Locke
“El primer poder, es decir, el de hacer lo que cree oportuno para la preservación de sí mismo y del resto de la humanidad, es abandonado por el hombre para regirse por leyes hechas por la sociedad, en la medida en que la preservación de sí mismo y del resto de esa sociedad lo requiera; y esas leyes de la sociedad limitan en muchas cosas la libertad que el hombre tenía por ley de naturaleza.
En segundo lugar, el hombre renuncia por completo a su poder de castigar, y emplea la fuerza natural –la cual podía emplear antes en la ejecución de la ley de la naturaleza, tal y como él quisiera y con autoridad propia- para asistir al poder ejecutivo de la sociedad, según la ley de la misma lo requiera; pues al encontrarse ahora en un nuevo estado, en el cual va a disfrutar de muchas comodidades derivadas del trabajo, de la asistencia y de la asociación de otros que laboran unidos en la misma comunidad, así como de la protección que va a recibir de toda la fuerza generada por dicha comunidad, ha de compartir con los otros algo de su libertad en la medida que le corresponda, contribuyendo por sí mismo al bien, a la prosperidad y a la seguridad de la sociedad...”
LOCKE. Segundo tratado sobre el gobierno civil.
Realiza una composición filosófica en la que aparezcan los siguientes puntos.
1.Idea central del texto y su relación con la filosofía general del autor.
2.Relación del autor con su contexto histórico.
3.La filosofía política de Rousseau.
1.El texto pertenece al segundo tratado sobre el gobierno civil en el que se establecen las bases del liberalismo político fundamento de la democracia americana. La idea central del texto es que el ciudadano accede a poner una serie de límites a su libertad con la que cuenta en el estado de naturaleza para poder ganar en seguridad y bienestar. Así pues, el texto se mueve con el telón de fondo del contractualismo. Es decir, que la teoría contractualista del estado, de la que participa Locke, sostiene que existe un estado de naturaleza en el que el hombre está sometido sólo a la ley natural; y que, tras, un contrato, los hombres fundan el estado civil en el que existen unas leyes creadas por los hombres. Precisamente el texto que comentamos nos dice cómo surgen estos dos primeros poderes. A qué renuncia el hombre y qué gana.
Por el primer poder que emerge del contrato el hombre renuncia a su libertad de hacer lo que quiera que es la que posee en su estado de naturaleza y acepta limitarla en pos de una mayor seguridad. Éste primer poder sería el legislativo, surgen las leyes civiles que regulan el comportamiento de los ciudadanos. Estas leyes limitan mi libertad, pero me protegen de los demás. Es decir, que el hombre prefiere renunciar a su libertad de hacer lo que quiera en la medida en que gana en posibilidad de convivencia. Las leyes hacen, por tanto, posible la sociedad civil y garantizan nuestra libertad y nuestra seguridad. Si nos damos cuenta, la libertad es para Locke la piedra angular del sistema político. Precisamente lo que nos caracteriza en nuestro estado de naturaleza es la libertad. Pero el liberalismo en Locke hay que entenderlo de dos formas. La libertad de la que habla tiene dos niveles. El primero de ellos es el de la libertad de posesión de bienes. Es decir, el derecho a la propiedad privada. Todo el mundo tiene derecho a mantener su propiedad privada y aumentarla si es posible. Esto significa, también, que las leyes deben proteger la propiedad privada de los ciudadanos. Entonces el contrato social del que emana la sociedad civil debe concebir un conjunto de leyes que salvaguarden la propiedad privada de los ciudadanos. Esto es lo que se llama el liberalismo económico. Pero la teoría política del liberalismo no surge sólo como protección y potenciación de la propiedad privada; no, esto es lo que defiende el neoliberalismo contemporáneo que mantiene la tesis de la autonomía o libertad absoluta del mercado, de tal forma, que el estado no pueda intervenir. Así la libertad se reduciría a la libertad de poseer. El liberalismo de Locke, por el contrario, introduce lo que podríamos decir, el liberalismo político o filosófico. ¿En qué consiste éste? Pues en que las leyes que emanan del contrato del que emerge la sociedad civil constituyen el sistema de referencia del comportamiento social y político de los ciudadanos. O, también, que todos somos iguales ante la ley. Lo que introduce el liberalismo filosófico es el imperialismo de la ley. La ley está por encima de todos los ciudadanos y es la que garantiza la libertad de los mismos. De esta forma se establece un juego que garantiza la armonía entre la libertad y la igualdad. Todos somos iguales ante la ley: somos ciudadanos, no vasallos, pero somos libres de construir nuestra propia existencia y de pensar según nuestra propia razón, y de actuar como queramos siempre que no atentemos contra el derecho a la libertad y la propiedad del resto de los ciudadanos. Surge aquí, si nos damos cuenta, el concepto de ciudadano, frente al de vasallo. Las leyes nos igualan a todos; y aunque limitan la libertad no la anulan. En definitiva, lo que nos dice es que el hombre prefiere este estado limitado de libertad que le permite prosperar a la libertad absoluta que sólo le produce inseguridad.
El segundo poder del que habla el texto es el ejecutivo. ¿Y a qué renunciamos en este caso?. Pues, ni más ni menos, que al deseo de castigar, por nosotros mismos, a aquel que nos haya producido algún mal. Nuestro deseo de castigar se basa en la venganza; es un deseo natural, un instinto y una fuerza a la que –en el estado de naturaleza- tenemos derecho; pero renunciamos a él y fundamos el poder ejecutivo que sería una instancia independiente que es la que se encargaría de hacer cumplir las leyes y “castigar” al que las haya violado. De esta forma, yo renuncia a mi deseo de venganza, pero así garantizo la justicia y la paz; a la par que elimino el miedo. La venganza engendraría más violencia, lo que nos llevaría a una situación de inseguridad y miedo. Ahora bien, si yo renuncio a mi deseo natural de venganza (todos lo experimentamos y lo vemos en los medios de comunicación) se garantiza que la justicia, al ser imparcial, y estar en manos de un tercero será equitativa y objetiva. Los ciudadanos relegan este deseo en el poder ejecutivo y lo que ganan es tranquilidad, seguridad y libertad de seguir haciendo su propia vida, porque confían en la justicia de ese poder. Otra cosa es que la justicia se corrompa, pero ése es otro tema. Aquí discutimos sólo los fundamentos filosóficos del liberalismo político.
Así tenemos que la filosofía política de Locke está anclada en la teoría contractualista del estado, y se constituye como un liberalismo económico y político. Sintetizando los puntos fundamentales de esta filosofía podemos decir lo que sigue. En el estado de naturaleza en el que los hombres se rigen por la ley natural tienen una libertad ilimitada, pero carecen de seguridad y, por tanto, están sujetos al miedo lo que les impide prosperar. Para salir de este estado es necesario un acuerdo, un contrato entre los hombres –lo que los va a transformar ya en ciudadanos iguales ante las leyes que se autoproclaman- que les va a limitar su libertad, pero les garantiza la seguridad, la tranquilidad y la prosperidad. Como los hombres juzgan esto mejor renuncian a su libertad ilimitada (acceden a los límites de las leyes) lo que conlleva a garantizar el derecho a la propiedad privada, por un lado (que es natural, pero debe ser limitada) y el imperio de la ley lo que nos hace a todos iguales ante ésta. Se rompe la jerarquía entre señores y vasallos en la que se inspira el antiguo régimen y emerge la categoría de ciudadano que se dan a sí mismo las leyes. Y estos conceptos son la base de la democracia liberal moderna que se plasma por primera vez en la primera democracia moderna que es la que se constituye en la república americana. Obsérvese que lejos estamos hoy en día en los EEUU de estos presupuestos. Este país ha optado por la filosofía política hobbesiana (estado absoluto basado en la seguridad) que desarrollaremos en el contexto histórico.
Pero, claro, para establecer esta sociedad liberal –este estado civil que nos propone Locke- hay que desmontar los presupuestos filosóficos y teológicos que subyacen a las monarquías del antiguo régimen. Las monarquías (que son aristocráticas: diferencia cualitativa y sustancial entre los ciudadanos) parten del presupuesto de que el poder es hereditario y reside en los monarcas. De ellos emanan las leyes, en ellos confluyen todos los poderes: a su vez, la legitimidad de este poder reside en el orden divino. Lo que justifica la validez de la herencia del poder de los monarcas es que éste tiene una procedencia divina. Esto hace a la monarquía distinta al resto de los ciudadanos. Y las leyes se transforman en heterónomas. La obediencia a las mismas se justifica porque tienen un origen divino. Por el contrario, el liberalismo de Locke, constituye una revolución ética y política. En primer lugar, las leyes emanan de los ciudadanos, con lo que se hacen autónomas. En segundo lugar se rompe la diferencia cualitativa entre señores y siervos. Todos somos ciudadanos y nos hemos dado la ley y ésta, a su vez, está por encima de todos, luego entonces, todos somos iguales. Frente a la monarquía, representativa del antiguo régimen, lo que nos queda es la república (desde luego que Locke no llega todavía a la formulación de ésta, éste será el caso de Rousseau). El gobernante en ésta es un ciudadano más. Por eso, la democracia liberal de América surge como una república. La revolución en ética y política estaba servida. Y esto ha constituido una de las mayores conquistas históricas de la humanidad. El hombre ha conquistado el ideal de la autonomía, la igualdad y la seguridad, cosa que en el estado de naturaleza y en las aristocracias y monarquías no existe.
Todo lo anterior se refiere a la relación del texto con la filosofía política del autor. Pero no debemos olvidar que Locke es uno de los máximos representantes del empirismo inglés. Aquella otra corriente alternativa al racionalismo que trataba de justificar la validez de nuestro conocimiento científico. Los empiristas más señalados son Locke, Berkeley y Hume. Todos parten del principio de que el conocimiento tiene su origen y su límite en la experiencia. Vamos a desarrollar ahora algunas de las ideas generales del empirismo de Locke. Nuestro autor parte de la tesis que hemos anunciado más arriba y de ahí concluye que nuestro conocimiento se reduce a sensaciones e ideas. Las sensaciones son singulares y proceden directamente del contacto de los sentidos con las cosas. Las ideas, por su parte, pueden ser simples o compuestas. Las primeras son aquellas que proceden directamente de una sensación, mientras que las segundas son asociaciones psicológicas de ideas simples. En definitiva, toda idea compuesta se puede reducir a las ideas simples que las componen. De aquí surgiría el psicologismo como pensamiento filosófico y psicológico. Pero, ¿qué tipo de sustancias existen según Locke?. Pues existe el mundo exterior puesto que tengo sensación de él; las cosas externas son la causa de mis sensaciones. Existe dios porque puedo demostrarlo, y existe el yo o el alma porque es el sustrato que hace posible mis sensaciones externas. En definitiva, aunque Locke parte del empirismo, llega a la misma conclusión racionalista de la existencia de estas tres sustancias. Pero será Hume, con su escepticismo, el que acabe con estas tres sustancias, así como con la validez del conocimiento. Hume radicaliza la tesis empirista. Mi conocimiento se reduce a impresiones e ideas. Las impresiones son singulares y no me garantizan que exista algo que esté más allá de las mismas. Las ideas compuestas se forman a partir de tres principios de asociación psicológica. Por tanto, no son necesarias, no tienen validez lógica (universal) sino psicológica. Como el conocimiento científico se basa en estos principios psicológicos de asociación no tiene una validez universal. La validez de la ciencia es meramente probable. Es una creencia basada en el principio psicológico de causalidad y en la creencia de la semejanza entre el pasado y el futuro (escepticismo epistemológico). En cuanto a las tres sustancias son también creencias. Si todo se reduce a impresiones, y éste es nuestro único conocimiento cierto, la existencia del mundo exterior es una creencia; no hay nada que justifique la existencia de algo que esté más allá de las impresiones, salvo el principio psicológico de la causalidad. Lo mismo ocurre con el yo o el alma; suponemos que existe un sustrato de las impresiones, pero esto no es más que una creencia. De dios podemos decir lo mismo, no tenemos impresión de él, luego no podemos asegurar que exista, es fruto de nuestras asociaciones de ideas.
2.El contexto histórico y temático en el que debemos encuadrar a Locke es el de la ilustración, aunque el autor esté a caballo entre el barroco y la ilustración. El siglo de las luces pasa por ser el siglo de la razón y la tolerancia. Precisamente Locke escribe una obra llamada “carta sobre la tolerancia”, como hiciera el ilustrado francés Voltaire. La ilustración es el siglo del optimismo. Las ciencias se habían desarrollado a partir de la razón y la experiencia, caminábamos con paso firme en la senda del conocimiento. Pero este conocimiento no sólo era teórico, sino que tenía una vertiente práctica de honda trascendencia. El conocimiento nos produce mayor libertad y bienestar. Es decir, que se pensaba optimistamente que el camino del conocimiento era el camino del progreso, no sólo teórico, sino práctico y político. La razón y el conocimiento que nos hacen libres se enfrentan a la superstición que nos esclavizan por el miedo. Por eso el siglo de las luces es una época anticlerical. El poder de la superstición nos hace esclavos. El lema de la ilustración formulado por Kant en su breve escrito “¿Qué es la ilustración?” es atrévete a saber, a pensar por ti mismo. Es decir, la autonomía y la libertad. Los enemigos de esta ilustración son la pereza y la cobardía contra los que hay que luchar. Los ilustrados pensaban que todo el mundo podía acceder a esta ilustración; y ésta era la misión de la educación universal. Además de que era la base para romper con el antiguo régimen. Porque en el siglo XVIII la estructura política era el despotismo, en algunos casos ilustrado; es decir, las monarquías absolutas. Los pensadores ilustrados, entre ellos Locke por las razones que hemos comentado, minan los fundamentos de la monarquía reclamando los derechos del pueblo a autogobernarse, anulando así los privilegios de los señores y el vasallaje. Y culmina este proceso ilustrado precisamente con la revolución francesa que declara la igualdad, la fraternidad y la libertad de todos los hombres (en 1789) en su carta de los derechos universales del hombre y del ciudadano. Esto supone proclamar la ciudadanía y el carácter universal del hombre. La síntesis filosófica de todo este proceso lo tenemos en Kant con su ética. El imperativo categórico reconoce la universalidad y singularidad, por tanto, la dignidad de todos los hombres. “Obra siempre considerando al otro como un fin en sí mismo” Esto significa que el hombre no es un instrumento sino un sujeto de derecho y con dignidad, autónomo y libre; por ello no puede ser tratado como un vasallo, ni como siervo, ni como esclavo. Pero estos valores los debe conquistar el individuo por medio de su ilustración. Por eso nos dice que no estamos en un siglo ilustrado, sino de ilustración.
La filosofía política de Locke la podemos poner en diálogo con otras dos filosofías políticas de la época que marcarían líneas distintas de desarrollo en el futuro político de occidente. Aunque también sería necesario empezar citando “el espíritu de las leyes” de Montesquieu y su teoría de la independencia de los tres poderes. Creemos que ya en Locke está en germen esta teoría, que garantiza la incorruptibilidad, al explicarnos cómo surgen los distintos poderes por separado, como hemos expuesto antes. Pero son dos los autores en los que queremos profundizar un poco más y ponerlos en diálogo con el liberalismo de Locke. Nos estamos refiriendo a Hobbes y Rousseau.
Empecemos por Hobbes. Este autor quiere hacer de la ciencia política y social una ciencia rigurosa como lo es la física y la matemática. Por eso se afana en buscar las leyes que gobiernan al hombre. Tanto Hobbes como Rousseau están dentro de la teoría contractualista. Pues bien, lo que dice Hobbes es que el hombre, en su estado de naturaleza, se rige por dos principios o leyes que determinan su acción de forma necesaria. Leyes que rigen su voluntad, como las leyes de Newton gobiernan el movimiento de los planetas. Para empezar, de esta filosofía se deduce que el hombre no es libre; y éste es el origen de la oposición con el liberalismo de Locke, que quiere garantizar, precisamente, la libertad. Por ello, el estado hobbesiano será un estado absoluto con total ausencia de libertad en la que impera el espíritu de la seguridad basado en el miedo innato al hombre. Los principios de los que habla Locke son los siguientes. El primero es el de la avidez natural. Todos los hombres, en su estado de naturaleza quieren disfrutar, para sí, de todos los bienes. El segundo principio es el del miedo. Todos los hombres huyen del dolor y de la muerte como el peor de los males. Pero como todos queremos todos los bienes tememos siempre al otro, con lo que el estado de naturaleza se convierte en estado de guerra permanente de todos contra todos. Esto queda reflejado en la famosa frase de Hobbes, “El hombre es un lobo para el hombre”. Pero en este estado de guerra y de miedo permanente no se puede vivir. Y de ahí surge el contrato que los hombres realizan por medio de la razón para poder vivir en paz y con seguridad. Hay que hacer notar aquí que Hobbes y Locke parten de un presupuesto parecido, pero para Locke, el estado de naturaleza no es una guerra de todos contra todos, ni el miedo es tan fundamental. Pues como decía, de ese pacto originario surge la sociedad civil y el estado absoluto. Los hombres acuerdan elegir a unos gobernantes que creen las leyes que todos deben obedecer. Ahora bien,, la característica de este estado es el absolutismo (es el fundamento teórico del absolutismo ilustrado: todo para el pueblo pero sin el pueblo). ¿Y qué quiere decir esto?. Pues que los gobernantes imponen la ley por el bien del pueblo, pero éste, desde el pacto originario ya no tiene ni voz ni voto; ha delegado en el poder absoluto. No existe la libertad, tiene que limitarse a obedecer. Por su parte, los gobernantes están por encima de la ley, del bien y del mal. Usan la razón de estado de la que hablaba Maquiavelo “El fin justifica los medios.” Y el fin es garantizar la paz. Si no se imponen las leyes, o se divide el poder, o se le deja alguna iniciativa al pueblo, volvemos a caer en el estado primitivo de guerra de todos contra todos. Por tanto la política es la de la obediencia y la seguridad por encima de todo y el instrumento con el que se gobierna es el del miedo. Por eso decíamos que en la política norteamericana ha habido –además de transformarse la democracia liberal en plutocracia (poder de los ricos)- un giro hacia Hobbes, frente a la alternativa de Locke con la que se inició esta democracia; o de Roussea y Kant que inspiran las democracias y repúblicas europeas.
El caso de Rousseau es muy particular. Se encuentra en las antípodas de Hobbes. Es el primer ilustrado que hace una crítica al ideal de progreso de la ilustración. El desarrollo de las ciencias y las artes, como nos cuenta en su discurso sobre el origen de las ciencias y las artes, no ha hecho mejor al hombre, sino que lo ha empeorado. Su principio entonces es que el hombre es bueno por naturaleza, pero que la sociedad lo corrompe. Es decir, que el hombre en su estado de naturaleza vivía idílicamente y en situación de igualdad. Ha sido precisamente la aparición de la sociedad civil la que ha introducido la maldad y la desigualdad entre los hombres, como defiende en su “discurso sobre la desigualdad de los hombres”. El desarrollo de la sociedad civil ha introducido las diferencias entre ricos y pobres, fuertes y débiles y amos y esclavos. Por tanto, si queremos regenerar la sociedad tenemos que recuperar el estado de naturaleza. Y esto se hace en tres niveles. A nivel del individuo por la educación, a nivel de la institución del matrimonio o la familia por la recuperación de los sentimientos frente a la conveniencia que da lugar a los vicios y la hipocresía. Y a nivel de la sociedad o política por la instauración de la república. Nos vamos a detener en este último punto.
De lo que se trata es de recuperar la igualdad entre todos los hombres que se ha ido perdiendo a lo largo de la historia. Pero para ello es necesario la eliminación de la monarquía, la aristocracia y el poder absoluto. Es el pueblo, los ciudadanos, iguales entre sí, el que se otorga a sí mismo las leyes (que son el único imperio y que regulan la libertad limitándola, como en el caso de Locke) a través de la elección de los gobernantes. De esta forma los gobernantes son los representantes de la voluntad general del pueblo. Estamos en los presupuestos teóricos de la democracia y de la revolución francesa, aunque ésta terminase en un régimen del terror. El gobernante está sometido también a las leyes y no manda, sino que administra la voluntad general del pueblo que en cualquier momento puede cambiar y echarlos del gobierno. Por tanto, en el estado de Rousseau se garantiza la igualdad y la libertad, por un lado, y el imperio (respeto a la ley) para todos iguales. Es este modelo el que inspiró como decíamos la revolución francesa y el surgimiento de la república; como Locke inspiró la revolución americana y el surgimiento de su república.
Tenemos que señalar aquí, aunque muy brevemente el caso de Kant. Este autor se inspira en el principio de la dignidad humana, todo hombre es un fin en sí mismo. Desde esta perspectiva somos todos iguales. El objetivo de Kant en su filosofía de la historia es la consecución de una asociación de repúblicas libres en la que los ciudadanos hubiesen alcanzado la ilustración. Y es este el modelo, junto con Locke y Roussea, en el que debe inspirarse la política común europea, frente a la alternativa hobbesiana de los EEUU.
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