Muy cierto. Lo decía Kant. Hay que ser coherente, no tener contradicciones en nuestro pensamiento. Y ser consecuentes. Actuar conforme se piensa. Y eso, como tú dices, es lo realmente difícil. Es el ideal moral que regula nuestra acción. Lo de la felicidad es una cuestión más accidental, e, incluso, bioquímica.
El sueño de la razón produce monstruos. Efectivamente. Hay que tener en cuenta una cosa. Uno de los monstruos de ese sueño de la razón es la utopía política. El pensamiento de Marx es un pensamiento utópico. Hay que quedarse con sus buenos análisis económicos y su fuerza ética. Desde luego que se debe de tomar consciencia del estado de miseria. Pero eso no es suficiente. Hay que atreverse a ser libres, a pensar por uno mismo. Lo que sucede es que el hombre tiene miedo a la libertad. Valoramos la libertad pero preferimos la esclavitud. Además, somos animales de creencias, más que de razón. Nos alimentamos de éstas y éste es el caldo de cultivo de nuestra esclavitud. La estructura democrática no coincide con nuestra biología. La democracia y sus valores son una conquista del hombre. Un progreso accidental sujeto a desaparición. La democracia es una forma de gobierno que garantiza la máxima igualdad, pero ésta nunca se da de facto. Podemos profundizar en la democracia, pero nunca podremos hacer de cada hombre un ser ilustrado. Esta es la paradoja de Hume. Renunciamos a la libertad, por la comodidad. Preferimos el mundo de las apariencias a la cruel realidad. Y éste es el hecho. Pero, a pesar de ello, hemos conquistado ciertos valores universales. Nuestra esperanza es luchar para que no se pierdan y profundizar en ellos globalizándolos. Esto último sería el ideal de una ética cosmopolita.
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