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Filosofía desde la trinchera

 

                        02 de diciembre de 2009

 

La darwinización del mundo. Naturalismo y nihilismo.

 

            La idea darviniana que aparece en principio para explicar la evolución de los seres vivos se convierte en una idea omniabarcativa que es capaz de servir como sustrato filosófico en el sentido en el que se transforma en una idea general del mundo. Podemos entender la idea de Darwin como una metafísica antimetafísica. Digo esto en el sentido en el que la idea darvinista del origen de las especies por selección natural nos ofrece una imagen naturalizada de la cultura. En este sentido es necesario sacarle las máximas consecuencias a esta idea. De ahí que apareciesen dos libros a destacar entre muchos otros que van en esta línea. El primero era el de Ruse Tomarse a Darwin en serio. Y el segundo el de Dennet, La peligrosa idea de Darwin. Este año ha aparecido una obra de un filósofo español, que no desmerece en nada a los citados y que profundiza en este sentido. Se trata de la obra del profesor Carlos Castrodeza, La darwinización del mundo. Es el tercero de una trilogía que comienza con La biología del conocimiento y continua con Nihilismo y naturalismo. Digo que Carlos Castrodeza no desmerece en nada a los filósofos anglosajones, pero además digo, y él lo defiende en su obra, que si bien hay que tomarse a Darwin en serio, y si bien la idea de Darwin es peligrosa, ninguno de los autores, ni Ruse, ni Dennet, han sacado las últimas consecuencias de esta idea. Es decir, no han llegado al naturalismo y de éste al nihilismo. Y esto es lo que hace Carlos Castrodeza en su trilogía y su monumental tercera parte. Éste último, un libro cargado de erudición, conocimientos diversos e interdisciplinares en el que aparecen en la palestra todas las corrientes filosóficas del siglo XX y parte del XIX, miradas todas desde la perspectiva darviniana. El escrito de Castrodeza es un alarde de erudición y de relaciones distantes entre filósofos: Heidegger con el naturalismo darviniano. La sociología de la ciencia y el gen egoísta de Dawkins. La ética y la filosofía política con el altruismo recíproco de Wilson. La teoría biológica del conocimiento de Lorenz y Popper con la radicalidad del naturalismo darwiniano en el que nos quedamos sin objeto y, de paso, con el posmodernismo y el pragmatismo de un Rorty. Los filósofos de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud con Darwin. La filosofía de la historia y las nuevas teorías del contrato social con el naturalismo darviniano. Y con todo ello se nos lleva a un mismo punto: la naturalización de toda la cultura y, como consecuencia de ello, el nihilismo. Este nihilismo seria la nueva filosofía postilustrada (relación con el análisis del cinismo de Sloterdij) y posmoderna que naturaliza al hombre poniéndolo en pié de igualdad –en todos los ámbitos de la cultura- con el resto de los seres vivos. Es decir, que todo lo humano va a venir explicado por los mismos principios que explican la naturaleza: la selección natural, más deriva genética  teoría puntual de Gould, si se quiere, más el gen egoísta y el principio de altruismo recíproco que explica los fenómenos aparentemente altruistas en los animales sociales, particularmente el hombre. No se trata de hacer aquí una reseña de la obra de Castrodeza, sino de hacer unas reflexiones a partir de lo que acabamos de decir que es el meollo de su obra.

 

            En definitiva, lo que nos viene a decir Darwin es que el origen de las especies se debe a la selección natural y al azar. Podemos arbitrar otros mecanismos como se han hecho desde posiciones heterodoxas y como he analizado en otro lugar: La teoría de la evolución: una idea que conmueve los cimientos de occidente. Pero esencialmente lo que Darwin nos dice sigue siendo válido sumándole la teoría de la herencia enriquecida por la genética. Y ello nos lleva a la idea de que el hombre es un ser contingente de la evolución, que igual que está podría no haber existido. Y lo mismo que existe, dejará de existir. No existe ninguna diferencia cualitativa, desde la evolución y en un sentido naturalista, entre el hombre y cualquier especie. La evolución pone en pié de igualdad ontológica a todos los seres. Todos los seres vivos que existen, son en tanto que han triunfado evolutivamente, iguales No hay un más y un menos en ellos. Independientemente de la complejidad de los mismos. La complejidad puede ayudar a la supervivencia y puede ser un estorbo. Todo tiene que ver con el cambio de las circunstancias. Todos los seres vivos están en lucha por su existencia, aunque estas luchas se puedan realizar desde la cooperación, pero ésta, en definitiva es el epifenómeno de la supervivencia del gen (unidad de información DNA con capacidad de autoréplica que es el que lleva existiendo más de 3.500 millones de años. El resto no somos más que la coraza de los genes. Los artificios inventados por ellos para sobrevivir. Todos los seres vivos inventan sus artimañas en la medida en la que se adaptan al medio, transformándolo, haciéndolo suyo, construyéndolo, para sobrevivir. El hombre no es ninguna excepción en esta tarea. La forma de adaptación que ha tenido el homo sapiens al medio y que ha producido una transformación de éste es la cultura. De esta manera llegamos a una naturalización de la cultura y esto de suyo nos lleva al nihilismo. Es decir, no existe ningún sentido especial en el hombre. La cultura no trasciende la naturaleza humana. La cultura es naturaleza humana. La consecuencia de la idea de Darwin es que la cultura es el instrumento de adaptación del hombre al medio y procede de su propia estructura genética. Somos sólo y exclusivamente naturaleza. Este es el sentido de la naturalización de la cultura. Ahora bien, en la naturaleza nada tiene sentido. El azar y la selección natural lo gobiernan todo. La naturalización de la cultura nos lleva al nihilismo en la medida en la que podemos afirmar del hombre, como naturaleza exclusivamente que es, lo mismo que de la naturaleza. No hay ningún sentido en la vida humana, no hay ningún sentido en la historia del hombre, el bien y el mal se naturaliza, no existe ningún absoluto, salvo la naturaleza, pero esto no es ningún absoluto. Y el camino del conocimiento del hombre nos ha llevado precisamente a esto. El hombre por medio del conocimiento ha desencantado al mundo. Esto quiere decir que lo ha naturalizado. La primera naturalización viene por parte de las ciencias físicas que explican los fenómenos a partir de las leyes matemáticas. De ahí se desprende un mundo determinado y gobernado por la causalidad que se puede describir en formalismo matemático. Toda ciencia se va paulatinamente matematizando teniendo todas a la base una imagen determinista y mecanicista de la naturaleza y, con ella, del hombre. Y, aunque la física contemporánea haga esta visión mucho más compleja, desde la teoría de la relatividad y, sobre todo, desde la física cuántica, la imagen del mundo y del hombre no cambian en el sentido en que todo puede ser explicado por leyes matemáticas, aunque ahora sean estocásticas o probabilísticas. Pero aún así, la visión que del hombre nos dan la relatividad y la física cuántica lo naturalizan aún más que la física moderna. Y si unimos esto a la cosmología actual la relativización del hombre es absoluta, y permítaseme el pleonasmo. En definitiva, todo este proceso que se inicia con el invento del logos por los griego y que toma fuerza con la revolución científica hasta nuestros días ha traído como consecuencia el desencantamiento del mundo en palabras de Weber y, de resultas, la relativización del hombre, su vida y su historia. Pero la completa naturalización del hombre viene de la mano de la biología y, como venimos diciendo, del evolucionismo darviniano por lo anteriormente señalado. La cultura es al hombre como los dientes y las garras al león, o como la velocidad a la gacela. El problema del hombre, y de ahí su desencanto y su estado de miseria, vacío, tedio, que le impulsa a dar un sentido trascendente o, al menos, extranatural a su existencia es que es consciente de sí mismo. Y ser consciente de nosotros mismos es ser consciente de nuestra propia limitación o límites. Es ser consciente de que somos seres para la muerte, que dice Hedegger y de ahí “el olvido del ser” (naturalización) al que hemos llegado en la cultura tecnológica. Somos conscientes de nuestra propia nada y la hemos llenado de cultura, metafísica. Lo que la idea de Darwin ha hecho ha sido naturalizar esa metafísica. Pero aquí nos encontramos con un problema, el nihilismo. Ya sabemos lo que somos y eso nos lleva al vacío. No existe ninguna metafísica que a estas alturas pueda sustituir a las anteriores. Ya sabemos demasiado. Es decir, que hemos matado a dios definitivamente y con él han caído todos los absolutos. Pero todavía escuchamos a sus sepultureros, que diría Nietzsche. Lo que se descubre ante nosotros es el nihilismo. ¿Qué nos queda entonces? El naturalismo y el pragmatismo. Todo es naturaleza y todo se reduce al azar, nada tiene sentido ni dirección. El mundo se reduce a la naturaleza. Esto es la darwinización del mundo. Pero mientras tanto tenemos que llenar el vacío. Esa es la contradicción humana por el hecho, como decía antes, de ser conscientes de nuestra propia existencia y por ello somos incapaces de renunciar a donar de sentido nuestros actos. Porque en nuestra naturaleza biológica está también el conatus, que decía Spinoza, o principio de supervivencia. Nuestro mandato biológico, como el de cualquier ser viviente, es el de sobrevivir. De ahí que todo ser se esfuerce por mantenerse en su existencia. Pero el individuo no es el que se mantiene en su existencia. El individuo es el vehículo por el que los genes se mantienen en su existencia. Pero, claro, como resulta que desde la idea darviniana tenemos que entender la cultura como un mecanismo de adaptación como cualquier otro, entonces el hombre se esfuerza en permanecer en su existencia por medio del mecanismo que ha inventado que es el de la cultura. Y de ahí que estemos obligados a dar un sentido a nuestra existencia. Pero ahora hemos aprendido que ese sentido de la existencia es arbitrario y circunstancial, que cambiará con el tiempo. No hay absolutos. Y ese sentido de nuestra existencia obedece al imperativo biológico de la supervivencia, pero, insisto, no de los individuos, sino de los genes. Los individuos y los grupos (animales sociales) son inventos de los genes para perpetuarse. El hombre como animal social que produce cultura intenta sobrevivir a partir de ésta, pero no él como individuo, ni como sociedad, ni como historia, sino los genes. Y éste es el sentido del gen egoísta, una metáfora cultural que aporta luz sobre los mecanismos de la evolución. Estamos condenados a crear cultura a pesar de haber llegado al fin del desencanto, al nihilismo. Es nuestro imperativo biológico. Por eso Camus se decía que la única cuestión de relevancia filosófica era la del suicidio. Por qué cada mañana no nos suicidamos y decidimos, aunque sea inconscientemente, seguir adelante. Pues por imperativo biológico. Lo que ocurre es que el hombre, en la medida que es consciente de su propia muerte, es un ser desajustado. Sufre la necesidad de dar sentido a su existencia. Su existencia, la vida, es una carga, una tarea, algo que está en construcción. Algo a lo que continuamente tenemos que darle sentido. Y aún ocurre algo más. El desarrollo de la propia cultura ha producido otro desajuste. Cuando ya hemos pasado de la edad de la procreación seguimos teniendo el mismo conatus, sigue actuando el principio de supervivencia. Aquí los críticos hablan del altruismo, que intentaría refutar la sociobiología de Wilson, o lo que se ha dado en llamar la psicología evolutiva. Pero la invención del altruismo recíproco, desde la etología, es una panacea. El altruismo siempre es interesado, siempre hay un beneficio. Por eso nuestra ética, que se basa en éste altruismo tiene su respuesta naturalizada en la teoría de la evolución con el concepto de altruismo recíproco. Así, seguimos persistiendo en nuestra existencia cuando biológicamente hemos pasado la edad reproductora. La sociedad ha inventado mecanismos por los cuáles se conserva a estos individuos porque a la postre se obtiene de ellos un beneficio para la persistencia del grupo y, con él, de los genes. Pero insisto, el problema es doble. Por un lado somos conscientes de nuestro deterioro, del sinsentido. Pero seguimos en el conatus por imperativo biológico. Nuestro estado es de sufrimiento en la medida que somos consciente del deterioro y de nuestra muerte. Por otro lado, hemos llegado a la conclusión por el desarrollo de la cultura (mecanismo de supervivencia, paradójico esto) de que el hombre no es más que un animal más y que todos los artificios de la cultura no son más que naturaleza; es decir, instrumentos de supervivencia. Ocurre muchas veces que los instrumentos de supervivencia tienen características ambivalentes. A la par que nos garantizan nuestra supervivencia por medio de la transmisión de los genes, como es el caso de las plumas del pavo real, también son el reclamo de depredadores que pueden acabar con la capacidad de replicación de nuestros genes. En la cultura humana esto es una característica común. Tan común que quizás nos lleve a nuestra propia extinción; o bien por agotamiento de nuestro medio, o bien por autoexterminio. Las relaciones de los seres con el medio son de simbiosis y de parasitismo. Si el parásito acaba con el huésped la supervivencia del parásito es inviable. O, como ha ocurrido en múltiples ocasiones en la historia, lo cual ha producido colapsos civilizatorios, cuando el parásito deteriora al huésped tanto que éste no puede mantener al parásito, entonces, este último, de la misma manera, desaparece. A lo largo de la historia ha ocurrido con múltiples civilizaciones, hoy en día puede ocurrir a escala global. En definitiva, estaríamos ante un problema de adaptación o, mejor, de desadaptación.

 

            La historia es un ejemplo de la naturalización darviniana. La historia de la humanidad es la historia de la lucha por el poder, porque éste garantiza la supervivencia. A mayor poder, mayor capacidad de supervivencia. Por eso la historia del hombre es una historia de genocidios y etnocidios en los que se pretendía alzarse con el máximo poder que garantice la supervivencia de nuestros genes. Las alianzas y acuerdos no son más que el refuerzo de nuestra supervivencia y siempre han estado sujetas al interés. Ahora contigo, hoy contra ti. No hay ningún sentido ni dirección en la historia. La historia es el resultado de la lucha por la supervivencia del hombre en dos niveles, lucha del hombre con el hombre y del hombre con la naturaleza. Y la crisis en la que nos encontramos hoy en día es una crisis de supervivencia. No hay para todos, cómo lo vamos a hacer. De momento la cultura del crecimiento ilimitado está produciendo muerte a mansalva, sin escrúpulos y justificándolo culturalmente. Y encima parapetándonos en la virtud de nuestras sociedades democráticas avanzadas. Todo lo que hemos inventado en la historia no es más que un intento de supervivencia. Los derechos humanaos, la democracia y las instituciones que la salvaguardan son mecanismos refinados de supervivencia. La historia no tiene el sentido de la consecución de estos modelos sociales y políticos. Han sido pragmáticamente más exitosos, al menos parcialmente, en la humanidad. Aunque han creado otros problemas. Porque la democracia ha favorecido el desarrollo y éste ha parasitado al planeta de tal forma que el parásito ahora está en peligro. Además, el invento de las democracias es un invento de ciertas culturas a las que les ha importado poco el resto de las culturas. Su única preocupación ha sido esquilmarlas para alimentar su desarrollo. Por eso podemos entender también hoy en día el choque de civilizaciones como un conflicto adaptativo del hombre. Como han sido todos los conflictos y todas las guerras. De lo que se trata es de sobrevivir. El otro es un extraño que amenaza nuestra existencia. Adviértase siempre que cuando hablo de supervivencia me refiero a la de los genes. Ni el individuo ni el grupo persisten, éste último más que el primero, pero siempre se transforma. En fin, que la historia de la humanidad como lucha por el poder, es la historia natural de la supervivencia del hombre como ser natural sometido a las leyes más básicas de la evolución. Y he aquí la naturalización de la historia humana.

 

            Lo mismo podemos decir de nuestra ética. Ésta es un producto de la cultura, por tanto, un producto natural. La ética, desde el punto de vista de la naturalización darviniana, es un invento o construcción de nuestra supervivencia. Los conceptos éticos más importantes, altruismo, libertad, autonomía. Todos aquellos que forman parte del proyecto ilustrado son mecanismos de supervivencia interesados. Y surgen precisamente en la historia cuando, si no se hubiesen inventado, las sociedades la sociedad hubiese sido inviables. Es decir, que las conquistas éticas de la humanidad, no tienen una justificación en el altruismo del hombre. Sí en el altruismo recíproco: tú me rascas mi espalda, yo te rasco la tuya. Por eso los derechos tienen dos caras. Son tanto derechos como deberes. Si yo tengo el derecho a la vida, tengo el deber de conservar la vida del prójimo. Y esto es un derecho inventado con la intención de preservar la supervivencia del grupo que es lo que, en última instancia, garantiza la replicación genética. No hay un sentido más allá del meramente natural en las conquistas de la ética y de los modelos políticos. Ahora bien, quisiera hacer un inciso. Efectivamente, no hay sentido en la consecución de los principio éticos, libertad, fraternidad igualdad y democracia; salvo estrictamente el de la supervivencia. Estas conquistas éticas no tienen ningún fundamento, ni tienen objetividad extranatural. Son productos de la evolución que permiten la supervivencia. Con lo único que contamos, a pesar de saber su carácter estrictamente natural, es con un criterio pragmático. Esto es, en la práctica hacen más viable la sociabilidad del hombre. El hombre es un animal social; y, en tanto que tal, necesita de normas que rijan su conducta de tal forma que la coexistencia sea lo mejor posible para la procreación (replicación genética). Una sociedad en la que rijan los valores de los que hemos hablado garantiza un estado duradero de paz y ausente de conflictos. Un estado anímicamente preferible y que, por ello, favorece la replicación. El problema es si esto se puede universalizar. Parece ser que en la situación de crisis global o ecosocial en la que nos encontramos esto se hace inviable porque, en realidad, en la sociedad humana sigue reinando la ley natural, la lucha por el poder, por la subsistencia. De ahí que, a nivel global, cuando entran en conflicto intereses de estados (léase intereses de supervivencia) los derechos humanos y las democracias sean papel mojado. Y este es el nihilismo ético en el que nos encontramos. Y ahora me pregunto, ¿será el ideal ilustrado kantiano cosmopolita una buena idea adaptativa para el hombre? Si ello fuese así tendríamos que esforzarnos por su consecución. Aún a sabiendas de que no estamos trascendiendo la ley de la naturaleza, sino obedeciéndola ciegamente, adaptándonos al medio. Y hay una cosa que me inquieta. Quizás la eliminación del sufrimiento sea una idea evolutivamente eficaz. Y en este sentido la ética y la política deberían ir encaminadas a la consecución de la eliminación del sufrimiento. La base de esta idea es la siguiente. A menor sufrimiento menor estrés adaptativo y, por tanto, mayor posibilidad de procreación. No planteo esto como un fin o un sentido de la ética y de la historia; sino como un resultado de la propia historia evolutiva. Ahora bien, hay que tener en cuenta, como señalé antes, que la historia y la actualidad siguen siendo una lucha por el poder. El altruismo recíproco, como principio adaptativo, tiene que armonizar la lucha por el poder con la eliminación máxima del sufrimiento. Y creo que el altruismo recíproco es la respuesta y está, como mecanismo biológico evolutivo, a la base de las conquistas éticas. Creo que con esto no me he salido ni un ápice del naturalismo y del nihilismo. Pero sí, adaptativamente, he propuesto una idea ética universalizable basada en la eliminación del sufrimiento y del estrés adaptativo como medio de supervivencia del hombre. Y aquí, a mi, lo que me parece importante es la eliminación de este sufrimiento. Ya sé que todo se queda en nada en la medida en la que no es un fin de la evolución. Pero es pragmáticamente preferible. Y como necesariamente estamos obligados a dotar a nuestra vida de sentido, por imperativo biológico, y como somos seres para la muerte, conscientes de nuestra existencia, pues somos seres que necesitan esperanzas, también por imperativo biológico. Por eso yo considero que la universalización de ciertos principios éticos como conquista de la humanidad pueden encuadrarse dentro de un gran proyecto ético del hombre, aunque éste no sea más que una forma de adaptación del hombre al medio. Nuestra ideosincrasia de seres conscientes de nuestra naturaleza nunca la vamos a perder. Y nuestra conciencia de desencanto de la realidad tampoco la vamos a perder. Ya no hay vuelta atrás. El naturalismo nihilista se cierra y el mundo se ha darwinizado por completo.

 

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