Vamos, hombre, José Miguel, que no es para tanto, recuerda la sabiduría del final del tercer acto… Creo que en tu discurso confundes dos cosas importantes. Las instituciones y la cosa pública con los individuos. La separación no es tan tajante, a mi modo de ver. Estoy de acuerdo con que a las instituciones, a los gobernantes, hay que pedirles y exigirles claridad, por supuesto. Las instituciones deben ser claras. Pero las instituciones están regidas por individuos, a pesar de ser construcciones sociales. Estos individuos deben ser claros y honestos en el desempeño de su función pública, como tu bien dices. Y los ciudadanos, vigilantes, debemos exigírselo. Pero esa esquizofrenia entre la función pública y el individuo no la acabo de entender. Sigo siendo socrático en este asunto y griego, en general. Somos animales políticos, vivimos en polis, nuestras virtudes tienen que ser excelencia. La virtud era areté (excelencia), para los griegos. Y, en tanto que excelencia, debe ser ejemplar. La vida privada es sólo la vida doméstica, no la que tiene que ver con la ética pública. Y en nuestra vida doméstica privada, puede y habrá todos los claroscuros que sean, cómo no, incertidumbres, frustraciones, complejos, neurosis, de todo…en fin. Pero nuestra participación pública debe estar guiada por la ética. Si no es así nos han ganado. Porque lo que quiere el poder es recluirnos en la vida privada, por un lado y, por otro, como tu dices, burocratizar toda nuestra vida pública (el ejemplo lo tenemos en la educación) para fundar un poder totalitario. No podemos reducir la ética a lo privado, porque la ética se basa en la alteridad, en la relación con el otro, tanto privada como pública. Nos construimos como personas y como seres éticos a partir de la relación con el otro. Y el camino ético es, también, conocimiento, es búsqueda. Y ejercicio, hábito. Y en nuestra vida pública debemos mostrar al menos la ejemplaridad de ser buscadores de la virtud política. Probablemente esto no tenga nada que ver con Natalia, ni mis discursos van dirigida a ella. Yo he hablado contigo intentando explicar una posición ética de excelencia a través de una reflexión sobre tu obra, porque me pareció, aunque puedo equivocarme, que tu comentario tenía algo que ver con el tercer acto…y esto me recordó nuestras viejas polémicas y esa época fantástica del Diógenes de la que disfruté y aprendí tanto.
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