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Filosofía desde la trinchera

                                Isegoría.

 

            La isegoría es uno de los pilares de la democracia. Un invento griego que hemos heredado y que, como tantas otras coas, es constitutivo de nuestra cultura. Aunque los nuevos vientos neoliberales y mercantilistas quieran borrar el pasado y con él nuestra identidad y la posibilidad de transformar la sociedad y el futuro. Los otros dos pilares de la democracia son la isonomía (igualdad ante la ley) y la autonomía (que el pueblo se da a sí mismo la ley). Pero sólo voy a hablar de la primera, la isegoría o libertad de expresión, de pensamiento y de tener las propias opiniones (si es que tal cosa existe, pero ése es otro tema).

            Pues bien, lo que yo mantengo es que el ideal democrático, pues la democracia, al contrario que los totalitarismos, no es una utopía, es alcanzar el máximo de autonomía, isonomía e isegoría. Si fallan algunas de ellas, pues nos encontramos con un déficit democrático con lo que ello conlleva, que no es, ni más ni menos, que la pérdida de la ciudadanía. Pues bien, sospecho que la libertad de expresión, de pensamiento y de opinión ha sido socavadas desde el principio en nuestra democracia; y que la libertad de expresión y de opinión que tenemos no es más que mera apariencia. Eso sí, esta situación es mejor que un totalitarismo tiránico. Ahora bien, ese déficit democrático, lo que nos quiere decir es que no estamos en una tal democracia, sino en un autoritarismo, pongámosle el nombre que queramos. En primer lugar, hay que distinguir la libertad política, de la mera libertad de expresión. Pues bien, la primera fue sustraída con el pacto constitucional, que después fue refrendado por el pueblo. Y eso es así, porque la Constitución fue tutelada por poderes fácticos extraños a ella y no vigilada y realizada por una Asamblea Nacional, con lo cual no hubo realmente, un proceso constituyente. Y, luego, lo que de allí salió fue una norma general, la Constitución, que, en realidad potenciaba el bipartidismo y éste, no era otra cosa que dos formas diferentes de hacer la misma política. Es decir, que los partidos mayoritarios habían sustraído la libertad política al pueblo, esto es, la libertad de pensar y realizar un modo distinto de sociedad, como por ejemplo, una república. Los dos partidos políticos habían aceptado la monarquía, también el partido comunista. Y tanto éste, como el partido socialista, habían renunciado al marxismo. Ahora bien, si el partido socialista deja de ser republicano y marxista, entonces no hay ninguna alternativa real de izquierda. Pero como la gobernanza del país pasaba por el voto a alguno de estos partidos (que en el fondo defendían lo mismo: el capitalismo europeo. Véase las dos primeras legislatura de Felipe González: OTAN, reconversión industrial, ley laboral que implicaba flexibilización…) o a los nacionalistas, pues ello implicaba que la libertad política había sido secuestrada por los partidos. Y eso hasta la actualidad. De ahí la necesidad de un proceso constituyente si queremos recuperar nuestra libertad.

            Por otro lado, la libertad de expresión es muy relativa. Realmente podemos decir lo que queramos, o lo que creemos que pensamos, pero eso es irrelevante. Nuestras opiniones, sobre todo si son disidentes con el establishment, no llegan a ninguna parte. En primer lugar, la opinión se genera en los grandes medios de comunicación que están al servicio de los  partidos políticos, esos que han arrebatado nuestra libertad y quieren construir nuestro estado de opinión, y que a su vez constituyen un poder económico. A mayor poder económico mayor poder de difusión. De esta manera, el pensamiento alternativo, disidente…tiene poco alcance y, además, tiene que luchar contra la opinión establecida como verdad. Porque los medios de comunicación van transformando la opinión de los ciudadanos (convirtiéndolos en esclavos) de tal forma que se transforman en creencias.

            Ese es otro punto, la opinión individual, de lo que menos tiene es de individual. Es una opinión construida por el poder en la que la inmensa mayoría de las personas cree. Incluso hay un lenguaje para expresar su pensamiento, porque el lenguaje es la vía del pensamiento y este la forma de ver e interpretar el mundo. Así, nuestra libertad de expresión no es más que una distracción, el estado de opinión, no es del ciudadano, sino que pertenece al pueblo. Y, cuando las opiniones críticas y disidentes llegan un poco más lejos de lo normal. Cuando el poder se siente amenazado, pues utiliza la fuerza, para empezar demoniza esas opiniones y las tacha de extremistas y contrasistema y luego utiliza el poder judicial para amedrentar. Y cuando el poder político tiene una mayoría absoluta pues construye una ley de seguridad ciudadana absolutamente autoritaria. Y ya sabemos cómo se las gasta las mayorías absolutas: todo para el partido, a través del voto del pueblo, pero sin el pueblo. Ciertamente no nos representan y tienen secuestrado nuestro pensamiento. Algunos acuden a artes dantescas en este afán.

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