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Filosofía desde la trinchera

Ágora virtual

Un hombre se sentó en una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante u

nos 45 minutos. Durante ese tiempo, ya que era hora pico, se calcula que 1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al trabajo.

Tres minutos pasaron, y un hombre de mediana edad de dio cuenta de que había un músico tocando. Disminuyó el paso y se detuvo por unos segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.

Un minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar de propina: una mujer arrojó el dinero en la caja y sin parar, y siguió caminando.

Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escucharlo, pero el hombre miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es evidente que se le hizo tarde para el trabajo.

El que puso mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre le empuja duro, y el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue repetida por varios otros niños. Todos sus padres, sin excepción, los forzaron a seguir adelante.

En los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y permanecieron por un tiempo. Alrededor del 20 le dieron dinero, pero siguió caminando a su ritmo normal. Se recaudó $ 32. Cuando terminó de tocar y el silencio se hizo cargo, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún reconocimiento.

Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Él había interpretado sólo una de las piezas más complejas jamás escritas, en un violín por valor de 3,5 millones de dólares.

Dos días antes de su forma de tocar en el metro, Joshua Bell agotó en un teatro en Boston, donde los asientos tuvieron un promedio de $ 100.

Esta es una historia real. Joshua Bell tocando incógnito en la estación de metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente. Las líneas generales fueron los siguientes: en un entorno común a una hora inapropiada: ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?

Una de las posibles conclusiones de esta experiencia podrían ser:

Si no tenemos un momento para detenerse y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos estamos perdiendo?
Por: Josh Nonnenmocher

 

ÁGORA. ESTUDIO Y CRÍTICA DE FILOSOFÍA POLÍTICA

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VIÑUELA RODRÍGUEZ, Juan Pedro: Ágora. Estudio y crítica de filosofía política. Villafranca de los Barros, Imprenta Rayego, 2012, 173 págs.

Por Esteban Mira Caballos.

          El autor de Filosofía desde la trinchera o Pensamientos contra el poder, nos vuelve a sorprender ahora con esta valiosa obra sobre filosofía política. El objetivo, el método y la ideología son plenamente coherentes con sus trabajos anteriores. Se trata de un texto redactado en clave antiacadémica, como él mismo lo califica porque, a su juicio, así debe ser todo pensamiento que se dirija frente al poder. Asimismo, llama la atención su absoluta independencia de pensamiento, pues lo mismo ataca al neoliberalismo, que a los totalitarismos fascistas y marxistas o a los partidos políticos en general, sin distinción. Eso confiere a su obra un valor extra, pues está bien claro que no se debe a nadie, sino sólo a sus ideas, algo que no deja de ser una rareza en nuestro tiempo. Y ello a pesar de las consecuencias que puede tener situarse siempre frente al poder, por la falta total de apoyos institucionales. Este nuevo libro del profesor Viñuela, tiene desde mi punto de vista dos puntales que lo hacen especialmente valioso:

Primero, su objetivo didáctico, pues, continuamente alude a sus alumnos como si estos fuesen los lectores de su obra o los oyentes de su añorado ágora. Esto no sería más que una anécdota si no fuera porque el autor se empeña continuamente en hacer su pensamiento lo más accesible posible. Ello confiere al texto un carácter inteligible, no siempre fácil de encontrar entre las obras de los filósofos. El texto está pensado para ser entendido por cualquier persona, desde un estudiante de Enseñanza Secundaria a un profesor universitario. En ello, tiene una idea universalista porque su objetivo es contribuir a la concienciación social de la ciudadanía, intentando llegar al máximo número posible de lectores.

Y segundo, su estructura muy clara y ordenada pues sigue un orden cronológico, empezando por la polis griega y terminando por la democracia actual, aunque él no la defina exactamente como tal. El resto de los temas de actualidad, muy presentes en toda su producción anterior, como el relativismo, la eutanasia o el sexismo, los incluye en una especie de apéndice que él denomina addenda.

En el prólogo, hace una declaración de intenciones, justificando el sentido de su libro, dirigido especialmente a sus educandos y denunciando algo con lo que estoy plenamente de acuerdo: que tras la crisis económica subyace una crisis ética de dimensiones colosales. Por ello, frente a ella reivindica ante todo filosofía, dialéctica y acuerdo. Sólo así –afirma- conseguiremos verdaderos ciudadanos y haremos factible que el poder resida realmente en el pueblo. Y en relación a ello, cita a su admirado Sócrates quien decía que sin la reflexión y el análisis la vida no merece la pena.

En el primer capítulo se refiere a la democracia ateniense, a la que él admira, por ser el cimiento de Occidente, donde se obró el milagro del pensamiento racional. Concretamente la polis ateniense fue la que se convirtió en el centro del mundo civilizado por el desarrollo de la filosofía, del diálogo y de la democracia. Una democracia asamblearia, que valoraba la virtud y que otorgaba la igualdad ante la ley y la libertad de expresión. Allí, en el ágora –lo que hoy llamaríamos la plaza pública- se reunían personas que utilizaban la razón, el logos, el lenguaje y la argumentación. Nadie tenía la verdad absoluta y por el diálogo consensuado se llegaba al acuerdo. La participación pública de los ciudadanos y su reflexión les permitían un alto grado de libertad, inexistente en las que al autor denomina plutocracias y partidocracias actuales. Según Platón, el gobierno no debería ser de la mayoría ignorante sino de los mejores, es decir, de los sabios. Su gobierno ideal estaría formado por una élite aristocrática, aunque el tiempo le quitó la razón, pues ésta no tardó en convertirse en una oligarquía tiránica que sólo defendía sus propios intereses. Con el helenismo, sucumbió la democracia griega, al aparecer un imperio en el que los antiguos ciudadanos de las polis pasaron a convertirse en súbditos.

La aparición de Jesucristo, significó una renovación ética que desgraciadamente duró muy poco porque sus discípulos se encargaron de crear una institución de poder, llamada la Iglesia. San Pablo consiguió hacer triunfar su idea de que el mensaje de Jesús era universalista y se dirigía a todo el mundo y no sólo a los judíos. Ya en tiempos del emperador Constantino, se instauró una alianza entre el trono y el altar que tuvo consecuencias nefastas para la libertad. Con esta alianza dieron comienzo la expansión fanática, las cruzadas y las persecuciones de todo aquel que no parecía cristiano y que, por tanto, no podía ser otra cosa que pagano, infiel o hereje. Buena parte de la Edad Media estuvo dominada por el barbarismo, con el único bastión racionalista de Al-Andalus.

El Renacimiento es otro de los grandes hitos de Occidente en el que, en palabras del autor, se salió del claustro medieval, cambiando el teocentrismo por el antropocentrismo. Sin embargo, se terminaron imponiendo las teorías cesaristas, es decir, el absolutismo, fundamentado en teorías como la de Thomas Hobbes. Éste justificaba un poder fuerte, absoluto, justificándolo en la necesidad del ser humano de seguridad frente a la depredación de otros. Unas tesis que desgraciadamente siguen vigentes en nuestros días cuando, por temor, se blinda occidente frente a las oleadas de emigrantes del Tercer Mundo o cuando se practican las llamadas guerras preventivas.

En el último siglo de la Edad Moderna, llegó la Ilustración, otro de los grandes hitos de la Historia, junto al Renacimiento, en el que el hombre salió de su autoculpable minoría de edad. Las ideas ilustradas trajeron aire fresco a Occidente, quebrándose la alianza Estado-Iglesia, pues las luces de la razón introdujeron un laicismo que iba contra la verdad absoluta impuesta desde el altar. Se impuso la razón sobre la fe y eso contribuyó a hacer más libre a la humanidad. Sin embargo, se equivocaron en su optimismo y, sobre todo, en su idea de progreso como solución a los problemas y a los males pasados. Bien es cierto que Juan Jacobo Rousseau no compartía esta idea, pero el liberalismo contemporáneo la terminó imponiendo, lo que nos está llevando al agotamiento de los recursos planetarios y a la destrucción de nuestro propio hábitat.

En el siglo XIX, el marxismo cambió la forma de ver la Historia, fundamentándola en el economicismo y dotándola entre otras cosas de una impronta ética. La filosofía de Marx va encaminada, como él mismo afirmó, a transformar el mundo. Sin embargo, la praxis marxiana terminó derivando en totalitarismos que acabaron definitivamente tras la caída del Muro de Berlín. El problema es que, en la actualidad, se ha impuesto un capitalismo neoliberal radical, sin la competencia ya de los marxismos, que está acabando no sólo con el estado del bienestar sino también con la mismísima democracia. Socialdemocracia, derechos humanos y estado del bienestar están en franco retroceso en todo el mundo. De ahí que el autor hable del proyecto inacabado de la Ilustración. Para colmo, se está desarrollando una brutal globalización que sólo afecta a las finanzas, pero no a las personas, ni a la expansión de los Derechos Humanos o del Estado del bienestar. En el caso particular de España, sufrimos un bipartidismo en el que alternan las dos facciones de la casta política en defensa de sus propios intereses. El autor destaca el mito de la mayoría, pues para él, aunque tengan legitimación no siempre tienen la razón, por el mero hecho de constituir una mayoría.

En su opinión, ya no basta con reformar el capitalismo sino que urge plantear un nuevo sistema que auspicie la austeridad como forma de vida y la redistribución de la riqueza. Como dice al autor, en el Renacimiento se pasó del teocentrismo al antropocentrismo, y ahora urge dar un nuevo giro de tuerca y pasar al biocentrismo. Si no somos capaces de transformar este mundo antropocentrista, nacionalista y egoísta en otro cosmopolita y ecocentrista, la civilización, tal como la concebimos hoy, terminará desapareciendo.

          En definitiva, estamos ante un libro pequeño en extensión pero grande en compromiso social. Muy de agradecer es la claridad con la que se expresan todas sus ideas que contribuyen a la concienciación de sus lectores y seguidores, entre los cuales me incluyo. Así, pues estamos ante una magnífica interpretación filosófica del poder desde la antigüedad a nuestros días. Aunque, por desgracia también es la crónica del triste fracaso de la democracia y del proyecto inacabado de la Ilustración.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

Donde rayan ciencia y filosofía

Científicos y pensadores buscan juntos respuesta a interrogantes sobre la naturaleza humana

La ética está más viva que nunca debido a los avances tecnológicos

El conflicto es el mismo desde los presocráticos: cambia el conocimiento y las filosofías se adaptan. / erich schrempp (getty images)

En cierto modo, el ser humano es química. Moléculas, tejidos, corazón, cerebro. Vive en un mundo global acelerado donde el conocimiento del mundo subatómico rige los avances tecnológicos más importantes de la historia. Pero la naturaleza humana sigue planteando los mismos interrogantes que ya se hacían los filósofos presocráticos sobre los fundamentos de la vida. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué es el hombre y cuál es su singularidad? En eso, el mundo no ha cambiado ni un ápice.

Hoy más que nunca la filosofía y la ciencia tienen que volver a ser como lo fue en la época de Aristóteles y Platón, las dos caras de una misma moneda. ¿Son los científicos los filósofos del siglo XXI? Es una cuestión en la que no hay una opinión unánime. Pero la filosofía, en su lado más práctico, lo que se conoce como la ética, está más viva que nunca porque es ahora, con los avances de la tecnología y la ciencia, cuando se necesita de su mediación en temas como la bioética, la eutanasia o el aborto.

“Hoy en día las cuestiones morales de qué hacer o cómo vivir son tan acuciantes como siempre. Porque una cosa es lo que técnicamente se puede hacer y otra lo que moralmente se debe hacer. Se trata de saber cómo administrar el enorme poder que la ciencia y la tecnología han puesto en manos del ser humano”, opina Tomás Calvo, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y presidente honorario del Instituto Internacional de Filosofía.

Para muchos, los científicos ponen los pies en la tierra a los filósofos

Los filósofos presocráticos eran observadores de la naturaleza pero los científicos hoy también lo son. Eran algo así como actualmente entenderíamos la conjunción entre un filósofo, Daniel Dennet, por ejemplo y un científico como Anton Zeilinger. Este último, de la Universidad de Viena, ha liderado recientemente un experimento en Canarias sobre el teletransporte; la transmisión de un estado cuántico de unas partículas, normalmente, fotones de luz, entre dos puntos que, en principio, pueden estar tan lejos como se desee.

Los antiguos filósofos constataban un hecho y luego hacían reflexiones sobre el mismo. La diferencia es que ahora nos encontramos con planteamientos más sofisticados como el teletransporte, que suena a ciencia ficción.

En Barcelona se planteó recientemente un debate interesante en el que participaron Zeilinger y el matemático Simon Kochen. Fue un momento de “unidad total” entre ciencia y filosofía, reconocen los participantes. El moderador, el filósofo Ulises Moulines, preguntó: ¿Qué es lo que se teletransporta realmente? ¿Puede haber tal acción a una distancia determinada? “El filósofo hace el planteamiento porque el experimento es muy espectacular, pero ¿qué es lo que realmente se teletransporta? La respuesta pudo o no ser clara pero solo con que se formule ya es importante porque plantea una cuestión de base”, dice un testigo del debate. Es decir, la teletransportación de Zeilinger obliga al filósofo a preguntarse si efectivamente se ha modificado la visión que tenemos de la naturaleza.

Hasta principios del XIX no hubo distinción entre filosofía y ciencia. Los filósofos eran científicos y los científicos filósofos. En las ágoras se departía tanto de la naturaleza humana como de astronomía. Después, durante un tiempo, filosofía y ciencia estuvieron realmente diferenciadas. “Pero ahora muchos filósofos están justo en el centro del quehacer científico. Estamos volviendo a los antiguos”, opina el estadounidense Daniel Dennet, uno de los filósofos de la ciencia más destacados en el ámbito de las ciencias cognitivas, especialmente en el estudio de la conciencia.

El estudio evolutivo explica el marco de la cultura, pero no analiza sus valores

El Congreso Internacional de Ontología celebrado a primeros de octubre en San Sebastián y posteriormente en Barcelona, organizado por la UPV, la UAB y la Fundación Paidea Galiza, entre otros organismos, se convirtió durante unos días en un gran foro de debate entre la ciencia y la filosofía. El objetivo no era otro que confrontar las viejas interrogantes anteriores a los griegos entre filósofos eminentes e interpelando a algunos de los científicos que han sido protagonistas de los mayores avances en los últimos años en esta aventura filosófica a la que se ve abocada la ciencia contemporánea tal y como han señalado algunos expertos.

Hay quienes creen que los científicos les ponen a los filósofos los pies en la tierra. “A veces los filósofos hablan como eruditos y en ocasiones la filosofía no se entiende porque peca de erudición. Los presocráticos no eran eruditos, empezaron de cero. Por eso, los científicos en estos momentos tienen algo de presocráticos; ellos miran la naturaleza, la condición humana, observan y sacan sus conclusiones sin citar a nadie. Los científicos nos ayudan a los filósofos a ser claros y a plantear las cosas casi ingenuamente”, explica Víctor Gómez, catedrático de Filosofía de la UAB y miembro de la organización del congreso. “Este encuentro internacional es como le hubiera gustado organizarlo a Aristóteles”, bromea Gómez.

¿Cuál es el propósito de juntar en un mismo espacio a algunos de los mejores científicos y filósofos del mundo? “La filosofía siempre se ha apoyado en la ciencia, pero no se trata de hacer reflexiones sobre la ciencia sino de servirse de ella para responder viejas cuestiones filosóficas sobre el origen del hombre”, explica Gómez. En definitiva, se trata de recuperar esa unidad entre filosofía y ciencia pero no sacrificando esta última. “Jerárquicamente la pregunta superior es la filosófica. Los científicos son la base que permite a la filosofía trabajar sobre suelo firme”, añade.

Para los expertos es necesario recordar que la filosofía tiene viejísimas interrogantes que nunca ha abandonado. Hoy en día, en la emergencia de una nueva filosofía natural desempeñan un papel determinante otras disciplinas, como la genética, la paleontología o la neurobiología, imprescindibles según los argumentos que han aflorado durante el Congreso Internacional de Ontología para dar respuesta a las eternas interrogantes filosóficas sobre la naturaleza humana y que complican ecuaciones nuevas en torno a la bioética, por ejemplo.

Francisco Ayala: “A la mayoría de científicos no les interesa la fisolofía”

“Estas disciplinas son indispensables pero no son suficientes”, dice Dennet. ¿Qué falta entonces? “Lo relativo al concepto de cultura. Estas ciencias dan cuenta de buena parte del comportamiento evolutivo. Pero no van más allá. Dan cuenta del marco en el que surge la cultura pero no dan cuenta de la evolución cultural y de los valores existentes en cada país”, cree Dennet.

Se trata de la interacción entre la ciencia y la filosofía. “La jerarquía está clara; la filosofía legisla y la ciencia le ayuda. Los problemas de la filosofía son los problemas eternos del hombre, ahora la disciplina que ignora la ciencia simplemente es ciega, se priva de los instrumentos para abordar los problemas”, opina otro filósofo.

Francisco J. Ayala, ponente y homenajeado en el congreso por su fructífera carrera, dice que hoy en día no se puede hacer filosofía sin tener un contexto científico. “La ciencia nos hace entender lo que somos. Los científicos y los filósofos deben tener un diálogo a dos bandas; hay muchos científicos que se dan cuenta ahora de las implicaciones filosóficas de la ciencia, pero a la mayoría no les interesa”, opina uno de los más prestigiosos científicos españoles en actividad. “Para hacer filosofía, hoy en día, hay que tener en cuenta los avances de la ciencia y para ver las implicaciones de la ciencia hay que filosofar”, opina Ayala.

Para Dennet, la ciencia y la tecnología han avanzado a un ritmo vertiginoso. A la pregunta de si el hombre es capaz de asimilar estos cambios y a la vez seguir buscando respuestas sobre la condición humana, cuestiones que ya preocupaban a Platón, responde: “Sin duda, cada generación empieza unos pasos más allá. Mis estudiantes, cuando llegaron a la universidad, entendían cosas sobre el cerebro que nadie entendía cuando yo era un estudiante. Ellos podían empezar con detalles de la fisiología del cerebro que ni siquiera existían en el año 65”.

Wilczek, físico, cree que ante tanta especialización falta visión de conjunto

¿Qué es el hombre? ¿Cuál es su singularidad? Actualmente, para responder a estas cuestiones hay que servirse de la ciencia para avanzar. Los griegos ya se preguntaban por las leyes del orden natural, pero ellos mismos a la vez que exploraban tenían un discurso filosófico. “Hoy se ha perdido el lazo pero hay que recuperarlo. La pregunta fundamental sigue siendo la filosofía, es decir, cómo es el mundo y cómo es hombre”, plantea Gómez.

Frank Wilczek es un físico estadounidense de origen polaco e italiano, Premio Nobel de 2004. Desde pequeño una curiosidad insaciable le llevó a interesarse por la ciencia, la religión, incluso la magia, hasta que se dio cuenta de que esta última era “fundamentalmente truculenta” y no aportaba “ninguna verdad”. Encontró en la ciencia fundamental un modo de ir creciendo hasta convertirse en un científico notable. Es de esos físicos que se apoyan en la filosofía para encontrar más sentido a sus respuestas. “Ahora hay una gran especialización que impide apreciar la visión de conjunto y es importante que la gente aprecie como la ciencia expande la imaginación”, explica Wilczek.

Este científico está convencido de que conocer la opinión de los filósofos estimula a abrir el horizonte de preguntas que en su caso realiza en el campo de la física y a cambiar muchas veces de rumbo en sus planteamientos.

Para algunos científicos se podría decir que la imagen de lo que es el ser humano y el lugar que ocupa en el universo ha cambiado con la ciencia porque esta ya no toma al ser humano como la medida de las cosas. Lo que impera es un mundo a escala microscópica y macroscópica.

Democracia de calidad frente a la crisis

Nos ha faltado un marco ético, capaz de estimular la responsabilidad social

Un gran número de españoles está viviendo la crisis actual como un auténtico fracaso del país en su conjunto. Hace ya más de tres décadas emprendimos una transición política y social que, con sus luces y sombras, como todo en este mundo, se ha convertido en una auténtica referencia para algunos países deseosos de dar el paso de la dictadura a la democracia. El poder político pasó paulatinamente de un partido de centro a partidos de centro-izquierda y centro-derecha, sin más ruido de sables que el del 23-F y sin más mecanismo que el de instituciones políticas y elecciones libres y bien reguladas. Se transformaron las infraestructuras, se modernizaron los medios de comunicación, aumentó el número de estudiantes universitarios, ingresamos en la Unión Europea, construimos un razonable Estado de justicia, creímos haber alcanzado la velocidad de crucero propia de países democráticos, no solo en política y economía, sino también, y sobre todo, en cultura. La disposición al diálogo, el espíritu abierto y tolerante parecían haber sustituido los viejos estilos de vida en una sociedad pluralista.

Pero en 2007 estalló en el nivel global y local esa crisis que había venido gestándose, una crisis que parece ser sobre todo económico-financiera y política, y descubrimos que el rey estaba en buena parte desnudo. Que, por desgracia, nos queda mucho camino por andar.

Para recorrer con bien ese camino importa preguntar qué nos ha pasado, qué ha fallado, y un punto esencial es que no se trata solo de una crisis económica y política, sino también de una crisis ética, que pone de manifiesto las carencias de espíritu cívico. En los últimos años, nos ha faltado un marco ético efectivo, capaz de estimular la responsabilidad social y un buen uso de la libertad.

Con el deseo de aportar algunas sugerencias para la elaboración de ese marco, el Círculo Cívico de Opinión dedica el sexto de los Documentos que ha publicado al tema Democracia de calidad: valores cívicos frente a la crisis, y en él apunta a modo de ejemplo medidas como las siguientes:

Los protagonistas visibles de la vida pública tienen un deber de ejemplaridad

Perseguir un bien común. En una democracia que es, a su vez, un Estado de derecho, es preciso perseguir un bien común que amplíe el horizonte de los intereses individuales como los únicos fines de la actividad económica y política. Por legítimos que sean los intereses privados, las instituciones y los ciudadanos se deben también a unos intereses comunes.

La equidad como fin. Sostener la equidad y mejorarla debería ser el principio irrenunciable de un Estado de derecho. En muy poco tiempo, España consiguió poner en pie un Estado de bienestar homologable con el resto de los países de nuestro entorno. Pero el modelo es frágil y no podrá sostenerse si no va acompañado de la voluntad de preservarlo por encima de todo. Hay que repensar el modelo con serenidad y con voluntad de conseguir acuerdos lo más amplios posibles.

Debe cambiar el orden de los valores. Los años de bonanza económica pasados han propiciado una cultura de la irresponsabilidad y del dinero fácil, que ha traído consigo corrupción, evasión de impuestos y un consumismo voraz. Si algo puede enseñar la crisis es que debe cambiar la jerarquía de valores transformando las formas de vida, entendiendo que el bienestar no se nutre solo de bienes materiales y consumibles. Formas de vida que fortalezcan cultural y espiritualmente al individuo y a la sociedad con valores como la solidaridad, la cooperación, la pasión por el saber, el autodominio, la austeridad, la previsión o el trabajo bien hecho.

Decir la verdad. La costumbre de ocultar la verdad por parte de políticos y controladores de la economía de distintos niveles ha sido responsable de la crisis en buena medida. Pero esa costumbre se ha extendido también entre intelectuales y otros agentes de la vida pública, plegados a lo políticamente correcto, sea de un signo o de otro. Entre la incompetencia y la ocultación saber qué pasa y anticipar con probabilidad qué puede pasar es imposible para la gente de a pie.

Cultura de la ejemplaridad. Los protagonistas visibles de la vida pública tienen un deber de ejemplaridad, coherente con los valores que dan sentido a las sociedades democráticas. La corrupción, la malversación de bienes públicos, el despilfarro, el desinterés por el sufrimiento de quienes padecen las consecuencias de la crisis, la asignación de sueldos, indemnizaciones y retiros desmesurados producen indignación en ocasiones, pero también modelos que se van copiando con resultados desastrosos.

Rechazar lo inadmisible. Para que una sociedad funcione bien es necesario que las leyes sean claras y que se apliquen, pero también que la ciudadanía rechace las conductas inaceptables. Es verdad que hay que ir con mucho cuidado con eso que se ha llamado la “vergüenza social” y que es una de las formas que tiene una sociedad para desactivar actuaciones que considera reprobables. Esa vergüenza ha causado tanto daño y es tan manipulable, la utilizan tan a menudo unos grupos para desacreditar a otros, que solo puede recurrirse a ella como una cultura, vivida por todos los grupos sociales, de que determinadas conductas no pueden darse por buenas.

El mejor instrumento para conseguir una sociedad mejor y cambiar los valores es la educación

Potenciar el esfuerzo. Lo que vale cuesta. Dar a entender que se pueden alcanzar las metas vitales sin trabajo alguno es engañar, condenar a las gentes a ser carne de fracaso y destruir un país. Aprender, por el contrario, que esfuerzo y ocio son dos caras del buen vivir, que ayudan a construir un buen presente y un buen futuro.

Superar la partidización de la vida pública. La partidización de la vida pública es uno de los lastres de nuestra política, que impide agregar voluntades para encontrar salidas efectivas y consensuadas a los problemas que nos agobian. Cuando ante cada uno de los problemas públicos la sociedad se divide siguiendo los argumentarios de los partidos políticos se destruyen la cohesión social y la amistad cívica indispensables para llevar una sociedad adelante.

El sentido de la profesionalidad. La profesionalidad, en todos sus ámbitos de ejercicio, es un valor que no debe medirse solo por la eficiencia y la competencia científica y técnica, siendo ambos valores altamente encomiables. Ser un buen profesional significa incorporar también ideales que hagan de las distintas profesiones un servicio a la sociedad y al interés común. Es buena la gestión estimulada no solo por la obtención de beneficios materiales, sino por un espíritu cívico y de servicio.

Promover la educación. El mejor instrumento de que disponemos para conseguir una sociedad mejor y cambiar el orden de los valores es la educación, entendida como formación de la personalidad y como una tarea de la sociedad en su conjunto. El ideal de autenticidad debe poder conjugarse con los valores propios de la vida democrática.

Recuperar el prestigio. Ni las instituciones ni las personas que ostentan los cargos de mayor responsabilidad han sabido ganarse la reputación y el prestigio imprescindibles para merecer confianza y credibilidad por parte de la ciudadanía. Además del déficit notable de ideas para gestionar y resolver la crisis, se echa de menos un liderazgo compartido por el conjunto de grupos políticos, que actúe con valentía y con prudencia, que corrija los despilfarros de otros tiempos, que sepa discernir la gravedad de cada problema y que tenga visión de futuro y no atienda únicamente al corto plazo.

Construir un marco de valores comunes. Es urgente construir un suelo de valores compartidos, fortalecer los recursos morales que surgen de las buenas prácticas porque solo así se generará confianza. Pero también crear espacios de deliberación que hagan posible construir pueblo, y no masa, que fortalezcan la intersubjetividad y no se disgreguen en la suma de subjetividades. Generar pueblo y sociedad civil tanto en España como en Europa, donde somos y donde queremos estar, es uno de los retos, porque tal vez sea esta una de las claves del fracaso de Europa: no haber intentado reforzar la conciencia de ciudadanía europea, la Europa de los ciudadanos, esa pieza que resulta indispensable para que sean posibles tanto la Europa económica como la política.

Victoria Camps, Adela Cortina y José Luis García Delgado, en representación del Círculo Cívico de Opinión.

Una teoría de la clase política española

Los partidos han generado burbujas compulsivamente

En este artículo propongo una teoría de la clase política española para argumentar la necesidad imperiosa y urgente de cambiar nuestro sistema electoral para adoptar un sistema mayoritario. La teoría se refiere al comportamiento de un colectivo y, por tanto, no admite interpretaciones en términos de comportamientos individuales. ¿Por qué una teoría? Por dos razones. En primer lugar porque una teoría, si es buena, permite conectar sucesos aparentemente inconexos y explicar sucesos aparentemente inexplicables. Es decir, dar sentido a cosas que antes no lo tenían. Y, en segundo lugar, porque de una buena teoría pueden extraerse predicciones útiles sobre lo que ocurrirá en el futuro. Empezando por lo primero, una buena teoría de la clase política española debería explicar, por lo menos, los siguientes puntos:

1. ¿Cómo es posible que, tras cinco años de iniciada la crisis, ningún partido político tenga un diagnóstico coherente de lo que le está pasando a España?

2. ¿Cómo es posible que ningún partido político tenga una estrategia o un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis? ¿Cómo es posible que la clase política española parezca genéticamente incapaz de planificar?

3. ¿Cómo es posible que la clase política española sea incapaz de ser ejemplar? ¿Cómo es posible que nadie-salvo el Rey y por motivos propios- haya pedido disculpas?

4. ¿Cómo es posible que la estrategia de futuro más obvia para España -la mejora de la educación, el fomento de la innovación, el desarrollo y el emprendimiento y el apoyo a la investigación- sea no ya ignorada, sino masacrada con recortes por los partidos políticos mayoritarios?

En lo que sigue, argumento que la clase política española ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación. En este sentido forma una élite extractiva, según la terminología popularizada por Acemoglu y Robinson. Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las cajas de ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias. Estos procesos han llevado a España a los rescates europeos, resistidos de forma numantina por nuestra clase política porque obligan a hacer reformas que erosionan su interés particular. Una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario provocaría que los cargos electos fuesen responsables ante sus votantes en vez de serlo ante la cúpula de su partido, daría un vuelco muy positivo a la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural. Empezaré haciendo una breve historia de nuestra clase política. A continuación la caracterizaré como una generadora compulsiva de burbujas. En tercer lugar explicitaré una teoría de la clase política española. En cuarto lugar usaré esta teoría para predecir que nuestros políticos pueden preferir salir del euro antes que hacer las reformas necesarias para permanecer en él. Por último propondré cambiar nuestro sistema electoral proporcional por uno mayoritario, del tipo first-past-the-post, como medio de cambiar nuestra clase política.

La historia

Los políticos de la Transición tenían procedencias muy diversas: unos venían del franquismo, otros del exilio y otros estaban en la oposición ilegal del interior. No tenían ni espíritu de gremio ni un interés particular como colectivo. Muchos de ellos no se veían a sí mismos como políticos profesionales y, de hecho, muchos no lo fueron nunca. Estos políticos tomaron dos decisiones trascendentales que dieron forma a la clase política que les sucedió. La primera fue adoptar un sistema electoral proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas. El objetivo era consolidar el sistema de partidos políticos fortaleciendo el poder interno de sus dirigentes, algo que entonces, en el marco de una democracia incipiente y dubitativa, parecía razonable. La segunda decisión, cuyo éxito se condicionaba al de la primera, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la versión café para todos del Estado de las autonomías. Los peligros de una descentralización excesiva, que eran evidentes, se debían conjurar a partir del papel vertebrador que tendrían los grandes partidos políticos nacionales, cohesionados por el fuerte poder de sus cúpulas. El plan, por aquel entonces, parecía sensato.

Pero, tal y como le ocurrió al Dr. Frankenstein, lo que creó al monstruo no fue el plan, que no era malo, sino su implementación. Por una serie de infortunios, a la criatura de Frankenstein se le acabó implantando el cerebro equivocado. Por una serie de imponderables, a la joven democracia española se le acabó implantando una clase política profesional que rápidamente devino disfuncional y monstruosa. Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs “La gran máquina americana de hacer burbujas” comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible. Más adelante propondré un símil parecido para la actual clase política española, pero antes conviene analizar cuáles han sido los cuatro imponderables que han acabado generando a nuestro monstruo.

En primer lugar, el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas, ha creado una clase política profesional muy distinta de la que protagonizó la Transición. Desde hace ya tiempo, los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas. Este sistema ha terminado por convertir a los partidos en estancias cerradas llenas de gente en las que, a pesar de lo cargado de la atmósfera, nadie se atreve a abrir las ventanas. No pasa el aire, no fluyen las ideas, y casi nadie en la habitación tiene un conocimiento personal directo de la sociedad civil o de la economía real. La política y sus aledaños se han convertido en un modus vivendi que alterna cargos oficiales con enchufes en empresas, fundaciones y organismos públicos y, también, con canonjías en empresas privadas reguladas que dependen del BOE para prosperar.

En segundo lugar, la descentralización del Estado, que comenzó a principios de los 80, fue mucho más allá de lo que era imaginable cuando se aprobó la Constitución. Como señala Enric Juliana en su reciente libro Modesta España, el Estado de las autonomías inicialmente previsto, que presumía una descentralización controlada de “arriba a abajo”, se vio rápidamente desbordado por un movimiento de “abajo a arriba” liderado por élites locales que, al grito de “¡no vamos a ser menos!”, acabó imponiendo la versión de café para todos del Estado autonómico. ¿Quiénes eran y qué querían estas élites locales? A pesar de ser muy lampedusiano, Juliana se limita a señalar a “un democratismo pequeñoburgués que surge desde abajo”. Eso es, sin duda, verdad. Pero, adicionalmente, es fácil imaginar que los beneficiarios de los sistemas clientelares y caciquiles implantados en la España de provincias desde 1833, miraban al nuevo régimen democrático con preocupación e incertidumbre, lo que les pudo llevar, en muchos casos, a apuntarse a “cambiarlo todo para que todo siga igual” y a ponerse en cabeza de la manifestación descentralizadora. Como resultante de estas fuerzas, se produjo un crecimiento vertiginoso de las Administraciones Públicas: 17 administraciones y gobiernos autonómicos, 17 parlamentos y miles -literalmente miles- de nuevas empresas y organismos públicos territoriales cuyo objetivo último en muchos casos, era generar nóminas y dietas. En ausencia de procedimientos establecidos para seleccionar plantillas, los políticos colocaron en las nuevas administraciones y organismos a deudos, familiares, nepotes y camaradas, lo que llevó a una estructura clientelar y politizada de las administraciones territoriales que era inimaginable cuando se diseñó la Constitución. A partir de una Administración hipertrofiada, la nueva clase política se había asegurado un sistema de captura de rentas -es decir un sistema que no crea riqueza nueva, sino que se apodera de la ya creada por otros- por cuyas alcantarillas circulaba la financiación de los partidos.

En tercer lugar, llegó la gran sorpresa. El poder dentro de los partidos políticos se descentralizó a un ritmo todavía más rápido que las Administraciones Públicas. La idea de que la España autonómica podía ser vertebrada por los dos grandes partidos mayoritarios saltó hecha añicos cuando los llamados barones territoriales adquirieron bases de poder de “abajo a arriba” y se convirtieron, en la mejor tradición del conde de Warwick, en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. En este imprevisto contexto, se aceleró la descentralización del control y la supervisión de las Cajas de Ahorro. Las comunidades autónomas se apresuraron a aprobar sus propias leyes de Cajas y, una vez asegurado su control, poblaron los consejos de administración y cargos directivos con políticos, sindicalistas, amigos y compinches. Por si esto fuera poco, las Cajas tuteladas por los gobiernos autonómicos hicieron proliferar empresas, organismos y fundaciones filiales, en muchas ocasiones sin objetivos claros aparte del de generar más dietas y más nóminas.

Y en cuarto lugar, aunque la lista podría prolongarse, la clase política española se ha dedicado a colonizar ámbitos que no son propios de la política como, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, la CNMV, los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de la Competencia… El sistema democrático y el Estado de derecho necesitan que estos organismos, que son los encargados de aplicar la Ley, sean independientes. La politización a la que han sido sometidos ha terminado con su independencia, provocando una profunda deslegitimación de estas instituciones y un severo deterioro de nuestro sistema político. Pero es que hay más. Al tiempo que invadía ámbitos ajenos, la política española abandonaba el ámbito que le es propio: el Parlamento. El Congreso de los Diputados no es solo el lugar donde se elaboran las leyes; es también la institución que debe exigir la rendición de cuentas. Esta función del Parlamento, esencial en cualquier democracia, ha desaparecido por completo de la vida política española desde hace muchos años. La quiebra de Bankia, escenificada en la pantomima grotesca de las comparecencias parlamentarias del pasado mes de julio, es sólo el último de una larga serie de casos que el Congreso de los Diputados ha decidido tratar como si fuesen catástrofes naturales, como un terremoto, por ejemplo, en el que aunque haya víctimas no hay responsables. No debería sorprender, desde esta perspectiva, que los diputados no frecuenten la Carrera de San Jerónimo: hay allí muy poco que hacer.

Las burbujas

Los cuatro procesos descritos en los párrafos anteriores han conformado un sistema político en el que las instituciones están, en el mal sentido de la palabra, excesivamente politizadas y en el que nadie acaba siendo responsable de sus actos porque nunca se exige en serio rendición de cuentas. Nadie dentro del sistema pone en cuestión los mecanismos de capturas de rentas que constituyen el interés particular de la clase política española. Este es el contexto en el que se desarrollaron no sólo la burbuja inmobiliaria y el saqueo y quiebra de la gran mayoría de las Cajas de Ahorro, sino también otras “catástrofes naturales”, otros “actos de Dios”, a cuya generación tan adictos son nuestros políticos. Porque, como el gran calamar de Taibbi, la clase política española genera burbujas de manera compulsiva. Y lo hace no tanto por ignorancia o por incompetencia como porque en todas ellas captura rentas. Hagamos, sin pretensión alguna de exhaustividad, un brevísimo repaso de las principales tropelías impunes de las últimas dos décadas: la burbuja inmobiliaria, las Cajas de Ahorro, las energías renovables y las nuevas autopistas de peaje.

La burbuja inmobiliaria española fue, en términos relativos, la mayor de las tres que estuvieron en el origen de la actual crisis global, siendo las otras dos la estadounidense y la irlandesa. No hay duda de que, como las demás, estuvo alimentada por los bajos tipos de interés y por los desequilibrios macroeconómicos a escala mundial. Pero, dicho esto, al contrario de lo que sucede en EE UU, las decisiones sobre qué se construye y dónde se construye en España se toman en el ámbito político. Aquí no se puede hablar de pecados por omisión, de olvido del principio de que los gestores públicos deben gestionar como diligentes padres de familia. No. En España la clase política ha inflado la burbuja inmobiliaria por acción directa, no por omisión ni por olvido. Los planes urbanísticos se fraguan en complejas y opacas negociaciones de las que, además de nuevas construcciones, surgen la financiación de los partidos políticos y numerosas fortunas personales, tanto entre los recalificados como entre los recalificadores. Por si el poder de los políticos –decidir el qué y el dónde- no fuese suficiente, la transmisión del control de las Cajas de Ahorro a las comunidades autónomas añadió a los dos anteriores el poder de decisión sobre el quién, es decir, el poder de decisión sobre quién tenía financiación de la Caja de turno para ponerse a construir. Esto supuso un salto cualitativo en la capacidad de captura de rentas de la clase política española, acercándola todavía más a la estrategia del calamar vampiro de Taibbi. Primero se infla la burbuja, a continuación se capturan todas las rentas posibles y, por último, a la que la burbuja pincha… ¡ahí queda eso! El panorama, cinco años después del pinchazo de la burbuja, no puede ser más desolador. La economía española no crecerá durante muchos años más. Y las Cajas de Ahorro han desaparecido, la gran mayoría por insolvencia o quiebra técnica. ¡Ahí queda eso!

Las otras dos burbujas que mencionaré son resultado de la peculiar simbiosis de nuestra clase política con el “capitalismo castizo”, es decir, con el capitalismo español que vive del favor del Boletín Oficial del Estado. En una reunión reciente, un conocido inversor extranjero lo llamó “relación incestuosa”; otro, nacional, habló de “colusión contra consumidores y contribuyentes”. Sea lo que sea, recordemos en primer lugar la burbuja de las energías renovables. España representa un 2% del PIB mundial y está pagando el 15% del total global de las primas a las energías renovables. Este dislate, presentado en su día como una apuesta por situarse en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático, es un sinsentido que España no se puede permitir. Pero estas primas generan muchas rentas y prebendas capturadas por la clase política y, también hay que decirlo, mucho fraude y mucha corrupción a todos los niveles de la política y de la Administración. Para financiar las primas, las empresas y familias españolas pagan la electricidad más cara de Europa, lo que supone una grave merma de competitividad para nuestra economía. A pesar de esos precios exagerados, y de que la generación eléctrica tiene un exceso de capacidad de más del 30%, el sistema eléctrico español ostenta un déficit tarifario de varios miles de millones de euros al año y más de 24.000 millones de deuda acumulada que nadie sabe cómo pagar. La burbuja de las renovables ha pinchado y… ¡ahí queda eso!

La última burbuja que traeré a colación, aunque la lista es más larga (fútbol, televisiones…), es la formada por las innumerables infraestructuras innecesarias construidas en las últimas dos décadas a costes astronómicos para beneficio de constructores y perjuicio de contribuyentes. Uno de los casos más chirriantes es el de las autopistas radiales de Madrid, pero hay muchísimos más. Las radiales, que pretendían descongestionar los accesos a Madrid, se diseñaron y construyeron haciendo dejación de principios muy importantes de prudencia y buena administración. Para empezar, se hicieron unas previsiones temerarias del tráfico que dichas autopistas iban a tener. En la actualidad el tráfico no supera el 30% de lo previsto. Y no es por la crisis: en los años del boom tampoco había tráfico. A continuación ¿incomprensiblemente? el Gobierno permitió que los constructores y los concesionarios fuesen, esencialmente, los mismos. Esto es un disparate, porque al disfrazarse los constructores de concesionarios mediante unas sociedades con muy poco capital y mucha deuda, se facilitaba que pasara lo que acabó pasando: los constructores cobraron de las concesionarias por construir las autopistas y, al constatarse que no había tráfico, amenazaron con dejarlas quebrar. Los principales acreedores eran ¡oh sorpresa! las Cajas de Ahorro. Los más de 3.000 millones de deuda nadie sabe cómo pagarlos y acabarán recayendo sobre el contribuyente pero, en cualquier caso, ¡ahí queda eso!

La teoría

Termino aquí la parte descriptiva de este artículo en la que he resumido unos pocos “hechos estilizados” que considero representativos del comportamiento colectivo, no necesariamente individual, y esto es importante recordarlo, de los políticos españoles. Paso ahora a formular una teoría de la clase política española como grupo de interés.

El enunciado de la teoría es muy simple. La clase política española no sólo se ha constituido en un grupo de interés particular, como los controladores aéreos, por poner un ejemplo, sino que ha dado un paso más, consolidándose como una élite extractiva, en el sentido que dan a este término Acemoglu y Robinson en su reciente y ya célebre libro Por qué fracasan las naciones. Una élite extractiva se caracteriza por:

"Tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio".

"Tener el poder suficiente para impedir un sistema institucional inclusivo, es decir, un sistema que distribuya el poder político y económico de manera amplia, que respete el Estado de derecho y las reglas del mercado libre. Dicho de otro modo, tener el poder suficiente para condicionar el funcionamiento de una sociedad abierta -en el sentido de Popper- u optimista -en el sentido de Deutsch".

"Abominar la 'destrucción creativa', que caracteriza al capitalismo más dinámico. En palabras de Schumpeter "la destrucción creativa es la revolución incesante de la estructura económica desde dentro, continuamente destruyendo lo antiguo y creando lo nuevo".  Este proceso de destrucción creativa es el rasgo esencial del capitalismo.”Una élite extractiva abomina, además, cualquier proceso innovador lo suficientemente amplio como para acabar creando nuevos núcleos de poder económico, social o político".

Con la navaja de Occam en la mano, si esta sencilla teoría tiene poder explicativo, será imbatible. ¿Qué tiene que decir sobre las cuatro preguntas que se le han planteado al principio del artículo? Veamos:

  1. La clase política española, como élite extractiva, no puede tener un diagnóstico razonable de la crisis. Han sido sus mecanismos de captura de rentas los que la han provocado y eso, claro está, no lo pueden decir. Cierto, hay una crisis económica y financiera global, pero eso no explica seis millones de parados, un sistema financiero parcialmente quebrado y un sector público que no puede hacer frente a sus compromisos de pago. La clase política española tiene que defender, como está haciendo de manera unánime, que la crisis es un acto de Dios, algo que viene de fuera, imprevisible por naturaleza y ante lo cual sólo cabe la resignación.
  2. La clase política española, como élite extractiva, no puede tener otra estrategia de salida de la crisis distinta a la de esperar que escampe la tormenta. Cualquier plan a largo plazo, para ser creíble, tiene que incluir el desmantelamiento, por lo menos en parte, de los mecanismos de captura de rentas de los que se beneficia. Y eso, por supuesto, no se plantea.
  3. ¿Pidieron perdón los controladores aéreos por sus desmanes? No, porque consideran que defendían su interés particular. ¿Alguien ha oído alguna disculpa de algún político por la situación en la que está España? No, ni la oirá, por la misma razón que los controladores. ¿Cómo es que, como medida ejemplarizante, no se ha planteado en serio la abolición del Senado, de las diputaciones, la reducción del número de ayuntamientos…? Pues porque, caídas las Cajas de Ahorro -y ante las dificultades presentes para generar nuevas burbujas- la defensa de las rentas capturadas restantes se lleva a ultranza.
  4. Tal y como establece la teoría de las élites extractivas, los partidos políticos españoles comparten un gran desprecio por la educación, una fuerte animadversión por la innovación y el emprendimiento y una hostilidad total hacia la ciencia y la investigación. De la educación sólo parece interesarles el adoctrinamiento: las estridentes peleas sobre la Educación para la Ciudadanía contrastan con el silencio espeso que envuelve las cuestiones verdaderamente relevantes como, por ejemplo, el elevadísimo fracaso escolar o los lamentables resultados en los informes PISA. La innovación y el emprendimiento languidecen en el marco de regulaciones disuasorias y fiscalidades punitivas sin que ningún partido se tome en serio la necesidad de cambiarlas. Y el gasto en investigación científica, concebido como suntuario de manera casi unánime, se ha recortado con especial saña sin que ni un solo político relevante haya protestado por un disparate que compromete más que ningún otro el futuro de los españoles.

La teoría de las élites extractivas, por lo visto hasta aquí, parece dar sentido a bastantes rasgos llamativos del comportamiento de la clase política española. Veamos qué nos dice sobre el futuro.

La predicción

La crisis ha acentuado el conflicto entre el interés particular de la clase política española y el interés general de España. Las reformas necesarias para permanecer en el euro chocan frontalmente con los mecanismos de captura de rentas que sostienen dicho interés particular. Por una parte, la estabilidad presupuestaria va a requerir una reducción estructural del gasto de las Administraciones públicas superior a los 50 millardos de euros, un 5% del PIB. Esto no puede conseguirse con más recortes coyunturales: hacen falta reformas en profundidad que, de momento, están inéditas. Se tiene que reducir drásticamente el sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase política. Por otra parte, para volver a crecer, la economía española tiene que ganar competitividad. Para eso hacen falta muchas más reformas para abrir más sectores a la competencia, especialmente en el mencionado sector público empresarial y en sectores regulados. Esto debería hacer más difícil seguir creando burbujas en la economía española.

La infinita desgana con la que nuestra clase política está abordando el proceso reformista ilustra bien que, colectivamente al menos, barrunta las consecuencias que las reformas pueden tener sobre su interés particular. La única reforma llevada a término por iniciativa propia, la del mercado de trabajo, no afecta directamente a los mecanismos de captura de rentas. Las que sí lo hacen, exigidas por la UE como, por ejemplo, la consolidación fiscal, no se han aplicado. Deliberadamente, el Gobierno confunde reformas con recortes y subidas de impuestos y ofrece los segundos en vez de las primeras, con la esperanza de que la tempestad amaine por sí misma y, al final, no haya que cambiar nada esencial. Como eso no va a ocurrir, en algún momento la clase política española se tendrá que plantear el dilema de aplicar las reformas en serio o abandonar el euro. Y esto, creo yo, ocurrirá más pronto que tarde.

La teoría de las élites extractivas predice que el interés particular tenderá a prevalecer sobre el interés general. Yo veo probable que en los dos partidos mayoritarios españoles crezca muy deprisa el sentimiento “pro peseta”. De hecho, ya hay en ambos partidos cabezas de fila visibles de esta corriente. La confusión inducida entre recortes y reformas tiene la consecuencia perversa de que la población no percibe las ventajas a largo plazo de las reformas y sí experimenta el dolor a corto plazo de los recortes que, invariablemente, se presentan como una imposición extranjera. De este modo se crea el caldo de cultivo necesario para, cuando las circunstancias sean propicias, presentar una salida del euro como una defensa de la soberanía nacional ante la agresión exterior que impone recortes insufribles al Estado de bienestar. También, por poner un ejemplo, los controladores aéreos presentaban la defensa de su interés particular como una defensa de la seguridad del tráfico aéreo. La situación actual recuerda mucho a lo ocurrido hace casi dos siglos cuando, en 1814, Fernando VII – El Deseado- aplastó la posibilidad de modernización de España surgida de la Constitución de 1812 mientras el pueblo español le jaleaba al grito de ¡vivan las “caenas”! Por supuesto que al Deseado actual –llámese Mariano, Alfredo u otra cosa- habría que jalearle incorporando la vigente sensibilidad autonómica, utilizando gritos del tipo ¡viva Gürtel! ¡vivan los ERE de Andalucía! ¡visca el Palau de la Música Catalana! Pero, en cualquier caso, las diferencias serían más de forma que de fondo.

Una salida del euro, tanto si es por iniciativa propia como si es porque los países del norte se hartan de convivir con los del sur, sería desastrosa para España. Implicaría, como acertadamente señalaron Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos en EL PAÍS el pasado mes de junio, no sólo una vuelta a la España de los 50 en lo económico, sino un retorno al caciquismo y a la corrupción en lo político y en lo social que llevaría a fechas muy anteriores y que superaría con mucho a la situación actual, que ya es muy mala. El calamar vampiro, reducido a chipirón, sería cabeza de ratón en vez de cola de león, pero eso nuestra clase política lo ve como un mal menor frente a la alternativa del harakiri que suponen las reformas. Los liberales, como en 1814, serían masacrados –de hecho, en los dos partidos mayoritarios, ya se observan movimientos en esa dirección.

El peligro de que todo esto acabe ocurriendo en un plazo relativamente corto es, en mi opinión, muy significativo. ¿Se puede hacer algo por evitarlo? Lamentablemente, no mucho, aparte de seguir publicando artículos como éste. Como muestran todos los sondeos, el desprestigio de la clase política española es inmenso, pero no tiene alternativa a corto plazo. A más largo plazo, como explico a continuación, sí la tiene.

Cambiar el sistema electoral

La clase política española, como hemos visto en este artículo, es producto de varios factores entre los que destaca el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas confeccionadas por las cúpulas de los partidos políticos. Este sistema da un poder inmenso a los dirigentes de los partidos y ha acabado produciendo una clase política disfuncional. No existe un sistema electoral perfecto -todos tienen ventajas e inconvenientes- pero, por todo lo expuesto hasta aquí, en España se tendría que cambiar de sistema con el objetivo de conseguir una clase política más funcional. Los sistemas mayoritarios producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios. Como consecuencia, las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional y la representatividad que dan de las urnas está menos mediatizada. Hasta aquí todo son ventajas. También hay inconvenientes. Un sistema proporcional acaba dando escaños a partidos minoritarios que podrían no obtener ninguno con un sistema mayoritario. Esto perjudicaría a partidos minoritarios de base estatal, pero beneficiaría a partidos minoritarios de base regional. En cualquier caso, el rasgo relevante de un sistema mayoritario es que el electorado tiene poder de decisión no solo sobre los partidos sino también sobre las personas que salen elegidas y eso, en España, es ahora una necesidad perentoria que compensa con creces los inconvenientes que el sistema pueda tener.

Un sistema mayoritario no es bálsamo de Fierabrás que cure al instante cualquier herida. Pero es muy probable que generase una clase política diferente, más adecuada a las necesidades de España. En Italia es inminente una propuesta de ley para cambiar el actual sistema proporcional por uno mayoritario corregido: dos tercios de los escaños se votarían en colegios uninominales y el tercio restante en listas cerradas en las que los escaños se distribuirían proporcionalmente a los votos obtenidos. Parece ser que el Gobierno “técnico” de Monti ha llegado a conclusiones similares a las que defiendo yo aquí: sin cambiar a una clase política disfuncional no puede abordarse un programa reformista ambicioso. Y es que, como le oí decir una vez a Carlos Solchaga, un “técnico” es un político que, además, sabe de algo. ¿Para cuándo una reforma electoral en España? ¿Habrá que esperar a que lleguen los “técnicos”?

César Molinas publicará en 2013 un libro titulado “¿Qué hacer con España?”. Este artículo corresponde a uno de sus capítulos.

REGRESO DEL FUTURO. BELÉN bARREIRO.

Domingo, 21 de junio de 2016. No hace ni una hora del anuncio por parte del portavoz del Gobierno de los resultados de las elecciones. Los pronósticos de los últimos meses se confirman: nos convertimos en el quinto país europeo que pone fin a su tradicional sistema de partidos. El propio ministro portavoz así lo ha expresado: “Hoy, tras la legislatura más turbulenta de la historia de nuestra democracia, el bipartidismo, tal y como lo hemos conocido en las últimas décadas, toca a su fin”.

En las filas de los dos principales partidos, el Partido Conservador y la Alianza Social Demócrata, se han producido ya varias dimisiones en cadena. En sus sedes, un puñado de militantes y simpatizantes viven con desesperación estos momentos. Los conservadores han resistido algo mejor que los socialdemócratas. Juntos, en todo caso, no suman más que el 38% del voto.

A medio camino entre las dos sedes, en una conocida plaza de la capital, el Partido Radical (PR) celebra lo que hasta hace unas horas era una incierta victoria. La nueva fuerza política se define a sí misma como una “plataforma”: rechaza explícitamente el uso de la palabra “partido”. Se trata de una agrupación variopinta de ciudadanos, asociaciones y movimientos sociales, unida bajo un programa político común, inusualmente breve (no llega a las 40 páginas), pero dotado de contenido, y enormemente ambicioso. Su líder es una mujer de 37 años, capaz, preparada, y sin experiencia política previa. Detrás de ella, en las lista al congreso de los diputados, se alternan sin criterio aparente los nombres de unas pocas personas conocidas, los de algunos políticos provenientes de los partidos tradicionales y los de individuos anónimos, que han dejado temporalmente sus trabajos, muchos de ellos de alta cualificación, para defender un proyecto de “rescate ciudadano”, el lema del PR en estos comicios.

Aún estamos en 2012. Hay tiempo para reaccionar. Es urgente hacerlo

Que algo así era posible, se veía venir desde hace tiempo. EL PR nace de dos fracturas. La primera, la que se produjo entre quienes gozan de una vivienda en propiedad y un trabajo estable, y quienes, por haber nacido años más tarde, han visto usurpados una parte de los derechos sociales que sí tenían sus padres. La fractura, por tanto, es aparentemente generacional. En la práctica, sin embargo, la fuente del conflicto no es la edad sino los derechos asociados a la misma. Resulta llamativo que ninguno de los partidos tradicionales haya entendido a tiempo la magnitud de esta nueva fractura social. No es casualidad que los radicales, por lo que indican las encuestas preelectorales, se hayan situado a distancias de alrededor de los 20 puntos porcentuales respecto a esos partidos entre los jóvenes.

La segunda fractura tiene, en gran medida, su origen en la crisis institucional que ha convivido con la recesión económica en estos últimos años. Una larga lista de escándalos y errores ha ido salpicando a casi todas las instituciones de la democracia, forjando en la ciudadanía la imagen de una sociedad dividida entre un grupúsculo de privilegiados y una masa de personas que se han ido despertando cada día con nuevas y mayores dificultades.

En estos años ha habido abuso de poder en puestos destacados del sistema judicial; tramas de corrupción mal resueltas en algunos partidos; operaciones financieras que han arruinado a miles de familias; o affaires cuanto menos turbios en la Jefatura del Estado. Y la lista no es exhaustiva.

La crisis de confianza en las instituciones también ha afectado a la Unión Europea, que no ha caído en prácticas corruptas pero sí en políticas equivocadas. En estos años, se ha reducido drásticamente el europeísmo de los ciudadanos, que creen que la UE ha abdicado del proyecto solidario con el que nació. La imposición por parte de los países acreedores de un programa de medidas que ha hundido en poco tiempo a muchos hogares de los países deudores, está en el origen del antieuropeísmo que, como una plaga, se ha extendido dentro de nuestras fronteras. No es esta la Europa que los ciudadanos quieren.

Son las dos fracturas, la generacional y la de origen institucional (ya sea por malas prácticas de las instituciones o por políticas erróneas), las que explican lo sucedido el 21 de junio. Al PR se han sumado muchas de las personas nacidas después de 1970, que piensan que nadie les ha ayudado a superar los obstáculos que les impiden elegir su propia vida. Y al PR se han unido también todos aquellos que creen que, con urgencia, se debe hacer frente a la enorme desigualdad de hoy en día. Es el inmovilismo o los titubeos a la hora de afrontar estas dos fracturas sociales los que han terminado por engullir a los partidos tradicionales.

Pero aún es 2012. Y esto es España. El Partido Radical no ha nacido. De haberlo hecho, podría haber adoptado una identidad mucho menos atractiva y bastante más peligrosa. El nombre podría haber sido Unión Nacional. Aún es 2012. Hay tiempo para reaccionar. Es urgente, creo yo, hacerlo.

Belén Barreiro es directora del Laboratorio de la Fundación Alternativas y ex presidenta del Centro de Investigaciones Sociológicas.

 

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario PÚBLICO, 28 de junio de 2012

Este artículo analiza el contexto político estadounidense que ha ido configurando en gran manera las canciones y la poesía de Bruce Springsteen, análisis que no se hizo en los medios de mayor difusión del país durante su última gira en España.

 

No me tendría que haber sorprendido, pero me sorprendió ver la manera como la mayoría de los medios de información de mayor difusión españoles cubrieron la visita de Bruce Springsteen (BS a partir de ahora) a España en su ciclo de conciertos. Salvo contadísimas excepciones, la figura y la música de tal cantautor se presentó analizando su calidad musical sin referirse al significado de su música y de su narrativa, imposible de entender sin referirse al contexto político que lo configura. Esta manera de cubrir la música es semejante, en la esfera pictórica, a analizar el “Guernica” de Picasso sin hacer referencia al bombardeo nazi de la ciudad vasca Guernica. Es imposible entender la música de BS (o de cualquier otro cantante) sin conocer el contexto que la ha ido configurando durante su vida artística. Veamos.

 

Bruce Springsteen nació en uno de los Estados más industriales de EEUU, Nueva Jersey, en un pueblo llamado Long Branch, de un padre de clase trabajadora que hizo muchos tipos de trabajo durante su vida (desde trabajador textil a conductor de camiones) y de una madre, secretaria, que le influenció enormemente. En su pueblo había una estratificación clara del territorio según clase social y raza. Esta estratificación territorial jugaba un papel clave en dividir a la clase trabajadora según su raza. En su juventud y adolescencia BS fue un rebelde sin conocer, sin embargo, de dónde venía ni a dónde quería ir. Le gustaba la música rock y sus primeros pasos eran de crítica a la música del movimiento estudiantil (de procedencia burguesa, pequeño burguesa y clase media profesional de renta alta) que había hecho de los conciertos y música de Woodstock un símbolo. Su rechazo a la cultura de la droga y del hedonismo que representaba aquella cultura, así como el concepto de libertad que tenía, interpretándola como la satisfacción del individuo (“hacer lo que te dé la gana”) sin frenos y responsabilidades colectivas, marcó sus canciones iniciales como “Take LSD and Off the Pigs”, que eran una protesta frente a los flower children (los niños flores) de Berkeley y de toda California. Era, sin definirlo así, una lucha de clases dentro del movimiento de protesta. Aunque Bruce Springsteen no había desarrollado todavía su conciencia de clase, su discurso, lírica y narrativa eran de protesta de clase frente a una cultura también anti establishment, pero marcada por el privilegio de clase. Su lírica y narrativa se separaba de la de Joan Baez o Bob Dylan, que representaban el movimiento pacifista, basado en un mundo estudiantil de base universitaria. En Born to Run era una voz alternativa que hablaba directamente a y desde la clase trabajadora, olvidada en las canciones del movimiento pacifista.

 

Su voz de protesta fue recuperando la tradición fundada por el gran punto de referencia en la música popular de EEUU, Woody Guthrie, y más tarde Pete Seeger, ambos marginados durante muchos años por su pertenencia al Partido Comunista de EEUU. Esta evolución le llevó a escribir Born in the US, inspirado en el libro de Ron Kovic’s Born in the Fourth of July que analiza críticamente la experiencia de un trabajador durante la Guerra del Vietnam. Como civil y como soldado (se olvida en Europa que los que luchan en las guerras del Imperio son hijos de la clase trabajadora estadounidense). Esta voz de protesta intenta denunciar el falso patriotismo del establishment americano, pero lo hizo con cierta ambigüedad que explica que incluso el presidente  Reagan, que es el prototipo de este falso patriotismo, intentara utilizar tal canción en su campaña, creando una protesta por parte de él frente a la manipulación política por parte del Partido Republicano. El intento de identificar el país, EEUU, con la clase trabajadora, auténtica constructora del país, con su diversidad étnica y de razas, aparece más claramente en sus discos posteriores. Su Ghost of Tom Joad es, como han documentado Eric Alterman y otros analistas de la poesía y música de BS, el equivalente de The Grapes of Wrath de John Steinbeck. En este disco ya desaparecen todas las ambigüedades y llama a las cosas por su nombre, enriqueciendo una larga lista de aportaciones a la lírica y a la música estadounidense, de clara tradición popular, cuyo mayor componente es la clase trabajadora (por cierto, es importante clarificar que cuando en EEUU se le pregunta a la ciudadanía “usted, ¿qué es? ¿clase alta? ¿clase media? ¿clase baja?”, la mayoría se autodefine de clase media. Cuando se le pregunta, sin embargo,  “usted es ¿clase corporativa (Corporate Class, equivalente a la burguesía)? ¿clase media?, o ¿clase trabajadora?” la mayoría contesta clase trabajadora. Un tanto parecido ocurre en España).

 

En 2008 apoyó al candidato Obama, siendo el momento álgido de la campaña presidencial el festival frente al monumento a Lincoln el día antes de su nombramiento como presidente de EEUU, en que frente a Obama había una multitud de casi medio millón de personas. Springsteen terminó su concierto cantando con Peter Seeger el himno de la izquierda estadounidense “This Land is your Land”, cantándolo por primera vez en EEUU con los versos completos de la canción (escrita por Woody Guthrie) que habían sido vetados durante todos los años de la Guerra Fría que todavía no habían terminado. Los que estábamos allí nunca lo olvidaremos.

 

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario PÚBLICO, 13 de junio de 2012

Este artículo critica la percepción generalizada de que el dinero que existe y/o utilizan los bancos es el depositado por la mayoría de ciudadanos normales y corrientes. De ahí se concluye erróneamente que penalizar a los bancos es dañar los ahorros de la mayoría de la ciudadanía. El artículo señala que la mayoría de ciudadanos tiene muy poca propiedad financiera, la cual está muy concentrada. Es un porcentaje muy pequeño de la ciudadanía la que controla la mayoría del capital financiero y del flujo bancario. Tal situación se reforzará con el rescate, el cual no resolverá el enorme problema de la banca creado por su especulación, predominantemente inmobiliaria, y de la cual no se están tomando pasos para resolverla. 

Existe una percepción bastante generalizada en España que considera que “el banco somos todos”. El dinero de la banca es el dinero de todos. Tal dinero son los depósitos de la mayoría de la ciudadanía que tiene sus ahorros depositados en la banca. En otras palabras, se asume que el dinero que existe y/o se utiliza por el banco es el depositado por cada uno de los ciudadanos, resultado de su ahorro, de sus nóminas o de sus pensiones, sean éstas públicas o privadas. Ésta percepción es promovida por los propios bancos que quieren transmitir el mensaje de que ellos desempeñan una función social, la de guardar el dinero de la ciudadanía, pagándoles unos intereses como incentivo, a la vez que ofrecen crédito a las personas y a las empresas que lo necesiten. La existencia de tal crédito es la función social que justifica su existencia. De esta percepción se deriva el mensaje que la banca y el Banco de España transmiten a los medios y que está calando en la población: intervenir y penalizar a la banca es penalizarnos a todos nosotros.

Esta percepción, sin embargo, es profundamente errónea. En realidad, la mayoría de ciudadanos no tiene mucho dinero en la banca, ni directa ni indirectamente (como en pensiones). Sería muy interesante poder corroborar los hechos con los datos pero, no podemos hacerlo en España, donde la opacidad estadística, tanto en temas de distribución de la renta como de la propiedad, hacen difícil conseguirlos. Además, los existentes no son creíbles. Fíjese el lector que, según los últimos datos de la OCDE (que extrae sus datos de las cifras oficiales del Estado español), el nivel de renta de la decila superior de España es de 32.000 euros. Cualquier persona que va por las partes alta de las grandes ciudades puede ver que los súper ricos tienen muchos más ingresos que los que constan en sus declaraciones de renta. (Tal opacidad es incluso más acentuada en el sistema financiero, como bien ha mostrado el colapso de Bankia).

Estados Unidos, sin embargo, sí que tiene datos más fiables. Y es más que probable que la distribución de la renta y de la propiedad en España sea bastante semejante a la de EEUU (España, junto con EEUU, es uno de los países más desiguales de la OCDE, el grupo de países más ricos del mundo). Pues bien, la gran mayoría de estadounidenses tienen muy poca propiedad financiera. Ésta está muy concentrada. La decila superior de la población estadounidense posee el 90% de todos los bienes financieros, siendo los más comunes sus acciones bancarias y sus pensiones. En realidad los súper ricos, el 1% de la población, posee el 38% de estos bienes financieros. La mayoría de la población sólo posee su casa, aunque poseer, poseer, es un decir. El banco es el que la posee, y el que vive en ella le paga al banco la hipoteca.

Cuando estamos hablando de los bancos, por lo tanto, estamos hablando predominantemente del dinero de una minoría: de los ricos y de los súper ricos. De ahí que sería razonable decir que cuando hablamos de los bancos no estamos hablando del conjunto de la población sino de los sectores más adinerados y de los gestores de su dinero (los banqueros). De ahí que también sería aconsejable que –tal como propone el que fue Secretary of Labor (Ministro de Trabajo) durante la Administración Clinton, y hoy Profesor de Políticas Públicas de la Universidad de California, el Sr. Robert Reich, se gravara a los banqueros, a los accionistas, y a los que tienen la mayoría de depósitos, haciéndoles pagar un 2% en sus bienes financieros, justificándose tal medida por los enormes beneficios que la banca ha alcanzado durante todos estos años de bonanza, beneficios conseguidos predominantemente de la especulación, incluida la especulación bancaria. Ello conseguiría en EEUU 70.000 millones de dólares más para el Estado (haciéndoles pagar tal 2% a los que tuvieran más de 7.2 millones de bienes financieros).

No estaría de más que se implementara esta política aquí en España, donde la concentración de la propiedad es igualmente acentuada. Hoy, las ayudas públicas al sector bancario español han alcanzado el nivel del 10% del PIB sin que con ello se haya resuelto el problema del crédito. Si a ello se añaden los 100.000 millones del rescate bancario, resulta que tal cifra ha doblado este porcentaje, alcanzando más del 20% del PIB, sin que ello haya facilitado o facilite en el futuro la provisión del crédito. Por cierto, es difícil de entender que estos 100.000 millones de euros que se gastarán supuestamente en la reestructuración del sistema financiero (a unos intereses que pueden significarle a la banca, según el Comisario de la Unión Europea, el Sr. Joaquín Almunia, casi un 8%) consigan lo que no han conseguido los casi 500.000 millones de euros que los bancos españoles e italianos han recibido desde el pasado diciembre del BCE a unos intereses de sólo un 1%. Tal rescate no resolverá el problema de la banca española, pues no se está tocando el problema clave que provocó la crisis: la burbuja inmobiliaria.

Todavía hoy hay más de tres millones de pisos vacíos (3.417.064 viviendas, según el Ministerio de Fomento). Durante el boom inmobiliario se construyeron 800.000 viviendas al año, más que Alemania, Gran Bretaña y Francia juntas. Los precios subieron un 155% durante una década, crecimiento artificial, que no se correspondía con el crecimiento del nivel de vida del país, y que se consiguió gracias a las prácticas especulativas de la banca. Cuando la burbuja explotó (debido al parón de transferencias del dinero de la banca alemana, contaminado por los “productos tóxicos” de la banca estadounidense), la banca española quedó estancada con sus propios productos tóxicos, las hipotecas, que no se podían pagar y continúan sin poder pagarse. Tales activos  representan 150.000 millones de euros (equivalente al 15% del PIB). Y ahí está el problema, que requiere para su solución una intervención pública que el Estado español es reacio a tomar debido al enorme poder de la banca. Debería haberse resuelto a base de llenar estas casas vacías con familias que pagaran alquileres o hipotecas asumibles, penalizando a los bancos que se resistieran a tales medidas (en Dinamarca se multa a la vivienda que esta vacía durante más de seis semanas). Y muchos bancos deberían haber sido nacionalizados, con anulación de la deuda privada en gran número de casos. En lugar de ello, el Estado español ha escogido ayudar a los bancos a costa de los intereses de la población. Y de esto es de lo que no se habla. Las raíces de la crisis financiera -el excesivo poder de los ricos y de los súper ricos en España y de sus bancos- no se está ni siquiera tocando. Y así estamos.