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Filosofía desde la trinchera

                                    01 de mayo de 2010

 

El espectáculo que estamos viviendo en España es dantesco. En primer lugar, no se podría aceptar que grupos políticos antidemocráticos, enmascarados en psudooneges, hagan acusaciones a los representantes del poder judicial. De ninguna de las maneras estas acusaciones deberían haberse admitido a trámite. Esto no quiere decir que el juez Garzón haya podido cometer alguna irregularidad que podría ser juzgada. Pero desde luego, no la de prevaricador. Juzgar mal a sabiendas, por decirlo, inexactamente, pero de forma sencilla. Creo que donde puede haber prevaricación es en el tribunal supremo. De tal forma que veo aquí dos problemas. Que el poder ejecutivo y el judicial no están separados, con lo que de ello se desprende una merma o déficit democrático. Que en España la transición no fue tan ejemplar. Que siguen existiendo grupos importantes anticonstitucionales y antidemócratas. Que los partidos políticos son instrumentos de obtener votos por medio del dinero y el engaño a los ciudadanos. Que al poder político le importa un bledo la ciudadanía. Han ido a por el juez Garzón porque ha ido demasiado lejos. Pero no sólo con sus procesos contra los crímenes de la guerra civil. Sino porque ha puesto en el tapete la corrupción en el PP. He aquí la madre del cordero. Y también la flaqueza y debilidad de la ley de memoria histórica. Una ley políticamente correcta para la izquierda realmente existente –la que tiene capacidad de gobierno: el PSOE- pero, en definitiva, una derecha con piel de cordero. Esta ley es un brindis a la galería, pero estéril. A los poderes fácticos les interesa mantenernos en una eterna minoría de edad. El caso, con sus profundas repercusiones en la salud de la democracia y en nuestra libertad, se ha convertido ya en un espectáculo que representan las fuerzas políticas con la intención de obtener rentabilidad electoral.

 

            No se puede permitir, de ninguna manera, que quede impune ante la justicia los crímenes cometidos por los que se alzaron contra un orden democrático legalmente establecidos. Y que realizaron durante la guerra y, después, un plan de exterminio del diferente: republicanos, socialistas, comunistas, ateos, gitanos…Un país no puede estar sano democráticamente si no reconoce esta culpa. Y la ley de amnistía fue un mal necesario, para evitar enfrentamientos. Pero deberíamos aceptar la dependencia de una ley superior, de rango universal. La ley de la Corte Penal Internacional de crímenes contra la humanidad. Si esto no es así, vivimos instalados en la barbarie. Lo único que les queda a los vencidos es memoria y justicia. La memoria tiene dos fuentes: la biográfica y la histórica. La justicia otras dos: la ético-moral y la jurídica. No podemos permitir que los crímenes contra la humanidad del fascismo franquista: del nacionalcatolicismo, no olvidemos a la iglesia en este holocausto (aunque ella ya está bastante acostumbrada al exterminio del heterodoxo), queden impunes. El futuro tenemos que reconstruirlo desde el pasado. La desidia y el abandono de los ciudadanos son cómplices de estas injusticias. El mal de la historia se hace universal por la pereza y la cobardía de los ciudadanos. No debemos olvidarlo nunca. Nada garantiza la paz de la que disfrutamos. La injusticia, la barbarie, el holocausto pueden aparecer en cualquier momento. Es más, desde nuestros cómodos sillones lo contemplamos a lo largo de todo el mundo. Al poder le interesa mantenernos sumisos y obedientes. Pero esto nos lleva al nihilismo de los ciudadanos. A perder la consciencia de humanidad: la fraternidad. (Recuerdo un spot publicitario que cambiaba esta palabra, representativa de unos de los valores éticos de la ilustración, por la de rentabilidad.) Éste es el hedonismo nihilista en el que nos encontramos. Y, como he dicho ya en varios lugares de este escrito, este nihilismo antropológico es el caldo de cultivo idóneo para la emergencia de los fascismos. El caso del juez Garzón no es más que el síntoma de una sociedad muy enferma democráticamente.

 

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