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Filosofía desde la trinchera

 

17 de noviembre de 2009

 

                        Autoridad, democracia y educación

           

Leo el último libro de José Antonio Marina La recuperación de la autoridad y no tengo más remedio que coincidir con él en su análisis contra la educación permisiva y autoritaria, pero también en la necesidad de recuperar la autoridad, pero como siempre hemos dicho, en un sentido etimológico y clásico.

 

            El problema de la democracia y de la educación, a mi modo de ver, y coincidiendo alegremente con ello con José Antonio Marina, es el de la falta de autoridad ligado al fomento de la mediocridad y a un desconocimiento o equivocación entre la democracia y la igualdad. Es un error histórico el haber abandonado la educación de la virtud, es decir, de la areté, que es la excelencia en los griegos. De ahí que los problemas que vemos en la escuela son los mismos que se reflejan en la sociedad y a la inversa. La crítica a los falsos valores que se nos están transmitiendo en la democracia es la misma crítica que podemos hacer a la educación en el sentido de que ambas han descuidado la educación en la virtud y han fomentado los falsos valores individualistas, antisolidarios, el relativismo del todo vale, lo superficialidad, el hedonismo romo y ramplón. A ello hay que sumarle también el terrible efecto del triunfo de una filosofía posmoderna que defiende el relativismo, como el fin de los grandes relatos de la humanidad, y con ello el fin de un discurso ético. Todo este conjunto de circunstancias disuelven la humanidad y la conquista de ese gran discurso y proyecto ético de la humanidad en busca de la dignidad. Como he dicho en muchas ocasiones considero que la ilustración es un proyecto, no caduco, como defiende los posmodernos y relativistas –haciéndoles un flaco favor a las distintas formas de poder- sino inacabado. Y el centro de este discurso es el proyecto ético universal de la humanidad en busca de su propia dignidad, algo que no se tiene sino que se conquista. Si queremos una democracia saludable, tenemos que tener una ciudadanía docta, en el sentido de virtuosa, que conozca sus derechos y sus deberes. Pero esto sólo se alcanza por medio de la educación.

 

            Pero vamos por partes, de lo primero que tenemos que hablar es de la autoridad. Hay que diferenciar entre el poder y la autoridad. El poder viene dado por la institución a la que se pertenece, la autoridad es algo que viene dado por el reconocimiento, ahora bien ,este reconocimiento tiene dos ámbitos, el primero es el que dona la propia institución y la sociedad y el segundo el que emana del propio individuo. Y es aquí donde está la cuestión. La sociedad y las instituciones tienen que velar por la autoridad que emana de las propias instituciones porque los individuos, salvo excepciones, no tienen porqué tener autoridad. Aunque de lo que se trata, que también habría que decir, es que han de conseguirla en su proceso de educación. Porque la autoridad está ligada a la virtud. La autoridad, a diferenta del poder, que es frío e institucional, emana del propio sujeto y tiene que ver con la virtud y la excelencia. De lo que se trata es de fomentar esa autoridad. Yo creo que tiene dos dimensiones, la moral y la intelectual. En este sentido, la autoridad, unida a la institución, es objeto por sí mismo de respeto. Hay una cosa curiosa que apunta José Antonio Marina y es la siguiente. Resulta que la democracia la definimos como el poder del pueblo, si queremos que la democracia funcione, el pueblo no sólo debe tener el poder, sino que debe poseer la autoridad. Esto es muy importante porque es una consecuencia directa de la ilustración, un pueblo con autoridad es un pueblo libre con criterio propio y autónomo. Y el tema aquí está en cómo alcanzamos una ciudadanía, que además de tener el poder tenga la autoridad. Pues para ello es necesario una refundación de la democracia que tiene como objetivo una moralización de la misma. El problema de la democracia es un problema de debilidad ética, es decir, de falta de virtud (fuerza) o areté, (excelencia). Y la única manera de solucionar el problema es por la vía de la educación.

 

            En las democracias actuales, en este mundo globalizado mercantilmente en el que el único valor es el mercado y en el que los ciudadanos sólo miran hacia sí mismo, nos encontramos ante una crisis ética. Se ha perdido la confianza en la virtud, de ahí que no se considere la autoridad como un valor fundado en la excelencia. Es más, se ha perdido incluso la capacidad de reconocer la excelencia. La corrupción impera por todos lados y frente a ella la respuesta de la ciudadanía es el desencanto y el comportamiento mimético en su propio campo. No se cree en las conquistas de la humanidad, en ese gran proyecto ético del que hemos hablado que nos ha llevado desde la barbarie a los derechos humanos. Hay que decir también que aunque disfrutemos de los derechos humanos, seguimos teniendo barbarie. Es más, como conquistas éticas de la humanidad están seriamente amenazados.

 

            Desde la ilustración para acá hemos ido saliendo del autoritarismo basado estrictamente en el poder y la fuerza arbitrarias. Esto es lo que ha hecho que tanto a nivel social, como a nivel educativo, la autoridad haya sido menoscabada. Hay que sumarle también, y el daño aquí no es poco, que la educación ha caído en manos de psicólogos y pedagogos, que intentan hacer de un arte, una ciencia. Han intentado reducir al hombre a meros hechos empíricos y generalizaciones inductivas. Estos “científicos” han rehuido de la ética y de la moral como algo de lo que no se puede hablar y que hay que desechar de la educación. Estos psicólogos y pedagogos han producido un tremendo mal en la enseñanza, porque, en definitiva, han eliminado la ética, y la educación, que debe estar basada en la autoridad de la que aquí hemos hablado, es una tarea ética. Por ello se ha pasado del autoritarismo arbitrario, al dejar hacer, sin sentido y sin norte; a la ausencia de los deberes en virtud de la omnipresencia de los derechos. Pero así lo que hemos producido es individuos esclavos. Porque la educación es la educación de la voluntad; es decir, de aquello que se sobrepone a nuestras pasiones. Y para ello se necesita autoridad y disciplina. La personalidad no surge porque sí misma, ni está marcada genéticamente. Es un mecanismo de retroalimentación entre ambiente (entre ellos la educación) y la genética. La ausencia de autoridad en la sociedad y en la escuela produce ciudadanos esclavos de sus pasiones, que sólo contemplan sus derechos, no los deberes. Y aquí está el problema, porque si no se posee la virtud, y esto requiere de la educación la disciplina (discere: aprender) la autoridad, no se posee la libertad. Se ha confundido la autoridad basada en la virtud que es de la que aquí hablamos con la autoridad arbitraria, por eso se rechaza. Se exige libertad absoluta. Pero esto es un engaño, no hay libertad sin cumplimiento del deber, no hay libertad sin ejercicio de la virtud, no hay libertad sin disciplina.

 

            En educación se ha oscilado en torno a dos modelos del hombre. Dos teorías antropológicas. La una que el hombre es un ser caído, malo por naturaleza, que necesita del poder y de la fuerza para ser disciplinado. Esta es una concepción del hombre subhumana; y es la base de las sociedades tradicionales anteriores a la ilustración. El modelo opuesto es el roussoniano, esto es, que el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe. Si la sociedad corrompe al niño lo mejor es no hacer nada, dejar que desarrolle sus instintos “libremente”, esto es, el capricho, el egoísmo y el caos social. Hay que recuperar la autoridad en el sentido de excelencia y recuperaremos la libertad. Ahora estamos bajo la tiranía del individualismo y el egoísmo. Es necesario partir de una teoría más correcta del hombre, ni lo uno ni lo otro. Confío más en Kant que habla del fuste torcido de la humanidad, pero a la vez, es el forjador del concepto de dignidad, autonomía y libertad. El hombre es un fin en si mismo, por ello es un sujeto de dignidad, no puede ser tratado arbitrariamente. Todos somos iguales en tanto que somos sujetos, por tanto, dignos y respetables. Pero también es cierto que debemos conquistar nuestra libertad y nuestra autonomía por medio del proceso de ilustración. Estamos, como dice Kant, en una época de ilustración –todavía, después de doscientos años- no ilustrada. Y en qué debe estar basada esa educación-ilustración, pues a mi manera de ver en recuperar la autoridad, a nivel social y a nivel educativo. Pero ello lleva aparejado que el objetivo fundamental de la educación es una educación ética. De lo que se trata es de que el ciudadano se sumerja en ese gran proyecto de la humanidad que es el proyecto ético ilustrado que consiste en la conquista de la dignidad humana. Y esto, sin la unión entre el poder institucional y la autoridad ética reconocida por los ciudadanos es imposible. Pero para aplicar esta educación en la escuela es necesario recuperar la disciplina en el sentido que aquí le hemos dado. Disciplina no es castigo; sino ejercicio, esfuerzo, práctica. Debemos recordar la práctica deportiva para recuperar el concepto de disciplina. Hay que desenmascarar esta palabra de los prejuicios psicopedagógicos y posmodernos. Y el profesor es el que debe impartir esa disciplina: es decir el ejercicio en la exigencia del cumplimiento de los deberes. Y sólo así por medio de este ejercicio nos haremos libres, porque nuestra voluntad dominará nuestros apetitos que son volubles, caprichosos y tiránicos. La educación, en fin, debe estar basada en la autoridad y la disciplina, que tienen como objetivo la educación de la voluntad para que el futuro ciudadano conquiste su libertad y se convierta, él mismo, en una autoridad. Y de esta forma la ciudadanía tendrá, no sólo el poder, sino la autoridad. Ahora, discúlpenme ustedes, no le concedo ninguna autoridad a la ciudadanía, y por tanto, a la decmoracia. Es decir, que como no se produzca este cambio ético seguirá teniendo razón Platón y la democracia será el gobierno de los ignorantes, y recuérdese que el ignorante en Platón es esclavo, de esta manera se cierra el círculo de nuestra argumentación. Y para terminar hay que decir también que es necesario acabar con ese discurso fácil del posmodernismo, ese discurso que considera que los relatos se han acabado, que todo vale, con lo que al final lo que tenemos es el poder del más fuerte o el triunfo de cualquier ideología oscurantista. No debemos olvidar que la conquista de la humanidad es una lucha permanente.

 

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