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Filosofía desde la trinchera

Para qué sirve la Filosofía

 

 

 

¿Para qué sirve la filosofía?

 

            Es un lugar común entre los alumnos el preguntarse por la utilidad de la filosofía y de la ética, asignaturas que imparte nuestro departamento. Y es también obligación del profesor dar respuesta a esta cuestión pertinaz que se repite año tras año hasta el hartazgo. La pregunta es fruto de los tiempos, entre otras cosas, no se le pregunta al profesor de matemáticas para qué sirven las integrales, o el desarrollo de Taylor, aunque el alumno no vaya a utilizarlo en su vida, por las causas que sea. De todas formas, su utilidad, como decían las antiguas cartillas militares, se le supone. No es el caso de la filosofía, por más que últimamente está de moda, pero ésta última es una filosofía ligh. Como digo, esto es fruto de los tiempos, no podemos achacárselo al alumno solamente. Se supone que el saber tiene que tener una utilidad práctica, en el sentido de que sirva para construir y hacer cosas; lo que entendemos por técnica. Es decir, que nuestra sociedad tiende a igualar el saber con la técnica. Esto, a mi modo de ver, es falsear la realidad en la medida que tenemos una visión unidimensional de la misma. Sin embargo, y sin entrar en una disquisición teórica excesivamente larga, sostengo que la filosofía es un saber eminentemente práctico. Por su puesto, hay que diferenciar entre saber técnico y saber práctico. El primero se refiere a la construcción de utensilios, en términos muy generales, el segundo se refiere a un tipo de conocimiento que transforma tu existencia. En este sentido es similar al saber religioso. El auténtico creyente, cuando toma consciencia del sentido y significado del mensaje de su religión, se transforma por dentro; y, muy importante, actúa de otra manera. Lo mismo ocurre con la filosofía, es un tipo de saber sobre el mundo y sobre nosotros mismos que ha de transformarnos por dentro. La filosofía pretende ofrecer una imagen del mundo y del hombre que actúan directamente en mi propia actitud ante el mundo. Por tanto, no es un tipo de saber aséptico, sino tremendamente comprometido y práctico. Mis ideas me constituyen y guían mi acción, por esto la filosofía es el saber práctico por excelencia, por muy teórica y abstracta que sea. ¿Cuál es la misión de la filosofía en un principio? Desenmascarar todas nuestras ideas. El primer paso de la actividad filosófica es el de deconstruir nuestra visión del mundo. La visión que el alumno tiene del mundo ha sido adquirida a través del proceso de socialización y, por tanto, de forma acrítica. Pero es precisamente en la adolescencia, y de forma natural, cuando el joven comienza a cuestionarse el conjunto de ideas heredadas y que configuran su percepción de la realidad y de sí mismo. Y es en este momento cuando la filosofía tiene un buen papel que jugar, la mente del joven está abierta y es receptiva a la crítica y a la admisión de nuevas ideas. Es un momento de crisis fundamental. No en vano me gusta definir al filósofo como un hombre en crisis, en el sentido de que está continuamente revisando sus ideas. La filosofía en este momento debe desmontar las ideas que actúan como prejuicios, es decir, juicios que proceden de ideas que no hemos analizado previamente. No se trata, en la crítica, de eliminar ideas, sino de analizar su estructura y, sobre todo, su origen, así como la percepción del mundo que generan. Todos tenemos un conjunto de ideas que estructuran nuestra realidad, de lo que se trata es de someterlas a análisis y crítica. Tenemos que ser conscientes de que las ideas que tenemos nos inducen a una forma concreta de acción; pero el peligro es cuando las ideas nos poseen a nosotros y no nosotros a las ideas. En el primer caso se les denomina prejuicios, son ideas que se han ido acumulando de forma inconsciente y acrítica. Lo importante es ser lo más dueño posible de nuestras ideas y en este sentido nuestras ideas ejercerán una transformación radical en nuestra existencia. De manera que el filósofo no es alguien que se encierra en su despacho a analizar algo tan etéreo como las ideas, y que después no tendrá ninguna repercusión sobre la realidad práctica y cotidiana. Quien piense esto, tiene que saberlo, está pensando, sin darse cuenta, filosóficamente, pero con una filosofía nefasta, aquella que considera que las ideas, por muy abstractas que sean, no influyen en la realidad. El que rechaza la filosofía se queda con la peor de las filosofía, además de que se convierte en esclavo de sus ideas, sin la posibilidad de tomar las riendas, puesto que es inconsciente. Podríamos poner muchos ejemplos de grandes ideas que han transformado el mundo; sin ir más lejos, todo el pensamiento cristiano, tanto el filosófico teológico, como el mensaje ético de los evangelios. La concepción heliocéntrica del mundo, la teoría de la evolución. El darwinismo social que nos llevó a la consideración de la existencia de razas y, directamente, a la eugenesia y al capitalismo salvaje más radical que justifica la pobreza a través de unas ideas pesudocientíficas. Se podrían analizar todos estos casos, y muchos más, como el exterminio de los judíos, el pensamiento único tan de moda, etc, el caso es que las ideas transforman el mundo y a nosotros mismos. No tenemos que abordar los grandes temas, también podemos ceñirnos a nosotros mismos, depende de cuáles sean nuestros valores así seremos y actuaremos. Es conveniente y necesario un análisis de los mismos para saber su origen y sus implicaciones.

 

            De todo esto se desprende que con el análisis crítico de nuestras ideas nos hacemos más libres. Libertad que no consiste en la “posibilidad” de cambiar de móvil, sino la posibilidad de construirnos a nosotros mismos como un proyecto de vida. La libertad es deber y creación. Sin embargo, la libertad que se nos ofrece hoy en día desde las ideas neoliberales es la de elegir qué consumir. Esto no es libertad, es crear necesidades, además de un engaño, la inmensa mayoría no puede consumir lo que se le ha hecho desear, en realidad está deseoso de tener y va hipotecando toda la vida. Esa libertad es un engaño, otra idea que se nos cuela desde un pensamiento que no hemos analizado suficientemente.

 

            De modo que considero que la filosofía es desenmascarar las ideas que nos coaccionan para ser dueños de ellas. En este sentido la filosofía no es un saber positivo, como puede serlo la ciencia e, incluso, la religión, sino crítico. Analiza las ideas.

 

            Otra función interesante de la filosofía es que aspira a ser una cosmología, una visión general del mundo. Aquí la filosofía tiene que partir del conocimiento científico, tanto de las ciencias humanas como de las naturales, en caso contrario se convertirá en un discurso separado de la realidad. Las ciencias analizan en profundidad parcelas de la realidad, la filosofía debe jugar aquí un doble papel. En primer lugar se debe tratar de configurar un discurso general (una cosmovisión a partir de los resultados de la ciencia). En segundo lugar, la filosofía es un análisis epistemológico. Esto es, una teoría de la ciencia, tanto a nivel metodológico, como histórico. La actividad científica no está libre de ideas filosóficas que subyacen de forma inconsciente a la actividad del científico. Sólo hay que echar un vistazo a la historia de la ciencia para darse cuenta de esto. Polémica sobre el heliocentrismo, polémica sobre el calórico, la existencia del éter, el origen del universo (universo estacionario o big bang), las polémicas del siglo XIX sobre la evolución y las actuales, y así sucesivamente. Por otro lado, los descubrimientos científicos generan otra visión del mundo, así como, una dimensión muy actual, generan problemas éticos de los que en principio ni se sospechaba su existencia; como puede ser, la clonación, la reproducción asistida, la eutanasia, la paternidad, etc. La tecnociencia transforma la realidad y crea nuevas formas de relacionarnos los unos con los otros y con la naturaleza, todo esto necesita ser pensado. No es que la filosofía ofrezca soluciones, no es eso. La filosofía consiste en poder enfocar el problema desde distintas perspectivas y así, obtener un poco de claridad. Contamos con un instrumento importante que es la historia de las ideas así como el adiestramiento en la crítica de argumentos y el análisis de los mismos intentando llegar a las últimas consecuencias. Por eso la filosofía es un saber radical.

 

            Pero también tiene la filosofía una dimensión teórica muy marcada; en este sentido es un saber inútil en la medida en que no produce artefactos. Se alimenta del asombro y la admiración que siente el hombre por lo que le rodea. Esta dimensión es compartida, de modo muy especial, por el científico teórico, es más, éste último ha sustituido al filósofo en los dos últimos siglos. La admiración ante la realidad produce un sentimiento de asombro y, a la par, de reconocimiento de nuestra ignorancia, y en este momento, la filosofía y la ciencia, pretenden saciar y llenar ese hueco, siempre conscientes de que el saber último es inalcanzable. En este caso la intención del científico y el filósofo es la de conocer la realidad, por eso ese tipo de saber es eminentemente teórico y, además, característicamente humano. El hombre es el animal que hace teorías sobre la realidad, compone música y crea obras de arte con el mero propósito de deleitarse. Haciendo ciencia, arte, religión, filosofía, trascendemos nuestra animalidad; a la par que humanizamos la naturaleza. Esta dimensión teórica, por supuesto, que está en momentos bajos, pero esto no es más que un efecto de las ideas que nos dominan. Desde la filosofía debemos acercar al alumno esta dimensión y volver a “encantar” el mundo. La capacidad de asombro de los jóvenes está ahí, lo que ocurre es que está mal dirigida.

 

            Me gusta una antigua definición de filosofía que siempre comento con mis alumnos. Decía Platón que filosofar es prepararse para la muerte. La definición es simple, pero tiene una tremenda trascendencia para nuestra vida. La muerte es algo que continuamente eludimos, que olvidamos e ignoramos. Si supiésemos en este momento que nos queda poco tiempo de vida, seguro que estaríamos dispuestos a cambiar. Pero esto manifestaría que, en realidad, no vivimos auténticamente. Pues en verdad no sabemos cuándo será nuestro fin, puede que dentro de un instante o de muchos años. Si viviéramos auténticamente tendríamos que ser capaces de enfrentar nuestra muerte en cualquier momento como se nos muestra en la propia muerte de Sócrates. En esta dimensión también coincide la filosofía con la religión, lo que ocurre es que la última nos da todas las respuestas, mientras que la primera ninguna; por el contrario, nos insta a buscarlas incansablemente. Es ésta última, también, una dimensión eminentemente práctica.

 

 

 

 

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