Por qué cada vez leo menos literatura.
Ayer, en el campo, durante la sobremesa, entre sol y sombra salió el tema de los libros. Es decir de los libros que cada uno estaba leyendo, de los que últimamente había leído y lo que les habían parecido. Por su puesto, todos ellos de literatura, contemporáneos fundamentalmente y buena literatura, dentro de lo que cabe, alguna muy buena. El caso es que yo permanecí callado. En realidad, porque no tenía nada que decir por una razón muy sencilla, no había leído esos libros, algunos de ellos ni los conocía. He sido un lector voraz de literatura, hubo un tiempo en que mi biblioteca se reaprtía equitativamente entre la literatura y la filosofía. Pero, sin darme cuenta, he dejado de leer literatura, escasos libros al año que se pueden contar con los dedos de una mano, comparado con las decenas de tratados, ensayos, biografías… Ha sido este un tema que me ha preocupado, o, más bien, me ha hecho pensar. La verdad es que lo que me sucede es que la literatura, así, dicho claramente, me aburre, no me llega, no es suficiente alimento para el cerebro. Es como si a un carnívoro lo quieres convertir en herbívoro. Hay un dato claro, realmente no dispongo de tiempo suficiente y entonces es cuestión de prioridades. Pero, me temo, que si dispusiese de más tiempo lo dedicaría a la lectura de ensayos que están en un segundo plano en mis intereses intelectuales.
Y todo esto por qué. Por qué he dejado de leer literatura. Entre los que estábamos allí uno citó la última obra de Umberto Eco. Obra que, por cierto, compré el verano pasado, circunstancialmente, me había quedado sin la llegada de mis pedidos, cosa que es fácil que ocurra en verano. Pues bien, tenía este libro para tales ocasiones. Lo empecé, y le puse empeño, pero me aburrí, estaba ante uno de los mayores escritores del siglo XX y estaba aburrido. La verdad es que creo, sin criterio suficiente que esta obra El cementerio de Praga es peor que sus últimas tres novelas. El nombre de la rosa, El péndulo de Foulcoult y La isla del día de antes. Lo sorprendente es que estas tres obras las leí con una tremenda pasión. Y las leí en un largo periodo de tiempo, según las sacó el autor. Es decir que la última la ley a los treinta y pocos y la primera a los veinte, más o menos. Qué es lo que ha ocurrido.
Pues creo que la respuesta está clara. La literatura habla a la sensibilidad, a la facultad del conocimiento que llamamos de la sensibilidad. La buena literatura hace que a través de la sensibilidad el autor se plantee cuestiones psicológicas, filosóficas, históricas, medite sobre la condición humana. Pero sobre todo la literatura lo entretiene y le proporciona el placer de la sensibilidad. La literatura no debe perseguir la evasión, a no ser que consideremos como evasión todo el mundo de la cultura, la huida de nuestro sufrimiento originario como diría Freud en El malestar en la cultura. La buena literatura, por sí misma produce placer y es precisamente porque habla a la sensibilidad. Pero la buena literatura no se queda ahí, señala más, quiere mostrar el mundo, la vida, la condición humana. Pero la literatura como arte sólo puede mostrar, de ahí que el lector se deleite con la literatura y ésta te lleve a la meditación. Pero ésta última sólo insinuada. Y es aquí precisamente donde encuentro el hecho de por qué cada vez leo menos literatura. Los tratados, las memorias, las biografías y sobre todo, el ensayo, se dirigen a la razón y a la sensibilidad. Un ensayo trata los temas desde la razón, pero tiene que conmover primero, es decir, que tiene que proceder de la sensibilidad. Por eso en un ensayo hay mucho de demostración y poco de mostración. El ensayo no pertenece al arte por mucho que se lo pueda clasificar como un estilo literario. El ensayo persigue el saber, de ahí que el ensayo, riguroso racionalmente y bello estilísticamente es la unión entre las facultades de la sensibilidad y la razón. Con razón dice Adela Cortina que toda razón auténtica es razón cordial. Es más, no se puede separar la razón del corazón. Lo que ocurre entonces es que la lectura de ensayos y tratados es el plato fuerte en el que encontramos lo que nos insinúa la literatura, pero sólo al nivel del mostrar. Desde luego que nunca hay tanto deleite en el ensayo como en la literatura. Pero la literatura, que siempre está ahí, como fondo, y aquí me refiero a los clásicos, que son los que han tocado alguna tecla de la condición humana, sólo muestra y no enseña. Su problema no es la verdad, sino la belleza y lo sublime. El nivel de enseñanza de la literatura es el de adentrarnos en los misterios de la condición del hombre, de la vida y del universo. Los cuentos infantiles abren el mundo al niño de lo posible y lo imposible, les ofrece los arquetipos cognitivos y afectivos que se han ido fijando filogenéticamente en nuestra evolución y que son los a prioris de nuestro cerebro que nos permiten entender el mundo. Por eso la literatura en la infancia y en la juventud juega un papel formador importantísimo y casi imprescindible porque todavía no se tienen los instrumentos del análisis. Pero pasada cierta edad, o bien la literatura es un mero entretenimiento, un pasar el tiempo, ya digo que quizás toda la vida no sea más que eso mientras que dejamos nuestros genes asegurados, no es un desprecio a la literatura, o un deleite de la facultad de la sensibilidad, en este caso sólo para la buena literatura y los clásicos. Pero sin ningún afán de enseñar. Los temas sólo quedan sugeridos. La literatura es una expresión de algo que hay más abajo y es la realidad social y es ésta la que el análisis de los ensayos y tratados analizan aunando sensibilidad y razón. De ahí que cada vez lea menos literatura. Lo que se dice en un libro de trescientas páginas se reduce a un párrafo bien escrito, expresado y constatado. Por eso el ensayo me parece el mejor vehículo para aunar las facultades de la sensibilidad y la razón. Pero con la ventaja de que el ensayo, si está bien escrito, además de mostrar, demuestra. Su discurso es universal es un instrumento que deleita e ilustra. Y lo que hace falta es ilustración, no distracción. Y tras la ilustración la acción. Pero la literatura no mueve a la acción, sino a la contemplación, mientras que el ensayo mueve al diálogo, base de la democracia, a la crítica y, por último, a la acción.
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