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Filosofía desde la trinchera

En torno a "El club de los poetas muertos"

Vamos a ver, dije que no quería polemizar. La interpretación que propongo es absolutamente legítima. Es más, aún coincidiendo con lo que se viene diciendo por aquí, y yo mismo lo he defendido en mi artículo, así como en todas mis intervenciones en el blog, no se demuestra la falsedad de mi interpretación. Creo que se confunden diferentes niveles, Uno es la valoración de la película, y, dentro de ésta, la valoración, de Robin Wiliams como protagonista. Otro nivel es nuestro pensamiento sobre los errores en la educación y nuestras propuestas.

 

            Empecemos por el principio. Creo que la película no es una buena muestra en el sentido de que pertenezca al séptimo arte. Tampoco veo un alegato educativo claro en ella, con su programa y sus principios. Hay que entender una cosa, y esto lo digo por los que se ensañan demasiado con ella. Vamos a ver, no estamos ante un tratado ni un ensayo que sí es criticable argumentalmente. Estamos ante el arte, aunque la película no de el nivel, por supuestísimo. Y el arte muestra, no demuestra. En la película aparecen temas muy claros y bien marcados. Pero se apuntan cosas más complejas. Tampoco podemos simplificar, como en muchos de los comentarios se ha hecho. La película en mi caso sirvió para hablar de la ilustración, como aparee en mi artículo. Y creo que nadie puede demostrar lo contrario. Ésta es la ambigüedad del nivel de la mostración. Considero que el valor de la autonomía, regirse por uno mismo es importante. Y considero que aparece un tema crucial sobre la naturaleza humana. El problema de la sociable insociabilidad del hombre, aquello que decía Kant, o la paradoja de Hume: el hombre, lo que más valora es la libertad pero en pos de la seguridad renuncia a ella plácidamente.

 

            Desarrollo un poco estas cosas, aunque Robin Williams contamina toda la película con su sensiblería y la vuelve débil y pasional, no quiere ello decir que, por debajo no se pueda encontrar algo para reflexionar. Y aunque los nuevos pedagogos vean un ejemplo en esta película, no es más que superficial. Por eso creo que los análisis contra ella son superficiales. Quizás lo mejor será, ya que no es una obra maestra del cine, pues no decir nada. No creo que la película por sí sola haga excesivo daño. Las causas del malestar en la educación y en la sociedad en su conjunto los hemos analizado aquí muy detenida y  pormenorizadamente, y seguiremos haciéndolo. No creo que haya que perder el tiempo en este tipo de películas y polémicas, para, en el fondo, decir lo mismo. Pero, como se han dicho tantas cosas, quiero yo explicarme algo más. Maximiliano, por supuesto que me quedo con John Ford, en cualquiera de sus películas hay más enjundia ética que en toda la educación para la ciudadanía junta, efectivamente. Y este maestro del cine, como el Western, es para mí una debilidad. Y, entre otras cosas, por el mensaje moral. Por lo de la moral del héroe, del que abre camino, por el ser de frontera, tanto física como moral. Ese héroe en el que se produce la contradicción de la sociable insociabilidad humana. Ese héroe primigenio que trae la civilización, pero que al llegar la sociedad, al normalizarse su moral, pasa a ser un exiliado, un solitario, o, incluso, un forajido, un fuera de la ley… el western está plagado de estos ejemplos. Ya mencioné también aquí el diálogo final de los siete samuráis…”al final siempre vencen los campesinos”, la moral inferir, la hipocresía, el miedo, el rencor, el resentimiento…en definitiva. Y esto es una de las cosas que quería señalar.

 

            Al principio de la película se contraponen el modelo tradicional de enseñanza basado en la excelencia, el trabajo y el esfuerzo. Pero, el problema es que el vehículo de transmisión de estos auténticos valores, no es la verdadera escuela, sino una sociedad de poderosos e hipócritas, que sólo quieren poder y ocultar sus debilidades. Por eso no aplican disciplina, ni esfuerzo, sino la fuerza arbitraria, porque desconfían, en definitiva, de su virtud, de su autoridad y, en fin, de su excelencia. Pero su poder y su situación se conservan por la tradición. La fuerza de la tradición, la sociabilidad del hombre a la que no podemos renunciar. La que nos arrastra y anula nuestra individualidad. Por otro lado, aparece el nuevo profesor, con los nuevos métodos, e ideas, en verdad, impracticables e inservibles. Muchos de ellos, meras payasadas. Pero hay un trasfondo, no hay que quedarse sólo con la melodía, hay que ir a la letra, no hay que mirar el dedo, sino la luna. Hasta una mala película nos puede hacer pensar, sobre todo si uno está explicando a Kant, como me ocurrió a mí cuando escribí mi artículo hace cinco o seis años. Este profesor algo payaso, anárquico, representa, como he intentado explicar, algo importante. El principio de autonomía. Frente a la tradición está la creación. Frente a la sociabilidad del individuo está la libertad del ciudadano. Creo que éste es el antagonismo que subyace a toda la película, que no es más que el antagonismo de nuestra propia naturaleza. La autonomía es el canto de la libertad. Pero ésta no se consigue sin el esfuerzo, sin ser capaces de apartarse del grupo, sin caminar por uno mismo, sin miedos. La autoculpable minoría de edad es la pereza y la cobardía, al decir de Kant. Este nuevo profesor enseña a vencer la pereza y el miedo, a tratar de ser uno mismo, no sin esfuerzo. Y nosotros sabemos, que los métodos que apareen en la película, son paparruchas, y que alimentan a los nuevos pedagogos. El método real es el del conocimiento y el conocimiento exige disciplina y esfuerzo y es lo que nos llevará a la virtud que solo se conquista por la libertad y en la libertad, autonomía.

 

            Creo que al final de la película, en su fatal desenlace, es donde reside esto que vengo diciendo. El suicidio de uno de los alumnos no es más que la prueba del poder de la tradición, o estás en ella o condenado al ostracismo. No hay virtud ni excelencia en esa tradición, hay máscara e hipocresía, ocultamiento de la debilidad y la verdad, como queda reflejado en el padre del suicida. Éste no ha sido lo suficientemente fuerte. Y luego quedan los compañeros, que se van doblegando, cobardemente, al poder de la fuerza. Un poder arbitrario. No es la excelencia, lo que los convence, sino el miedo, que es el sistema de control que utiliza la tradición. Pero es que nuestra naturaleza nos impele a ello. Nuestra sociabilidad nos hace gregarios y obedientes, nuestra insociabilidad, libres y solitarios. Todos tenemos que bregar con esta tensión interna y de elegir el justo medio en cada momento depende nuestra virtud y libertad. El peso de la tradición ha doblegado a los alumnos, que en definitiva, lo que aceptan no es un mundo más justo y mejor, sino pertenecer a esa clase elegida, no por ser los mejores, los excelentes, sino, en este caso, los más ricos y que supuestamente encarnan los valores de los elegidos, pero que guardan muertos en sus armarios. En definitiva, lo que han elegido es la adaptación, han renunciado a ser sí mismos. Y es la adaptabilidad y la obediencia la forma de transmitirse la tradición. Y eso, curiosamente, es también lo que sucede en nuestra tradición, la neoliberal. El valor fundamental de la nueva universidad a la boloñesa es la adaptabilidad a la sociedad del cambio. Es decir, el aborregamiento, la obediencia y la ausencia de crítica. La tradición se perpetúa a través de un sistema de valores a los que se obedece ciegamente, funcionan como creencias en las que se está, no como ideas. Bien, el sujeto libre tiene ideas, ejerce la crítica y ello le puede llevar a la soledad y al ostracismo, por eso requiere de valentía. Por eso pierden los samuráis y los viejos pistoleros se retiran a vivir fuera de la ley, ley que ellos, han creado, esa es la paradoja.

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