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Filosofía desde la trinchera

 

            La muerte es impredecible y nos llega de forma inadvertida, incluso en la enfermedad. Ahora bien, está claro, como tú señalas, que la muerte es ajena a la vida. La vida se reafirma siempre plenamente. Es lo que en biología se llama principio de supervivencia y que ya el filósofo Spinoza lo explicó como el “conatus”: dicho de otra manera, todo ser intenta por todos los medios permanecer en su ser. Por eso, dejar de ser nos es extraño y ajeno. Estando vivos no podemos concebir la muerte porque es el no ser. Y nuestro ser intenta siempre permanecer en el ser. Nuestro cuerpo sigue funcionando a la perfección aunque sepamos que vamos a morir dentro de un instante y el conatus es lo que le hace persistir en su ser. Eso que comentas de los suicidas es muy común. Desde luego, que si se les rompe la cuerda, no se suicidan, a lo mejor lo dejan para otra vez. Pero en ese momento lo dejan. En cuanto a lo de la eternidad es curioso lo que dices. La eternidad es la ausencia de tiempo. En ese sentido existimos desde siempre, porque no conocemos nuestro origen, nos lo han contado. Y en el momento de nuestra muerte dejaremos de tener consciencia, por tanto, no existe el tiempo. Desde una mirada psicológica la vida es la eternidad dentro de la nada. Ésta es también la sabiduría de los budistas, rescatar esa eternidad que el velo de las apariencias ha ocultado. A mí me gusta decir que venimos de la nada, vivimos en las apariencias y vamos hacia la nada: ¡Buen viaje¡

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