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Filosofía desde la trinchera

El intelectual es el que se las ve a diario con las ideas, el que las cuestiona, las construye, analiza, ve sus consecuencias. Las actividades intelectuales creativas: ciencia, arte, filosofía… son típicas del intelectual. Pero hay un sentido restringido de intelectual y sería el de aquel que analiza las ideas y su repercusión social. El intelectual tiene que tener un saber interdisciplinario y una aspiración política clara y contundente. Me refiero con esto a una preocupación por la polis. La cuestión que me planteo aquí es si es posible el intelectual hoy en día. Hay para mí dos grandes dificultades para que se desarrolle el intelectual como aquel que intenta desenmascarar los engaños y proponer nuevas ideas para una reforma social. Una de ellas es la del relativismo. La sociedad posmoderna ha eliminado la razón como forma de acercarse a la realidad, ya sea natural o social, defiende que todo discurso es fragmentario y relativo. Es lo de la muerte de los grandes relatos de la humanidad. El momento que vivimos es similar al de la Atenas clásica, cuando su democracia degenera en demagogia. A este relativismo del conocimiento se le suma el mito del multiculturalismo en el que se pone en pie de igualdad todas las culturas. Y esto se hace en nombre de la tolerancia, pero lo que fomenta es el mito de la identidad y la imposibilidad del diálogo. Por encima de las culturas está el hombre. No se trata de defender la multiculturalidad sino la interculturalidad. Existen universales humanos previos a la cultura y la identidad. Si partimos de ellos es posible un diálogo entre las culturas que anime y fomente la pluralidad, desde una universalidad de valores mínimos: los derechos humanos.

 

            Toda esta filosofía posmoderna que nos invade y es el caldo de cultivo de toda nuestra cultura al mantener el relativismos transforma las opiniones en absolutas. Es decir, que en nombre del respeto a la libertad de expresión se le otorga a las opiniones particulares un valor absoluto. Curiosa contradicción, mientras el discurso posmoderno defiende el relativismo, fomenta el absolutismo y la tiranía de las opiniones. Y éste es el primer gran enemigo del intelectual. Lo que sucede es que la voz del intelectual, que no tiene por qué tener la razón, esto es obvio, pasa, por muy racional y fundamentada que esté, a convertirse en una opinión más, respetable como todas las demás, pero, epistémicamente equivalente. Esto es un grave problema porque la ciudadanía pierde la capacidad de crítica porque se queda en la superficie de las opiniones. Sus opiniones, que son creencias e ideologías y que no han sido adquiridas críticamente, se convierten, en nombre de la libertad de expresión, en sus tiranas. El exige el respeto para sus opiniones. No admite el diálogo y el esfuerzo del uso crítico de la razón, no es capaz de ponerse en el lugar del otro. Sus opiniones, en lugar de fomentar su libertad, lo esclavizan. El que exige el respeto de las opiniones es esclavo de las mismas. Pero, en definitiva, esto es el resultado de un doble engaño. Confundir libertad, con libertad de opinión, por un lado, y, por otro, mantener la equivalencia epistemológica de todas las opiniones. Las opiniones no son equivalentes, ni respetables. Las opiniones son un saber no fundado que necesitan ser trascendidas. Pero mientras que vivamos en esta psuedofilosofía que es el posmodernismo, que tanto le interesa al poder, el intelectual no tiene lugar ni cabida en la sociedad, es un outsider. De ahí que hayamos llamado a estos pensamientos, reflexiones de un francotirador. Si todas las opiniones son equivalentes, para nada nos es necesario el diálogo. Todo lo tenemos ya aprendido. Y al poder esto le viene de perlas, porque cuando todas las opiniones son equivalentes, la opinión más válida es la del más fuerte. Y así está ordenado el mundo. No existe alternativa al pensamiento único, porque el pensamiento alternativo es más débil, no más falso, que el hegemónico y, además, al considerarse una opinión más puede ser olvidado y aplicársele el darwinismo social, si esos pensamientos alternativos no triunfan es porque son falsos, porque no se adaptan. En fin, lo que se llama la lógica del más fuerte. Si todas las opiniones son equivalentes podemos justificar la invasión de Irak, porque el que la realiza, en contra del pensamiento heterodoxo, es el más fuerte y es el que se considera el garante del orden mundial. La idea de que el mercado es el que regula la sociedad es la verdadera, por que es la del más fuerte, la del que ha triunfado. El poder ha echado mano de una filosofía, el posmodernismo, que ha servido para justificar su fuerza. Y, curiosamente, esa justificación tiene al personal satisfecho porque el pensamiento de que todas las opiniones son respetables les da una sensación de libertad, aunque en realidad sea esclavitud. Por eso el intelectual hoy en día tiene que ser, como decía Nietzsche del filósofo, dinamita. Hay que pensar a martillazos. No sólo hay que desenmascarar y esclarecer, sino destruir el discurso hegemónico desde sus cimientos. Es necesario entrar en Matrix y desvelar la realidad. En todo pensamiento único siempre hay brechas. Lo que hace al hombre tal, es el lenguaje. Éste es el que construye la realidad. Cambiamos de realidad y del sentido de ésta cuando cambiamos de lenguaje. El lenguaje nos muestra los límites de nuestro mundo, pero existen diferentes niveles y juegos del lenguaje que nos ofrecen distintas realidades. Las revoluciones históricas, desde el inicio de la humanidad, proceden de revoluciones en el lenguaje que recrea la realidad. Por eso quizás, no seamos capaces de ver que existe otro mundo posible, otra realidad, porque el lenguaje que la recrea no ha surgido todavía.

 

            El otro gran enemigo del intelectual es el intelectual orgánico que existe en dos niveles. El ideólogo del partido y el creador de opinión en los medios de comunicación. Ambos son lo contrario del intelectual, porque éste es un liberal, en el sentido erasmiano del término, alguien que, por encima de cualquier consigna, defiende la libertad. Y sabe que la libertad es accesible por medio del conocimiento. El intelectual es un solitario. Los ideólogos de los partidos lo que hacen es justificar, desde las ideas, el status quo del partido y del orden del mundo, porque el bipartidismo no concede alternativas reales de argumentación. Estos ideólogos, en última instancia, se deben al partido y son fagocitados por él. En cuanto a los creadores de opinión son irrisorios. Gente que habla de cualquier cosa sin conocimiento de causa, además, obedecen al medio que les pague. Son esclavos también del poder. Creo que estos señores hacen un daño tremendo a la ciudadanía, porque ni informan ni forman. Opinan alegremente, sin la más mínima razón crítica, de todo lo humano y divino, fomentando el relativismo de las opiniones desde la perspectiva de lo políticamente correcto. Además, no fomentan la razón, sino que se dirigen, como malos sofistas, porque sus argumentos son ramplones, a las pasiones humanas y su pretensión es crear confrontación a través de realidades inexistentes pero interesadas para el poder al que representan. Las tertulias no son más que programas del corazón. Sofística barata. Entretenimiento para el pueblo que alimenta sus sensaciones de libertad, sus odios y rencores. Platón no se equivocó nunca en esto. Se ha dicho que todo el pensamiento occidental es una respuesta o comentario a Platón, yo lo comparto. Pero, desde luego, donde está clarísimo es en su pensamiento político. Han pasado veinticinco siglos y tenemos los mismos problemas planteados, con las mismas disyuntivas, sólo ha cambiado el escenario. Cada vez que explico la política de Platón a mis alumnos mas me pierdo en las reflexiones sobre la actualidad.

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