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Filosofía desde la trinchera

Ágora virtual

Lo que venimos diciendo, el problema somos los españoles. ¡Será que no hubo una transición o que hemos perdido la política en el amino?

Puntadas sin hilo

30 obviedades

10 jun 2012
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1. Este blog no tiene relevancia ni significación sociológica alguna.
2. Teóricamente, la derecha es mucho peor que la izquierda. Pero que España se mantenga dentro de la cordura tiene un valor inestimable.
3. La derecha es el mal menor.
4. La izquierda ha incumplido repetidamente su vitola exigible de honradez.
5. La corrupción de la derecha es congénita.
6. No son lo mismo, ni mucho menos, el PP y el PSOE.
7. La izquierda más radical, como Izquierda Unida, no termina de cuajar y la gente recela de ella.
8. La derecha durísima está integrada en la derecha.
9. La izquierda más extrema está dispersa y sin fuerza.
10. España es un país medio en todos los órdenes.
11. Su Constitución y su sistema político de Monarquía parlamentaria son cuestionados por un número importante de ciudadanos, pero menos importante de lo que estos ciudadanos creen.
12. Aún no se sabe si las Autonomías han sido, son, un éxito o una rémora.
13. España es católica, con un catolicismo más o menos de plástico.
14. El Ejército se ha calmado, parece que definitivamente.
15. Los independentismos siguen ojo avizor.
16. Los ricos son de derechas.
17. Y los no ricos también.
18. Y la mitad de los nada ricos.
19. La mitad de los obreros y trabajadores son de derechas.
20. La libertad de expresión que hay en España es suficiente.
21. La justicia está completamente desprestigiada.
22. Y los políticos.
23. Los medios de comunicación son de dudosa reputación.
24. Las tradiciones, aun las más brutales y regresivas, son imbatibles.
25. No sé si los españoles son intransigentes. Ningún español cree que otro tiene más razón que él (en nada).
26. España es Europa a regañadientes.
27. No se sabe si el 15-M cristalizará.
28. La construcción inmobiliaria ha sido devastadora.
29. Al fin se ha descubierto que la banca era el enemigo.
30. La revolución no está ni se la espera.
Porque es asombroso: Pegan el petardazo del empobrecimiento general del país, con unos sueldos, por ejemplo, de los consejeros de BFA, Bankia y Cajamadrid de 10.358.000 de euros, según recoge hoy el diario El País, y unos créditos muchísimo más que multimillonarios a empresarios capitostes arteramente concedidos y fallidos, y encima nos dicen que no es el momento para investigarlo y sancionarlo, y sin embargo los ciudadanos acogen la hecatombe general sin el menor signo de rebelión, reduciéndolo a la resignación, a la paradójica y mayoritaria indiferencia, al puro e inane comentario y al qué podemos hacer en esto de Bankia y en todo.
En realidad, el verdadero problema de España somos los españoles. El rescate de ayer supone, sin exagerar, medio siglo de retroceso en el desarrollo y bienestar de España, y los ciudadanos lo admiten, incluso como si ellos mismos fueran los causantes y culpables.
Admitimos que el Gobierno nos mienta descaradamente, pretendiendo hacernos creer que la “ayuda” a los bancos no tendrá consecuencias sobre nuestras vidas. Hace falta ser memo para no comprender que el pago de los intereses del “préstamo” se traducirá en nuevas subidas de impuestos directos, indirectos y tasas, y también nuevos recortes sociales y económicos. Este Gobierno prostituye la decencia mínima exigible.
Es asombroso y repugnante que el Presidente sea un taimado, y, no obstante, el descalabro, repito, de este empobrecimiento general del país, continúe manteniendo su ventaja electoral, con una desconfianza del 78% de los ciudadanos, con una Oposición pusilánime y débil que si gobernase nos llevaría al mismo empobrecimiento.
Ya nunca será como antes, y ello no es pesimismo en modo alguno, y el pueblo lo admite, tal vez seamos, en contra de lo que creíamos, un pueblo viejo y cansado. Estamos dispuestos a recrearnos en la desgracia, y no tenemos arrojo ni predisposición para salir multitudinariamente y todos los días a la calle a protestar, que es lo mínimo que nos podríamos exigir a nosotros mismos si fuéramos decentes. El clamor popular de la queja sirve para mucho más de lo que imaginamos: Sirve para que el Rey tenga que pedir disculpas, sirve para que el Presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo tenga que comparecer ante los ciudadanos, sirve para que el Presidente del Gobierno tenga que dar públicamente su ridícula versión y justificación de esta ignominia. Sirven para que sea el comienzo de todo.

Nota complementaria: Sueldos que cobraron el pasado año algunos consejeros de BFA, Bankia y Cajamadrid: José Manuel Fernández Norniella, PP, 725.000 euros. José Antonio Moral Santín, IU, 521.000 euros. Virgilio Zapatero, PSOE, 421.000. Antonio Tirado, 409.000. Mercedes de la Merced, PP, 376.000. Estanislao Rodríguez-Ponga, PP, 355.000. María Mercedes Rojo, PP, 345.000. Jorge Gómez Moreno, PSOE, 339.000. Arturo Fernández, CEIM, 278.000. Ricardo Romero de Tejada, PP, 270.000. Jesús Pedroche, expresidente Asamblea Madrid, 204.000. Carmen Cavero, PP, 173.000. Rodrigo Rato, 2.400.000.

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Gota del MILLÓN: ¿Ha salido Rajoy fortalecido y con más credibilidad tras la rueda de prensa que acaba de ofrecer? ¿Cómo reaccionarán los famosos mercados?

¡Hasta cuando seguiremos transigiendo!

Opinión / Blog

Educación a fondo

El Ejemplo de Rajoy: Un sueldo de 1€ al año

José Penalva (07-06-2012)

A finales de la década de 1970 Iacocca se hizo cargo de la dirección de una de las grandes compañías automovilistas. En ese momento, la empresa se desangraba a causa de la mala gestión de una clase directiva incompetente y derrochadora, y esperaba paciente la quiebra, que implicaba el despido de cientos de miles de trabajadores. Iacocca, tras muchos esfuerzos, reflotó la empresa. Su primera, y, a mi juicio, principal medida fue la siguiente:

«Empecé por asignarme un sueldo simbólico —afirma Iacocca— de un dólar al año. Hay que predicar con el ejemplo. No me asigné ese sueldo para erigirme en mártir; lo hice porque tenía que bajar al pozo de la mina. De este modo podía entrevistarme con D. F., el líder sindical, y mirarle a la cara. Y quería que nuestros proveedores y los trabajadores de la empresa se dijeran en su fuero interno: “Voy a seguir los pasos de un tipo que da esta clase de ejemplo”».

No hay que ser un lince para ver la semejanza entre el caso referido y el actual estado de España. Que la Educación tiene que ver con el ejemplo es doctrina clásica, pero que esa deba ser la clave de la pedagogía de los líderes —especialmente de los políticos— es materia de un cantar que sólo se aplican unos cuantos.  En ambos casos, un grupo humano que se desangra y se hunde irremisiblemente, debido a la pésima y, en no pocos casos, delictiva actuación de sus dirigentes. Aunque existe una diferencia substantiva: en la empresa privada esos directivos terminan en chirona; en cambio, la clase política española acaba con sueldos millonarios y cargos honoríficos a cuenta del Estado.

“No es la economía: Sois vosotros, los políticos”

España es el país que más políticos tiene de toda Europa. Con 47M de habitantes, tiene cerca de 500.000 políticos, repartidos a nivel nacional, regional, comarcal, subcomarcal, local. Alemania, por ejemplo, con una población de 81M, tiene unos 150.000 políticos.

Y el mayor despilfarro de dinero público se efectúa en las CCAAs y en los Ayuntamientos. De hecho, el Gobierno nacional maneja sólo el 22% del presupuesto nacional. Unos ejemplos: la autopista Cartagena-Vera tiene menos del 80% de tráfico diario del proyecto inicial. La autopista de circunvalación de Alicante, menos del 75%. Las autopistas radiales de Madrid, menos del 70%. La autopista Madrid-Toledo, menos del 80%.

La España de las 17 Autonomías tiene 26 canales autonómicos, con su déficit respectivo. Alemania (con el doble de población) tiene sólo 10. España tiene 52 aeropuertos, de los que sólo 8 son rentables; Alemania tiene 39 aeropuertos. Etc. Etc. Etc. ¿Y quién se hará responsables de todo eso? Todo esto lo van a pagar los españolitos religiosa o laicamente en multas, que se han multiplicado escandalosamente, en impuestos directos, indirectos, paralelos, etc.

Otro tanto se podría decir de esa esfera quasi-política que es la Administración Educativa y las Universidades. En la España de las CCAAs, la Universidad es la máquina expendedora de cafelitos para que la clase política administre sus favores; los departamentos universitarios son meros cortijos de intereses de grupos, de partidos, de sindicatos… De ahí que nadie se haya atrevido a tocarlos. Y cuando se les ha dicho —muy tímidamente, por cierto— que ellos también tienen que apretarse el cinturón, pues se rebelan y convocan 600 plazas, para dejar claro quién manda en el corral.

¿Qué pedagogía de recortes y austeridad predica el Gobierno?

El principio básico de la Educación, y por tanto de la pedagogía, es ajustarse a la realidad de los problemas y servir siempre a la verdad. Y, en consecuencia, decir siempre la verdad a la gente. Y ni lo hizo esa cosa que se llama ZP (que hizo de la mentira un sistema de Gobierno) ni lo está haciendo Rajoy.

Los señoritos que viven ahora bajo la protección de Rajoy predican al pueblo eso de que «el problema es que durantes los últimos años los españoles han vivido mucho más allá de sus posibilidades». Pero esos señoritos saben que eso no es cierto. Que el problema es, más bien, que la clase política española ha vivido más allá de las posibilidades del Estado de Derecho.

De resultas, el problema principal de la crisis económica de España es de sesgo político. Por tanto, o Rajoy mete en cintura a toda esa nube de políticos que corona el Reino de España, o España estará condenada a una perpetua crisis económica durante las próximas dos décadas (exceptuando, of course, al hombre de rojo que viaja con el Rey). Y el líder debería empezar con la pedagogía del ejemplo. Eso lo haría creíble ante Europa y, sobre todo, ante España. Y es que

 

Era un niño que soñaba

un caballo de cartón.

Abrió los ojos el niño…

Dios no puede equivocarse

Finalmente, Einstein tenía razón: los neutrinos no viajan más rápido que la luz

El experimento del CERN y su refutación reflejan cómo avanza la ciencia

La velocidad de la luz es un límite inviolable para la teoría de la relatividad de Einstein. / Cordon Press

Los lectores propensos a tomar un aperitivo los sábados comprobarían ayer que en los bares hay dos tipos de personas: los que vibraban meses atrás porque Einstein se había equivocado, y los que se alegran ahora de que los equivocados fueran los que vibraban. Si Einstein hubiera levantado la cabeza el pasado 23 de septiembre y hubiera leído la portada de El Mundo, que declaraba inaugurada la era de los viajes al pasado, lo más probable es que hubiera respondido: “De ser así lo sentiría por el buen Dios, porque mi teoría es correcta”. Es lo que respondió en una situación similar, o peor.

El físico Dario Autiero y los científicos del experimento Opera del Instituto Nacional de Física Nuclear italiano habían medido una velocidad de vuelo de los neutrinos superior a la de la luz. Hicieron el anuncio en el laboratorio Europeo de Física de partículas (CERN), que había intervenido marginalmente en el experimento como proveedor de neutrones.

En realidad, toda la plana mayor de la física teórica había arrugado el hocico ante el resultado anunciado en septiembre: que los neutrinos pueden viajar más rápido que la luz, un límite inviolable para la teoría de la relatividad de Einstein. Parecían pensar, como hubiera hecho Einstein, que si el experimento contradecía la teoría, lo que estaba mal era el experimento, no la teoría. Si la ciencia es esclava de los datos, esa puede parecer una actitud curiosa, arriesgada y hasta anticientífica: un ejemplo más del carácter conservador de la élite científica.

Pero Einstein y la élite científica tenían razón. El experimento del CERN ha muerto y la teoría de Einstein sigue viva. Lo sentimos por el buen Dios. Y por el portadista que soñaba con viajar al pasado.

La velocidad de la luz es una ley fundamental de la naturaleza

Incluso el director científico del CERN, Sergio Bertolucci, admitía el viernes en Kioto: “Aunque este resultado no es tan emocionante como algunos habrían deseado, es lo que todos esperábamos en el fondo”. Buena salida, aunque por la tangente. Bertolucci logró incluso transmutar de algún modo el planchazo en una lección edificante. “La historia atrapó la imaginación pública”, dijo, “y ha dado a la gente la oportunidad de ver en acción el método científico; un resultado inesperado se ha sometido a escrutinio, se ha investigado rigurosamente y se ha resuelto gracias, en parte, a la colaboración entre experimentos normalmente competitivos entre sí. Así es como la ciencia avanza”. Es una excusa, aunque también es verdad.

Pero entonces, ¿a qué viene esa arrogancia de los físicos? ¿Es que acaso saben que la relatividad es verdad, hasta el extremo de no dar crédito a los experimentos que la contradicen? ¿No es la verdad un concepto ajeno a la ciencia, un cuerpo de conocimiento que se declara en permanente revisión? ¿No es esa al fin y al cabo la lección que nos dejó Karl Popper, para quien la esencia de una teoría científica que merezca tal nombre es justo su carácter provisional y refutable, su vocación autodestructiva, su humillación permanente ante la dictadura de los datos que escupen sin cesar los telescopios espaciales, los secuenciadores de genes y los aceleradores de partículas? Ya ven que no: por ahora la teoría que hay que revisar no es la de Einstein, sino la de Popper.

Si la refutabilidad fuera el criterio del valor científico de una teoría, las agencias de evaluación ganarían todos los días el premio Nobel. Los horóscopos son extremadamente refutables —bastaría guardar el periódico hasta el día siguiente para refutarlos todos de tauro a sagitario—, pero eso no los convierte en una teoría científica. La gravitación de Newton no es una buena teoría por ser refutable, sino por ser simple, autoconsistente, fructífera y luminosa.

A grandes velocidades empieza a fallar y hay que sustituirla por la relatividad de Einstein, pero eso no tiene mucho que ver con una refutación popperiana: las ecuaciones de Newton viven dentro de las de Einstein. No son mentira, sino el aspecto que ofrece la verdad mirada desde el balcón del primer piso. Mientras desarrollaba las matemáticas de la relatividad general, Einstein ni se molestó en considerar los formalismos incompatibles con la gravitación clásica: sabía que Newton tenía que seguir siendo verdad desde el balcón del segundo piso. Un mero ingrediente de una verdad mayor, sí, pero tan cierto como ella.

Los físicos saben que la relatividad es una parte de alguna verdad mayor

De modo similar, los líderes de la física teórica actual saben que la relatividad es solo un ingrediente de alguna verdad mayor que algún día ocupará el tercer piso. Lo saben porque las ecuaciones de Einstein se deshacen en el mundo microscópico de las partículas subatómicas, y son incompatibles con la mecánica cuántica que rige a esas escalas. Buscan una teoría más general y abstracta que abarque a ambas y resuelva esas contradicciones. La relatividad aspira a formar parte de una teoría más amplia. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta es que los neutrinos superen la velocidad de la luz. Eso sería una refutación frontal de las que harían salivar a Popper. Implicaría que la mitad de la física del siglo XX es errónea.

Y no puede serlo. Las dos bombas que estallaron sobre Hiroshima y Nagasaki son una consecuencia directa de la relatividad de Einstein, y por tanto pueden considerarse una demostración de que la velocidad de la luz es un límite fundamental de la naturaleza que nada puede rebasar. La ecuación más famosa de la historia, E=mc2, no solo es el fundamento de la energía nuclear, sino también de la solar, porque es la razón de que las estrellas brillen. Los láseres y las células fotoeléctricas se derivan de las teorías de Einstein, como la fibra óptica, las tripas de los ordenadores y los vuelos espaciales.

La relatividad general, la gran teoría actual sobre la gravedad, el tiempo y el espacio, y el fundamento de la cosmología moderna, predice la realidad física con una indecente cantidad de decimales. Y el centro neurálgico de esta teoría es que la velocidad de la luz es un límite fundamental: la clase de frontera que no se saltan ni los neutrinos. Vendrán más profundas teorías que nos harán más sabios, y de las que la relatividad general será solo un caso especial, como la gravitación de Newton lo es de aquella. Pero no puede ser mentira. No en el sentido de Popper.

Einstein formuló la relatividad para responder a la pregunta: ¿qué ocurriría si una persona corriera tan deprisa que lograra alcanzar a una onda de luz? La persona vería una onda de luz que está quieta, como parece quieto un tren que se mueve en paralelo al nuestro. Pero la velocidad de la luz es una ley fundamental de la naturaleza, y por tanto no puede parecerle quieta a nadie.

La solución de Einstein fue aceptar los hechos y derivar sus consecuencias lógicas, por extrañas que pareciesen. La velocidad no es más que el espacio partido por el tiempo. Si la velocidad de la luz tiene que ser constante aunque corras tanto como ella, es que el tiempo y el espacio no pueden serlo. Esta teoría de 1905 se llama relatividad especial, y una de sus consecuencias directas es la célebre ecuación E=mc2, que reveló que la masa (m) y la energía (E) son dos caras de la misma moneda, y que una ínfima cantidad de masa puede convertirse en una gran cantidad de energía al multiplicarse por el cuadrado de la velocidad de la luz (c), que es un número enorme.

“Los científicos comparten la fe de Einstein en que el mundo es comprensible”, ha dicho el astrónomo real del Reino Unido, Martin Rees. Adelantar a los fotones es incomprensible.

La resistencia erótica del libro

Preguntarse por el futuro del libro es también, y sobre todo, preguntarse qué pasará con el ecosistema del libro: con las librerías y las bibliotecas, sobre todo las públicas. Sin librerías y bibliotecas, no existe la ciudad

EVA VÁZQUEZ

El libro siempre ha sido algo eléctrico. Y el acto de leer, electrizante. ¡Por fin a solas, con el libro deseado! Abrirlo y que te abra. ¿No oyen la crepitación? ¿No siente el estremecimiento, la quemadura incluso? Con razón, Clarice Lispector tituló a ese encuentro “la felicidad clandestina”.

Ese roce erótico es lo que percibimos en la iconografía de la lectura. Suelen ser cuadros que hoy vemos con una inquieta melancolía. Como el de la lectora que retrata Edward Hopper, con una maleta al lado, en una especie de habitación nómada. La mirada se nos vuelve táctil. La mujer tiene una cita. Un amor en verdad libre. ¡Un libro, claro!

Hay un momento extraordinario en Las uvas de la ira, de John Steinbeck, en el capítulo XIV, en el que se describe una metamorfosis de los pronombres personales cuando se ventila la vida, cuando se ponen en vilo: “La noche cae. El pequeño está resfriado. Toma, coge esta manta. Es de lana. Era la manta de mi madre, cógela para el bebé. Esto es lo que hay que bombardear. Éste es el principio: del yo al nosotros”.

¿Por qué hay que bombardearlo? ¿Qué tiene de peligroso? Ha nacido una cuarta persona, un pasaje entre lo singular y lo plural. En la oscuridad, se entrelazan soledades. Quien murmura, insurgente, es el cuarto pronombre.

Leer es escribir, y escribir es leer. Es un viaje radicalmente individual, hacia dentro, en lucha laboriosa contra la propia estupidez, como lo describió Rodolfo Walsh, otro “piel roja” de las letras. Un viaje hacia el otro lado del espejo, hacia el reverso enigmático. Allí donde Gregor Samsa se descubre diferente. La habitación de La metamorfosis es la cámara oscura de la humanidad. Como ojo de cerradura, como obturador, la luz entra y sale por la boca de la literatura. Lo que mueve esa boca, lo que empuja esa puerta hacia fuera, es la pulsión del deseo. La energía alternativa de re-existir. La obra de Kafka lleva al límite la dramática simultaneidad del andar literario: se abre un paso para llegar a lo inaccesible, pero en la frontera reina Terminus, ese intratable dios que exige su tributo de sangre.

El libro tiene forma de arca y maneras de barca. La construcción de Noé sería un mamotreto o rollo bajo el brazo. La memoria, que rema de espaldas, como un proceso de rescate, un desplazamiento que “sueña hacia adelante”. Y ese es el viaje de la Odisea: la memoria como invención y descubrimiento. Para saciar el hambre, en la Odisea, los compañeros de Ulises no respetan el juramento y matan las vacas del Sol (el tiempo, la memoria). Pero los pellejos, la carnaza, los restos, siguen mugiendo. Todos los libros donde murmura la boca de la literatura tienen algo de neogriegos. Vladimir y Estragón, en Esperando a Godot, se preguntan para qué hablan las “voces muertas”:

Lo que ocurrirá, lo que debe ocurrir, es una re-existencia del libro, con nuevas calidades estéticas

Estragón: Hablan de su vida.

Vladimir: Haber vivido no es bastante para ellas.

Estragón: No es bastante.

No, no es bastante. Es una necesidad. Oír los murmullos de las voces muertas. Oír las “voces bajas” de los vivos. En Pedro Páramo, Juan Rulfo identifica el lugar: “Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida”. Ese es el espacio donde se abre la boca de la literatura. Un local universal. Un hogar nómada, donde no existe centro ni periferia. Una aldea en forma de redoma de cristal donde se posa y apoya la esfera terrestre.

Rebelarse contra la injusticia, eso que hace hablar a la asna de Balaam, es lo más humano. Y otro rasgo que de verdad define al ser humano es la condición de “contador de historias”. Paul Celan decía que lo que más asemejaba a un texto poético era el acto de dar la mano. El regalo humano con plenitud, la sensación de que realmente estás recibiendo algo diferente, una parte del otro, algo que llevaba en su cámara oscura, es cuando recibes una historia desde “lo desconocido”. Una especie de confidencia cósmica. Un primer cuento o ese primer poema que es una canción de cuna. No hay ningún regalo, ningún cacharro, comparable para la criatura humana.

En el Talmud se dice que Dios inventó al ser humano para oírle contar cuentos. La verdad es que la divinidad única, si lo comparamos con la promiscuidad del Olimpo, debe tener sus inconvenientes. El gran momento narrativo de Dios es el Génesis. Con ese maravilloso encadenamiento de flash-back: “Pasó una tarde, pasó una mañana...”. Luego, como es sabido, se aburrió. Y ya Voltaire advertía que el único género imperdonable es el del aburrimiento.

Pero la literatura no solo es necesaria para entretener a Dios y de paso a los humanos. Si hay algo en común en todos los cuentos tradicionales, esos cuentos que llamamos infantiles y que en realidad son del género de narrativa criminal, es que tratan del miedo. Más en concreto, del peor de los miedos. El miedo al abandono. Para esclarecer el fondo muchas cosas que pasan hoy, la reforma (liquidación) laboral, por ejemplo, sería más recomendable leer Los músicos de Bremen que los informes económicos con que nos abruman los burócratas.

La atmósfera apocalíptica afecta muy directamente al libro y al periódico de papel, las dos criaturas predilectas de la era Gutenberg. La imprenta significó la gran revolución histórica en la democratización de la cultura. Por eso fue también tan perseguida. Para el apocalíptico consecuente, el fin de esa era coincide con el declive de una civilización. Vivimos una especie de melancolía ilustrada, tan desposeída de humor como de esperanza. Yo soy un pesimista esperanzado. Conviene ser algo optimista incluso en la rendición, porque así, desde la derrota de la cultura, podemos provocar un efecto boomerang imprevisible, como nos sugiere Stanislaw Lec en uno de sus pensamientos despeinados: “Cuando al rendirse al enemigo levantaron los brazos, resultaron tan amenazadores que el enemigo huyó por piernas”.

Lo importante es no dejar de ejercer el derecho a soñar. Preguntarnos qué hace y dónde está el “contador de historias”. Qué teme. Cuanto más nos despojemos del derecho a soñar, y de “soñar hacia adelante”, más sombra seremos. Un rebaño de sombras.

Existe también un optimismo estúpido, como una especie de superstición de la tecnología. Que toda innovación técnica, por una especie de automatismo, va a suponer un desarrollo cultural. Volvamos a despeinarnos con Lec: si un caníbal utiliza tenedor y cuchillo para comer, ¿eso es progreso? No sólo creo que son compatibles, el libro electrónico y el de papel. Lo que ocurrirá, lo que debe ocurrir, es una re-existencia del libro, con nuevas calidades estéticas. Crear el códice accesible, el códice de bolsillo. Al fin, el libro de papel es mucho más eléctrico que el electrónico.

No hay ninguna entidad que en proporción tenga tantos asociados como las bibliotecas públicas

Preguntarse por el futuro del libro es también, y sobre todo, preguntarse qué pasará con el ecosistema del libro. Con las librerías y las bibliotecas. En especial con las redes de bibliotecas públicas. Sin librerías y bibliotecas, no existe la ciudad. En psicogeografía, hay el lugar y el no lugar. El lugar es una unidad de emoción y memoria. Podríamos ser más precisos y hablar del tercer lugar. El lugar donde a la memoria y la emoción se suma el encuentro. Hoy es difícil señalar un lugar donde se dé mayor diversidad, mayor mezcla entre gente de diferentes generaciones, clases sociales, géneros, orígenes, ideologías, creencias o estéticas que en una biblioteca pública. Se habla mucho de los bajos índices de lectura en España, pero se habla poco de la gran revolución vivida en muchas ciudades, grandes y pequeñas, al crear, y con bajo coste, redes de bibliotecas públicas. No hay ninguna entidad, ni siquiera deportiva, que en proporción tenga tantos asociados como las bibliotecas públicas.

Algunas instituciones, por desgracia, ya han recortado los gastos en el suministro de libros a las bibliotecas. Esto sí que es fundir los plomos de la “civilización”.

Cuando el urbanismo humanista, avanzado, imaginó la ciudad como una ciudad-jardín, tenía la forma de círculos concéntricos, en los que cada círculo era un anillo verde. En el centro estaban los servicios públicos. Y desde luego, como una célula madre, la biblioteca. En la ciudad pluricéntrica, la biblioteca (concebida ya como un taller plural de artes) debería ocupar los lugares de referencia, la primera marca en las coordenadas humanas de la ciudad. El lugar sentipensante, de resistencia y re-existencia.

En ese sentido ecológico, el lugar de lo necesario coincide con el deseo. Un espacio donde una ley no establecida dice: no dominar. El lugar erótico, donde puedan encontrarse Anna Karenina y uno que dice ser Ulises, mientras Falstaff murmura: “Nadie sabe lo que puede pasar si viene junio un poco caliente”.

Un resultado “incómodo”

La ciencia no es inmutable en sus propuestas y debe, en todo momento, acomodarse a lo que dicte la experimentación

Es frecuente pensar que la aparición de un resultado que contradiga las predicciones de teorías en vigor precipita a los físicos a una frenética labor de búsqueda y reconstrucción de todo el corpus teórico. La realidad es menos excitante. A medida que las teorías abarcan más fenómenos y son más predictivas, ganan solidez y su sustitución es más peliaguda. En efecto, los nuevos paradigmas han de permitir entender todos los fenómenos ya conocidos más los nuevos en los que se ha detectado la anomalía. De ahí que cuando aparece un resultado experimental contradictorio, lo frenético es el trabajo de dilucidar si está fuera de toda duda, antes que poner en cuestión de forma definitiva las ideas que tan buenos resultados habían dado hasta el momento, y siempre respetando la coherencia con la evidencia empírica.

Pues bien, eso es lo que ocurrió con el anuncio, hecho el pasado mes de septiembre por OPERA, al informar de que, de acuerdo con sus medidas, los neutrinos podían moverse a velocidades superiores a la de la luz. En verdad era un experimento que exigía una tremenda precisión y su sorprendente resultado, en contradicción con todos los experimentos anteriores, apuntaba al corazón mismo de la Relatividad Especial de Einstein, una teoría cuyas predicciones han sido confirmadas innumerables veces y que está en la base de desarrollos, como la Electrodinámica Cuántica, que ha sido capaz de generar predicciones con una precisión sin precedentes. De acuerdo con la Relatividad Especial, existe una velocidad límite que sólo puede ser alcanzada por partículas cuya masa es cero. Si los neutrinos pertenecieran a esta categoría, deberían ir a la misma velocidad de la luz aunque, como ya sabemos que tienen una masa distinta de cero, necesariamente deben moverse más despacio, no más deprisa.

Pero la ciencia no es inmutable en sus propuestas y debe, en todo momento, acomodarse a lo que dicte la experimentación, de forma que, aún con todas sus dudas, nadie propugnó ignorar un resultado incómodo. Ayer se anunció que, de acuerdo con cuatro nuevos experimentos, los neutrinos no han infringido el límite de velocidad de la Relatividad Especial. Pero nada nos garantiza que no se vuelvan a encontrar inconsistencias, esta vez incontrovertibles.

Cayetano López es físico de partículas y director del Ciemat.

TRIBUNA

No acato, ni respeto un escándalo supremo

La condena anunciada del Tribunal Supremo al juez Garzón pone en evidencia la politización corporativa del poder judicial

El linchamiento o juicio inquisitorial a Garzón resume, como pocos, nuestros males nacionales, en este caso, las aberraciones del poder que se convierten en afrentas a la ética civil y la justicia.

La condena anunciada del Tribunal Supremo pone en evidencia la politización corporativa del poder judicial.

El primero de ellos es la soberbia y prepotencia clasista de los que se consideran todavía hoy vencedores de la guerra civil y luego también de la interpretación de la transición. Los que no están dispuestos a que nadie cuestione, revise o interprete el pasado: ni de la impunidad, ni de las leyes, como ha hecho con el caso de las víctimas del franquismo, Baltasar Garzón. A él se le podía permitir sacar a la luz los trapos sucios de las “dictaduras bananeras”, pero ni hablar de sacar los colores a la Metrópoli del Imperio ¡Aquí somos más serios, aquí la impunidad del franquismo no se toca!

Se trata también de un juicio que simboliza el conflicto entre las Instituciones del Estado

La utilización burda de la Ley de Amnistía como ley de punto final y el menosprecio de derecho internacional en materia de Derechos Humanos reanuda la apropiación de la Constitución por los sectores que más la combatieron.

El segundo es un mal, tan viejo como el mundo, la codicia, que extiende un manto de silencio sobre la ominosa corrupción que durante décadas y, con pasividades y complicidades de muchos, se ha enseñoreado de nuestro sistema económico y social (especulación urbanística y financiera) y de nuestra clase política, contaminando “a todas” las Instituciones del Estado. La codicia de los plutócratas del Estado. Los Gürtel, Palma Arena y demás resumen la corrupción ramplona y una exhibición hortera por parte de empresarios, políticos y demás corte de los milagros.

Por ello, la defensa sin matices del derecho de defensa, interpretada como inmunidad de los despachos de abogados, deja inermes a los jueces en su lucha contra el delito de guante blanco.

El tercero de los males es muy nuestro, tan nuestro como la envidia. Envidia del éxito del juez Garzón que se puede permitir organizar cursos en el centro del imperio. Envidia de su valentía y de su trabajo, mientras otros dormitan a la sombra de los viejos muros de la Audiencia. Envidia de su soltura para mantener la profesionalidad y opinar políticamente. Envidia de su compromiso con las causas justas. Envidia de su imán mediático, de sus contactos internacionales, incluso de sus errores, de todo.

Pero envidia también transformada en rencor corporativo e institucional. Se trata también de un juicio que simboliza el conflicto entre las Instituciones del Estado. Un juicio al papel político y mediático en la lucha antiterrorista, a la persecución internacional de los crímenes contra la humanidad, y luego en la lucha contra el crimen organizado y la corrupción. Un rencor supremo, una ira sorda. Por eso no es casual que todo empiece por las escuchas. Un debate jurídico transformado en un juicio por prevaricación. Una patología suprema.

Una factura también al papel de Garzón en la lucha antiterrorista, por parte de los mismos que le jalearon antes, y que no perdonan ahora su papel comprometido ante la opinión pública en el intento fallido de proceso de paz. Había que abortarlo y con la ayuda de los bárbaros de ETA se abortó, y ahora se trata de eliminar a todos sus actores “simbólicamente”.

¡Qué mejor forma de meterle mano ante la opinión pública que un juicio a sus supuestas extralimitaciones en materia de garantías! ¡Qué mejor forma de linchar a Garzón que cuestionando su compromiso con los derechos humanos! Una jugada maestra.

Nunca un tribunal tan alto pudo volar más bajo. Un esperpento, tan nuestro. ¡Una vergüenza nacional!

Y una estrategia también suprema donde se coordinan los tiempos, los temas y los actores. Todo ello encaminado a una crónica de una condena anunciada. La condena del juez Garzón, es la condena una vez más, de las víctimas de los juicios franquistas a la luz de las leyes de la transición, utilizadas como ley del silencio.

La condena también de la persecución penal internacional y del papel de la Audiencia Nacional en materia de derechos humanos. La condena del éxito de un juez mediático y polémico para que todo vuelva a la normalidad de los grises muros como diría García Lorca.

Pero también una factura atrasada de la política que no perdona. De la derecha y una llamada izquierda que comparten las razones y los pecados de la soberbia y la codicia. De una parte también de la izquierda que no olvida las viejas afrentas, ni las nuevas ambiciones.

En el fondo también la vieja aspiración a constituir al Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional en una suerte de tercera Cámara que vigile y castigue los excesos de la política: el Estatut de Catalunya o el proceso de paz.

Una politización judicial que ha crecido al calor de la judicialización de la política, que junta extraños compañeros en el Consejo General del Poder Judicial y que desde ahí se extiende como una mancha de aceite. Despolitizando la justicia mediante el corporativismo conservador. Desjudicializando la justicia, degradando y privatizando el servicio público. Despolitizando la política al servicio de los mercados.

Todo junto se explica, pero todos juntos, estos juicios en cadena como bombas de racimo son una infamia. Nunca un tribunal tan alto pudo volar más bajo. Un esperpento, tan nuestro. ¡Una vergüenza nacional! ¡Un escándalo internacional!

Las injusticias que se comenten con la cobertura del derecho no deben ser ni respetadas, ni acatadas, precisamente en aras de la justicia. Como en el caso Dreyfus la justicia española, situada entre la verdad y el prestigio corporativo, ha preferido lo último, quedándose sin verdad y sin prestigio.

Es necesario que junto al legítimo derecho que asiste al juez Garzón para recurrir a todas las instancias se produzca un amplio movimiento en pro de la democratización profunda del poder judicial, así como del desarrollo social de la justicia como servicio público, a partir de la demanda de verdad y justicia para las víctimas del franquismo.

Porque el futuro está en la memoria ofendida de nuestros abuelos y el sentido de sus luchas, tanto como en la rebeldía de nuestros hijos.

Gaspar Llamazares es diputado de IU.

TRIBUNA: BENJAMÍN PRADO

Dickens sigue diciendo la verdad

A los 200 años de su nacimiento, nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo: la condición de vida de los trabajadores, la usura, el desequilibrio entre ricos y pobres

BENJAMÍN PRADO 07/02/2012

Algunas personas mueren y otras solo desaparecen. El novelista Charles Dickens, por ejemplo, dejó este mundo en 1870 pero sigue estando aquí. Y no solo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de Navidad, Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean clásicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada en serio, sino también porque la mayoría de sus temas característicos, como la lucha de clases, la explotación infantil o la ineficacia de la justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes continúan entre nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas. ¿O es que no podrían estar dentro de Oliver Twist, junto a los niños callejeros que la protagonizan, esos otros niños reales que hoy son abandonados en las calles de Grecia por sus familias, con la esperanza de que alguien los alimente? ¿No nos recuerdan los convictos de La pequeña Dorrit, presos en la cárcel de Marshalsea, a orillas del río Támesis, por no poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aquí y ahora, en la España del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no pueden pagar la hipoteca salvaje que tenían con ellos? ¿No nos hacen pensar muchos de los métodos y teorías del neoliberalismo a los del usurero Scrooge en Cuento de Navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield? Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstói, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que "en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación".

En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos por los suelos; con los Gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y estos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.

Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfiel o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto: "¡Oh, economistas utilitarios", escribe, "comisarios de realidades, elegantes incrédulos... si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un lobo y os devorará". Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del Inem y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado de bienestar.

Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es "hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada". En un país como España, donde solo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.

En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo se despeñaron por un precipicio y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el manuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal... Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge en Un cuento de Navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.

TRIBUNA: ISAAC QUERUB / ÁLVARO ALBACETE

Nuestra resistencia al Holocausto

ISAAC QUERUB / ÁLVARO ALBACETE  27/01/2012

El 27 de enero es el día establecido por Naciones Unidas para la conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto. En esa fecha, en 1945, el Ejército soviético liberó el mayor campo de exterminio nazi, Auschwitz-Birkenau.

Este campo representa hoy una metáfora del mal inconcebible y monstruoso. Allí, a partir de septiembre de 1941, el asesinato en masa se convirtió en rutina diaria. Se mató a más de un millón de personas, y 9 de cada 10 eran judíos. Las víctimas llegaban en vagones de carga de tren, la mayoría proveniente de guetos y campos en la Polonia ocupada, pero también de casi todos los países de Europa occidental y oriental. Al llegar se separaba a los hombres de las mujeres y los niños. Se obligaba a los prisioneros a desvestirse y a entregar todos sus objetos de valor y se les metía en las cámaras de gas que estaban camufladas de duchas y se les asfixiaba con monóxido de carbono. La minoría seleccionada para realizar trabajos forzados quedaba expuesta a la malnutrición, epidemias, experimentos médicos y brutalidad. Muchos murieron de esta manera.

Más de medio siglo después, el horror de la Shoá sigue constituyendo un enigma indescifrable para el ser humano. La persecución y asesinato sistemático de seis millones de judíos por parte del régimen nazi, que se realizó con la ayuda activa de colaboradores locales en muchos países y con la aquiescencia o indiferencia de millones de personas.

Pero hubo también resistencia.

Hubo resistencia en casi todos los campos de concentración y guetos, en especial en el gueto de Varsovia entre abril y mayo de 1943, pero también en los de Vilna y Bialystok, o en Sobibor. Hubo resistencia institucional en áreas ocupadas por los nazis fuera de Alemania, como la que se produjo en Dinamarca en el otoño de 1943, donde, con el apoyo de la población local, se rescató a casi toda la comunidad judía de ese país escondiéndoles en un dramático viaje en barco hasta la segura y neutral Suecia. El recientemente desaparecido Jorge Semprún representa bien esa resistencia en áreas ocupadas por los nazis; una resistencia en la que participó activamente y por la que fue apresado por la Gestapo en 1943 y enviado al campo de concentración de Buchenwald. Fue marcado en su uniforme de preso con el número 44904.

Y hubo resistencia de individuos de otros países que arriesgaron sus vidas para salvar a los judíos y a otras personas perseguidas por los nazis. Uno de ellos fue Ángel Sanz Briz, diplomático español destinado en Budapest en 1942, que salvó la vida de entre 5.000 y 6.000 judíos en 1944, incluyendo la evacuación a Tánger de 500 niños judíos. Ángel Sanz Briz ha sido reconocido con el título de Justo entre las Naciones, que concede el Estado y el Pueblo de Israel a los no judíos que arriesgaron su vida para salvar a los judíos del Holocausto.

Y junto con esa resistencia activa, hubo una llamada resistencia espiritual contra la opresión nazi en los campos y guetos. La creación de instituciones culturales judías, la continuación de prácticas religiosas, y la voluntad de recordar y contar la historia de los judíos fueron intentos conscientes de preservar la historia y vida comunal del pueblo judío a pesar de los esfuerzos nazis de erradicarla.

La permanencia de esa voluntad de recuerdo representa hoy la resistencia más sólida a un Holocausto futuro. Su recuerdo, la educación sobre su significado histórico, y la acción prospectiva son esenciales si queremos que la historia no se repita. Debemos hacerlo a escala internacional, porque esa fue la escala del Holocausto, con el concurso de diplomáticos, expertos, científicos, educadores, comunidades judías, y de la sociedad en su conjunto. Y muy especialmente, siguiendo las recomendaciones del Protocolo de Ottawa para combatir el antisemitismo (noviembre de 2010), hemos de hacerlo comprometiendo tanto a las instituciones gubernamentales como a nuestros representantes en el Parlamento. Esta es la misión que más de 30 países hemos asignado a la Organización Internacional para el Recuerdo del Holocausto, de la que España forma parte desde el año 2008, y en la que participa de forma activa sobre todo a través de iniciativas orientadas al ámbito de la educación.

Nada nos garantiza que las generaciones futuras vayan a tener sensibilidad hacia sus minorías. Trabajemos pues con ellos, con la infancia, con la juventud. En Sefarad-Israel y la Federación de Comunidades Judías de España estamos convencidos de que la educación es clave para combatir el antisemitismo todavía latente en parte de la sociedad española. No se trata de intentar borrar la identidad del otro, sino de conocerla y comprenderla, poniendo de manifiesto la riqueza que representa la diversidad de nuestra sociedad e inculcando actitudes positivas ante la misma.

El poeta catalán Salvador Espriu decía a sus hijos: "Habré vivido para salvar estas pocas palabras que os dejo: el amor, la justicia, la libertad". El verdadero valor del patrimonio de nuestro legado no es tangible, como demostraron las resistencias espirituales durante el Holocausto. Es, ante todo, una tarea de enseñanza, a conocer y a hacer, a ser y a vivir juntos.