Nostalgia.
Ayer me llegó una voz del pasado. Una voz llena de recuerdos y vivencias. Una voz que me trasladó más de veintitantos años atrás en mi vida. De repente sentí un sentimiento que hacía tiempo no tenía, la nostalgia. Un sentimiento que puede ser enriquecedor y, a la par, paralizante. La nostalgia nos ayuda a recordar el pasado, siempre sabiendo que todo recuerdo es una construcción de nuestro pasado, que es subjetivo en tanto que el yo lo construye para dar sentido y orden a su existencia de esta manera todo recuerdo es de alguna forma una falsificación, un delirio, pero, como decía el maestro José Luis Pinillos, un delirio necesario. Y necesario porque sin él no podríamos vivir. La nostalgia nos ayuda a contarnos a nosotros mismos nuestra vida. Es el sentimiento que nos une al pasado y nos da identidad. La nostalgia es necesaria en estos tiempos de prisas y de efímero presente en el que todo caduca. La nostalgia nos permite recrear y recrearnos en nuestro pasado, en nuestra existencia en las relaciones con el mundo y las personas que nos rodeaban y que sirvieron para construirnos. Hechos y personas que condicionaron nuestra existencia, que limitaron nuestra libertad, a la vez que, de su trato aprendimos el duro camino de la libertad que nos lleva a la autonomía y la soledad. La nostalgia hace el milagro de la identidad del yo, esa emergencia de la efervescencia del cerebro.
Desde muy joven he definido a la vida como un eterno dejar. Es una definición un tanto paradójica en la medida en la que se mezcla lo eterno con el fluir. Pero ese es el sentido, el fluir de nuestra existencia reside en la necesidad radical de abandono. Todo es abandonado en el vivir. Y nos quedan los recuerdos que acomodamos en nuestra conciencia y que, a veces, felizmente aparecen. Otras, sin embargo, permanecen encerrados bajo siete llaves y cuando surgen se engendra un huracán. Estos últimos son los traumas, las frustraciones, las circunstancias no resueltas. Todo aquello que ha generado el vicio: el resentimiento, la resignación, el cinismo, la hipocresía. Por el contrario, la nostalgia es suave, nos ata al pasado sabedores de que es pasado para siempre, pero que desde la profundidad del tiempo alimenta nuestra vida, sigue siendo llama oculta que alimenta el vivir y no lo impide. Lo peligroso es instalarse en la nostalgia. Entonces, o nos volvemos locos, o nos hemos hecho definitivamente viejos y vivimos sólo del pasado. La nostalgia nos recuerda que la vida al ser un dejar es un abanico de posibilidades. La vida esta constituida por nuestras circunstancias y lo que nosotros, más o menos bien, o más o menos mal, hemos sido capaces de hacer de ellas. La vida es quehacer, creación, decisión. Habérselas con las circunstancias es precisamente la libertad. Libertad absolutamente condicionada. Por eso la nostalgia nos recuerda que la vida es un dejar. Porque toda elección, más o menos condicionada, en el fondo es un abandono de un abanico de posibilidades, a veces ese abanico se reduce a unas pocas, o a dos, y son las que más marcan nuestra existencia porque nos enseñan que la elección es una bifurcación en la vida, que nos hará totalmente distintos porque las circunstancias que nos rodearán serán totalmente diferentes. Es aquí donde se hace notar ese dejar esencial que es la propia vida. Dejar caminos sin andar que nunca se podrán recorrer. Recorrer caminos que no tienen vuelta atrás. Porque en la vida no existe la vuelta atrás, no hay un volver a empezar. La vida es construcción, un pasar activo y consciente. Un querer, una voluntad de hacer que se retroalimenta del pasado, pero que no se puede instalar en él. La vida saludable es la vida en tanto que quehacer, en tanto que construcción. Los recuerdos constituyen nuestra identidad, pero, paradójicamente, no somos nosotros. Somos la mezcla de recuerdos y acción. Sin esta última la vida es pasividad, anquilosamiento, vejez. De ahí ese doble sentido de la nostalgia. Uno placentero y reconstituyente, otro paralizante. Pero la gran enseñanza de la nostalgia es que somos seres ineludiblemente temporales y mortales. También cabe, en este sentido, nostalgia del futuro.
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