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Filosofía desde la trinchera

 

 

            Fantástico el artículo que acabo de leer de José Sánchez Tortosa, el autor de la muy recomendable obra El profesor en la trinchera. El artículo lleva como título el mito de la educación democrática. Coincido absolutamente con el autor, suscribo cada una de sus palabras, es más en más, de una ocasión he defendido cada una de las ideas que él ahí defiende, lo mismo que me sucediera con la lectura de El profesor en la trinchera. En fin, son esas sintonías en el pensamiento que te alegran, porque te alivian un poco de la soledad en la que se encuentra el filósofo mundano, francotirador y disidente, que se encuentra rodeado de mentes rutinarias, adaptativas y afilosóficas.

 

            La cuestión es que las diferentes reformas educativas que se han llevado en este país con los gobiernos socialistas lo que han intentado es ideologizar y domesticar al pueblo con una farsa de igualdad y libertad. La igualdad y la libertad se han introducido en la escuela para producir mediocridad y espíritu dócil, ciudadanos sumisos. Cita el autor a un ministro de la segunda república –cuando hubo una verdadera reforma de la educación-  que comentaremos. Dice el texto:

 

La escuela única atiende a estas dos finalidades: extiende la enseñanza a todos y posibilita la selección por el mérito.

 

Una democracia subsiste por las aristocracias del espíritu que ella misma forja, y la producción de estas aristocracias es imposible y, por consiguiente, imposible la democracia, si ella no impulsa, facilita y ampara la selección. (…) Instruidos todos, la selección es un derecho del inteligente y un deber en el Estado que cifre en la inteligencia la jerarquía.

 

            La cosa está clara. La educación tiene que ser el instrumento que profundice la democracia, que la haga posible. Por eso la educación ha de tener dos principios: la universalidad, que se ha confundido con la obligatoriedad. Esa universalidad garantiza el valor de la igualdad. Y, en segundo lugar, la educación ha de tener como objetivo la excelencia. No hay democracia, mal entendida: igualdad aritmética, en la enseñanza. Lo que debe fomentar la educación es la meritocracia dentro de la democracia; es decir, la excelencia de los ciudadanos. Si no intentamos producir esta excelencia, los ciudadanos dejan de ser tales y se convierten en meros borregos que obedecen a las diversas formas de poder.

 

            Ésta es la idea para mi de la educación, igualdad y mérito. Pero, claro, lo que yo creo es que la educación es un instrumento del poder político-económico para ideologizar-adoctrinar a los futuros ciudadanos. Por eso, no es que los políticos sean torpes y hayan construido malas leyes educativas, al contrario, son listos como el hambre, perseguían una serie de objetivos que están consiguiendo de forma casi irreparable. Las reformas educativas han tenido un sentido que responde a la ideología dominante o hegemónica y ésta es la de la democracia neoliberal en la que el poder del pueblo es sustituido por el de una oligarquía partitocrática. Hay una alianza entre el poder político y económico para conseguir que el pueblo deje de ser pueblo y se convierta en rebaño. Y, encima, con la apariencia de libertad e igualdad. Lo que se fomenta es la ideología del consumo y del egoísmo, se nos distrae de los verdaderos problemas sociopolíticos y se nos alimenta con el consumo narcisista; y a eso se le llama libertad. La igualdad se convierte en el todo vale, el relativismo de las opiniones; esto es, en la desfachatez. Pero cuando todo vale la opinión que triunfa es la de la fuerza, en este caso la del poder político y económico. La educación se ha transformado en el vehículo ideológico del poder para mantener la situación hegemónica, el pensamiento único. Por el contrario el verdadero valor de la educación es el de crear ciudadanos, disidentes, críticos, sujetos libres. Es decir, la educación debe alimentar la democracia y una sana democracia fomenta una educación de la excelencia. No debemos confundir equidad, que es justicia, con igualdad matemática, esto es igualar cuantitativamente a los alumnos, es decir, objetivarlos. Pierden así su carácter de personas. La igualdad es la de oportunidades, de ahí el principio rector de una democracia de exigir la universalidad de la educación. Pero ahí se acabó la igualdad. A partir de ahí hay que premiar y fomentar la excelencia porque esto repercutirá en un bien social. Hay que educar en la virtud, es decir, el esfuerzo y el respeto a la autoridad moral e intelectual, que debe servir como modelo al alumno para catapultarlo hacia su excelencia social. Pero desde el poder se ha domesticado, tanto al alumnado como al profesorado, los últimos en caer han sido los universitarios, léase Plan Bolonia. ¿Saldremos de esta encrucijada? ¿podremos desideologizar la educación?. Quizás sea imposible, ya Nietszche lo dijo, la educación es el vehículo ideológico del poder para domesticar a las masas. Y también Foucoult iba en este sentido, cuando consideraba la institución de la enseñanza un centro de represión ejercido por el poder. Por mi parte pienso que los principios que hemos establecido antes deben ser la idea regulativa que nos encamine a la recuperación tanto de la educación como de la democracia, pero el futuro pinta muy mal…

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