De políticos y ciudadanos I
De políticos y ciudadanos.
No tengo hacha que afilar, sólo tengo que aguzar mis pensamientos.
No tuvimos nosotros la culpa de haber nacido. ¡La tenemos de creer lo que creemos!
Jorge Santayana.
Quisiera abundar un poco más en la última entrega que hice en esta página de opinión “Más allá de la democracia” más que nada por los últimos acontecimientos que han ocurrido en nuestra localidad, extensibles a la comarca y a la región. Decía allí, como tesis central, que la democracia no garantiza la verdad y la libertad. Que la democracia tendía a degenerar en demagogia. Que era el triunfo de una mayoría no ilustrada y dirigida por los medios de comunicación, los intereses particulares y los partidos. Sigo reafirmándome en las tesis que allí mantenía. Sobre todo en el hecho de que la democracia es un gobierno perfectible y que, por ello, las críticas dirigidas contra ella siempre –al menos en mi caso, de momento- tienen el objeto de perfeccionarla y hacerla mejor. Supongo que muchos de los que leyeran el artículo y observaran el periódico en el que se edita en su totalidad encontrarían las tesis que allí se defendían confirmadas, para mi desgracia –porque nada me gustaría más que equivocarme- si no en su totalidad, al menos, en parte. Sólo había que ver la portada con la que se despachaba en sus titulares este periódico. Resulta que los reyes magos habían llegado a Villafranca trayendo en sus alforjas 3000 puestos de trabajo. Todo ello porque se pretende instalar una refinería petrolífera en nuestra comarca, compartiendo nuestro término municipal con otras localidades vecinas. En aquel artículo hablaba de la verdad y la libertad que, a mi modo de ver, no garantiza la mayoría, aunque, como mal menor, en democracia debemos admitir. El voto, por suerte, nos da la posibilidad de deshacer errores. Al menos esa es la esencia del voto democrático, quitar del gobierno a aquellos que nos parece que se han equivocado. Y es aquí donde quiero profundizar en esta ocasión.
En primer lugar, este periódico local, con ese titular, y con la mayor parte del contenido que nos ofrece está mediatizado por el poder. Son instrumentos públicos en manos del poder actual a través del cual se autoafirman y consolidan su opinión mayoritaria creando un espacio casi imposible para la crítica. Pero tendrán que disculparme ustedes si me siento indignado ante este tratamiento de noticias que nos afectan a todos -y que se nos presentan de modo engañoso- como si fuese un bien absoluto para todos los ciudadanos, de tal forma que la capacidad de disentir se hace casi imposible; e, incluso, si se disiente, parece que te pones en contra del supuesto bien común que nuestros gobernantes quieren para nuestra localidad. Es ese bien común lo que debe perseguir el gobernante, ese es su deber y para eso los ponemos ahí y para eso ellos se presentan a las elecciones con la intención de mejorar nuestras condiciones de vida. Pero no es éste el caso. Este periódico, en su primera página y en grandes titulares, nos presenta sólo las “supuestas” bondades de una acción política dirigida por el partido que en este momento está en el gobierno local y regional. A mi modo de ver esto es impresentable. Sin ningún tipo de debate previo, sin ninguna información, se hace partícipe a los ciudadanos de las bondades de los políticos. Y encima para decirle que a partir de ahora, con la medida que sus gobernantes han tomado, los ciudadanos se beneficiaran con 3000 puestos de trabajos. ¿Quién no firma eso?. Y aquí es donde reside el engaño a la ciudadanía. Ni se explica, ni se cuenta en qué consiste dicha empresa. Y se da por hecho que eso es un bien para todo el pueblo. Claro, quién se va a atrever a alzar la voz en contra de esos futuros puestos de trabajo. Nuestros gobiernos, local y autonómico, como buenos padres de los ciudadanos, que en ese mismo momento dejan de serlo para convertirse en súbditos, nos engañan tanto en los puestos de trabajo, como en el tipo de industria que quieren montar y sus peligros. Actúan en contra de la línea de las políticas mundiales que deben ir encaminadas al desarrollo sostenible en lugar de al desarrollismo puro y duro de hace cuarenta o cincuenta años; amparándose para ello en el argumento de sacar a nuestra región del rincón de la historia en el que “supuestamente” se encuentra, queriendo transformar una región agrícola en una industrial, con todas las consecuencias que ello tiene para nuestra forma y calidad de vida. Pero mi intención no es entrar en este artículo en los males y beneficios de esta industria en nuestra comarca. Mi objetivo es previo a todo esto. Primero el denunciar, como he dicho anteriormente, que la democracia se convierte en demagogia y, segundo, mostrar, cuál debe ser una relación sana entre políticos y ciudadanos para no caer en una relación de súbditos y vasallos.
La demagogia (el engaño) desde el poder y amparándose en los medios de comunicación, se ha hecho en dos direcciones. En primer lugar ofreciendo una noticia, a bombo y platillo, sin ninguna objetividad y desinformando, a sabiendas, al ciudadano. Casi me animo a pensar que con la intención de ver a ver cómo reaccionan. Tomarnos un poco el pulso para certificar si somos dóciles y sumisos o si hemos caído en la trampa. No se nos ha dado más información, todos los pasos intermedios están ocultos y, señores, la democracia es transparencia; si no es así, el ciudadano está engañado; y la ignorancia es la esclavitud. Uno de los deberes del político, que la ciudadanía le otorga cuando les da su confianza, es la de informar sobre la gestión pública que realiza, como el médico tiene el deber de enseñarte cuál es el estado de tu enfermedad o el profesor el estado de tus conocimientos. El segundo modo de demagogia que han utilizado –con la intención de crear una buena expectativa ante su acción- es un psedoargumento; y lo es porque apela a los sentimiento, no a la razón. Se nos habla de muchos puestos de trabajo (cifra indeterminada y poco aclarada, tanto en la cantidad como en el tipo de trabajo, así como quién podrá desempeñarlo: cualquier ciudadano español y europeo cualificado podrá ocupar uno de esos supuestos 3000 puestos de trabajo si nos atenemos a nuestra constitución y a la europea.) Así que no pueden acudir al argumento de que de esta manera nuestros hijos no se verán obligados a salir de la región para trabajar cuando la constitución europea que ese mismo partido apoya defiende y potencia la movilidad laboral; así como la deslocalización de las empresas. Pero no es ésta la parte fuerte de la demagogia; sino que es un falso argumento que apela a los sentimientos y no a la razón. Todos queremos un puesto de trabajo, que es la única forma de ganarnos dignamente los garbanzos de cada día. Así, al disidente se le pone en contra de la ciudadanía en general, como si no quisiese el bien de la comunidad. Y, por otro lado, al ciudadano de a pie se le cautiva a partir de un interés propio y no se le informa del bien común que es por el que debemos luchar todos, y, en primer lugar, el político.
Pero hay mucho más, la mayoría de nuestros ciudadanos, espero equivocarme y que sean cada vez menos, se mantienen callados ante tal noticia. Y aquí es cuando la democracia se derrumba. Cuando el miedo hace presa de la razón, cuando la obediencia al partido es mucho más importante que lo que uno individualmente piensa. Me sorprende que dentro del partido no surjan voces disidentes, que todos formen una piña junto al “padre” (ya argumentaré porqué lo llamo así). Me sorprende mucho más que la inmensa mayoría de sus votantes (salvo excepciones honrosas y valientes) asientan humillados y sin queja ni reproche. Todo esto me hace sospechar que el voto no es libre, que la democracia entonces hace aguas, que hay una gran mayoría atados al poder. Ese conjunto de votos que serán siempre incondicionales, pase lo que pase, por intereses particulares. Si esto es así, e insisto que me gustaría equivocarme, nuestra democracia está cautiva y enferma de muerte. Nuestros políticos se han convertido en nuestros señores y benefactores (como los antiguos reyes y aristócratas). Es un clamor popular que “nuestro alcalde ha hecho mucho por el pueblo” no voy a poner esto en duda –no porque sea verdad o mentira- sino porque no es de lo que vengo a hablar. Pero ante esta afirmación popular lo que yo me digo siempre perplejo es ¡estaría bueno! Para eso ocupa el lugar que ocupa: esa es su misión y su deber. Pero eso no significa que se le deba reverencia; si es verdad, que ya digo, no lo dudo, se le debe respeto y admiración por su capacidad de llevar a cabo el bien común que es lo que le compete; pero no reverencia ni sumisión. Cuando esto último ocurre pasamos a ser súbditos, no ciudadanos. Vamos a ver, hablemos claro, cuando uno va al médico espera de él que realice su función de médico que es la de sanarnos, si lo consigue (y además es educado, respetuoso con nosotros y nos informa en todo momento) le estaremos agradecidos y lo respetaremos porque cumple su deber, pero no lo reverenciamos. Cuando un profesor, o alguien más sabio que nosotros, nos enseña, lo respetamos; pero a la vez sabemos que cumple con su deber y no lo idolatramos. Y así sucesivamente con cualquier profesión. Lo curioso es que no ocurre así con los políticos. Estos últimos, por el contrario, parece como si se nutriesen de nuestra adulación; es más, la persiguen. Y ahí es donde falla la relación entre los políticos y los ciudadanos. Los ciudadanos, como he dicho más de una vez, somos los responsables de todo lo que ocurre en la sociedad: ya sea con nuestro voto, con nuestra indiferencia, con nuestra crítica,...el político sólo es nuestro representante temporal: el responsable de administrar el bien común porque él lo quiere así (una de las labores más nobles que pueda existir) y porque el pueblo decide que sea él. El político debe verse obligado a rendir cuentas ante los ciudadanos en general y ante sus votantes en particular. El ciudadano, por su parte, debe exigir claridad al político, que desempeñe su deber; y si no es así, simplemente, por las reglas de la democracia, echarlo. Pero no es esto lo que ocurre. El pueblo adora a sus líderes, necesita de un padre protector que vele por él. En definitiva, el pueblo no se ha hecho mayor de edad y por eso los políticos tienen carta blanca y juegan sucio. De tal manera que la democracia se convierte en una partitocracia endogámica en la que el ciudadano cuenta para poco, salvo para garantizar la siguiente legislatura a base de engaños u otras malas artes que esclavizan la opinión y el voto. Por su parte, el ciudadano no ha alcanzado su mayoría de edad. No ha sido capaz de eliminar al padre: la autoridad que vela por él y lo protege. El ciudadano para alcanzar su mayoría de edad debe abandonar el miedo, la cobardía y la ignorancia. Atreverse a tomar las riendas de su propia vida y de la comunidad. Luchando por él y por la comunidad y poniendo en su lugar al político. Cuando en las encuestas se habla de que la clase política es la más corrupta no es sólo culpa de los políticos, sino de los ciudadanos acobardados e indiferentes a los que se les puede engañar con cuatro caramelos, para luego después hacerlos comulgar con ruedas de molino y, encima, estarles agradecido. Hay que madurar, perder el miedo y atreverse a ser libres. No estamos nosotros al servicio de los políticos sino a la inversa.
Y cuando se dice de alguien que disiente que es un iluminado hay que tener cuidado, porque iluminados son los que se creen redentores de la humanidad; y precisamente es esto algo que caracteriza a los partidos monolíticos y de pensamiento único. Sus militantes son los feligreses de una religión; y en este caso de la ya caduca religión del progreso, de ese desarrollo, que ya huelga decirlo, es insostenible y mortal para la humanidad. Los iluminados son aquellos que no ejercen la crítica, los que obedecen sumisos al enviado. Al supuesto portavoz de la verdad y del bien. Por favor, dejen ustedes libre al pensamiento y discutan con argumentos (que sé que al final lo tendrán que hacer: enmascarados, por supuesto, de ciencia objetiva y neutral, otra religión) no con calificativos para degradar al oponente. Esos tipos de argumentos son falacias (falsos, engañosos, con afán de desprestigiar) y, concretamente, se llaman ad hominem. Seamos serios, todos tenemos nuestra porción de razón y no merecemos ser desprestigiados. El que desprestigia –en lugar de entrar en la comunidad de diálogo racional- es un mero sicario del poder.
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