Réplica al profesor D. Manuel Montanero Fernández.
Mi más sincero agradecimiento al profesor D. Manuel Montanero Fernández por su respuesta crítica a mi artículo que, a su vez, criticaba uno suyo anterior. Mi artículo se titulaba La ideología que subyace a Bolonia. El suyo Los cinco axiomas de la doctrina anti-pedagógica. Doy las gracias por la crítica porque es de esta manera como se aprende. Decía Diógenes el perro que se aprende más de un bastonazo que de las adulaciones. Así que asumo el bastonazo para con él espabilarme y no dormirme en los laureles. Lo que sucede es que el autor, a mi modo de ver yerra el tiro, o el bastonazo, por seguir con el símil. Además, pienso que es un poco irrespetuoso en el tono, pero esto puede ser percepción mía. Me parece que hay cierto tono despectivo hacia el autor y hacia las humanidades. No sé de qué rama del saber procede el señor Montanero, pero si le digo, ya de entrada, que un científico que no sea humanista, no llega a la categoría de tecnócrata. Y, además, añado que lo que nos une a la tradición occidental, desde el renacimiento, por no hablar de los orígenes clásicos, es el humanismo. El problema es que cuando la razón ilustrada se pervierte y se convierte en omnipoderosa y omniexplicativa caemos, de nuevo, en la religión y la ideología. Y de manos de ellas en los totalitarismos. El ejemplo claro lo tenemos en el siglo XX. Uno de esos totalitarismos tiene su expresión en lo que se llama el cientificismo. La ciencia como el único discurso verdadero sobre la realidad. Y la razón científica como criterio de organización de la vida social. A mis alumnos los intento vacunar de esto con una frase del nada anticientífico, físico y filósofo Mario Bunge: “hay más verdades en una guía de teléfonos que en toda la ciencia junta.” Y la guía de teléfono no es ciencia. Ahí tienen para pensar. Y aquí participa la pedagogía, que, en gran parte no es una ciencia, si somos estrictos, sino técnicas, ideología y filosofía. Pero antes de abordar alguno de estos temas y fundamentarlos quisiera pasar a la estructura del artículo, que, a mi modo de ver, deja mucho que desear y se derrumba por sí mismo.
El autor comienza diciendo que se sorprende de las cosas que digo. No entiendo esa sorpresa. O bien quiere decir que ya nadie cuestiona el plan Bolonia, ni la LOGSE, y que lo mío, por tanto, es poco menos que una salida de tono o una herejía. Si es una salida de tono el se sorprendería, porque no es ya de recibo que alguien defienda mis tesis. Así que, quizás, yo debería ser analizado por un psiquiatra, para que revisase mi cableado y ser reparada la avería para que, de esta manera, el pensamiento establecido, no se sorprenda ya más de mis salidas de tono. O bien, lo que digo es una herejía. Si es una herejía significa dos cosas. Herejía viene del griego y significa disentir. Hoy en día lo llamamos libertad de pensamiento, que cada vez hay menos por la corrupción sistémica de la propia democracia. Son las aporías a las que hemos llegado en la democracia, régimen que supuestamente garantiza las libertades. La otra parte es que si alguien disiente es que hay un pensamiento establecido como el verdadero o el válido, por eso discrepar de él levanta sorpresas. Como no creo estar, de momento, afectado psíquicamente, pues opto por el segundo sentido de la sorpresa. Es decir, el autor se sorprende de mi disidencia, de pensar de otra manera, de la heterodoxia. Esto dice mucho en su contra. La historia del pensamiento es la historia de la discrepancia y la heterodoxia. Y, la universidad, como los centros de secundaria antaño, deben ser los guardianes de nuestro saber y tradición. Y ésta es la tradición racional y crítica. Y se ejerce mediante el diálogo, no mediante la descalificación, que, a mi modo de ver, es lo que se lee entre líneas. Primero dice que se sorprende y durante todo el artículo no deja de citar mi nombre utilizando subliminalmente la retórica del dedo acusador. Es decir, se piensa desde la verdad y se señala al hereje, no como el disidente o el heterodoxo, sino como el desviado de la doctrina oficial que él representa y es guardián. Es la estrategia del san Benito. Aquello que se les colgaba –desde los tribunales de la Inquisición- a los herejes, para que nadie olvide quiénes son. Por eso, insisto, el tono es descalificativo, no argumentativo. Luego señala que en mi artículo rápidamente me centro en la LOGSE y la secundaria, lo que es, según dice él, mi obsesión. Y, de esta manera sigue, calificando, mejor descalificando (obsesión) y a esto, que es lo único que hace en las primeras líneas y en el tono general del artículo, se le llama, argumentos ad hominem, es decir, una falacia. Los argumentos tienen que dirigirse a los argumentos, no a las personas que sostienen los argumentos. Esto es elemental en la argumentación, tanto en la cotidiana, como en la científica. Por eso hace lo mismo con el autor de la obra Panfleto antipedagógico Ricardo Moreno, al cual me honra conocer personalmente y del que he reseñado su obra. Con un par de comentarios particulares cree desmontar toda la obra, por supuesto, descalificando, no argumentando. Y, lo mismo hace con los profesores de universidad firmantes del manifiesto anti-Bolonia que, por supuesto, señala que casi todos son de humanidades. De nuevo el tono descalificativo del autor. Entre líneas se leería que los de ciencias son más serios y aceptan Bolonia, que es la verdad. Hay muchos errores y prejuicios en estas afirmaciones que, insisto, no son argumentales, sino meras descalificaciones. El autor vive inmerso en la división de las dos culturas, considerando, sin motivo, una superior a la otra. Esto es una ideología, o una mala filosofía, la positivista o cientificista. Cuando uno rechaza la filosofía, se queda con la peor de todas o, al menos, es inconsciente de aquella que sustenta sus principios básicos y, por tanto, esa filosofía se convierte en dogma. Eso le pasa al autor y a la mayoría de los pedagogos. Cuando yo hablo de los pedagogos, no me refiero a todos. Sería un error argumental, porque sería tomar la parte por el todo, sino que me refiero al pensamiento pedagógico dominante. El que subyace a la ley educativa, tanto a Bolonia, como a la LOGSE-LOE. El autor dice, como señalé antes, que me obsesiono con la secundaria. Bien cierto es. Pero mi obsesión o, mejor, pasión, es la ilustrada. La enseñanza y la educación deben ir encaminada a la consecución de la libertad. Lo que a mi me preocupa es que la transmisión de conocimientos y valores que es lo que deben hacer los maestros y profesores, conduzca a la libertad. La educación, en su aspecto fundamental, corre a cuenta de los padres. Otra cosa es que estos hayan abandonado su tarea. También sostiene que, como me obsesiono con los pedagogos, no me he fijado que Bolonia comenzó hace diez años a partir de una serie de acuerdos europeos que cita en su artículo. Acuerdos que se convertirán en directrices para la consecución del plan Bolonia. Efectivamente, por eso digo que yerra el tiro. Es, precisamente, la ideología que subyace a esos acuerdos y a la Unión Europea lo que yo critico. Y esa ideología se llama neoliberalismo, que tiene una larga tradición filosófica, pero que se instala entre nosotros, como pensamiento único, desde hace cuarenta años. Esto es lo que hay que criticar. Los pedagogos no son tan importantes. Digamos que sus doctrinas han servido y sirven para engrasar la maquinaria. Porque, insisto, el pensamiento pedagógico hegemónico es ideología, no ciencia. Por lo tanto, al decir que todo procede de esos acuerdos, sin darse cuenta, me ha dado la razón. Y, para terminar con el análisis de la estructura del artículo, pasamos a lo que llama los axiomas de la doctrina anti-pedagógica. Otro error argumental. Si el autor pretende señalar que el pensamiento anti-pedagógico es una doctrina, entonces no puede hablar de axiomas. Se nota que tiene la lección bien aprendida porque ya me conocía yo esos “axiomas”. Los axiomas rigen para la matemática y la lógica, son verdades evidentes desde las que se parte para la deducción de los futuros teoremas. Esas verdades evidentes, en tanto que tales, son indemostrables. Son aquello de lo cual parte el pensamiento formal para la demostración. El autor, entonces, debería haber dicho dogmas. Que son las verdades de una doctrina que se asumen por fe, es decir, acríticamente, sin argumentación previa, creencias. Esos cinco “axiomas” en los que no voy a entrar uno a uno porque están mal formulados, como digo, están expuestos de forma simplista, sin tener en cuenta que algunos de los “axiomas” que allí se citan son consecuencias de un duro trabajo de reflexión y de análisis. Es decir, consecuencias, no axiomas ni dogmas. Otros son meramente errores de bulto tomados de los manifestantes anti-Bolonia, no de los críticos de la pedagogía hegemónica. Quizás en otro momento haga una crítica a estos cinco puntos. Pero de momento basta con el análisis lógico y estructural del artículo. Para solventar esta falta haré una declaración de principios, muy sintética, sobre mi pensamiento, que no se puede encuadrar en estas simplezas. Además de agradecer al autor la crítica, como hice al principio, también le quiero agradecer que haya puesto mi nombre al lado de personas tan sabias y de reconocido prestigio nacional e internacional como es Ricardo Moreno, por cierto, catedrático de Matemáticas, y los firmantes del Manifiesto anti-Bolonia. Eso es para mí un honor.
Y paso ahora a la última parte de mi exposición que, en realidad, tiene que ver con todo lo que he escrito sobre educación, que no es poco, y que el señor Montanero puede rastrear en mi obra y desde ahí podremos discutir, no desde esos cinco “axiomas”.
Soy un racionalista crítico, como señalaba Popper, un filósofo tambaleante de la ilustración. Hoy, con el triunfo del posmodernismo, unido al neoliberalismo, quedamos pocos de estos. Somos o, mejor, nos identifican, con los reaccionarios. Más bien prefiero formar parte de la resistencia. Como filósofo que comparte los ideales de la ilustración creo que estamos embarcados en un gran proyecto ético de la humanidad, un proyecto que es provisional. No está garantizado el progreso ético-político. Siempre puede haber retrocesos y los ha habido. Y hoy en día estamos en uno de ellos. Vea la última obra testamental del historiador de las ideas Tony Judt Algo va mal”. O de la del también recientemente fallecido José Vidal Beneyto La corrupción de la democracia. Por cierto, las he reseñado para la Gaceta Independiente. La LOGSE y Bolonia son ejemplos claros de estos retrocesos. La ideología que nos sustenta hoy en día es el resultado de una perversión de la razón ilustrada. Perversión que se expresa en el cientificismo y la tecnocracia. Y aquí está el error de la pedagogía hegemónica. Ésta pretende ser una ciencia, cuando no lo es. Sus fundamentos son el pragmatismo de Dewy, el positivismo y el constructivismo. Todos ellos los he criticado desde la epistemología y un autor, mucho más sabio que yo, catedrático de filosofía y pedagogo, lo hace en su última obra Gregorio Luri La escuela contra el mundo. Razones para el optimismo. Hay una unión también, en el caso español, entre la doctrina de izquierdas predominante, como reacción al franquismo, y la nueva pedagogía. Es la política progre de la izquierda realmente existente (la que tiene capacidad de gobernar, no la real) que ha confundido tantos términos. La pedagogía hegemónica participa de dos paradigmas erróneos. En primer lugar está el empirismo. Esta filosofía pensaba que la ciencia se reduce a experiencia. La psicología y la pedagogía en su afán de asemejarse a la física y la química pues intentaron cumplir con los ideales del empirismo. Por eso elaboraron teorías del cerebro llamadas de la caja negra. Lo que nos interesa es lo empírico, lo que se puede constatar, el cerebro no lo podíamos estudiar, no nos sirve para nada. Esto es el conductismo. De aquí procede la teoría de la motivación. El profesor lo que debe hacer es motivar. Lo que pasa es que esta doctrina deja atrás toda una herencia que es la de la educación de la voluntad. Por eso aquí hay una unión con lo progre. La enseñanza es juego, dinamizar, diversión. No se puede exigir, ni traumatizar al niño. Hay que darles libertad. Pues no señor, gran error, no hay libertad sin obediencia a la ley. Y esta debe ser interiorizada por la autoridad, la del padre, primero, y la del profesor, después. La autoridad de este último es una autoridad epistémica y moral. Nada se consigue sin esfuerzo y disciplina. Una vez interiorizada la ley, el alumno, el individuo, debe hacerla suya y así será libre. De la otra manera, mediante la teoría de la motivación, lo que fomentamos es el deseo y éste nos esclaviza, nos vuelve caprichosos y débiles. Por eso nuestros centros de enseñanzas están plagados de señoritos satisfechos, que diría el insigne Ortega. La ley permite esta aberración, y hay una ideología pedagógica debajo, que se vende como ciencia, que la respalda. Es necesario recuperar la educación de la voluntad si queremos recuperar la virtud y el deber del ciudadano. Lo cual nos conducirá a individuos libres, aquellos, que no tienen como objetivo sólo el de la adaptación (objetivo fundamental de Bolonia), sino el de la transformación social. El engaño de Bolonia es el de la competitividad, neoliberalismo, ley del mercado, y el de la adaptabilidad. El objetivo es la adaptación al mundo cambiante, no cambiar el mundo. Es decir, que se asume, de entrada, la falta de libertad. Esto es, que el desarrollo técnico-científico y económico determinan nuestras vidas y a nosotros sólo nos queda adaptarnos. Y esa adaptación es el triunfo en la vida. No he visto nunca una expresión tan clara de pensamiento único, es decir, ausencia de pensamiento, como ésta, salvo las totalitarias a las claras. Lo nuestro es un totalitarismo débil, pero totalitarismo que, además, relega al ostracismo al disidente.
Otro error clave de la pedagogía es el constructivismo. Aquí, la filosofía a la base es el idealismo. Se cree que el alumno es capaz de construir el conocimiento por sí mismo, como si no hubiese aprioris biológicos universales y aprioris históricos. De aquí se desprende que el centro del proceso de enseñanza es el alumno. El papel del profesor es el de “dinamizador”. Y esto, unido a las nuevas tecnologías y el mito de que con ellas alcanzaremos el ideal educativo del aprender a aprender con un profesor desplazado del centro de la educación se transforma en una ideología tremendamente peligrosa. Y en ellas se unen lo neoliberal (mito del progreso tecnocientífico) con las ideologías pedagógicas: doctrinas acríticas que pernean todo el sistema de enseñanza. Hoy, no es que la pedagogía sea un instrumento para ayudar al profesor en sus clases y a los alumnos cuando tengan problemas, sino que se ha pretendido transformar en un saber científico universal que pretende decir en qué consiste la tarea de enseñar y cómo debemos hacerlo. Si fuese lo primero, bienvenida sea, pero, de la otra forma, se convierte en un dogma. Y pedagogías hay muchas. Lo esencial es recuperar el papel central del profesor en la enseñanza y de los padres en la educación. Los pedagogos son técnicos o guías que pueden ayudar en los momentos puntuales, pero no la ideología que oriente el sistema. Pasa como con la medicina. Los problemas morales hoy en día se han medicalizado. Es decir, que al relegar nuestra libertad en manos del médico, dejamos de ser personas y nos convertimos en instrumentos. Y eso es lo que ha ocurrido con la pedagogía al querer convertirse en una ciencia. Lo que llamo la perversión de la razón ilustrada. Esta perversión es la razón instrumental, que es la propia de las ciencias naturales. El problema es que cuando tratamos de estudiar las relaciones humanas desde la razón cientificonatural, instrumentalizamos al hombre. Y eso es lo que hace la pedagogía vigente. Instrumentaliza al alumno, al profesor y a las relaciones entre ambos.
Los veinte años que llevamos de LOGSE han mostrado su tremendo fracaso, los datos están ahí, por más que se intente encubrir, véase al respecto la obra de Francisco López Rupérez, en ésta no hay discurso, todo son datos y estadísticas. No se pueden enmascarar con medidas como el aumento hasta los dieciocho años de la enseñanza obligatoria. El ideal de la educación comprehensiva nos ha llevado a la mediocridad. El sano ideal ilustrado de la educación universal nos ha llevado, de la mano de la LOGSE, al fracaso escolar y la promoción automática, para no frustrar al niño. Menuda demagogia. Se ha confundido la igualdad de oportunidades, principio básico en democracia, con la igualdad ontológica. Y esto, junto con la promoción automática, ha dado lugar a la disminución de los contenidos, las adaptaciones curriculares, la diversificación, el plan de refuerzo, en fin… todo por enmascarar el fracaso escolar que procede de la doctrina de la motivación y de la eliminación de la autoridad del profesor y de las ideologías progres de la izquierda española. La excelencia de los alumnos, salvo los que están blindados genéticamente y familiarmente contra la LOGSE, es una excepción. Pero, por suerte existe y es todo un placer.
Ahora entran a saco en la universidad, y no es que ésta fuese un mar de rosas, lo contrario. Necesita una reforma inmensa en sus estructuras arcaicas y su sistema endogámico. Pero como digo, la ideología es la neoliberal. Los pedagogos son comparsas, sus doctrinas hacen posible que el futuro ciudadano sea menos ciudadano y más súbdito. Y esto a la sacrosanta libertad del mercado (otro mito) le interesa. El alumno es futura mercancía en el fuerte y cada vez más deshumanizado mercado laboral. Ése es el objetivo, los pedagogos son los ideólogos, sin ser, ni conscientes de ello, en su gran mayoría. Y, por debajo, la ideología del progreso. El mundo es el que es y no puede ser de otra manera. Pero es que, además, es el mejor de los mundos posibles (vieja doctrina leibniziana que hereda la ilustración), dirigido por la tecnociencia y la economía. El factor humano: es decir, la libertad, ha sido reducido a la razón instrumental. Una utopía nos aguarda, un nuevo mundo feliz. El neoliberalismo es la utopía del siglo XXI, con sus orígenes en el XX. Pero hace tiempo ya que se ha tornado en una utopía negativa. Me alegro de formar parte de la resistencia. Me parece muy bien que usted dé sus clases a la boloñesa, yo, entre tanto, me esforzaré en dar alguna magistral clase magistral, si alguna vez lo consigo. Mis más respetuoso saludos.
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