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Filosofía desde la trinchera

El discurso racional no puede contra la religión. Y esto es así porque el hombre es un animal de creencias. La religión se basa en los hábitos, las costumbres…es una forma de estar en el mundo y de socialización. La religión presta un sentido a la vida y al mundo en el que nos sentimos bien y sin preocupación. La actitud racional exige de la crítica, es la búsqueda de verdades y certezas, pero esto exige de la duda. La racionalidad también es una actitud frente al mundo. Donde confrontan la racionalidad crítica y la creencia es en su modo de explicar el mundo y en su contextualización histórica. El intento de explicación del mundo por parte de la religión es el mito. El mito no es irracional, pero no es criticable. Es objeto de creencia. Es un mundo simbólico que apuntan a un sentido y que se encarna en nuestro propio lenguaje. Y el lenguaje es una forma de ver el mundo y una forma de vida. La razón intenta desenmascarar al lenguaje; aunque el lenguaje siempre constituirá los límites de mi conocimiento. El problema de la religión es cuando el mito se identifica con la verdad, entonces pasamos directamente al dogmatismo. Y, en segundo lugar, cuando la religión llega al poder, entonces caemos en el fanatismo y la violencia. Exterminio del disidente, el hereje. Por su lado, la razón, cuando se absolutiza, se convierte en un mito y unida al poder da lugar al fanatismo y la violencia. Una razón crítica, histórica y limitada debe poner en su sitio tanto a la razón absoluta como a la religión. La creencia en dios y en lo trascendente obedece a una necesidad natural del hombre de dar sentido a su existencia. Ha sido un mecanismo evolutivo eficaz, porque el hombre es un ser más de creencias que de razones. El hombre necesita las creencias, los hábitos y las costumbres. Por su parte, el estudio histórico del origen de las religiones las relativiza en su contexto socioeconómico que explica su evolución y su posterior alianza con el poder como mecanismo de control. Lo que sí está claro es que un creyente y un ateo no se pueden convencer. Son dos modos de ver el mundo, dos estados de consciencia, dos lenguajes. De lo que se trata, entonces, es de buscar la pluralidad y la tolerancia. Las religiones tienen que aportar su mensaje ético universal y dejar su dogmática teológica para los creyentes. El ateo tiene que comprender que la razón absoluta y universal es un producto de la cultura occidental, por tanto, sujeto a relativización.

 

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            La enseñanza ha padecido el mal del capital y de la pseudociencia de la psicopedagogía. Aunque parezcan separados van íntimamente unidos. El segundo forma parte de la ideología del primero. El sistema destruyó la enseñanza primaria y secundaria, ahora la emprende contra la universitaria. El objetivo fundamental de la educación es lo que podemos llamar la educación liberal que tiene sus orígenes en los clásicos griegos y latinos. Cuando hablamos de educación liberal hablamos de educación en la libertad. Es decir, el objetivo de la educación es el hombre en tanto que sujeto. La educación clásica tiene como objetivo la excelencia pública, la virtud. Ser capaz de transformar a los hombres en sujetos públicos activos, autónomos e independientes. Sin embargo, la reforma universitaria actual tiene como empeño la instrumentalización del hombre. Ya decía Kant que el tribunal de la universidad era el tribunal de la razón. La razón es lo que nos hace común y nos libera de la superstición. Es aquello que nos convierte en sujetos. Pero el tribunal de la universidad de hoy en día es el mercado. De esto se desprende que el objetivo no es ni la virtud, ni el conocimiento para mejorar la cosa pública, sino la adaptación profesional al mercado laboral. Esto último está alimentado por varios mitos. El más gracioso y suculento es el mito de la formación continua. Siempre debe uno estar formándose. Eso sí, no por el bien social, sino para la adaptación a la empresa, al mundo laboral que crea la competencia curricular para acceder al trabajo. Eso sí, los masters y cursos de formación pertenecen a la empresa y fundaciones privadas. El supuesto conocimiento excede a la universidad y es una fuente de explotación y riqueza. Otro mito es el de las nuevas tecnologías. Es la confusión entre información y conocimiento. Cuando hablamos de la sociedad de la comunicación y de la sociedad del conocimiento se están identificando, aunque no son lo mismo. De lo que se trata es de vaciar de contenidos la enseñanza. Toda la información está en la red. Hasta aquí cierto, pero información sin orden conceptual es algo ciego e inaccesible. Para manejar la información es necesario previamente el conocimiento conceptual, a partir de ahí puedes transformar esta información en conocimiento.

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