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Filosofía desde la trinchera

Siguiendo a Ortega, la vida es tarea. La vida es construcción. La clave es la acción. Incluso el no hacer nada es un hacer. Estamos sujetos a la acción. Como el Fausto de Goete, “En el principio fue la acción”. Por eso nos dice Ortega que la vida es una obra de arte en la medida en la que es única e irrepetible. Y, cierto, gran parte de lo que hacemos lo hacemos para dejar des ser quienes somos. Nos construimos por la acción de nuestra reconstrucción. Pero esa reconstrucción tiene que ver con los otros. Decía Sartre que el infierno son los otros. La mirada del otro nos cohíbe, nos condiciona. Es nuestro espejo en el que aparecemos, para nuestro gusto, siempre deformados. Pero sin la mirada del otro no es posible la ética. En el otro vemos al semejante, que puede ser próximo o lejano. Cuando es el próximo estamos todavía en una ética tribal, cuando es lejano hemos dado el paso a la universalidad ética. Y en esto consiste la parábola del buen samaritano y el fundamento de una ética universal cosmopolita. El hombre, por su naturaleza biológica, no siente compasión del extraño, al revés, siente miedo, y se defiende de él. Debe ser una conquista histórica alcanzar una ética universal cosmopolita. Ése es el ideal kantiano de una sociedad cosmopolita de repúblicas libres. Y es la base ética de los derechos humanos. A esto hay que sumarle el principio de responsabilidad de Jonas. Nuestras acciones pueden afectar al absolutamente otro, al que nunca conoceremos y a los no nacidos. Pero si nuestras acciones les perjudican somos responsables de ello. Este principio de responsabilidad es la base de una nueva ilustración que elimina el antropomorfismo y nos retrotrae a nuestro lugar natural en la ecosfera. Es la base de la ética ecológica. ¿Veremos este nuevo progreso ético-político como hemos visto el surgimiento de la democracia, o caerá dentro del ámbito de la mera posibilidad?

 

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