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Filosofía desde la trinchera

 

                                    29 de enero de 2010

 

            El otro día, hablando con un amigo socialista, que uno los tiene, aunque políticamente los considere equivocados, no enemigos, puesto que no milito en ningun partido, me dijo que una fuerza política que ha aparecido en nuestra localidad a raíz de la reivindicación contra la refinería pecaba de infantilismo político. Yo, en principio, estaba de acuerdo con él, pero creo que por razones o perspectivas de las mismas distintas. Para mí, el infantilismo del que hablaba mi amigo socialista era la ingenuidad, que en política las cosas se hacen de otra manera que no son democráticas, ni por consenso. Es decir, que lo que él vendría a defender es el realismo político. Éste que en nuestro siglo XXI se ha transformado, a mi modo de ver, en el fin de la política y que nos puede llevar al nihilismo y los fascismos, como ya he señalado. La política de verdad es una lucha por el poder, una lucha de intercambio de intereses y favores, relacionada férreamente con los intereses económicos; en fin, en la política posmoderna poco importan las ideales y las ideologías. Es más, éstas puede ser que, incluso, entorpezcan. Lo único que interesa es la demagogia para cautivar al electorado. Esto sí. Luego todos participan de la misma ideología que es la que venimos llamando aquí el orden democrático neoliberal. Pero esa agrupación de electores a la que se acusa de infantilismo, por el contrario, tiene ideas, lucha por la defensa de las mismas y, sobre todo, reivindica la claridad y transparencia democrática exigiendo un respeto a las instituciones que los políticos representan. Claro, el problema es que esto hoy en día es anacrónico. Cómo se van a defender ideas, si de lo que se trata es de mantener una cuota de poder. El realismo político, la razón de estado, junto con la alianza entre los poderes fácticos y ayudada por el relativismo posmoderno ha dado al traste con la política en su sentido original. La ha profesionalizado y la ha convertido en un modo de medrar en la sociedad. En definitiva, nadie quiere cambiar nada, todos persiguen el poder, y nada más. Los ciudadanos son cómplices porque se han dejado engañar y se han autoengañado, pensando que existen diferencias, cuando los partidos mayoritarios son iguales, no presentan ningún tipo de alternativa. Viven bajo el mismo yugo del pensamiento único. El ciudadano está desideologizado y sin ideas. El relativismo les ha llevado a pensar que todas las ideas son iguales, que todo se puede defender. En definitiva, este relativismo les ha llevado a la eliminación del pensamiento. Y sin pensamiento se han convertido en maquinas manipulables. Hemos perdido nuestra dignidad. Por eso estos grupos alternativos, a mi modo de ver, son un grito en el desierto de lo real, que nos pretenden hacer ver que el mundo es de otra manera. Que la realidad no es la que nos muestran, que es la que aceptamos con facilidad y sin crítica, sino otra muy distinta. Estos grupos reivindican una regeneración de la democracia, en la medida de lo posible. Una recuperación de la dignidad de los ciudadanos, la libertad y la crítica a los relativismos. Por eso no creo yo que pequen de infantilismo político, sino de heroísmo, dados los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Como se ve las razones son las mismas, pero las consecuencias distintas.

 

            En otro orden de cosas, quisiera comentar brevemente la huida hacia delante del sistema polítco-económico español. Ahora resulta que una de las propuestas para salvar el sistema de pensiones y la seguridad social es aumentar la edad de jubilación. Una prueba más de que los políticos están inmersos en el paradigma económico neoliberal capitalista, cuyo modelo es el del crecimiento ilimitado como ya hemos analizado aquí. Mal camino. La propuesta de economía sostenible no es más que más liberalismo económico, con las trampas de éste, porque en verdad exige la intervención política para su conveniencia. No hay economía sostenible. No se puede crecer sosteniblemente de forma ilimitada. Este es el engaño de la sostenibilidad. El objetivo es el decrecimiento. En cuanto a lo de las pensiones ya se nos vuelve a asustar y meternos el miedo en el cuerpo para que obedezcamos sumisos. Lo que necesitamos es un cambio absoluto de paradigma que cambie la ideología del crecimiento ilimitado por la del decrecimiento. Entre otras cosas al paradigma del decrecimiento contempla la redistribución del trabajo reduciendo significativamente la jornada laboral, aumentando las vacaciones y fomentando las relaciones humanas y de creación. En una sociedad del decrecimiento el objetivo no es la producción, sino la vida humana. Nuestra sociedad es una sociedad alienada. Vivimos para producir. El análisis del Marx es correcto, pero falla en el ámbito ecológico. El problema de Marx es que sigue inmerso en el paradigma de la productividad. Y éste es del que trata de salir la filosofía y el modelo económico del decrecimiento. Es la única salida que tenemos, si no queremos darnos el trompazo contra la pared de los límites del planeta que ya hemos superado ostensiblemente. Vivimos del crédito, pero éste tampoco es ilimitado. La aparente salida de la crisis no es más que un espejismo. Nos queda poco tiempo y tenemos que revalorizar nuestra sociedad. Es decir, tenemos que recuperar otros valores que no sean los de la productividad y los económicos. Si no somos capaces de crear este nuevo sistema de valores, seguiremos alienados y viviendo en el engaño. Pero el problema ya no es sólo el engaño, sino que está en juego el fin de la civilización humana. Y que se sepa, esto al planeta tampoco le importa mucho. Hemos de eliminar el antropocentrismo en el que estamos sumergidos y cambiarlo por el ecocentrismo, puesto que somos miembros del ecosistema. Y éste ha de ser el nuevo humanismo. Recuperar la vida humana frente a la vida económica y firmar la paz con nuestra biosfera, porque la guerra la tenemos perdida, aunque arrastremos con nosotros a millones de especies.

 

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