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Filosofía desde la trinchera

TRIBUNA: JOSÉ VIDAL-BENEYTO

Fiesta republicana en París

Paco Ibáñez fue uno de los símbolos de la voluntad de ruptura con la sociedad conformista del franquismo. La independencia radical del cantautor es hoy una referencia para recuperar la esperanza en la democracia

JOSÉ VIDAL-BENEYTO 14/11/2009

Paco Ibáñez nos había invitado y allí estábamos, el 22 de octubre pasado, los españoles de París, abarrotando el Teatro de Châtelet. Más de 2.000 personas habitadas por una misma convicción, movidas por una misma voluntad: dar testimonio de nuestro irrenunciable compromiso ciudadano.

El agotamiento y, sobre todo, la perversión de la vida democrática en nuestro país, al mismo tiempo causa y consecuencia de la acumulación, del hacinamiento de turbiedades, estafas, latrocinios, trampas; esa celebración unánime del fraude y la rapiña generalizados en el mundo actual, pero en España elevados a su máxima potencia, acompañados por la obscena codicia de poder y por la obsesión del privilegio que hacen de su conquista y disfrute una partida a vida o muerte.

Realidad cuyos propósitos y prácticas han acabado metiéndonos a todos en este lodazal de vilezas e inmundicias, que dominan sin disputa la vida en nuestro país y la someten al solo designio de los más infames, de los más protervos, que han hecho de la política democrática su inagotable pitanza, a la par que su salvoconducto universal y nos han dejado a los ciudadanos de a pie, concernidos por la realidad colectiva, desvalidos e inermes, con la sola referencia válida de la República Española, a la que nos empuja Paco con la trama de su vida, con el mensaje de sus canciones. Por eso al final del concierto que comentamos, se oyeron en diversos lugares de la sala, gritos de "Viva la República Española".

La celebridad de Paco Ibáñez nos viene directamente, es decir, nos nace al calor de la contestación de los estudiantes del 68. Pues fue en mayo de 1969, cuando para celebrar los acontecimientos que tuvieron lugar un año antes, los universitarios más combativos le pidieron que cantase en La Sorbona y allí en la histórica sala Richelieu tuvo lugar su primer concierto universitario. Para entonces, Paco había producido ya en 1964 su primera grabación con poemas de Góngora y de García Lorca; en 1967 un segundo disco para el que ha convocado a Quevedo, Alberti, Blas de Otero, Gabriel Celaya y Miguel Hernández, y la TV francesa presentó en 1968 al autor y a su disco con dos canciones emblemáticas, La poesía es un arma cargada de futuro y Balada del que nunca fue a Granada.

Esa intervención y las que la siguieron le convirtieron en uno de los símbolos más pugnaces de la contestación estudiantil, en una de las expresiones más populares y movilizadoras de la voluntad de ruptura con una sociedad átona y putrefacta, dormida en los laureles de un conformismo poltrón y envilecedor. En diciembre de ese mismo año tuvo lugar su definitiva consagración como cantautor, en el Teatro Olympia, templo de la canción francesa, donde su triunfo fue tan avasallador que los bises y rápeles al final del espectáculo duraron más de media hora. En ese concierto, Paco cantó, por primera vez en público, La mala reputación, de Brassens, en español, que el público puesto en pie vitoreó durante más de 20 minutos.

A partir de ahí, su notoriedad y vigencia como expresión y emblema de la lucha contra el franquismo y por la vuelta de las libertades, que desde su primer concierto en España, en la Trobada de la Cançó de Testimoni en Manresa es una marea que no cesa, se convierte en una presencia tan extraordinaria que Franco no tiene más remedio que prohibirlo.

Pero Paco no es sólo el grito de ruptura contra la mordaza franquista, no es sólo el marginal inconformista que se declara incompatible con esta civilización del dinero y del privilegio, sino que su enhiesto combate contra la dictadura viene emparejada con la lectura más fervorosa y entrañable del amor en la poesía española.

Vehemencia y radicalidad en la reivindicación de la libertad acompañada de la más emocionante celebración de la ternura, de la amistad, de la dignidad personal y colectiva, de la pasión amorosa en muchos de nuestros poetas mayores, algunos de los cuales acaban de citarse: Góngora, Jorge Manrique, Quevedo, Neruda, Lorca, Alberti, Machado, León Felipe, Cernuda, Nicolás Guillén, Celaya, Miguel Hernández, José Agustín Goytisolo.

Pero Paco es, como bastantes de nosotros, un peninsular multilingüe, para quien el castellano no agota su realidad lingüística y por eso habla, y sobre todo, canta también en catalán a Espriu, en vasco a Cesare Pavese con Heriotzaren Begiaky, en gallego a García Teixeiro. Sin olvidar a nuestros vecinos más inmediatos, a los franceses Aragon, Ronsard, Brassens; a los italianos en esa extraordinaria expresión tradicional del XIX, que es la canción Quando l’alber comincia a fiorire.

Paco Ibáñez es un artista total, que ha vivido, durante toda su carrera, en simbiosis, en simultaneidad artística global, con todas las artes.

Por ejemplo, su relación con la creación plástica ha querido escenificarla, asociando a sus conciertos a sus amigos pintores, mediante la proyección de algunas de las composiciones que realizaron para celebrar sus canciones. Y así cuando Dalí oye en 1958 un disco de Paco Ibáñez y quiere conocer al autor, surge la idea de asociarse en la creación y de que el pintor ilustre la portada del disco La canción del jinete.

Luego seguirán en esa línea de colaboración canción y pintura, Saura en A galopar; Corneille en La romería; Ortega en ¿Qué ocorre na terra?; Manessier en La poesía es un arma cargada de futuro; Guinovart en Es amarga la verdad; Amat en Romance de la luna, luna; Soto para Vasija de barro, etcétera.

Pero Paco ha sido también un permanente e incansable promotor de la cultura española en el mundo. Desde que en 1966 funda en París con otros amigos La Carraca, plataforma abierta a todos, en la que se ofrecen representaciones teatrales, conciertos y proyecciones cinematográficas, exposiciones, libros y coloquios literarios, la acción cultural española que tiene su origen en Paco Ibáñez es impresionante, sin que nadie se lo haya reconocido como se merece.

Claro que Paco Ibáñez no sólo no ha buscado los reconocimientos, sino que los ha rechazado. En 1983, Jack Lang, ministro de Cultura de François Mitterrand le concede la Medalla de las Artes y las Letras por su contribución a la afirmación de las Artes y a la libertad de los pueblos. Pero Paco la rechaza, como hace también cuatro años después cuando en 1987 el ministro francés insiste con el mismo ofrecimiento y él se niega de nuevo, porque no quiere menguar su independencia respecto de todo tipo de poderes, a los que se cede al aceptar un premio. Poderes, no sólo públicos, sino todo tipo de poderes sociales, lo que le lleva a rechazar en 1998 el Premio Gerald Brenan de la Sociedad cultural Andaluza Alemana, por su independencia radical y su acción en favor de la libertad y la poesía.

Esta independencia radical que me atrevo a calificar de paradigmática es ahora capital para devolvernos las esperanzas de la democracia española, que se han estragado en tan pocos años y han dado paso a este lodazal de personas, instituciones y prácticas que forman hoy la trama social y política de nuestro país.

Recuperar la voluntad inicial de cambio y transformación radical, convertida en esta siniestra parodia de ejercicio democrático, en esta envilecida celebración universal de la fullería y la mangancia de nuestra democracia postfranquista es nuestro primer y fundamental objetivo. Para cuyo logro conductas como la de Paco Ibáñez, sean cuales sean sus fallos y limitaciones en otros aspectos, son esenciales.

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