casi todos afines al PSOE. Intelectuales ha habido muchos que se han sumado a las reivindicaciones del movimiento. Otra cosa es que el autor los desconozca. Pero más importante aún, son muchos los intelectuales que desde hace cuarenta años vienen haciendo reivindicaciones de este estilo en libros, artículos, manifestaciones públicas, conferencias…las ideas están ahí y muy desarrolladas, por cierto, mucho más de lo que los indignados se piensan. Pero estos intelectuales han sido ocultados por el poder político y mediático desde hace varias decenas de años. Porque al poder le ha interesado un pensamiento único. Y los intelectuales que se conocen en los medios de comunicación y los autoproclamados “creadores de opinión” no son más intelectuales orgánicos que lo único que hacen es variaciones sobre lo mismo. Las ideas tienen consecuencias y calan en la ciudadanía cuando ésta llega a un estado de miseria inadmisible.

 

            Otra cosa sobre las revoluciones, coincido con el autor y con Kant al que sigue, que las revoluciones no son la forma de cambiar la sociedad porque en definitiva sustituyen a unos tiranos por otros. Por eso el mayor ilustrado defendía el uso crítico de la razón para cambiar la historia, es decir, la educación en su versión ilustrada, la conquista de la libertad o autonomía. Pero hay algo que se le pasa al autor, pero a Kant, no. Jose Miguel hace un recorrido somero sobre algunas revoluciones y saca la consecuencia de que de ellas no se siguió nada o se siguió el terror, revolución francesa, o el totalitarismo, revolución bolchevique. Nada que objetar a esto. Pero ni a Kant ni a mi se nos ha pasado u olvidado una cosa. La revolución francesa fue fruto de unas ideas que mantenían una serie de intelectuales comprometidos, no diletantes, entre ellos Rousseau, del que Kant se proclama seguidor, como lo fuera de Newton, no en vano eran los dos bustos que tenía sobre su mesa de trabajo. Y lo que hizo Kant fue profundizar en las ideas republicanas de Rousseau que son el germen intelectual de la revolución francesa. Ya sé que la revolución fue una revolución burguesa, que al final los representantes del pueblo, la asamblea nacional, absorben el poder del pueblo, lo contrario de lo que decía Rousseau, como bien analiza García Treevijano en Teoría pura de la república, pero las ideas estaban ahí. Y se acabó con el antiguo régimen, aunque al final llegase el terror y por último el imperialismo napoleónico. Pero el germen de la democracia estaba echado, solo tenía que crecer. La teoría de la república estaba hecha y los derechos del hombre y del ciudadano formulados. Ya no habría vuelta atrás. Después de Napoleón vendrían las siguientes repúblicas, hasta la actual. Desde luego repúblicas que dejan mucho que desear, pero sabe el autor, y eso es lo que reivindican los indignados y sin indignación no hay acción, que las democracias, al contrario que cualquier gobierno totalitario, son gobiernos perfectibles. Por su lado, los ilustrados ingleses, Locke, fundamentalmente, fueron los que hicieron posible la república americana. Y ésta sin revolución, la guerra fue contra la metrópolis, una guerra de independencia que se basaba en la idea de la libertad individual y en que el poder reside en el pueblo, que son los fundamentos de la constitución americana.

 

            En cuanto a la revolución bolchevique, de origen marxista, pues lo mismo, revolución violenta que ha generado uno de los totalitarismos más aberrantes de la historia. Pero los textos de Marx y su impronta ética, así como el análisis de la evolución del sistema productivo están ahí. La ética de Marx hunde sus raíces en el humanismo y en el cristianismo. Su mirada está puesta en la justicia social. Y si el autor mira el Manifiesto comunista se dará cuenta que en las últimas páginas el programa que propone es muy similar a la socialdemocracia, por otro lado, paradójicamente similar a liberales como Hayek o Popper. Por otra parte, las ideas marxistas y socialistas son las que han impulsado a lo largo de un siglo y medio la justicia social, los derechos civiles, sociales, laborales y económicos. Sin esa impronta ética del marxismo no hubiese habido teoría ni acción política que soportase esa lucha contra el poder económico. En definitiva, Keynes, después de la segunda guerra mundial, escucha el mensaje ético y económico de Marx, aunque siga participando del capitalismo. Pero éste va a ser ya un capitalismo humano, el New Deal o el estado del bienestar hasta principios de los setenta con la crisis del petróleo a partir de la cual emerge el neoliberalismo que hunde sus raíces en teorías económicas mucho más antiguas y que encuentra dos valedores políticos, Thacher y Reagan. Pero esto es otra historia. Y aunque la teoría marxista esté falsada, en términos popperianos, eso no quiere decir que no sirva. Es como la teoría de Newton, sigue siendo utilizada. Y, por cierto, la teoría científica de Marx muestra ser más válida para analizar la actualidad que el neoliberalismo. Éste último no es ni siquiera una teoría, sino una religión y su destrozo está comprobado.

 

            Se equivoca el autor de plano cuando compara el mayo del 68 con los indignados del 15M, nada más lejos. Para empezar mayo del 68 tiene una carga ideológica tremenda, fundamentalmente maoista y troskista. Y fue un mayo violento, tremendamente violento. Y hubo una división irreconciliable entre los estudiantes y los trabajadores. Lo que pasa es que el autor habrá escuchados a los contertulios que, como no entienden las cosas intentan buscar comparaciones. Pues los ha cogido a todos descolocados. Como a Cayo Lara que se quiso hacer con el mensaje y la movilización, un aprovechado, que no se enteraba que con él –y ahora lo vemos con claridad- también iba la cosa.

 

            Por otro lado alude el autor, de soslayo, a los ecologistas o los defensores del medio ambiente y viene a decir que a ver quién es el listo que renuncia a nuestras comodidades.  Esto es un argumento simplón y manido, de tertuliano, sin profundidad. Hay una premisa de la que hay que partir, la creencia en el crecimiento ilimitado es un mito. Por tanto, habrá decrecimiento económico, hasta ahora hemos producido entropía en el resto del planeta, unos pocos de miles de millones vivimos bien a costa de muchos otros miles de millones. Esto es insostenible desde el punto de vista de las leyes básicas de la ciencia y desde una ética humana sensata. Es necesario cambiar de política económica. Y esa política existe en la teoría, es el decrecimiento. No se trata de una renuncia en plan monje y por una hiperconciencia ecológica, se trata de medidas claras de política económica que deben concretarse en una legislación; que, además, si no las tomamos no habrá decrecimiento, sino batacazo. De todas formas éste es un tema que está lejos de las reivindicaciones principales de los indignados.

 

            En resumen, creo que es necesario el compromiso, el tomar partido, aunque uno se equivoque, tiene uno toda la vida para rectificar. Y los intelectuales, los que nos dedicamos a las ideas tenemos como deber, no sólo observar, que por ahí se empieza, sino intentar cambiar las conciencias, deshacer los engaños, las máscaras. Me parece que el análisis que hace el autor es cínico, simple, cómodo y, además, con graves carencias en el conocimiento del movimiento. Más que conocimientos tiene prejuicios. Ésta es la actitud propia del intelectual posmoderno, aquel que ha legado al fin del pensamiento. Para mí no hay ni fin del pensamiento, ni pensamiento único. Ni creo en el progreso, pero sí en la posibilidad de mejorar con el esfuerzo, cada uno desde el lugar que le corresponde. Pero lo que no puede hacer el intelectual es quedarse viéndolas venir. Toda lucha política es lucha por la dignidad y para eso hay que dar la cara y, a veces, te la parten…y, a veces, también, llegas al desengaño más profundo…

 

 

                                   Juan Pedro Viñuela.

 

                                   junio de 2011

 

 

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