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Filosofía desde la trinchera

Una breve reflexión de un filósofo sobre la psicología.

En estos momentos me encuentro bastante reconciliado con la psicología, más que nada, por sus avances hacia el humanismo y su progresivo abandono del positivismo científico y el cientificismo reduccionista que a él iba aparejado.

La psicología es una de las hijas menores de la filosofía. Siempre hay que tener en cuenta que la filosofía, ni mucho menos termina, tras el nacimiento de las ciencias. Sigue siendo un saber, lo que no es un saber científico. Incluso, hoy en día, hay un trabajo conjunto en la psicoterapia (algunas) en las que se ha introducido el saber filosófico. Me refiero a todas las terapias humanistas que conciben al ser humano como una totalidad y no como un mecano. Incluso habría que hablar hoy en día también de la recuperación de la filosofía como sabiduría y como terapia a través de la sabiduría perennis o la filosofía sapiencial. Pero de ello hablaremos al final. Pues bien, la psicología surge en el momento más álgido del positivismo científico y el neopositivismo lógico. Y surge con el conductismo, una corriente de pensamiento perfectamente adaptada al paradigma de la época que tenía  como fondo la filosofía neopositivista o el neopositivismo lógico. Para encuadrar el conductismo y entender por qué es tal como es, es necesario saber en qué paradigma filosófico o idea de la ciencia se mueve. Pues bien, éste es, como he dicho, el neopositivismo lógico. ¿Y qué nos dice éste?, pues que la ciencia surge de la experiencia, que su origen y su límite está en la experiencia. Por tanto, que no se puede ir más allá de la experiencia. Todo lo que sea ir más allá de la experiencia es mera especulación vacía que no tiene correspondencia con lo real y, por tanto, es palabrería o, más técnicamente, un sin sentido. El criterio que establece el neopositivismo lógico para demarcar la ciencia, de la no ciencia, es el de verificabilidad. Pero este criterio va a tener un problema, que es un criterio de sentido; es decir, que la ciencia, lo verificable, es un discurso con sentido, mientras que la no ciencia, no tiene sentido. Por tanto es algo de lo que no merece la pena hablar, es más no se puede hablar, solo divagar sin ningún sentido. Y ahora explico esto, porque esto nos lleva al cientificismo, que es una ideologización de la ciencia y hasta una religión, basada en una falsa visión de la ciencia que nos lleva a un reduccionismo radical.

                El neopositivismo se basa en “El tractatus lógico-philosophicus” de Wittgenstein, aunque el mismo autor no está de acuerdo con el camino que toma el neopositivismo surgido del famoso Círculo de Viena. En definitiva el neopositivismo lo que nos dice, siguiendo al pie de la letra El tractatus es que una proposición es científica sí y sólo sí es verificable. Es decir, si se puede constatar con la realidad o experiencia. Una proposición atómica o simple es una descripción de un hecho. Por tanto tiene un sentido: puede ser verdadera o falsa. Bien una proposición que no sea verificable como “Dios existe” no tiene sentido, porque no se puede constatar. No es que sea ni verdadera ni falsa, es que es absurda. No se puede hablar de ella. Por otro lado, toda teoría científica ha de ser reducible a proposiciones atómicas, por tanto, contrastables. Por ello una teoría que no se reduzca a proposiciones contrastables o verificables no es una teoría científica. Es algo absurdo, de lo que no merece la pena hablar, ni siquiera se puede hablar, es un galimatías, un enredo del lenguaje. Por eso no se puede hablar de ética, de filosofía, de estética, de derecho, de política, de historia, de religión. Es decir, que todos estos ámbitos que se preguntan por el bien, la verdad, la belleza, la justicia, el sentido de la vida, la muerte, lo místico, el universo, la esperanza…es algo de lo que no se puede hablar y lo mejor es callarse. Porque todos los discursos que hablan de esto son inverificables. El problema surge cuando este discurso se convierte en verdad universal y absoluta. Y es entonces cuando caemos en la religión de la ciencia. Es decir en el reduccionismo cientificista y en la creencia de que la ciencia es la única verdad y el único saber y único modo de saber. Y, esto, a pesar de que el verificacionismo se ha superado y admitimos que la ciencia es más compleja, aún sigue presente. Lo vemos muy claro en toda la ciencia, pero, por ejemplo donde está más claro hoy en día es en la economía que pretende ser un discurso neutro, a parte de la política, de la historia y de la naturaleza. Un discurso meramente matemático. De ahí que el premio Nobel de economía,Stigliz, diga que se ha convertido en una religión con su catecismo y todo. En fin, no toca aquí analizar el cientificismo, pero sí señalar que es muy peligroso y está presente en todas las ciencias y hace del hombre una caricatura. Dicho de otra forma, el cientificismo tendría una validez epistemológica o metodológica, pero no ontológica, es decir, que no es una imagen del mundo ni del ser humano.

Pues bien, el conductismo responde a la perfección a esta concepción de la ciencia. Considera que lo único evaluable es lo empírico. De modo que toda teoría que podamos desarrollar sobre la naturaleza humana y animal ha de ser una teoría que se pueda reducir a proposiciones observacionales. Y lo observable es la conducta (hay versiones muy sofisticadas hoy en día del conductismo, pero en definitiva se reducen al criterio empirista, o bien, se mezclan con otras teorías que no requieren de este criterio reduccionista). Por tanto sólo se puede hablar de la conducta. A este tipo de teorías las llama el filósofo Bunge, teorías de la caja negra. El cerebro sería como una caja negra inaccesible del que sólo tenemos conocimiento por sus respuestas conductuales ante determinados estímulos, también observables. De modo que evaluamos la naturaleza humana y animal por sus actos observables, su conducta. Y de aquí se puede desprender tanto una teoría del aprender, como una terapia. Aún siguen vigentes pero con un grado mayor de complejidad.

Si bien es cierto que el modelo conductista aportó y ha seguido aportando un conocimiento sobre la naturaleza humana, lo es también que es un modelo muy limitado, que tiene que unirse a otros modelos para sobrevivir. Pero la psicología ha ido cambiando a remolque del desarrollo de otras ciencias: fundamentalmente la física, la química y la biología y sus diferentes especialidades: etología, neurobiología, bioquímica, genética… y de la filosofía de la ciencia. Y no podía ser de otro modo precisamente por el hecho de que la psicología fuese una de las últimas ciencias en aparecer y necesitaba de saberes previos para poder progresar.

En primer lugar habría que desmontar el neopositivismo o verificacionismo. Y el primero que lo hace es Popper. Este filósofo clásico del siglo XX, uno de los más grandes, sigue anclado al problema de la demarcación entre ciencia y no ciencia. Es su preocupación inicial y que le viene determinada, desde luego, por el ambiente en el que vivió. Pero a Popper no le va a satisfacer la respuesta neopositivista. Él considera que lo único verificable son las proposiciones, no las teorías. En última instancia, que una teoría nunca puede ser verificada. Esto por un lado, por otro, considera que el criterio de demarcación, no es un criterio de sentido. Dicho de otra manera, que el resto de los saberes, a pesar de no ser científicos constituyen una forma de conocimiento, con lo cual nos cargamos de un plumazo el cientificismo. Y no hay que irse más lejos, aunque podemos hacerlo, para combatir el cientificismo de hoy en día, que el discurso de Popper. Lo que sí carece de sentido, es engañoso y, además, peligroso, son las pseudociencias. Éstas son un tipo de discurso que pretenden presentarse de forma científica, pero que no son tales. Es el caso de la astrología y el psicoanálisis, por ejemplo. Pero no entramos en el análisis de ello. Simplemente decir que, para mi gusto, con el psicoanálisis se excede. Es cierto que no es ciencia, pero no es absurdo y sí tiene sentido, por lo menos es sugerente, y mucho más en el ámbito de su aplicación a la cultura que al del individuo.

Pues bien, Popper dice que las teorías científicas no se pueden verificar porque se basan en la inducción. Ahora bien, una teoría tiene que poder predecir un hecho del futuro, pero como el futuro no existe, pues resulta que no es verificable, con lo cual no hay ninguna teoría verificable. Por eso, lo que sucede es que el método de la ciencia es que no es la inducción, sino la deducción. Es decir, Popper lo que hace es sustituir el criterio de la verificabilidad por el de la falsabilidad. Lo único que podemos saber con certeza es cuándo una teoría es falsa. Y es de esta forma como avanza la ciencia. Vamos alejándonos del error y nos vamos acercando asintóticamente a la verdad. Pero claro, en la medida en la que se aplica la falsabilidad, entonces las teorías son concebidas como hipótesis o  conjeturas, que tomamos como verdaderas, mientras no se falsen y, una vez que son falsadas, quedan como casos restringidos de una teoría más amplia. Y así lo muestra claramente la historia de la física. En psicología ocurriría igual. Y, entonces, en el caso del conductismo lo podemos considerar como una verdad parcial, pero restringida, dentro de una verdad más amplia como el cognitivismo (por eso existe un conjunto de teorías conductuales-cognitivistas.) el desarrollo de la propuesta de Popper es el método hipotético deductivo que es el que siguen todas las ciencias hoy en día, eso sí, con múltiples variaciones y aplicaciones particulares dependiendo del objeto de estudio.

El desarrollo mismo de la psicología y otras ciencias, dio lugar al surgimiento de nuevas teorías y marcos conceptuales más amplios y profundos en psicología: como fueron, por ejemplo, la psicología de la Gestalt y el cognitivismo. Y, esto, visto desde el punto de vista del análisis de Bunge nos llevará a teorías que consideran al cerebro una caja translucida, es decir, opaca, pero que nos dejan ver algo dentro de él. Dicho de otra manera, estas teorías no eran verificables, eran hipótesis o conjeturas, en el sentido popperiano, pero mientras funcionasen para entender la naturaleza humana las tomamos como verdaderas. Hasta que son refutadas por las neurociencias (no estrictamente refutadas. Lo que las neurociencias han aportado, como también la genética, es un camino para comprender cómo funciona el cerebro a través de ciencias más fundamentales.) Es decir, podemos seguir utilizando los modelos conductuales y cognitivos, pero ahora sabemos que, tras ellos hay una explicación más profunda. Es más, aquí ya aparece la farmacología, pero ésta sólo puede ser utilizada por los médicos, los psiquiatras. Y aquí surge un problema importante. A medida que vamos sabiendo más del cerebro y su bioquímica y más sobre substancias químicas que pueden modificar su funcionamiento, pues se empiezan a aplicar a la curación de las “enfermedades mentales” (lo entrecomillo porque el qué es una enfermedad mental es un grave problema que aquí no vamos a tratar, aunque en las terapias de última generación aparece, igual que en la filosofía práctica). Pero, claro, suceden aquí muchas cosas, pero sólo voy a mencionar dos. La primera es la medicalización de la vida, que es algo común a toda la medicina y al sentir de la sociedad en general. Realmente, si la sociedad está enferma, que lo está, simplemente porque se rige por unos valores que no son los adecuados para el hombre y la comunidad; es decir, una enfermedad ético-filosófica; dicho de otro modo, que tenemos unos valores y una concepción del mundo desacoplados con lo que es nuestra naturaleza, por eso nos sentimos enfermos y acudimos a las medicinas, los libros de autoayuda, etc. En el caso de la psiquiatría el problema de la medicalización es peor. Porque es, en cierto modo y paradójicamente, como si hubiésemos vuelto al conductismo. La psiquiatría con sus fármacos actúa sobre los síntomas de la enfermedad, actuando sobre la bioquímica que los produce. Pero no sobre la causa que produce la bioquímica que genera la enfermedad (mejor, los síntomas de la enfermedad.) De ahí que la psiquiatría sea siempre conveniente combinarla con psicoterapia. Ésta última, sea el modelo que sea, siempre intenta ir a las causas de la enfermedad, otra cosa es que dé con ellas o que sea la terapia adecuada, o que el paciente responda adecuadamente. Las psicoterapias requieren paciencia y constancia y se hacen pesadas para el paciente, que tiene que seguir la terapia, además de soportar la “enfermedad”. Pero, claro, el problema es que los médicos de atención primaria, como los psiquiatras tratan muchas “enfermedades mentales” sólo con fármacos, que pueden ser más o menos eficientes, pero que sólo atacan al síntoma de la enfermedad. La psiquiatría en su afán de clasificar las conductas humanas, de dilucidar qué es lo enfermo y, qué no, ha generado una multiplicidad de enfermedades, que antes eran considerados conductas absolutamente normales. Es decir, que los criterios que se han utilizados vienen muy mediatizados por los valores de la sociedad en la que vivimos y, por qué no decirlo, por los intereses de las multinacionales farmacéuticas.

Las ciencias siguen avanzando e influyen en la psicología. A la vez que ésta misma sigue avanzando por sus derroteros. Por simplificar mucho todo, digamos que tenemos dos caminos: la psiconeurobiología que nos llevaría al conocimiento profundo de la psique a través del conocimiento del cerebro humano, a lo cual habría que añadirle también la genética. Esta rama pretendería ser una teoría, siguiendo la clasificación de Bunge, de la caja transparente. Si conocemos, cómo funciona el cerebro y cómo los genes lo construyen y lo hacen funcionar de determinada manera, entonces sabremos qué es la psique humana y todos los adjetivos que se predican de ella. A esto habría que añadirle una nueva ciencia que es la epigenética, que consiste, grosso modo, en lo nuevo que aparece tras la interacción de lo innato, marcado genéticamente, con el entorno. Digamos que aparecen epifenómenos que sólo aparecerían cuando cierta carga genética interactúa con cierto entorno. Dicho en particular. Puede ser que alguien tenga una carga genética proclive a la ansiedad, pues bien, ésta, nunca se disparara en determinado ambiente, pero sí en otro, como una mala crianza, maltrato infantil, acoso laboral y mil entornos más. De esta manera, aunque el cerebro haya cambiado, su bioquímica está alterada, el factor detonante es el entorno. Por ello podríamos decir que toda ansiedad es exógena, pero que ante el mismo entorno, unos individuos la desarrollan y otros no, por sus factores endógenos.

Y ahora nos vamos a la otra rama que serían las psicoterapias de tercera generación que son múltiples y cada una de ellas tiene su diversidad. Pero hay un factor común, el intento de comprender al hombre como una totalidad en interacción consigo mismo y con su entorno social. Es decir una humanización. En este sentido, aunque sólo algunas se llamen humanistas, todas lo son en la medida en la que consideran al hombre como unidad y no como un robot desmontable y lo intentan comprender dentro de su ser propio que es su ser social. Eso sí, sin renunciar al conocimiento que las neurociencias nos aportan del ser humano. Si renunciamos a esto, entonces la psicoterapia se transforma en mera técnica formal, un saber hacer. Lo mismo si renuncia al saber humanístico, concretamente a la filosofía sapiencial. Entonces no podremos encuadrar al hombre en su ser histórico, ideológico, religioso y ético. Con lo cual no podremos acceder a su intimidad. A comprender, sin juzgar, como sugiere alguna terapia, y también la filosofía práctica, el porqué de sus actos. Pero de la filosofía práctica y sapiencial hablaré brevemente al final.

Y yo creo que este tercer cambio en la psicología, que ha dado lugar a las psicoterapias de tercera generación y la psicología humanista se ha dado lugar debido a un cambio de paradigma en la psicología. Aquí no entro a la psicología positiva, que me parece una pseudociencia, un engaño, una ideología formada por el poder para domesticar al pueblo mostrándoles un mundo paradisíaco fácilmente accesible a todos y en el que todo es felicidad, paz, conformismo…esta psicología, es ideología y es opio para el pueblo. Y, lamentablemente, está muy extendida a nivel popular y en la educación: el aprender jugando, el aprender a aprender, la eliminación de cualquier norma o disciplina (dirección, dirigir) sobre el alumno, los planes de estudio que eliminan conocimientos y lo sustituyen por un saber hacer (lo útil para el mercado, claro) por las competencias básicas y un sinfín de barbaridades más.

En primer lugar hay que entender un poco la filosofía de la ciencia del físico e historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn. Este autor fundamental dentro de la historia de la filosofía de la ciencia y de la historia de la ciencia del siglo XX escribió una obra fundamental que es “La estructura de las revoluciones científicas” que va a dar lugar a un cambio en la concepción de la ciencia. En primer lugar va a negar lo que se llama el criterio de justificación como forma para entender la ciencia. Y, considera que la ciencia hay que entenderla dentro del criterio de descubrimiento. El primer criterio es un criterio lógico del que hemos estado hablando anteriormente. Es decir, que intenta comprender la ciencia a partir de su desarrollo interno y lógico. Pues bien, lo que nos viene a decir Kuhn es que la ciencia no se puede entender fuera de su contexto social e histórico, sin reducirse a ello, claro. Entonces las ciencias hay que entenderlas bajo un paradigma. Dentro de un paradigma hay cuatro puntos: 1. Una filosofía o cosmovisión general y una situación histórica y social. 2. Un conjunto de teorías. 3. Un conjunto de técnicas y tecnología. 4. Un conjunto de problemas que tiene solución dentro del conjunto de teorías. Es muy importante tener en cuenta que el primer punto es una creencia que tiene el científico y que se le ha transmitido informalmente en su proceso de aprendizaje del paradigma en el que se encuentra. Esto explica la resistencia que el científico tiene a cambiar de paradigma, porque la visión que tiene del mundo no es ciencia, es una creencia, casi siempre inconsciente que lo ata al paradigma. Pues bien, el cambio en la ciencia o la evolución (aquí surge el problema del progreso, pero no lo vamos a tratar porque escapa al objeto de este escrito) se produce con un cambio de paradigma. Y, ¿cómo se producen esos cambios paradigmáticos? Pues cuando un problema se convierte en una anomalía. Y una anomalía es un problema que no tiene solución dentro del conjunto de teorías y cosmovisión del paradigma. Será necesario la construcción de nuevas teorías, a partir de una nueva concepción general del hombre y el mundo, una cosmovisión (de la cual los creadores sí son conscientes) que resuelvan la anomalía y la conviertan, entonces, en un problema que, a su vez, genera más problemas. Pues bien, a esto se le llama una revolución científica. Hay revoluciones inmensas, como la copernicana o la de Einstein, la relatividad y la mecánica cuántica y las hay medianas y pequeñas.

Pues el cambio paradigmático que se ha producido en la psicología de última generación es una gran revolución. Porque consiste, ni más ni menos, que en el tratamiento, sobre todo, en las psicologías humanistas, del hombre no como objeto, sino como sujeto. Es decir, como persona en relación consigo mismo y con los demás. Por tanto se trata al hombre como sujeto dotado de dignidad, es decir, se le da el valor de persona, que ya le otorgaría la filosofía, con Sócrates, los estoicos y, definitivamente, en la Ilustración.

Y, ya para finalizar, me gustaría decir unas palabras sobre la filosofía práctica o aplicada. La filosofía práctica es algo tremendamente nuevo, un par de décadas y muy viejo, unos cuantos miles de años: desde la sabiduría hindú, pasando por el budismo, el taoísmo, Sócrates, los estoicos, Spinoza, la Ilustración, Kant…y que pretende recobrar lo que la filosofía ha sido desde siempre: una búsqueda de la sabiduría a través de la cual te curas a ti mismo y a los demás. La filosofía, que no ancla sus raíces en Grecia, sino que es mucho más antigua y tiene su expresión en Oriente, renace en Grecia como búsqueda del saber y la verdad. Pero ese saber no es un mero conocer, sino un comprender, en el sentido de aprehender, de hacer nuestro el conocimiento, de tal manera que el conocimiento te transforma. Pero, como lo que todos queremos es el bien. La búsqueda de la sabiduría es la búsqueda del bien. La verdad nos tiene que transformar en hombres buenos, justos y virtuosos, por tanto, felices. La comprensión del saber lleva aparejada la virtud, por eso, también se nos dice, desde el conocimiento sapiencial: “la verdad os hará libres”. La búsqueda de la verdad, salir de la caverna es comprender en nuestra intimidad nuestro estado de ignorancia. Y la ignorancia es el mal (aquí podemos enraizarlo en la enfermedad, que nos hace infelices y desgraciados). Por eso la importancia del saber, porque va ligado al ser. Pero resulta que en Occidente, esta línea sapiencial, se separa de una línea, que va a ser hegemónica, en la que la filosofía es sólo conocimiento, separado del ser que tiene el conocimiento. No se trata ya de una transformación a través de los conocimientos, sino de conocer y defender con la razón nuestros conocimientos. La línea sapiencial ha seguido hasta nuestros días, pero ha sido una corriente oculta y ocultada en la historia de la filosofía. El filósofo realmente es un cura sui, alguien que se cuida y se cura a sí mismo (curiosa coincidencia con ciertas psicoterapias) y esto es alcanzar la sabiduría. Y en la medida que conoce esta sabiduría milenaria y se ha identificado con ella, la ha vivenciado, forma parte y es su ser, pues puede aplicarla al ignorante (enfermo-esclavo) Y ésta es la idea central de la posibilidad, que siempre ha existido y se ha utilizado, de aplicación de la filosofía como terapia. Además de recobrar el camino de la filosofía como búsqueda real de la sabiduría. Y aquí nos salimos ya del tema, además de que yo estoy en pleno proceso de estudio, investigación y aplicación de esta filosofía práctica de la que sólo he dado unas pinceladas.

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