30 de abril de 2010
La muerte.
La muerte es el triunfo de la física sobre la biología. Esta definición se me ocurrió en mis primeros años de estudiante de filosofía. Es el triunfo del principio de entropía. La muerte es la desaparición de una unidad sistémica que pasa a convertirse en muchas. Es el paso de lo uno a lo múltiple. La muerte del individuo es lo necesario para la supervivencia de la especie. La muerte es el nirvana. Venimos de la muerte y vamos hacia la muerte. En el intermedio una lucha y desazón incesante, un devenir de deseos y frustraciones…infelicidad, placer, dolor, desengaños, ilusiones. La vida es un paréntesis en la nada. Es un afán inútil. La vida del individuo e, incluso, de la especie, es lo que ha inventado el ADN para sobrevivir 3.500 millones de años. La vida es un continuo dejar. Por eso la vida es un continuo morir. Morir es abandonarlo todo. Morimos cuando nacemos, pero la persistencia del ser, el afán de supervivencia, nos impide dejar la existencia y lo que ella contiene. Aunque nada tenga sentido lo inventamos para seguir viviendo. En verdad que la información genética que llevamos es magnífica. La supervivencia, ante todo, acompañado del deseo de procreación. Porque esto último es el único sentido de la existencia, la supervivencia del gen. La muerte es tan natural como el nacimiento y la auténtica realidad es la nada: la inconsciencia.
Pero la muerte del hombre como biografía es tragedia porque nos aferramos a nuestra biografía y a la de nuestros seres queridos que son, en última instancia, los que nos sustentan, los que dan sentido a este mar de dolor y sisnsentido. Por eso no soportamos la muerte. Requerimos del duelo que es el proceso natural por el que acabamos aceptando la muerte como una realidad ineludible. Biológicamente empezamos a morir cuando nacemos, químicamente empieza nuestro proceso de oxidación que acabará disolviendo nuestra unidad sistémica a la que llamamos conciencia, voluntad y libertad. Cosas que, por otro lado, no son más que fabulaciones del cerebro. Pero la muerte de nuestros seres queridos es el anuncio de nuestra propia muerte hecha consciencia. La muerte de nuestros seres cercanos nos arranca un trozo de biografía. Por eso percibimos la muerte del ser querido como ausencia. Pero una ausencia con presencia. Lo que percibimos es su presencia en nuestro cerebro: imaginación memoria…pero sentimos su ausencia, el haber dejado de existir. El no volver a estar ya para nunca jamás, salvo en nuestro cerebro. Pero nos construimos por relaciones. Pero con el sujeto muerto ya no nos podemos relacionar. Por eso es una muerte de nuestra propia biografía, en algunos casos –cuando la biografía es excesivamente compartida- lleva a la muerte del otro. Es curiosa esta contradicción. La muerte como ausencia nos remite a la presencia y al contrario. Pero vamos aprendiendo a vivir con la ausencia y eso es aprender a vivir con nuestra propia muerte. Las ausencias cada vez serán mayores hasta que el anciano esté en el mundo, como de prestado, sin entender nada, sin identificarse con nada. De ahí que la dimensión propia del viejo es la memoria. El anciano vive de recuerdos-ausencias, como el joven vive de proyectos, pasiones e ilusiones.
Lo que nos caracteriza como hombres y nos distingue de los animales, sin que por ello dejemos de ser tales, es la biografía y la historia. Ambas son los intentos vanos de superponernos a nuestra propia naturaleza animal. Ambos están condenados al fracaso. La muerte del individuo, el fin de su biografía, es un anuncio premonitorio del fin de la historia. La historia es la biografía de la humanidad. Y, en la historia, por más que nos empeñemos, también triunfa el principio de entropía.
Lo doloroso de la muerte es que nuestro final como el de la humanidad es incomprensible, excede el poder de nuestra imaginación. Y nuestra razón prefiere engañarse con falsas ilusiones. El llanto de un ser querido es el llanto de la humanidad. No podemos vivir sin estar con los otros, nos construimos a través de las relaciones con los demás. Por eso, la desaparición del ser querido es nuestra propia aniquilación. Si es muy cercano queremos nuestra propia muerte. Nos damos cuenta de la verdad insondable: nada tiene sentido, todo es arbitrario. Porque esto es otro asunto. La muerte es absolutamente arbitraria. No entiende de justicia. Le toca al viejo, al joven, al justo, al niño, a la madre, al hijo…actúa indiscriminadamente, ésa es su justicia, que es igual para todos. La muerte es el mejor fiel de la balanza, nos mantiene a todos en equilibrio. Por eso la muerte es la expresión del sinsentido de la naturaleza. Todo es en vano, pero nos empeñamos en todo lo vano. Por eso decía Sartre que la vida es una pasión inútil. Pero la vida sin pasión es invivible, nos lleva a la nada, al suicidio. El mecanismo inventado por la naturaleza para nuestra propia supervivencia es la pasión. Pero ha habido pasiones que han matado a millones de personas. El hombre es un semidios o un ser fracasado desde sus inicios.
La muerte de mi ser querido es mi muerte. Primero me llena de dolor, después de serenidad. Porque la muerte es, ante todo, serenidad.
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