Insisto, no discuto. Todo lo que he hecho al hablar contigo en este intento de diálogo es presentarte diferentes posturas bien documentadas. Eres un iluso al pensar que me preocupa el tema catalán desde hace cuatro o cinco años. La primera vez que atendía a este hecho fue cuando me enfrenté en filosofía política al tema de los nacionalismos hace más de treinta años. No olvides que soy filósofo. Y que yo no estoy opinando. Estoy tratando un tema filosófico, jurídico y político. Esa apreciación tuya denota tu estado intelectual, vives en la creencia. Y como decía Ortega. “En las creencias se está, las ideas se tienen” por tanto uno es esclavo de las creencias y muy difícilmente se pueden cambiar y, con facilidad, tienden al fanatismo. Lo peor es que el fanatismo también puede tender a la violencia porque la masa no tiene conciencia: la identidad con la masa es, precisamente, la pérdida de la conciencia. Es decir de la identidad real. Por el contrario, las ideas se tienen y, por ello, uno las maneja, las critica, las corrobora o refuta, diálogo a través de la tolerancia (suponer que el otro podría tener más razón que yo o, por su puesto, que algo siempre tendrá que enseñarme) Esta es la opción del pensamiento racional. Tú estás en el lado de la creencia. Yo llevo treinta y cinco años de paradoxa (ir más allá de la opinión común y consuetudinaria, más allá del poder en busca de verdades provisionales, que son las únicas que existen). Porque como he dicho muchas veces, pensar es pensar contra el poder. Y, como también he dicho, la democracia es disidencia, no consenso. El consenso es la privación de la libertad política porque es la ausencia del pensamiento. Y eso es lo que pretende el poder, tanto el político como el económico.
Por otro lado, supongo que te cogería en mal momento, porque en mi escrito no decía nada de ti. Hablaba en términos universales y tú entrabas en uno de los grupos, pero no en el que tú pensabas. Yo hablé de la manipulación política. De la maltrecha ciudadanía (y aquí se incluyen tanto españoles como catalanes) que ha dejado de ser tal porque no hay democracia, sino oligarquía partitocratica. Lo de la democracia es un barniz. En lo de la ciudadanía estabas tú. Y luego hablé de la burguesía entendiéndola como el poder económico (la oligarquía: tanto la española como la catalana, que sacará más beneficios). Lo sorprendente, aunque no tanto desde una interpretación realmente de izquierda, es que tú te identificaste con la burguesía. Mira. Tú eres un trabajador autónomo, un explotado, como todos los obreros, un ciudadano engañado, como todos los ciudadanos y casi sin capacidad de actuar para hacer de este mundo un mundo mejor en el que no exista esta terrible desigualdad entre ricos y pobres. Lo que ocurre es que tu conciencia está alienada. Es el instrumento ideológico del sistema para que todo fluya, el aceite de la maquinaria: se le llama ideología. Y la ideología es una creencia. De modo que tu conciencia es la de un burgués, cuando no lo eres. Eso es una falsa conciencia o conciencia engañada. No tienes cientos de millones o miles de millones de euros ni manejas los hilos del poder. Eres un obrero autónomo, con muy pocos derechos sociales, lamentablemente, porque nunca ha habido una izquierda fuerte (radical. Y no confundir radical con extremista: el primero va a la raíz, el segundo es un dogmático) y porque estos pequeños empresarios tienen todos una conciencia alienada. Es decir, se consideran, la burguesía.
No comento lo de los funcionarios porque me parece una auténtica falta de respeto. Ya escribiré un artículo sobre lo que significa el estado y los funcionarios.
Y, personalmente, en cuanto a la independencia catalana, pues me da igual. E, incluso, me alegraría, por los que quieren la independencia y por los que queremos tranquilidad y no que se nos insulte con la torpeza de los discursos políticos, de todos, de los hunos y de los hotros, que diría Unamuno. Por eso se quedó sólo. Pero ése es el precio de la libertad de pensamiento. Pero incluso aquí tengo mis dudas. Habrá, no, hay, mucha gente tanto en España y Cataluña, que, sinceramente le duele la separación. Y mi deseo, que no es más que personal, es injusto con ellos.
Soy un escéptico, ese es otro peso que conlleva la libertad de pensamiento. Y el escéptico no es el que no cree, sino el que busca, no es el relativista: todas las ideas son válidas, no, porque el escéptico es el que se da cuenta de que eso no eran ideas, sino meras opiniones particulares, ideologías, mitos y creencias. El escéptico es un desenmascarador. Pero de todo ello hablo en el prólogo de mi nuevo libro que aparecerá dentro de unos días “Reflexiones de un escéptico”.
De modo que me considero vencido en la discusión porque no he sido capaz de llevarte al ámbito del diálogo. De todas formas los escépticos estamos acostumbrados a perder siempre. Para hacernos fuertes intelectualmente nos ejercitamos en la derrota.
Un abrazo y nos vemos; eso sí, desde nuestra identidad biológica común: homo sapiens sapiens. Era un graciosillo el que le puso el nombre a la especie…
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