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Filosofía desde la trinchera

El intelectual, la soledad y la libertad.

 

            El otro día, un amigo me decía que yo, como él, en nuestros escritos no dejábamos títere con cabeza. Es cierto. Cada uno en nuestro ámbito, él en la historia, yo en la filosofía, así procedemos. Pero no se trata de un capricho, ni de malas ideas o malas pulgas. Creo que esta actividad crítica es la propia del intelectual. La vida intelectual te lleva a la soledad. De lo que se trata es de analizar la que se nos presenta como algo evidente, como lo que no puede cambiar. El escarpelo de la razón va dirigido contra las verdades evidentes, contra lo que se da por supuesto. Arremete contra la comodidad del mundo establecido. Por eso la actividad intelectual es incómoda, por un lado, para el poder, porque éste tiende siempre a ser conservador, a mantener la verdad establecida por los prejuicios, las ideologías y la tradición. Pero también lo es para el propio intelectual. Su actividad le lleva a la soledad, el aislamiento, el no sentirse identificado con nada. Lo que el intelectual pretende con su labor crítica es desenmascarar las apariencias. Éste es el camino del conocimiento. Pero el conocimiento va ligado a la ilustración y ésta a la libertad. El conocimiento nos libera de los prejuicios, creencias e ideologías. Conocimiento y libertad van unidos. Esclavitud e ignorancia también. Pero la actividad crítica te aísla, te conduce a la soledad y a veces a la incomunicación. La crítica es búsqueda de la verdad. Está ligada al sentido griego de los escépticos. Escepticismo es búsqueda de la verdad. Pero ésta comienza por la duda sobre lo dado. Lo que se nos presenta como certeza. Entonces todo se nos vuelve conjetura. El escepticismo y la crítica se enfrentan al dogmatismo. Por eso el intelectual trasciende la política profesional, la izquierda y la derecha. Está más allá de todo ello. Reconoce que tiene que haber gente comprometidas con ideales que les permitan actuar, pero él, desde su soledad y su crítica, lo que pretende es luchar contra los excesos del dogmatismo. Los dogmas, las creencias, nos esclavizan. En las creencias y en los dogmas estamos y vivimos. Las ideas las tenemos y las debatimos. El intelectual analiza las ideas y sus consecuencias, nos previene contra los desastres del dogmatismo, que son el fanatismo y la violencia. En realidad, el intelectual es un antídoto contra los dogmatismos. Un guardián de la libertad. De ahí que su ideal máximo sea el de la libertad. Los intelectuales son defensores de la libertad y denuncian todas aquellas ideas y creencias que la ponen en cuestión. No se trata tampoco de sacralizar la libertad, esto es otro dogmatismo, sino de defenderla como seno de la dignidad humana. La praxis del intelectual es esa tarea de vigilante de la libertad. El hombre, por su condición, renuncia fácilmente a la libertad. Hay que estar continuamente recordándoselo. Pero hay que saber también que esta libertad está guiada por el conocimiento. El conocimiento no tiene como objetivo la adaptación al mundo en el que vivimos, sino la libertad, y eso incluye la intención de cambiarlo cuando lo consideramos injusto.

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