El problema es que lo de la felicidad es multívoco. En la sociedad en la que vivimos precisamente se nos insta siempre al cultivo de la misma. Pero ésta no es más que narcisismo. En mi consideración, hedonismo consumista, tras lo cual sólo existe el vacío y el nihilismo. No es el caso de lo que tú señalas con la contemplación de una hoja de olivo tamizada por el sol al atardecer, por supuesto, eso es contemplación estética y nos acerca a la belleza e, incluso, a lo sublime. Que el hombre busca la felicidad, eso es indiscutible, es un imperativo biológico, es la subsistencia o el conatus de Spinoza: mantenerse en su ser. Pero, desde hace algún tiempo, vengo pensando que en ética lo importante es la libertad, no la felicidad. Hay que perseguir la dignidad y la libertad y, eso, en muchas ocasiones, nos trae la desgracia y la persecución. La felicidad tendría que ver con la virtud, que es la excelencia, el valor y la fortaleza. Es decir, que considero que hay que realizar una vuelta a la ética de las virtudes de Aristóteles y a la ética de la libertad y dignidad de las personas de Kant. Somos animales sociales y no se puede vivir dentro de una burbuja. Todo ello, por supuesto, dentro de una naturalización de la ética. En todo caso la postura de la contemplación es desde luego respetable, te puede llevar a un cierto bienestar. Pero no hay, a mi modo de ver, felicidad sin virtud. Pero sí virtud, dignidad y libertad sin felicidad. Todavía sigue siendo para mí válido aquello de Sócrates: es mejor padecer una injusticia que cometerla.
Por otro lado, hay una idea de la que no participo. Aunque somos naturaleza y eso para mí es innegable. Es el giro ecocéntrico que yo llevo defendiendo desde años, pero ello no implica que exista un proceso necesario de la evolución. La evolución es una mezcla de necesidad y azar. Toda especie, y el conjunto de la evolución misma, es fruto de estos dos mecanismos. No hay ni un proyecto ni designio de la evolución. Toda especie, en tanto que es, es necesaria en la medida que ha superado la prueba de la adaptabilidad, pero todas son contingentes, podrían dejar de ser en cualquier momento. Asistimos, y ahí estamos de acuerdo, a un hecho crucial, la sexta gran extinción de especies en el camino de la evolución, y lo peculiar es que es de origen humano; es decir, somos responsables de ello. Y, si somos responsables de ello, a pesar del daño irreparable, podemos actuar. Y, para ello, volviendo a Galeano, son necesarios los sueños, siempre que estos no se conviertan en utopías porque en tal caso son el germen del totalitarismo.
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