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Filosofía desde la trinchera

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La crisis del pensamiento occidental

Aristóteles definió al ser humano como “animal político” y como “animal dotado de logos”. Y atribuyó a este término griego tres significados: es el lenguaje con el que pensamos y nos comunicamos; es la ley con la que juzgamos nuestras acciones y discriminamos entre lo justo y lo injusto; y es, en fin, el medio de conocimiento con el que nos representamos el mundo.

El logos (la ratio de latinos) nos permite pensar libremente, convivir con los otros y conocer el mundo. Gracias a él, podemos modelar reflexivamente nuestro ethos, debatir con los demás las leyes de la polis, poner nombre a los fenómenos del kosmos, y transmitir toda esa experiencia a través de la educación. En la antigua Grecia había un vínculo inseparable entre la subjetividad ética, la convivencia política y el conocimiento del mundo. Y el koinon logon o “razón común” de Heráclito (según la traducción del recientemente fallecido Agustín García Calvo) es el hilo sagrado que permite tejer entre sí esos tres grandes ámbitos de la experiencia humana.

Esta es la herencia y la tarea que los filósofos griegos legaron a la tradición cultural de Occidente, y que fue convertida en un proyecto civilizatorio con vocación universalista por los filósofos de la Ilustración y los padres fundadores de las primeras democracias modernas.

Sin embargo, la civilización occidental tenía un lado sombrío: de la “razón común” estaban excluidas las mujeres, los asalariados, los esclavos y los “bárbaros”. Por eso, a partir del siglo<TH>XIX, surgieron tres grandes movimientos emancipatorios: el feminismo, el socialismo y el movimiento antiesclavista y anticolonialista. Todos ellos se rebelaron contra una sociedad “civilizada” que jerarquizaba a los seres humanos en razón de su sexo, clase social, etnia, etcétera.

Pero la autocrítica y renovación de Occidente no ha seguido un camino lineal y ascendente. La terrible “guerra civil europea” (1914-1945) dio paso a los “30<TH>años gloriosos” (1945-1975) que, a pesar de la amenaza nuclear y la guerra fría, hicieron posible la ONU, la Declaración Universal de Derechos Humanos, la descolonización, los Estados de bienestar, la Unión Europea y los nuevos movimientos sociales (ecologismo, pacifismo, etcétera). Pero, en las tres últimas décadas, hemos asistido a la gran ofensiva del capitalismo neoliberal, que pretende desmantelar una a una todas las conquistas civilizatorias conseguidas en Occidente y en el resto del mundo.

Un signo de la crisis es la reducción de los estudios de artes y humanidades en los países de
ideología neoliberal

En pleno ascenso del nazismo, el judío alemán Husserl escribió La crisis de las ciencias europeas, para denunciar el divorcio entre el progreso tecno-económico y el retroceso ético-político, y para exigir a los filósofos que asumieran no ya el papel de tábanos de la polis, como Sócrates, ni el de profesores del Estado-nación, como Hegel, sino el de “funcionarios de la humanidad”. Hoy estamos viviendo un nuevo retorno de la barbarie, pero la amenaza no viene ya de tal o cual Estado totalitario, sino de un capitalismo depredador, desregulado y globalizado. No solo estamos viviendo la más grave crisis económica y social desde la década de 1930, sino también una crisis ecológica global, una crisis de legitimidad de la democracia parlamentaria y una crisis civilizatoria que afecta al conjunto del pensamiento occidental.

En Sin fines de lucro, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum ha alertado de esta “crisis silenciosa” del pensamiento occidental, una de cuyas manifestaciones es la reducción de los estudios de artes y humanidades en todos los países que han adoptado la ideología neoliberal y, con ella, una concepción economicista y tecnocrática del conocimiento y la educación.

Citaré dos ejemplos cercanos. Uno: el VIII Programa Marco de la UE (Horizonte 2020) establecía cinco áreas estratégicas de investigación y excluía a las Ciencias Sociales y las Humanidades; se las incluyó cuando protestaron 25.000 investigadores; en España, el Plan Estatal de Investigación 2013-2016 sigue la misma línea tecnocrática. Dos: el borrador de la LOMCE concibe la educación como una preparación profesional para competir en el mercado, segrega al alumnado en función del rendimiento, convierte la formación moral en un sucedáneo de la religión y suprime dos de las tres materias filosóficas impartidas durante toda la democracia.

La humanidad se enfrenta hoy a retos inmensos que ponen en riesgo la vida, la libertad, la convivencia y la supervivencia misma de millones de seres humanos. Pero carecemos de una “razón común” que nos permita afrontarlos. Vivimos una globalización de facto, pero no de iure. Por eso, hemos de repensar la relación entre ethos, polis y kosmos, para adecuarlas a las condiciones de una sociedad global cada vez más compleja, interdependiente e incierta.

En resumen, necesitamos renovar profundamente el ejercicio del pensamiento. Por eso, lejos de ser un oficio anticuado e inútil, la filosofía tiene ante sí una gran tarea y una gran responsabilidad: ayudar a reconstruir la “razón común”, para que la humanidad viviente, entretejida ya en una sola sociedad planetaria, se haga cargo de su pasado múltiple y se enfrente al porvenir con una actitud reflexiva y cooperativa.

Antonio Campillo es catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia, coordinador de la Red Española de Filosofía (REF) y autor de El concepto de lo político en la sociedad global (2008).

 

Hombres de leyenda

Por Fernando Clemente, filósofo.

 

Hace unos días fui testigo de una escena inolvidable en un centro escolar. Y no me sale decir eso de “centro educativo” porque “Educación”, entendemos, es una noble palabra que responde, más que a otro asunto, a la formación integral del individuo y no a la información memorística del alumno, y porque además, a la “Educación”, hay que guardarle el respeto que se merece por los vivos que aún se desviven intentando educar y, sobre todo, por los muertos que nos educaron sin manuales ni oposición; aquellos que nos enseñaron a distinguir que una cosa es educar y otra bien distinta es aprobar.

La cuestión es que esa mañana, el día de autos, uno sintió vergüenza, pena penita pena y mala hostia al ver y padecer a aquellos biznagos patanes boicoteando un acto, llamémosle cultural, y usurpando los pupitres que otros con más merecimiento y mayor interés de otras partes del planeta sí desearían ocupar. ¿Cuándo se va a enterar el respetable y los que velan celosamente por el respetable, desde sus proyectos de ley, Logses, Lodes y demás tómbolas, que hay niños que hacen diariamente kilómetros a pie y cruzan los caudalosos ríos de Sumatra para ir a una mísera escuela sin puertas ni ventanas? ¿Cuándo nos vamos a enterar que los pueblos ignorantes salen más caros que los educados, y que la Educación debe ser la más preciada e intocable Razón de Estado para que conceda salud mental y fuerza creativa a sus ciudadanos? ¿Cuándo nos vamos a enterar, mi amor, que un verso valdrá siempre más que un boletín? Pero nada, aquí nada, aquí hay barra libre. “¡Jefe, otra de gambas a la plancha, que paga mi cuñao!”.

Se trataba de una charla interactiva, con fotos y todo, que ofrecimos mi compañero visual y un servidor a unos que están matriculados en un instituto, y que ni son de la ESO ni son bachilleres ni son de la FP, pero que bien podrían estar rascándose las amígdalas debajo de un edredón en un centro de instrucción y recreo televisado, en vez de cobrar esa indigna y vergonzosa nómina mensual de mil y pico de eurazos que se chulean por la cara. El salón se llenó de estos encabritados muchachotes, de algunos abatidos profesores y de otros tantos alumnos respetuosos y resignados. La escena que presencié fue patética: bullicio constante de la mitad del salón para atrás, piernas colgadas y balanceantes en las butacas, chulería de garrafón y semblantes compungidos e impotentes de los docentes. Y entonces, el que subscribe, ante tal panorama desolador e insalvable, dejó de hablar para no maldecir, dio la espalda y se sentó para no provocar el rosario de la aurora, y cedió su turno de palabra al compañero, quien, acostumbrado a este tipo de personal enjaulado y de oratoria sorda, continuó como pudo y cerró el espectáculo entre vítores, berreos y algún que otro tartamudo aplauso.

Y desde que nos quedamos solos en el salón hasta la noche silenciosa de aquel memorable día, la imagen que uno conserva de la leyenda de la Institución Libre de Enseñanza me acompañó de manera involuntaria, como un acto reflejo frente a la desventura presenciada aquella mañana.

… Érase una vez que en este país hubo unos profesores legendarios que se inventaron otra manera de enseñar, otra manera de descubrir el mundo a los escolares. Corrían los tiempos de eso tan español como era la prohibición de la libertad y acatar los dogmas religiosos, morales y políticos bajo pena de expediente sancionador y de ostracismo profesional. Y aquellos maestros y pedagogos valientes que desobedecieron esas imposiciones, apelando a su heroica libertad de cátedra, fueron expulsados de la docencia pública y confinados a los extramuros de aquella España de Frascuelo. Estos proscritos eran catedráticos liberales y krausistas cuyos nombres hoy pocos recuerdan. Azcárate, Salmerón y el supremo partero español de mentes ajenas Francisco Giner de los Ríos resistieron durante años las embestidas del destierro y abrieron por su cuenta y riesgo una academia con una sola y virtuosa finalidad: reformar educativamente su reino, en cuyos dominios había menos bibliotecas y escuelas que dragones alados. ¿Qué pretendían nuestros rebeldes protagonistas con tan dignísima tarea? Pues, reconquistar como jabatos lo que aquel Estado de cerrado y sacristía les habían saqueado a ellos; que no era otra cosa que poder ejercer la enseñanza sin ningún tipo de coacción, como profesores que eran, y cultivar la libertad de pensamiento, como hombres libres que se sentían. Querían estos orgullosos maestros, en esa batalla, formar hombres no colegiales al peso. Y fue tal su empeño y su éxito que, pasados unos años, concretamente en 1876, el parlamento del reino reconoció la labor de estos sabios educadores permitiéndoles la creación de la Institución Libre de Enseñanza como una entidad educativa pública y aconfesional. Es entonces cuando estos caballeros de leyenda, que velaban armas por la ilustración de los hombres, y los discípulos que les sucedieron, emprenden aquella titánica y apasionante tarea de educar al pueblo estimulando el uso de la razón crítica y de la conciencia ética, abandonando la vieja y rancia instrucción memorística y abanderando la educación integral y sociocultural con una sola herramienta: la palabra socrática y partera del maestro. Y el resultado fue un tiempo de épicas victorias contra las tinieblas de la ignorancia y la fecunda presencia por estas tierras de ilustres científicos, filósofos y literatos. Hasta que una guerra civil y lo que vino después, y lo que sobrevino a este después también, acabó con todo aquel vergel…

Y pensar que hace justo ahora veinte años, en el mismo salón de aquel centro de enseñanza y ante bachilleres entregados entonces, unos comediantes sin subvención presentaron una deslumbrante obra teatral escrita por José Miguel López, heredera de aquella Institución Libre de Enseñanza. “¡Ah, La Educación! –declamaba Diógenes El Perro- ¡La más bella corona convertida ahora groseros cuernos de adulterador, en anteojeras para los nuevos asnos, en la estupidez que los tecnólogos del mañana enmarcarán en una orla… !”.

 

Fernando Clemente

Zafra, marzo 2013.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De David López Sandoval.

No hay sitio para ti

Lo tienes muy crudo, chaval. Se acabó la fiesta, alguien ha cerrado el garito y ha tirado las llaves por el desagüe. O, si prefieres otro símil, has perdido la partida. Mejor incluso: alguien te ha hecho trampas para que la pierdas. Los años que te esperan no serán tuyos. Eres un muerto viviente. Resulta que perteneces a la primera generación que, sin mediar una guerra o una epidemia, vivirá peor que la de sus padres. 

¿Los culpables? Bueno, eso importa poco. Aquí no se libra nadie: hombres de negocios, banqueros, políticos de medio pelo, nuevos ricos que hicieron su agosto apilando ladrillos, familias endeudadas hasta las cejas, padres que cambiaban de coche como de calzoncillos, hijos que han estado chupando de la teta, del botellón y de otros espejismos de este parque temático en que han convertido tu mundo. Ocurre que, cuando hasta el último mindundi ha estado en el ajo, buscar culpables no deja de ser un ejercicio de autocompasión bastante ridículo.

Pero lo peor de todo, lo que realmente te llevará por el camino de la amargura es que, no solo no te han dejado ni las migajas del banquete, sino que te han birlado el revólver para que no puedas salir a la calle pegando tiros. Porque la verdad es que la Historia dice que los de tu edad soléis dar bastante miedo a los poderosos cuando os cabreáis. Pero, claro, para estar cabreado hace falta saber lo que sucede a  tu alrededor. Y tú ahora no tienes ni puta idea. Estás en Babia. Y mucho me temo que eso es lo que se ha pretendido. Mucho me temo que la cosa ha sido planeada con minuciosidad de relojero.

Abre los ojos si no me crees. Mira lo que está pasando. Echa un vistazo a tus clases, a tus profesores, a tus compañeros. ¿Sabes dónde se solía armar antes hasta los dientes la gente de tu edad? ¿Sabes en qué lugares comenzaba esa protesta, ese jaleo que siempre ha puesto de los nervios a quienes parten el bacalao? Yo te lo diré: en las aulas, en esas mismas aulas que ahora te parecen cárceles donde se pudren los primeros veinte años de tu vida. Allí la gente se armaba con la razón, con la voluntad de saber, y luego salía a la calle, agarraba del cuello de la camisa a cualquier factótum y le gritaba acercando mucho la nariz a su jeta asustada: ¡basta ya, no me gusta el mundo que nos estáis dejando!

Desgraciadamente, eso se ha acabado. Que tú hagas algo semejante es tan improbable como que Belén Esteban recite de corrido los cien primeros versos de la Odisea. No, nunca lo harás. No puedes hacerlo. Y no porque seas un gallina, sino porque te han convertido en un inválido social. Y la verdad es que no es para menos. Resulta que te dejan titular con tres asignaturas suspensas, que te pagan una beca por mantenerte seis horas al día sentado en el mismo pupitre, que te enseñan que el que no pega ni chapa tiene al final la misma recompensa que quien hinca los codos de claro en claro y de turbio en turbio. ¿Qué se podía esperar de algo así?

Te han fabricado para que a lo máximo que aspires sea a estar detrás de una barra sirviendo hamburguesas, anestesiado por el premio fácil de unos títulos académicos que valen menos que un billete de seis euros y por tus pequeñas glorias del sábado por la noche, absolutamente ignorante de cómo plantar cara a los que te han chorizado el futuro. Tiene gracia, la generación con más años de escolarización y con más títulos es la menos preparada de la historia reciente de España. La generación más protegida por el Estado es la que al final se ha revelado como la más indefensa.

No hay sitio para ti, cantaban a finales de los ochenta los MCD. Pues eso, descolocado, en tierra de nadie, sin futuro, así te has quedado. Y con un palmo de narices tan grande, tan jodido, que ahora no sabes hacia dónde mirar.

¿No lo oyes? ¿De verdad que no oyes esos golpes? Es la mediocridad, es el paro, es la precariedad laboral, es la emigración. Y están llamando a tu puerta.

 

“Cuando alguien pregunta para que sirve la filosofía, la respuesta debe ser 
agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve 
al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún 
poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no 
entristece o no contraría a nadie no es una filosofía.
Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. 
Sólo tiene un uso: denunciar la bajeza en todas sus formas. ¿Existe alguna 
disciplina, fuera de la de filosofía, que se proponga la crítica de todas las 
mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones 
sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la 
mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la 
asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del 
pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, 
hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, 
la moral, y la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que 
ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. 
¿Quien, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?
La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de 
desmitificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso 
de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían aún 
mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir 
todo lo lejos que quisieran…pero ¿quién a excepción de la filosofía se lo 
prohíbe?”
GILLES DELEUZE: Nietzsche y la filosofía.

LA CUARTA PÁGINA

Lo más urgente es la ley de partidos

Tras la publicación el domingo pasado del manifiesto ‘Cómo reconstruir el futuro’, EL PAÍS abre con este artículo el debate sobre las reformas y los pactos necesarios para superar la crisis política e institucional

EDUARDO ESTRADA

El editorial de Financial Times del 4 de febrero decía sobre España: “Sus instituciones, desde la Monarquía hasta el Poder Judicial, muestran signos de putrefacción”. Así nos ven. Los casos Bárcenas, Amy Martín-Fundación Ideas, ITV de Oriol Pujol, Palau, ponen al desnudo que los aparatos centrales de los partidos desarrollan tumores sin que sus dirigentes sepan/puedan/quieran controlarlos.

No son casos individuales de alcaldes o concejales que se forran con un plan urbanístico o una licencia; presidentes de diputación o alcaldes que colocan decenas de clientes para garantizarse su apoyo; desaprensivos (Gürtel) o financiación ilegal del partido (Filesa o Naseiro). Son metástasis en las sedes centrales abonadas por el descontrol del dinero, utilizado para “engrasar la maquinaria” o llevárselo. Es la estación término de la política de la Transición que, para estabilizar los partidos, concentró en sus cúpulas los resortes sobre el acceso, ascenso y exclusión de la política. O sea, para incluir y ordenar candidatos en listas electorales, excluir a los disidentes de los órganos del partido —controlando las elecciones internas con listas cerradas para todo—, repartir cargos en las Administraciones y satélites, dilatar el periodo entre sus congresos (cada cuatro años: solo Berlusconi y el Partido Comunista Chino lo superan), escapar al control de sus parlamentos internos (anulándolos en la práctica) y sobre sus cuentas (acerca del Tribunal de Cuentas, EL PAÍS, 11-2-2013, página 13).

El rendimiento de esta política es decreciente. Véase el descenso de la calidad media de los políticos —salvo excepciones—, sus discursos acartonados y la multiplicación de casos de corrupción. La quiebra de las cajas de ahorros, el gasto descontrolado y el crecimiento del personal nombrado discrecionalmente en las Administraciones, la multiplicación de organismos y el ocultismo en las retribuciones de los políticos muestran que esta política está en la raíz de la crisis española. Lo que ahora pasa es que se ahoga en sus propios residuos. Es un fallo institucional que atraviesa a todos los partidos, de ahí la alarma social. Esto pasó en Estados Unidos y en 1902, en Wisconsin, inventaron las elecciones primarias abiertas a los ciudadanos para elegir los candidatos a todo y romper los aparatos y sus corruptelas. La idea es que la democracia es el mejor desinfectante, y que los partidos son entidades muy importantes cuya actividad debe regularse por ley.

Salgamos de la lamentación y las ideas genéricas. Es urgente hacer una Ley de Partidos que transforme la política española. No será fácil: como escribió García Pelayo, los partidos se resisten a ellas. La correosa renuencia del PP y PSOE a reducir el número de concejales y aclarar sus retribuciones lo demuestra. Tomemos como modelo las leyes de Alemania o Estados Unidos.

La competencia entre los políticos es la única medida preventiva contra la corrupción

El objetivo es que los políticos, dentro del partido, tengan fuentes de poder propias, es decir, que los cargos internos y los candidatos a las elecciones sean elegidos por los afiliados o por los ciudadanos, no designados por el jefe del partido, alcalde o presidente autonómico. Esto introducirá competencia entre los políticos, y la competencia es la única medida preventiva contra la corrupción. No hay otro sistema: ni exigir cualificaciones previas, ni listas abiertas para que los ciudadanos elijan entre quienes propongan los de siempre (como ocurre con el sistema del Senado).

La clave siempre es quién y cómo hace la lista. Eso es lo que hay que cambiar. Esto requiere leyes que regulen la actividad de los partidos, que tienden naturalmente a la oligarquización y a eliminar a los disidentes. Para eso hay que encajar muchas piezas, porque son organizaciones complejas y escurridizas.

La ley debe obligar a los partidos a celebrar congresos bienales (Alemania) o anuales (Reino Unido). En los congresos se elige la dirección del partido. Los manuales de derecho político dicen que la oposición controla al Gobierno. No es verdad, es una visión anticuada, son los parlamentos internos (Junta Directiva en el PP, Comité Federal en el PSOE, Consejo Político en IU, etcétera) los que pueden controlar al Gobierno y a la dirección de la oposición. Cuando se atisba que se van a perder las elecciones, estos órganos son más incisivos que el Legislativo, y las maniobras, más peligrosas (por eso han sido casi anulados en estas décadas, espaciando sus reuniones y multiplicando sus miembros). Por tanto, clave: estos parlamentos internos no deberían tener más de 150 miembros, y sus reuniones, celebrarse cada cuatro meses, con votación secreta sobre la gestión de sus ejecutivas (fundamental). Esto no desestabilizaría a los partidos, los miembros de esos organismos son aguerridos profesionales, pero crearía un mecanismo que debe funcionar cuando sea necesario. Sus sesiones deberían ser públicas, porque un partido no es una asociación privada, los ciudadanos pagan el sueldo de (casi) todos sus miembros y su funcionamiento, y que los partidos insistan en que sean secretas desvela que aquí reside el verdadero control. La composición de los congresos y parlamentos internos ha de ser proporcional al número de afiliados o al número de votos (en la provincia, distrito, etcétera), y no debería haber miembros natos ni designados (en algún partido hay bastantes).

Todos los cargos internos y candidatos a instituciones representativas se deberían elegir por el voto secreto a personas de los afiliados o de los ciudadanos que se registrasen si el partido decide hacer primarias a la americana. Voto a personas, no a listas cerradas, y ordenación en las listas por el orden de votos. El Partido Democrático Italiano aplicó este sistema hace dos meses para elegir a sus candidatos. En Estados Unidos, las primarias las organizan los Estados, no los partidos; habría que copiar la idea y prever que seis semanas antes de las elecciones se celebrasen elecciones a candidatos en todos los partidos, sustituyendo la tenebrosa cooptación actual por una votación transparente. Los partidos no se van a ir de los consejos de las cajas de ahorros, televisiones, órganos consultivos; por tanto, mejor reglar que sus candidatos sean elegidos por los parlamentos internos.

Controlar su financiación. En Austria, si una comisión de expertos en publicidad sospecha que algún partido pasa los límites de gasto en una campaña electoral, abre una inspección. Son precisas auditorías externas anuales (censores de cuentas elegidos aleatoriamente), limitar el mandato de los tesoreros a cuatro años e interventores internos. El Tribunal de Cuentas es una entelequia para controlar las cuentas de los partidos, mejor pasar a un sistema de auditoría externa.

La política debe ser tan incompatible con la judicatura como la profesión de militar

Habría que utilizar la Ley de Partidos para sacar la política de la justicia y a los jueces de la política. Abochorna que en altos tribunales el voto de sus miembros responda a la conveniencia del partido que los promocionó. Al Tribunal Supremo deberían acceder solo miembros de la carrera judicial por méritos en ella. Se debe eliminar el turno para los que no son miembros de esta carrera: no es presentable que cuando van a llover demandas contra la banca acceda al Supremo el director jurídico de La Caixa. Debe desaparecer el tercio de magistrados de los Tribunales Superiores de Justicia regionales elegido por el CGPJ a propuesta de las Asambleas de las comunidades. La incompatibilidad del personal de la judicatura con la política ha de ser tan estricta como para los militares. Es un sarcasmo que los jueces no puedan afiliarse a un partido, pero sí ser secretario de Estado, portavoz parlamentario o asistir a sus ejecutivas y volver a la justicia cuando acaba la experiencia. La justicia es como la mujer de César.

Hay que hacer muchas más cosas. Revisar el sistema de elección de los diputados nacionales, regionales y concejales. Reducir el número de políticos. Una Ley de la Función Política que aclare retribuciones, incompatibilidades, desempleo, estatuto de los asesores. Separar la política de la carrera de los funcionarios, mejorar la elección de los órganos constitucionales (CGPJ, Tribunales Constitucional, de Cuentas...) y reguladores para hacerlos independientes. Pero lo urgente es la Ley de Partidos, para drenar esta basura hasta un nivel soportable. Este es el paso vital para salir de la crisis. Esta política nos asfixia.

José Antonio Gómez Yáñez. Instituto de Política y Gobernanza. Universidad Carlos III.

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Manuel Muela (03-02-2013)

Albarda sobre albarda: a la ola de podredumbre que anega la vida pública española, con un país castigado por los recortes y la depresión económica, se suma lo que parece un ajuste de cuentas dentro del régimen por presuntas prácticas irregulares del partido del Gobierno. Otro episodio más del desmoronamiento de la Transición, que ha provocado que el embajador norteamericano, Alan D. Solomont, haya dicho que España tiene que atajar la corrupción, adoptando medidas agresivas, sobre todo cuando se están pidiendo grandes sacrificios a la población. En un sistema democrático, con separación de poderes, esas medidas pasan por los tribunales y por los parlamentos. A estos últimos corresponde, en su caso, la destitución del Gobierno, si éste no toma la iniciativa de la dimisión. Pero el problema conceptual es que no gozamos de un régimen democrático: el país está en manos de una nomenclatura partitocrática, con amplias redes clientelares, que utiliza las instituciones en beneficio de su propia permanencia e interés. ¿Hay, por ello, que renunciar a cualquier posibilidad de cambio? En absoluto: lo que pasa es que será más complicado si el poder oligárquico se resiste, como parece. Por eso, creo que conviene insistir y buscar apoyos en pro de una hipotética salida democrática: la constitución de un Gobierno provisional o de gestión que rescate a la nación y dirija el período constituyente.

Gobernar la refundación democrática del Estado

Para no echar más leña al fuego de la indignación, ahorro a los lectores el memorial de agravios de la corrupción que se extiende por palacios e instituciones. Corrupción que algunos intentan asimilar con determinados comportamientos del pueblo español para deducir que es poco menos que lo normal o esperable. Y no es así: la picaresca, cuyo ejemplo emblemático es la factura sin IVA del fontanero, tiene poco que ver con las máquinas para delinquir que han fagocitado instituciones y partidos. Son las que han arruinado el crédito del poder público y han puesto a la sociedad española en estado de shock. Sociedad honrada y trabajadora que no merece el desprecio del que es objeto. No estamos ante una crisis de Gobierno, es una crisis del régimen, que ya reconocen hasta sus más conspicuos defensores. Por eso, la primera tarea del Gobierno provisional será recuperar el crédito perdido y devolver un poco de sosiego a la nación. Para ello tendrá que adoptar decisiones políticas y económicas con el fin de convocar Cortes Constituyentes antes de un año.

El Gobierno provisional debe recuperar el crédito perdido para liderar un Estado amenazado por la desintegración, cuestión catalana y corrupción

Ese Gobierno se haría cargo de un Estado amenazado por la desintegración, cuestión catalana y corrupción, y el vacío de poder. Hasta la reunión del parlamento constituyente necesitaría plenos poderes y un estatuto de funcionamiento que le permitieran impulsar los cambios necesarios en la legislación electoral y de partidos y en la ordenación del Estado, separación de poderes y jefatura del mismo incluidos, para superar la crisis constitucional. España no puede, ni debe, continuar con un Estado acéfalo que no está en condiciones de cumplir con las funciones básicas de garantizar la igualdad, la libertad y la justicia. Su refundación democrática tiene que ser el objetivo fundamental de los propósitos constituyentes, sobre los que decidirán los españoles cuando sean convocados a hacerlo.

Negociar con la Unión Europea

Nuestra economía y nuestro crédito y finanzas, a pesar de los rescates, siguen despeñándose, al tiempo que la deuda crece, pagando precios exagerados. Una espiral insoportable que yugula el crecimiento y hunde el consumo. No hace falta repetir los datos que avalan lo afirmado. Y tampoco hace falta repetir que quienes han venido ejerciendo el poder ni proponen cambios ni dan esperanzas fundadas de recuperación. Menos, a partir de ahora preocupados por salvarse de la quema. Razón de más para que un nuevo gobierno democrático, fuerte y solvente, dé a conocer a la Unión Europea su proyecto constituyente, solicitando apoyo para el mismo, básicamente renegociación de los costes y plazos de la deuda y modulación de las políticas de déficit, que están devastando al país. Este año 2013, que parece de tregua en Europa, sería, a mi juicio, muy favorable para obtener respaldos en la dirección señalada. Si no, habrá que buscarlos en otras direcciones: hay alternativas.

El ajuste de cuentas en el PP provocará grietas. Cualquier propuesta de cambio real encontrará respaldo en la ciudadanía

Muchos se preguntaran cómo se puede constituir un Gobierno así, visto el páramo político español y el desfondamiento de la sociedad. Pero, aunque parezca una ensoñación, pienso que, desde el fondo del barranco, surgirán iniciativas que confluirán en la propuesta de ese gobierno: el ajuste de cuentas desencadenado provocará grietas dentro del partido del gobierno, sobre todo entre los que sean ajenos a los manejos de sus dirigentes, y otro tanto ocurrirá entre sus contendientes, todos tentados por el sálvese quien pueda, dado el caos imperante y la creciente ira social. Y hasta es posible que el agrietamiento llegue a los grupos parlamentarios, en función de cómo evolucionen los acontecimientos. El alud es de tal magnitud que cualquier propuesta de cambio real y radical encontrará respaldo en segmentos significativos de la opinión pública. Lo que importa es que esas propuestas sean democráticas y no de corte autoritario, que es un riesgo bastante cierto en el descontrol actual. En todo caso, la partida final se está jugando dentro del bunker.

Todos debemos contener el aliento y observar y, aquellos que modestamente podamos, proponer iniciativas que puedan ser tenidas en cuenta, a modo de red democrática, si llega el desplome que han fabricado ellos, abusando de nuestra tolerancia y de nuestro comportamiento pacífico para con sus desmanes. Por favor, ¡váyanse y dejen que recuperemos la libertad y la dignidad de españoles!