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Filosofía desde la trinchera

Acabo de leer el último libro de la excelente filósofa y magistral escritora Adela Cortina, “La justicia cordial” Es un libro que arranca del discurso de entrada en la real academia de las ciencias morales y políticas. A pesar de coincidir en gran media con ella, porque, yo me considero también un heredero de la ilustración, y participo del ideal comunicativo o dialógico de la ética y la política en la línea de Habermas, que es la que ella sigue, discrepo en dos asuntos de importancia.

 

            En primer lugar nuestra autora pretende una ampliación del concepto de justicia que vaya más allá de la razón e incluya los sentimientos, la empatía. Esta sería, y lo comparto, una forma de superar la razón vacía kantiana, el imperativo categórico y la comunidad ideal de diálogo entre personas racionales, que representaría la democracia a lo Habermas. Me parece muy interesante esa forma de superar, mediante la razón cordial, ese instrumentalismo de la razón ilustrada. Si caracterizamos al hombre sólo desde la razón, nos dejamos atrás gran parte de lo humano. La razón debe estar unida al corazón. No se trata del respeto al otro porque el otro es un sujeto de dignidad, un fin en sí mismo, por imperativo. Si no porque el otro es otro yo con el que tengo la capacidad de empatizar. La comunidad es una comunidad afectiva regida por la razón. Con todo esto estoy de acuerdo. Pero creo que nuestra filósofa se equivoca en su optimismo. Cree que es posible una democracia basada en la razón y justicia cordial. Así lo desearía yo también. Pero soy de los que piensan que los ciudadanos no alcanzan su mayoría de edad, que se mueven por intereses muy particulares y que, en última instancias, obedecen a imperativos (creados artificialmente por el poder interesado en perpetuarse) emocionales. Esto signifca que no actúan por si mismos, sino heterónomamente. Si no, no podríamos explicarnos la situación de grave déficit democrático en el que hemos caído.

 

            Otro punto de discrepancia es su antropocentrismo ético. Éste lo comparto sólo en la medida en la que el hombre es el único ser moral. Efectivamente, porque es un sujeto y una persona. Pero hay que tener en cuenta que esto no es un a priori, sino una conquista histórica basada en la empatía natural. Somos seres morales porque supuestamente somos seres libres y nos hemos dotado de dignidad. Hasta aquí de acuerdo, con la variación de que nuestro valor intrínseco no es absoluto, sino histórico, aunque por naturaleza tengamos la posibilidad de acceder a estos valores.

 

            Pero mi tesis es que la ética debe girar hacia el ecocentrismo. Por supuesto que no participo de la idea de que los animales tengan derechos y nosotros un deber absoluto para con ellos. Ya digo que ni siquiera los valores humanos son absolutos, como la iban a ser los de los animales. Los animales no son seres morales porque esto es una cualidad emergente que aparece en el hombre y que viene mediatizada fundamentalmente por el lenguaje. Entonces, en qué consiste mi ecocentrismo. Pues en la consideración, por un lado, de que el hombre es un ser más de la ecosfera en pie de igualdad con los demás, por un lado, y, por otro, que nuestra acción con respecto a la naturaleza es una acción con respecto al hombre. Si la ética es sólo válida para el hombre porque sólo él es responsable de sus actos y la responsabilidad se relaciona con los seres que tienen dignidad; entonces, si nuestras acciones en la naturaleza afectan a los no nacidos todavía y a los hombres lejanos, pues somos responsables de nuestros actos con respecto a la naturaleza. Obsérvese que no reconozco derechos de los animales, sino solo derechos y valores inventados por el hombre. Y que al poner al hombre en pie de igualdad con el resto de la naturaleza y sabiendo que existe una relación sinérgica entere todos los seres de la naturaleza, pues, entonces cualquier acto mío con respecto a la naturaleza es un acto con respecto al hombre y, por ende, soy responsable de ello. Creo que este paso ecocéntrico, sin eliminar el valor de la ética de la razón cordial de Adela Cortina sería un paso más del hombre, una conquista ético política. Podríamos decir con Riechmann, una segunda ilustración. Pero todo ello requiere un cambio de paradigma en la relación del hombre con la naturaleza y en la idea que el hombre tiene de sí mismo. Esta segunda ilustración extendería la justicia a todos los hombres, incluso los no nacidos, responsabilidad universal, y al resto de los seres de la naturaleza. Son nuestros orígenes cristianos los que nos impiden ver este nuevo paradigma, son las religiones del libro las que nos mantienen anclados en este paradigma. En otras culturas, la propuesta ecocéntrica es la natural, precisamente porque sus mitos fundantes participan de la idea de comunidad hombre-naturaleza. Y no olvidemos que el paraíso de los cristianos viene representado metafóricamente por la anulación de las diferencias y contradicciones entre el hombre y la naturaleza. Ésta última, sugiero, sería una idea a la que sacarle provecho, como ocurrió con la parábola del samaritano y el derecho de gentes y los posteriores derechos humanos.

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